domingo, 28 de febrero de 2010

Las cartas completas de Vincent Van Gogh - Por Andrew Motion

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Las cartas completas de Vincent Van Gogh

Por: Andrew Motion

Publicado originalmente como “Vincent Van Gogh: The Complete Letters”, The Guardian, 21 de noviembre de 2009:

http://www.guardian.co.uk/artanddesign/2009/nov/21/van-gogh-complete-letters-review Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Reseña de: Vincent van Gogh, The Letters: The Complete Illustrated and Annotated Edition (Thames & Hudson, 2,240 pp.).

Para ver en línea las cartas (en inglés) y los cuadros mencionados en ellas, visite: www.vangoghletters.org


Miguel Ángel escribió algunos sonetos maravillosos; la correspondencia de Constable tiene una fascinante dureza-ternura; la mayoría de los visualizadores han intentado, con varios grados de éxito, hacer corresponder sus imágenes con palabras. Las cartas de Van Gogh, sin embargo, son las mejor escritas entre los artistas visuales. Absorbentes, conmovedoras, enérgicas y convincentes, dramatizan el genio individual a la vez que iluminan el proceso creativo en general. No sorprende que hayan sido tomadas con tanta atención por los lectores. No sorprende, tampoco, que los cantantes las hayan usado en sus canciones (“Starry Night”) y, los cineastas, como base para sus películas (
Lust for Life). Su combinación de detalles humildes con aspiraciones heroicas es, muy simplemente, una afirmación de la vida.

Se suele repetir que las cartas muestran a Van Gogh como un genio torturado. Sin embargo, nadie que realmente las haya leído (en lugar de ver la película) se sentirá cómodo con esa afirmación. Hay, por supuesto, angustiosos lapsos en los que él se atormenta acerca de la insania, acerca de la pobreza y acerca de cómo lo perciben los demás. Sin embargo, la mayoría de ellas son impresionantes (inclusive adorables) porque, aparte de cuán angustiantes sean las circunstancias que las rodean, muestran una sensatez que resuena extraordinariamente tranquilizadora y una hermosa franqueza en su descripción de los estados emocionales complicados. Ese sentido del equilibrio, que equivale francamente a nobleza, ha sido evidente en todas las ediciones de sus cartas, desde el momento en que su cuñada, Jo Bonger, publicó la primera en 1914. En esta nueva edición, esto es aún más vívidamente manifiesto.

El nuevo libro (más bien, los nuevos libros: son cinco grandes volúmenes de correspondencia y uno sexto con materiales asociados) es uno de los principales logros editoriales de nuestro tiempo. Contiene traducciones frescas y exactas de todas sus cartas existentes (819, de las cuales 658 son a su hermano Theo) además de otras 96 que recibió de amigos y familia. Cada una está minuciosamente anotada, lo que significa que siempre está presente un sentido del contexto: ningún detalle, no importa cuan pequeño, parece habérseles escapado a los editores. ¿Significa esto que el texto principal está ahogado entre pedanterías? No. Ese peligro está conjurado por el gran formato de los volúmenes y la riqueza de sus ilustraciones: cada cuadro que Van Gogh menciona, ya sea suyo o no, está reproducido, ofreciéndose así un mapa virtualmente completo del mundo interior de Van Gogh.

En su amplitud el libro también nos recuerda una verdad fundamental acerca de Van Gogh: su ambición como pintor dependía de las palabras para enfocarla y dirigirla. Vemos esto de lo más obviamente en la correspondencia con Theo. “Escribir es realmente una horrible manera de que ambos nos expliquemos las cosas”, dice en cierto momento, pero la exasperación es reveladoramente semejante a la manera en que su pintura empuja hasta los límites lo que puede ser obtenido y reconocido como la esencia de una cosa. Así como su arte a menudo logra hacer que las cosas ordinarias — sillas y papas, girasoles y camas— parezcan cargadas con una numinosa vida interior, igualmente algunas de sus descripciones verbales cogen lo milagroso de lo ordinario. Al escribir, el 31 de julio de 1888, a Theo desde Arles, dice: “Vi un magnífico y muy extraño efecto esta noche. Un bote muy grande cargado de carbón en el Ródano, atracado en el muelle. Visto desde arriba estaba todo brillante y húmedo por la lluvia; el agua era de un blanco amarillento y nublado perla-gris, el cielo lila y con una franja naranja hacia el oeste, el pueblo violeta. Sobre el bote, trabajadores pequeños, de azul y blanco sucio, iban y venían. Descargando. Era Hokusai puro. Era demasiado tarde para hacerlo pero un día, cuando este bote de carbón vuelva, tendré que agarrarlo”. El lenguaje es aquí más que solo la contraparte de un cuadro. Es realmente un paso en el proceso hacia el cuadro. Es un tipo diferente de comprobación del sentido práctico de Van Gogh y de la manera en que ese sentido práctico está a menudo vinculado a algo como la euforia.

La euforia, a su vez, está siempre amenazada o elevada por un sentido de lo que le es opuesto. La historia de su estada en Arles con y sin Gauguin es la celebrada prueba de esto. Pero muchas de las tensiones que surgieron durante ese mènage a deux tenían raíces en la vida anterior de Van Gogh. La adhesión de su padre a la escuela de teología de Groningen puede haber abierto un camino a la idea de la gracia divina como otorgada sobre cada individuo, y sobre la capacidad para la alegría, inherente en esta idea, pero también lo ayudó a darle una estructura moral que después desarrolló aspectos distintivamente opresivos. Como un joven de mediados de la década de 1870, escribe: “Cuando pienso en mi vida pasada y en la casa de mi padre en ese pueblo holandés, [tengo] el sentimiento de ‘Padre, he pecado contra el cielo, y a mis ojos, no soy más digno de ser llamado hijo tuyo, hazme como uno de tus siervos. Ten piedad de mi’”. Algunas de estas severidades religiosas lo atormentaron hasta el final de su vida, aunque otras fueron transmutadas en teorías acerca de maneras de vivir que en efecto benefician como no benefician a su pintura. Al escribir a su amigo pintor Emile Bernard, dice. “Ya te lo dije la primavera pasada. Come bien, haz tus ejercicios militares bien, no caches mucho; si no cachas mucho, tu pintura será de lo más vivaz”.

Hasta el mismo día que se disparó (27 de julio de 1890; murió de las heridas, dos días después) y a pesar de períodos de quebranto catastrófico, Van Gogh retuvo una excepcional capacidad para poner una minuciosa atención sobre el mundo, y para el deleite que surge con esa atención. Podemos ver ese deleite contendiendo valientemente con la desesperanza en los últimos cuadros, como Trigal con cuervos, donde inclusive el cielo oscurecido, las ominosas aves, el camino que se desvanece en los sembríos, no pueden eliminar la alegría de sus intensos colores. En su carta final a Theo, que él llevaba consigo el día que se disparó, escribió: “Ah, bien. Arriesgo mi vida por mi propio trabajo y mi razón medio se ha hundido en él”. Ese “medio” es un signo vital.

Puesto que este libro es muy caro, no mucha gente será capaz de poseerlo. Igual de bueno, hay un buen sitio web, en el que aparecen todas las cartas escritas por Van Gogh y aquellas dirigidas a él (www.vangoghletters.org) . Aunque la correspondencia y sus materiales asociados han sido todos bien conocidos y queridos por casi un siglo, nunca hemos sido capaces de disfrutarlos tan profundamente como ahora.

Fuente:

http://www.librosperuanos.com/

http://www.librosperuanos.com/traducciones/esquina138.html


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