En
un lejano y fascinante pueblo andino
de feéricas bondadosas,
con arte construido por geniales
gnomos arquitectos en medio
de inmenso vergel de dioses,
donde jugueteaban undívagos:
utopías aromadas de amor eternal;
descubrí con ojos de relámpago
una cándida florcilla en jardín
muy cultivado de su adolescencia,
con glamour de orquídea reina.
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Ella,
venustez, princesa regocijada:
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De lozanas flores con corolas finas
y pétalos irisados de festejos,
de fraganciosos campos verdegales,
y de avecillas policromas en miles
de bandadas: trisadoras etéreas.
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Ágil se salió de mi pecho-fortín
mi candoroso corazón a revolcar
regocijo en suelo alfombrado,
como el pajarillo pichcurrucus,
luego
de atragantarse con rocotos bravos
en huertos fértiles de dioses exóticos.
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Por complacer a mi felicísimo
consentido-flirteador me acerqué,
sí,
me acerqué picaflor a la excepcional
y lozana florcilla elegida.
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Así iniciamos la amitié amoureuse
de una pasión encandilada a plenitud.
Entonces, desde aquel ratito dichoso,
por sendas ufanas de campos floridos,
junto a claros y cantarines arroyos;
catarata con su eterna cola de novia
-paraje de graciosos geniecillos
y deidades: ninfas y ondinas-,
y entre múltiples conciertos polífonos
de gorjeos retama inacabables,
agarraditos de la mano-amor,
tan siameses y muy apegaditos:
presintiéndola en mi exaltado anhelo
casi toda mía en cuerpo y alma;
hasta sospechando su gustillo a caldo
de fiesta con presas de carnura tierna,
caminábamos riendo felicidad amante
o solamente mudos al mundo oliscoso,
disfrutando al tope intenso
nuestro exquisito amor en subjuntivo.
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Y ella, mi Numen, nunca jamás faltaba
a esas imborrables citas.
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Y un risueño día enamorado, solos,
la amasia soñada y el amasio soñador
bajo un cielo sonazulado de envidia.
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Quise sentirla repleta en mis brazos
aquel feliz y memorable día celestial,
para en su grandeza entregarla:
mi amante amador encalabrinado,
uniendo a su inmaculado estigma:
polen de mis estambres apetecidos.
.
Y para churrupear su miel primaveral
en riente copa encarnada de sus labios,
y recorrerla con dicha achispada:
por sus recodos, fragancias intocadas,
y tersuras encantadoras de codiciada
flor insólita del idílico edén.
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La exquisita vivaracha-torera esquivó,
y me escrutó alegre y halagüeña
hasta el abierto corazón fehaciente y
venas agitadas del alma enamorada,
atiborrándolos de iridiscente
luz inquietada y de copioso amor.
Enseguida bajó su corola ardorada,
y tan encantadora me musitó a sovoz:
.
Mi corazona ama otro colibrí galán.
Comprendió en puridad romántica
que nuestro sublime amor divinal:
florcilla de rocío, cándida magnolia,
no debería mustiarse así tan de fácil.
.
Se inmoló negándose a darme el sí:
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¡Casi siempre decepcionante y mortal!
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Pues al mismísimo instante emotivo
de feliz asignación de férvido amor,
a corromperse calmadamente inicia
y sucumbe deteriorado hasta ruinas:
por fatal fiasco y tiempo aniquilador,
y extenuación hasta tedio intolerable.
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Así con laboriosidad prolija erigió
una imperecedera y singular arqueta
de fino cristal en mi afable songgo1,
para refugio búnker
de su idealizada imagen orquídea,
y nuestro candoroso amor inmortal.
Huaraz, 6 FEB 2010
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