jueves, 12 de mayo de 2022

SENSIBLE FALLECIMIENTO DEL DILECTO CIUDADANO CHIQUIANO ABEL ALVARADO MONTORO

 














 

RECUERDOS

 




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CHIQUIÁN: 
 
Cielo azul

30 de agosto en soledad,
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.

Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar;
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.

Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.

Nalo AB - 15651
 
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PASAJERO DEL TIEMPO 
 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
Bajo los párpados para soñar despierto, y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento...

Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
 
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, el llanto se esconde en mis pupilas con un rayo de luz que me invita un acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años, o curvado por el peso de los sueños truncos en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, como las manos cuajadas de venas moradas, como una laguna congelada en mil sollozos, como un cortejo de almas penitentes en un viernes cansado de vivir, como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver, o el presagio que envuelto en un gemido adivina que muy pronto será la rígida manecilla de un reloj fenecido.
 


 
Ya es medianoche, y veo pasar por la acera a un viejo vecino con su poncho de neblina. Va murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas vacías. Entonces vienen a mi mente los versos que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar, y barquitos de maguey anclados a la vera de Maraurán, aguardando a sus capitanes que descansan en paz.

En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.
 


 
Ya está amaciendo, y el anciano sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como avanza el tiempo sin retroceder, mientras las sombras aguardan con sus brazos de hielo.

No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio de Jircán colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.
 


 
No escucho risas, golpes de canga ni huaynos en el vecindario, sólo un pichuichanca invidente que no sabe de sol, de luna ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un poco más de tiempo, como las hilachas de la memoria colectiva que el tiempo desovilla a falta de una rueca que las hile hasta convertirlas en poncho, en cuya trama nadie falte ni sobre.
 
 

 
Son las 6 de la mañana, me persigno e ingreso a casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía, dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis vecinos y amigos. Junto a los cuadernos, en un candelabro lleno de gotas endurecidas de dos cirios consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi madre por el esposo viajero.
 
 

Bebo un sorbo de agua con sabor a cuntu añejo, y un pensamiento errante me aprieta el alma. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues aún no se ha inventado algo que detenga el fin"...
 


 
De pronto asoman como aves temporarias las palabras de mi viejo amigo Panchito Gonzáles, que vienen desde Marián, HUARAZ: "Nacer o morir, ¿Un mismo significado?.. morir y nacer, interrogante sin respuesta. ¿La partida será el encuentro? ¡He ahí el misterio de la vida¡... el palpitar se detiene y las arterias son caminos desiertos... el soplo ha desaparecido. Y así, una y otra vez la Fábula de Higinio: “La tierra pide lo que es suyo y el alma al infinito, va en pos de una nueva creación". Sí, ayer llegó el final; la razón y el sentimiento en su lucha tenaz no llegaron a ningún acuerdo, pero triunfó el corazón:.. “Hay que llorar por los seres que se alejan de nuestro lado para siempre, pues son nuestra razón de existir, amor de amores, pena de penas, se diluye en un segundo y todo se acaba”.

Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...

Tulpajapana, 02 NOV 2003


Cementerio de Chiquián
 
 
 
 
CHIQUIÁN: 
 
CLUB ATLÉTICO TARAPACÁ

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

El lunes 27 de noviembre de 1939 se fundó bajo el ala entusiasta de un grupo de jóvenes chiquianos: el CLUB ATLÉTICO TARAPACÁ, nombre que simboliza el valor de un heroico puñado de soldados peruanos que lograron la más célebre hazaña militar en bien de la Patria. Aquel día Chiquián renovó su espíritu deportivo para continuar irradiando su calidad futbolística a lo largo y ancho de Áncash y Huánuco.


Esta pléyade de talentosos jugadores, benefactores, dirigentes e hinchas que hicieron posible su nacimiento, fueron: (en orden alfabético): Abel, Alberto, Alejandro, Anatolio, Antonio, Apolinario, Arcadio, Armando, Artidoro, Arturo, Belisario, Benjamín, Bonifacio, Calixto, Carlos, César, Crisólogo, Daniel, Elías, Ernesto, Eusebio, Félix, Felipe, Germán, Gregorio, Gudberto, Hernán, Hortencio, Jacobo, Jorge, José, Juan, Icha, Leonidas, Luis, Magno, Manuel, Mario, Mateo, Moisés, Oscar, Pedro, Perico, Raúl, Rómulo, Rubén, Segundo, Sulpicio, Teobaldo, Teófilo, Víctor, Virgilio y William, entre otros paisanos que pusieron la primera piedra (Fuente: Armando Alvarado Montoro).

Aquellos pioneros jugaban como buenos hermanos, sin falsos egos, envidias, desavenencias banales ni pregones de éxitos fugaces. No habían “macheteros”, tampoco “cirujanos canilleros”, sólo los impulsaba a compartir una pelota en la cancha, durante 90 minutos de sagacidad, picardía y sudor deportivo, para el deleite del público asistente.

Si bien es cierto que su brillante historia está jalonada de décadas cosechando copas y gallardetes, dentro y fuera de Bolognesi; también es cierto que los primeros años no fueron nada fáciles para ellos, pues tenían que darle forma y consistencia al equipo. Además, los adversarios de talento, humanidad y gran entrega que tuvieron, fueron forjados en el calor de la misma fragua deportiva.
 
 

 
Doy una mirada al pasado y recuerdo aquellos años de finales de década de los 50 e inicios de los 60, donde se yerguen las figuras señeras de cuatro jugadores excepcionales que dejaron huella imborrable en el piso de cascajo del estadio de Jircán:

GUDBERTO IBARRA LOZANO (GUDBI)

De intachable capacidad defensiva como zaguero de altura, e impresionante fortaleza en el marcaje zonal, confianza en el repliegue, gallardía y gran sentido de anticipación. Salida clara, frontal y precisa. Jugador de gravitante personalidad, garra y entrega total. De excelente visión de juego e imparable shot gracias a la rudeza sobrenatural de su pie derecho que parecía ser de concreto armado. 

Un caballero a carta cabal con los delanteros oponentes. Un formidable maestro en la escuela y en la cancha, por su importante cometido en el aula y con los chimpunes. Sin lugar a dudas el mejor baluarte defensivo que vieron mis ojos en Chiquián. Limpio y silencioso en el juego elevado, a media altura y al ras del piso. Culminaba el partido con la camiseta impecable y todos los cabellos en su sitio, con su imponente estampa de actor de cine Azteca. El estadio de Jircán debería llevar con sumo orgullo el bendito nombre del noble zaguero de Quihuillán.

Cada vez que Gudbi se ponía tras del balón para ejecutar un penal con la frente levantada, el arquero prefería ponerse a buen recaudo para evitar ser desfondado por el proyectil de cuero del "francotirador". Ni qué decir de los tiros libres, pues la barrera, resignada a su suerte, se ponía de espaldas con las barbilla lo más pegada posible al manubrio del esternón; de ahí que, por precaución, antes de seguir con la crónica amable lector, apártese un poco más de la pantalla o puede caerle un misil de Gudbi, que juega un partido de final de campeonato en el cielo, con sus compañeros del Tarapacá.

ANATOLIO CALDERÓN PARDO (ANACHO)

Buen toque, fuerza y coraje como buen descendiente del legendario Luis Pardo. Habilidad y férrea pegada, inteligencia de gran nivel, marca, puntería, atento al juego y jugador versátil que podía desempeñarse en cualquier lugar de la cancha. Hizo goles de magnífica factura con su temible cabezazo de sobrepique. 
 
Pieza clave en el equipo, de rápida definición dentro del área. Considerado una pesadilla por los contendores de turno. Más de uno imploró a Papalindo y a Santa Rosita para que no llegue a tiempo al terreno de juego. Al respecto, comentan, que los hinchas más acérrimos de un equipo contrario, dejándose llevar por una “bolada”, no chaccharon para enterrar la cabalística bola de coca en el arco tarapaqueño. La emoción por el dato obtenido en el mercado de abastos fue tan grande que también se olvidaron del sapo y los grillos, y perdieron por goleada, porque el artillero Anacho hizo su entrada triunfal en el segundo tiempo bajo los acordes de Silverio, y marcó cinco goles.

A juicio del respetado comentarista chiquiano Facundo Ramírez, Anacho fue un jugador orquesta en todos los sectores del campo. Dominaba el balón con la elegancia de un albino alfil y la capacidad de entrega de un morocho peón. Es decir, una máquina humana del fútbol, en el mejor sentido de la palabra.  “Servía el balón en bandeja, haciendo que sus compañeros nos luciéramos en el área chica. En los pases cortos y largos nadie más generoso que Anacho, siempre emulando a los pioneros del juego colectivo. Todas sus Jugadas eran de alta ingeniería”, decía mi padre.

GUDBERTO GUTIÉRREZ QUIROZ (BLAKAMAN)

Portero elástico que tapaba más que sotana de gigante en cuerpo de pigmeo. De manos ágiles, fuertes y seguras que no necesitaban guantes, elemento de uso corriente en la actualidad. Infranqueable guardameta, de impresionantes reflejos y nervios de acero en los penales, continuamente emulando al formidable guardavallas del equipo cervecero y de la Selección Nacional, don Rafael Asca Palomino, llamado con justicia alguna vez “El mejor arquero del Planeta” por sus vuelos espectaculares y sus atajadas con una sola mano. Don Rafael, nacido en Magdalena del Mar el 24 de octubre de 1924, falleció el 8 de octubre de 2017, a pocos días de cumplir 93 años de vida. Sus restos descansan en el Cementerio de Huachipa. Paz eterna al grandioso arquero peruano.

“Rápido para resolver en los momentos cruciales del partido en Jircán. Bien parado bajo el travesaño, tan acróbata como Tarzán entre los palos. Un felino de Matara en los despejes aéreos con sus puños de lloque. Adorado por su gallardía y su guapeza”, así recuerda la performance de Blakaman, el chiquiano más querido de todos los tiempos: Papi Rivera Anzualdo.

“Más imbatible que huevo duro”, a criterio de un trejo cocinero del baratillo. “Más seguro que cuncu de piedra”, a pauta de un picapedrero de Lirioguencha. “Blakaman se jugaba la vida en cada partido. No he vuelto a ver en nuestro medio un arquero tan comprometido con su equipo”, subraya con el mayor desprendimiento del mundo un veterano delantero del Sport Jaimes.

Magistral en los saques olímpicos, la dirección y la colocación de los defensas en los tiros libres. Blakaman patentó una nueva forma de contribuir en el juego, siendo el primer arquero chiquiano en abandonar su área para meter un gol de media cancha. Sus salvadas venerables influyeron sobremanera en las generaciones venideras de porteros, resultando también determinantes para lograr empates honrosos frente a rivales superpesados como el Cahuide y el Alianza.

Su gran sentido de anticipación evitó goles cantados en coro por las trémulas tribunas, manteniendo su valla invicta durante centenas de minutos del cuadrangular. Todo un record provincial, de un nacido para ser portero genial, con una voz de mando sin igual. Una tranquilidad de monasterio otorgaba a la zaga albiverde con sus increíbles atajadas; por eso y mucho más, fue pieza irremplazable en tres quinquenios seguidos, siendo considerado por los fanáticos que aún quedan: el mejor arquero de la historia chiquiana en la mitad del siglo XX.

“Mientras en estadios moscovitas “La Araña Negra” (Lev Ivanóvich Yashin) defendía su portería de fierro con sus “ocho brazos”, en Chiquián lo hacía “Blakaman” (Gudberto Gutiérrez Quiroz) en el canchón de Jircán, atrapando la pelota a vuelo de huinchus, acariciando con sus cabellos el trepidante larguero de eucalipto. Ningún arquero chiquiano fue tan diestro con los pies como Blakaman, sobre todo en el corte de jugadas peligrosas dentro y fuera del área, motivando un fulminante contraataque. Al igual que su contemporáneo Yashin, Blakaman solía estudiar lápiz y papel en mano a cada goleador oponente, para evitarse sorpresas de último segundo, sabedor que un acierto puede convertir al arquero en héroe, pero un error lo envía a las frías galeras del olvido con los chimpunes al hombro, porque el puesto de guardameta es el más ingrato de todos, generalmente postergado en los triunfos y los empates, pero condenado a la horca en la derrotas”. Repetía mi padre enternecido hasta las lágrimas al calor de las tertulias jubilares de noviembre con mi hermano Felipe. 
 
 
 
 
La tumba de Yashin, en el cementerio Vagankovskaya, fue uno de los lugares de peregrinación de los hinchas que visitaron Moscú con ocasión del Campeonato Mundial de Futbol RUSIA 2018.
 
 
 
ARTURO BARRENECHEA NÚÑEZ (PAPASECA)

Cintura de goma, canillas eléctricas en el juego de candela, de velocidad envidiable, saltos con impulso y cuarto, y amagues que dejaba birolo al rival, "lo ha hipnotizado shay", era el comentario en las tribunas de piedra, champa y tierra. 
 
Los potreros de la familia chiquiana Barrenechea Núñez fueron la engreída superficie de entrenamiento del pequeño pelotero hacedor de goles de punta, empeine, rodilla, taquito y metatarso, matizando los entretiempos con lecturas bíblicas bajo un coposo aliso, y recorriendo con la mirada las curvas peligrosas de la revista Playboy, todavía en blanco y negro, en los plácidos caminos de Chururo.

Vivaz en los cambios de ritmo, habilidoso, inquieto e imparable en el dribling, un definidor cabal, un hacedor de estragos en la defensa rival como notable caudillo tarapaqueño. A muchos dejó sentados en el piso con sus quicas modelo pinquichida, siempre haciendo de las suyas con su risa cachacienta para sacar de quicio al contrincante de turno. ¡¡¡AURASILO!!! (ahora sí) era el grito desgarrador femenino que manaba volcánico de la barra oponente cada vez que corría como huayco arrasador hacia el arco.

Ser humano que fuera del estadio alegraba a sus amigos con su chispa innata, se consagró en el Rosas Pampa de Huaraz con un gol de palomita torcaza casi de media cancha, que todos vieron menos el árbitro que ya había sido aceitado con su caliche y su platito de chocho de yapa.

Contaba mi papá Armando, que Arturito, llamado así por sus íntimos, fue cedido en calidad de préstamo sin cargo alguno a un equipo chiquiano para enfrentar como centro atacante a la poderosa defensa de Aquia que jugaba de local. Faltaban 15 minutos para la culminación del partido con cero a cero en el marcador; de pronto un potente disparo hizo que la bola desaparezca en las turbulentas aguas del Huamanmayo, ocasión que los jugadores aprovecharon para paliar su cansancio con naranjas y “concordias”, sólo que a Arturito alguien le pasó una jarrita con aromático anisado. Se reinició el partido, y a los cinco minutos corría como si tuviera cinco pulmones y medio. Estando en el centro de la cancha recibió de rebote una bola disparada por el entreala derecho y embaló endemoniado en zigzag, seguido por varios jugadores aquinos que en vano intentaron detenerlo con carretillas y jalones de casaquilla, contentándose con ver el “9” en su espalda, sentados en el piso, número que Lolo Fernández, “Manguera” Villanueva y Valeriano López, hicieron famoso en el coloso de “José Díaz”; "9", que hoy lleva con sumo orgullo el gran delantero José Paolo Guerrero Gonzáles. Y cuando todos pensaban que iba a golpear el balón con un recio puntazo, Arturito frenó en seco en plena carrera, motivando que sus seguidores sigan de largo, casi esquiando en el escaso gramado; y aprovechando que los esquiadores le restaban visibilidad al portero, lanzó una milagrosa hoja seca que ingresó besando los maderos del ángulo superior izquierdo. Fue tan perfecto el gol que un profesor de Física que se encontraba entre los espectadores, gritó: “Con este gol tenemos que replantear las leyes de la gravedad”. A diez minutos para el pitazo final el partido iba un tanto a cero, y Arturito seguía devastando el área rival, a pesar que un jugador “alaracoso”, a quien ni siquiera rozaba con el pétalo de una flor, daba vueltas como rodillo de pastelero en cada caída, deteniendo momentáneamente el partido. Para sorpresa de todos, en el último minuto cambió de puesto con el entreala izquierdo, tomó el balón y corrió llevándolo al ras de la línea de cal, desbordando a la zaga hasta la raya final. Ya en el área chica bailó a su antojo al arquero haciéndolo gatear. Finalmente solo, con la portería desguarnecida, detuvo el balón en la línea del arco y lo tomó con maternal ternura abrigándolo bajo la casaquilla. Adivinando la reacción “del respetable”, no tuvo otra elección que correr hacia la chacra aledaña para no ser linchado; y como narra la leyenda: "de jugar al fútbol, esa tarde pasaron a jugar a las escondidas". Desde entonces su fama de goleador interandino sigue creciendo en el valle del Aynín, "como crecen las sombras cuando el sol declina", frase que hizo célebre en Pucará al pensador patriota don José Domingo Choquehuanca y Béjar.

Un tarapaqueño de viejo cuño lo recuerda así: “Arturito fue el mejor dribleador de su época. Figura clave en el equipo. Un arrollador nato. Los pasodobles con sabor a huaylishada empezaban soberbios cada vez que metía un gol de palomita. El resto es silencio, como dice Shakespeare en Hamlet”. Otros todavía añoran sus temerarias chalacas con la redonda al viento ingresando sedita al arco. Bastaba una rendija de error del adversario para meterse "hasta el rincón de las ánimas", bola y todo, parafrasean emocionados los viejos hinchas tarapaqueños, escuchando los sabrosos comentarios de nuestro mejor relator de fútbol Humberto Martínez Morosini (1925 / 2015). Un día, a puertas de Navidad, estando a escasos tres metros del arco, Arturito agarró de empalme un balón que bajaba de Capillapunta con efecto, lanzándolo con tanto vigor entre los maderos que el esférico desapareció pasando el paraje de Tranca. Para disculparse dijo: “Aprovechando que no hay red, he enviado la pelota como regalo navideño a los niños de Huasta”.

Otro de los grandes episodios protagonizados por el reputado delantero tarapaqueño, da cuenta que una fría tarde de agosto, en los últimos jadeos de la década del cuarenta, con un estadio abarrotado de emponchados, el once albiverde ganó el torneo en honor a Santa Rosa de Lima, patrona de Chiquián, con goles de Arturito que cargaron en paila los arqueros rivales. Durante la premiación como el goleador de la liga provincial, el capitán del equipo sentenció: “Ahora que eres el Rey Arturo del fútbol bolognesino, ¿quieres un trono o un andas”. Arturito contestó: “Ninguno de los dos, prefiero que los caballeros de la mesa redonda me lleven en hombros hasta Jaracoto”. Cerro viril, que setenta años después, el escritor de la añoranza chiquiana Juan José Alva Valverde ha bautizado como la “Octava Maravilla del Mundo”.

Recuerdo que a pocos días del fallecimiento de don Segundo Robles Valverde, entrañable compadre y gran amigo de mi papá, visitamos su casa de Sol de Oro. Allí, entre puñados tras puñados de reminiscencias de aquellos años felices, escuché de labios de don Segundo, expresivas anécdotas tarapaqueñas que quedaron registradas en mi libretita andariega. Aquí dos de ellas, relacionadas con Arturito:
 
1.

El  25 de enero de 1944, un grupo de tarapaqueños visitaron un pueblito del interior de la provincia, para atender una invitación deportiva de la comunidad campesina del lugar. Cuando se reiniciaba el segundo tiempo del partido, con 5 goles a favor del Tarapacá, todos ellos anotados por Arturito, y ninguno en contra. El susodicho, que estaba más embalado que nunca, de un taponazo nada compasivo anotó el sexto de la tarde, motivando un diluvio de lágrimas a orillas de la canchita; de repente oscureció, y los lugareños, pensando que se trataba del Juicio Final culparon a Arturito, amenazándolo con llenarle de hualancas: desde la cabeza hasta los pies. Para suerte del goleador tarapaqueño, habían dos maestros de escuela en su equipo, ambos conocedores que se aguardaba un eclipse solar total para esa fecha. Los maestros explicaron el fenómeno, el eclipse terminó en unos minutos, y continuó el partido.
 
2.

Cierto día, a fines de 1945, un jugador novato acompañó al equipo tarapaqueño a un pintoresco villorrio, cuya canchita estaba al borde del abismo. Como uno de los jugadores titulares se ampolló los pies durante el viaje por el camino de herradura, el capitán del equipo incluyó al novato en la nómina. Ni bien empezó el partido, el generoso Arturito le pasó el balón para echarle una mano. El novato avanzó unos metros, tropezó y cayó. Se paró al toque como "muñeco porfiado" y corrió bola en pie sin marcación alguna, encajando un gol olímpico. Volteó gritando emocionado con los brazos abiertos a la espera de un abrazo, pero a cambio recibió una andanada de mentadas de progenitora. A causa de la caída el novato se había desorientado, equivocándose de arco. Tres minutos después chutó con fuerza, pero desviado, cayendo el balón al abismo. Es decir, árbitro y jugadores se quedaron tirando cintura a cinco minutos de iniciado el partido, pues no había pelota de repuesto, ni siquiera una de trapo.

* * *

Pero no solamente el Tarapacá brilló en el deporte "rey", también lo hizo en vólei, donde figuras como nuestra recordada Chuli Garro Montoro, hermana del formidable jugador de fútbol "Pollito", lució en alto el gallardete tarapaqueño. De la hinchada ni qué decir, todos brindaban lo suyo: masajes, banderolas, naranjas, triplekolas, cantos, alegría por un holgado triunfo, un nudo marino en la garganta en un partido de pronóstico reservado y una hidalga tristeza frente a una derrota que nunca falta en el campo de carretillas, huachas, trancas y artilleros.

Muchos años de esplendor están grabados en la memoria del pueblo chiquiano. Empuje y coraje a toda prueba, desde Umpay hasta Quihuillán, desde Parientana hasta Tulpajapana. Siempre respetando la integridad física del adversario, fue y sigue siendo el norte de generaciones de tarapaqueños que se suceden desde los tiempos de los chimpunes con puente, los balones huancachos con paños cosidos a mano, blader de jebe y pichina ahorcada con duro tiento de cuero. Todavía resuenan los ecos de las hurras de algarabía de las barras al son de las bandas de músicos, y el grito ahogado de las tribunas cuando uno de los arcos entra en pánico de gol por una hoja seca o un sombrerito a la pedrada.

Cuántos chuluc (grillos) fueron sacrificados por los chiuchis vaqueros bajo el grito agorero !huisca, huisca, huisca¡, nadie lo sabe. Cuántas bombachas y calzoncillos terminaron pichidos al final de un clásico Cahuide / Tarapacá, tampoco nadie lo sabe. Cuántos goles de chalaquita con raspada de matanca, de taco sin tiza, de puntazos sin piedad y de cabecita con gorra incluida, están registrados en las retinas telúricas; cuántas anécdotas frotan su historia con "Charcot", maletines y camarines al aire libre, mientras los bajitos nos entreteníamos dominando balones de pucash y dos curpas como arco, no aptos para chacreros.

Las fotos en blanco y negro donde los jugadores aparecen con gorritas de lana, canilleras, musleras y suspensores hasta la barriga, dan cuenta de una época de oro del fútbol macho, y que el 27 de noviembre de cada año recordamos con cariño. Día que por cosas que sólo ocurre en el Perú de mis amores, no es feriado aunque sea laborable, nos queda elevar una plegaria por los bravos soldados peruanos que se fajaron en Tarapacá, y cantar emocionado el himno del equipo:

Tarapaqueño soy,
camisa verde
bien de adentro soy;
todos me quieren,
todos me odian
¡porque soy campeón!

Con esta nota de gambetas y tiros raspando el travesaño, no de pies utilizados como bisturí ni taladro, rindo mi más cálido homenaje a los valerosos soldados peruanos que el 27 de noviembre de 1879 impregnaron de sangre, sudor y lágrimas el campo de batalla de Tarapacá. Del mismo modo a cada uno de los aguerridos jugadores e hinchas del blanco y verde TARAPAQUEÑO de todos los tiempos, que con su coraje, pundonor y entusiasmo, supieron dejar en alto el glorioso nombre que adoptaron con cariño.
 

  
Tarapaqueños de noble cuño.
Todos están en el cielo
¡Benditos sean por siempre! 

Fuente:

Charlando con papá 

 


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NO PREGUNTES POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS;
 
 DOBLAN POR TI Y POR MÍ
 
Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

“Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos  de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Albert Einstein (Mi visión del mundo)
 
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La mañana del martes 17 de octubre de 1961, me encontraba cogiendo agua en el pilón del barrio poco antes de asistir a la escuelita 378 de Quihuillán, donde cursaba el 4to. de Primaria; de pronto, en circunstancias que convergían en la esquina los señores Manuel Roque Dextre y Teófilo Salas Rivera, doblaron las campanas de la iglesia matriz de Chiquián, anunciando un deceso, motivando que mi cuerpo se escarapele, pues los camiones de mi padre y el de su compadre Segundo Robles Valverde, que debieron llegar de madrugada, no asomaban por la ceja de Caranca. Don Teófilo preguntó:

- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?

- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.

Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó, que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
 
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Dicha novela empieza así:

“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
 
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Esquina chiquiana, escenario de la experiencia de vida

Doña María Gamarra de Calderón, quien retornaba del mercado de abastos, acercándose a los dos señores, les comunicó muy apenada:

- Mañuquito, Tiuchito, ha muerto nuestro amigo Shaprita.

Oír el sobrenombre, tantas veces escuchado en Chiquián y los pueblos aledaños, hizo llaga en mi alma para siempre, al interpretar en carne viva el mensaje del poeta metafísico John Donne, pues mi querido amigo Manuel Ñato Allauca partió antes de tiempo. Ser humano muy laborioso fue Shaprita, cuyo aporte era de suma importancia para el pueblo, sobre todo su fraterno afán de fecunda generosidad con los turistas, las amas de casa y los niños que lo teníamos como valioso ejemplo de vida. Dos horas después arribaron mi padre y su compadre Segundo, se habían quedado varados cerca del puente Mellizo (Mayorarca), por la rotura del eje delantero de un camión minero, en una angosta pendiente. Al día siguiente, miércoles 18 de octubre de 1961, el pueblo chiquiano decretó tarde no laborable para acompañar al paisano querido hasta su última morada, al compás de la Marcha Fúnebre de Morán, entonada por la banda de músicos de la solidaria familia Aldave Montoro. Ese día, hasta los niños vestimos de luto.
 
Por éso y por mucho más, cada vez que muere un ser vivo, sé que algo de mí se desprende, y así será hasta el final de mis días, porque gracias a dicha experiencia aprendí que soy parte indisoluble de las obras de Dios, nuestro Creador: la Naturaleza y el Cosmos. Nadie, como bien lo señala John Donne, es una isla; por tanto, ningún ser humano merece vivir ni morir aislado. Al respecto, el poeta español Antonio Machado, nos dice: “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”, de ahí que el lugar mas cálido para el reposo sea el corazón humano, porque en el recuerdo y la esperanza anida el misterio de la eternidad, tal como reza el proverbio de Facundo Cabral: “No perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón”, sin olvidar en cada momento del día las palabras de Jesús: "Yo soy la resurección, y la vida. Aquel que crea en Mí, aunque muera, vivirá."
 
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En estos últimos días han fallecido diez paisanos bolognesinos de gran valía. Hace un año, el 10 de febrero emprendió el Gran vuelo en Lima el escritor Luzuriaguino Guido Vidal Rodríguez, y al día siguiente 11 como hoy, también falleció en Lima, uno de mis amigos más amados, Hugo Nicanor Vilca del Castillo, nacido en Huari. Tengo la certeza de que por dichas pérdidas doblaron las campanas en Bolognesi, Mariscal Luzuriaga y Huari, como expresión de luto colectivo que mantienen y mantendrán eternamente nuestros pueblos fraternos, por más lejos que sus hijos pierdan la vida.

Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
 
   
EN CUALQUIER MOMENTO

La puerta de la vida se cierra, la sangre detiene su curso y el alma vuela como hoja quebradiza en el éter. Abajo los cardos siguen floreciendo en la redondez del mundo.

Todo acaba tras el último aliento, sólo lágrimas de congoja y plegarias a Dios corren en pos de la Resurrección.

Después quedan los recuerdos, y poco a poco el viento del olvido va borrando del mapa el único camino que no conduce a Roma, sino a la tumba.

Ignoro quién sobrevivirá y quién será el ausente en aquel momento. ¿Lo sabes tú?. 
 
Mientras tanto, ama, reza y goza la vida segundo a segundo, por ventura divina.
 
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Confieso, no me ha sido fácil aceptar la muerte de mis seres queridos: abuelitos, mamá, papá, tíos, primos, sobrinos, maestros, compañeros de estudio, trabajo y de ocio, coterráneos y entrañables amigos. Solamente el honrar su recuerdo, compartir experiencias similares con fe y esperanza, entender que empezamos a morir desde que nacemos y dejar brotar las emociones contenidas, han hecho que no sea el muerto en vida del poema de Becquer, sino que viva cada día como si fuera el último, apreciando segundo a segundo lo bella que es la existencia terrena, en armonía plena con la creación del Altísimo.
 
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En casos muy dolorosos un abrazo a tiempo es mejor que mil palabras, sin perder de vista el mensaje de San Agustín: "Cuando tenga que dejarte por un corto tiempo, por favor, no te entristezcas, ni derrames lágrimas, ni te abraces a tu pena a través de los años. Por el contrario, empieza de nuevo con valentía y con una sonrisa por mi memoria y en mi nombre y haz todas las cosas igual que antes, no alimentes tu soledad con días vacíos sino llena cada hora de manera útil. Yo estaré cerca de ti y nunca tengas miedo de morir porque yo estaré esperándote en el cielo".
 
  Chiquián, una vez más la banca vacía...

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