E L A M O R D E U N A M A D R E
En el DÍA DE LA MADRE comparto este cuento aleccionador recogido en el Centro Poblado de Cuspón.
En
una humilde casa de Cuspón (Chiquián, Bolognesi) habitaba una señora
entrada en años y sus dos jóvenes hijos. La pobreza reinaba por todos
los rincones, ella hacía muchos años que había quedado viuda y como tal
se desvelaba por mantener sanos y salvos a sus críos. Producto de largos
años de lucha y sacrificio tenía la salud quebrantada. Lo que no
ocurría con sus mozalbetes, robustos y bien alimentados, dedicándose a
jugar, vagabundear, comer y dormir, sin mostrar la mínima preocupación
por saber cómo la pobre madre conseguía el yantar de cada día.
Sintiéndose
ya inútil para las faenas del campo, un día pidió a sus hijos que
fueran a Quino, donde la comunidad iba a distribuir las parcelas
destinadas al sembrío de papas. Con sumo desgano se dirigieron a este
lugar y recibieron la suya. En el mes de mayo fueron nuevamente enviados
con dos buenas barretas y una talega de fiambre, para realizar el
“chacmeado”. Éstos, lejos de realizar la faena, se dedicaron a jugar y
molestar a las personas de los alrededores, regresando a casa en la
tarde “muy cansados y hambrientos”. La cariñosa madre los recibió
alegremente, dedicándose a frotar y sobar los miembros y las espaldas
“adoloridas por el fuerte trabajo”. Igual ocurrió en los tres
subsiguientes días.
Pasaron
los días y los meses y llegó noviembre. Había que realizar el sembrío
de papas. La atribulada madre se vio en apuros para conseguir las dos
arrobas de semillas necesarias, lo que se concretizó, no sin mil y un
esfuerzos. Nuevamente envió a sus hijos a “sembrar la papa”, a
regañadientes estos se dirigieron a Quino. Ya en el terreno baldío se
dedicaron a preparar “cuayes” (cocer la papa en la brasa del fuego) y a
comerlas, operación gastronómica que repiten por dos días más,
regresando a casa con más “hambre” que la atribulada madre procuraba
mitigar al instante. Como es de suponer, en los días del aporqueo, estos
malos hijos sólo se dedicaron a jugar hasta cansarse al máximo y volver
agotados a casa.
La
madre sacando cuenta del tiempo transcurrido y calculando que las papas
ya estaban maduras, pidió a sus hijos que fueran a sacarlas, pues todas
sus provisiones se habían agotado y no tenía con qué llenar la olla.
Mas, éstos se negaron, aduciendo que estaban cansados de tanto trabajar y
cumplir los mandatos de ella. Ante este contratiempo, pidió que le
dieran las señas de la chacra para que pudiera localizarla, ya que no le
quedaba sino realizar la faena ella misma. Los hijos para quedar a
salvo del engaño, señalaron los datos de una parcela vecina.
Con
mucho esfuerzo y agotada, dada la distancia y sus males, llegó al
terreno indicado. Encontró un potrerito de hermosas matas de papa.
Emocionada, alegre y llorando, inició la tarea de sacarlas. A poco fue
interrumpida bruscamente por las palabras agrias y fuertes de un señor
que, a la sazón, era el dueño del terreno. Luego de la aclaración, la
señora fue informada con lujo de detalle de la forma cómo sus hijos se
la pasaron entre juegos. Y de resultas no había papas qué cosechar y
menos qué comer. Sumamente afectada, triste y llorosa retornó a su hogar
con las manos vacías, pensando en sus hijos y en lo que les daría para
mitigar su hambre.
Ya
en casa, se puso a meditar largamente. No tenía qué cocinar y amaba
tanto a sus hijos que no estaba dispuesta a permitir que se quedaran sin
cena. No encontrando solución y sin vacilar mucho, agarró un cuchillo
filudo y cortó la parte más carnosa de su enjuta pierna, con lo que
preparó un delicioso caldo para sus hijos. Estos se sirvieron con
voracidad sin mediar pregunta de cómo había conseguido la carne y se
acostaron satisfechos.