La Vergne, 02 de setiembre de 2014
HOLA SHAY:
ACTIVIDADES DEL 02 DE SETIEMBRE EN CHIQUIÁN
05:00 a.m. Plaza de toros de Jircan
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Armado de palincas
05:00 a.m. Plaza de toros de Jircan
Pinquichida
09:00 a.m. En la casa del Inka y Rumiñahui.
10:30 a.m. En la casa de la Primera y Tercera Mayorala.
12:00 m. En la casa de la Segunda y Cuarta Mayorala.
Primera tarde taurina
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03:00 p.m. A cargo del Capitán de la fiesta, con presentación de una cuadrilla de toreros.
Quema de un castillo de fuegos artificiales
10:00 p.m. Plaza de Armas.
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02 SET 2010 EN IMÁGENES
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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APUNTES CHIQUIANOS
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PRIMERA Y SEGUNDA TARDE DE TOROS
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
2 DE SETIEMBRE
(Día del Inca y Rumiñahui)
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Primera tarde taurina
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Desde
las primeras horas de la mañana se realiza la Pinquichida en las casas
de las mayoralas. También con el alba los comuneros empiezan a
construir pintorescas palincas (barandas en forma de tribunas con
palos, pellejos de vaca y listones de madera amarrados con sogas de
cabuya, cuero o de nylon), con suficiente espacio para albergar sillas y
bancas para los familiares y amigos.
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Como una forma de hacer un ruedo más compacto, los
lugares desiertos por donde pueden escaparse las vacas y los toros
bravos son cubiertos con camiones, omnibuses y camionetas, que en la
mayoría de los casos terminan con la capota del motor despostillada por
las pisadas de los asustados curiosos que trepan temerosos de una
cornada fatal.
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Gracias
al aporte de paisanos benefactores, cada cierto tiempo se construye un
coso de madera, con burladeros para el refugio de los toreros en el
interior de la plaza, sin alterar la estructura de las tribunas de tierra donde
reposan las palincas, ni la ubicación de los vehículos motorizados;
garantizándose así, que los toros "no abusen" de los
borrachitos que vuelan como cometas, entre ayes y carcajadas. Sin
embargo ha motivado que muchos 'Romeos de poncho y sobresalto' pierdan
la oportunidad de demostrar a sus 'Julietas de setiembre' lo macho que
son al pasearse sudando frío en el ruedo junto a mil temblorosos
enamorados más. Ya con el tiempo crearán nuevas fórmulas para flirtear a la
distancia sin tanto susto.
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A
partir del mediodía la plaza de toros de Jircán comienza a engalanarse
con la presencia del pueblo y de chiquianos visitantes, provenientes
de diferentes latitudes. No falta el turismo interno: sombreros
adornados
con flores de Mangas y vestidos multicolores de Roca, haciendo de cada
tendido un arco iris humano.
Antes de verse cara a cara con la muerte en el ruedo, los toreros visitan la Iglesia del pueblo para encomendarse Dios y a Santa Rosita. Es un pacto secreto entre el diestro y la fe.
Las avelladas anunciando la llegada del Inca y su séquito, son señales de estruendo y humo que la espera llegó a la recta final. Luego ingresan las cuadrillas de toreros y finalmente el Capitán y su comitiva con sus cabalgaduras resoplando al compás de la banda de músicos, precedidos por el Abanderado que lleva la Bandera peruana. Una vuelta al ruedo, saludos y aplausos. Se abre la compuerta y antes de que todos los caballos abandonen el ruedo, sueltan una vaca loca entre gritos y ayes. Gran parte de la plaza queda desierta. La corrida ha empezado, a persignarse unos y ajustar el * otros.
Tengo bien grabada en la memoria la primera corrida de toros de 1975. Nunca antes había visto bailar con tanta destreza y sentimiento a Rumiñahui. A escasos minutos para las 4 de la tarde hizo su ingreso mi amigo Pedro Rivera Ñato con su lanza bicolor de mando. Parecía un cóndor a punto de elevar vuelo batiendo sus remangas, como quién dice, abriendo campo para que pase campante el Inca (Raúl Santiago Márquez), las pallas y los paisanos huylisheando sin cesar al son de la orquesta. Y no fueron dos, sino tres a pedido del público, las vueltas que el Inca y su séquito dio al ruedo apretujado de curiosos, antes de ubicarse en la palinca. Luego llegó el Capitán (Manuel Roque Dextre) e hizo lo que tenía que hacer: demostró una vez más el por qué era considerado uno de los mejores ganaderos de la región: ducho sobre el caballo, y por los toros bravos de su propiedad que se lucieron en aquella corrida memorable, con dos bandas de músicos tocando a todo pulmón, y los manojos de pañuelos de las pallas flameando en todo lo alto como palomas multicores en vuelo rasante. Al culminar la corrida, un borrachito que estuvo a mi lado durante la tarde, apretando una chata de Cartavio a su pecho, lloró de emoción y musitó "Ahora sí puedo morir tranquilo, he visto la mejor huaylisheada y la mejor corrida de mi vida".
Antes de verse cara a cara con la muerte en el ruedo, los toreros visitan la Iglesia del pueblo para encomendarse Dios y a Santa Rosita. Es un pacto secreto entre el diestro y la fe.
Las avelladas anunciando la llegada del Inca y su séquito, son señales de estruendo y humo que la espera llegó a la recta final. Luego ingresan las cuadrillas de toreros y finalmente el Capitán y su comitiva con sus cabalgaduras resoplando al compás de la banda de músicos, precedidos por el Abanderado que lleva la Bandera peruana. Una vuelta al ruedo, saludos y aplausos. Se abre la compuerta y antes de que todos los caballos abandonen el ruedo, sueltan una vaca loca entre gritos y ayes. Gran parte de la plaza queda desierta. La corrida ha empezado, a persignarse unos y ajustar el * otros.
Tengo bien grabada en la memoria la primera corrida de toros de 1975. Nunca antes había visto bailar con tanta destreza y sentimiento a Rumiñahui. A escasos minutos para las 4 de la tarde hizo su ingreso mi amigo Pedro Rivera Ñato con su lanza bicolor de mando. Parecía un cóndor a punto de elevar vuelo batiendo sus remangas, como quién dice, abriendo campo para que pase campante el Inca (Raúl Santiago Márquez), las pallas y los paisanos huylisheando sin cesar al son de la orquesta. Y no fueron dos, sino tres a pedido del público, las vueltas que el Inca y su séquito dio al ruedo apretujado de curiosos, antes de ubicarse en la palinca. Luego llegó el Capitán (Manuel Roque Dextre) e hizo lo que tenía que hacer: demostró una vez más el por qué era considerado uno de los mejores ganaderos de la región: ducho sobre el caballo, y por los toros bravos de su propiedad que se lucieron en aquella corrida memorable, con dos bandas de músicos tocando a todo pulmón, y los manojos de pañuelos de las pallas flameando en todo lo alto como palomas multicores en vuelo rasante. Al culminar la corrida, un borrachito que estuvo a mi lado durante la tarde, apretando una chata de Cartavio a su pecho, lloró de emoción y musitó "Ahora sí puedo morir tranquilo, he visto la mejor huaylisheada y la mejor corrida de mi vida".
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La corrida a cargo del Capitán se inicia a las 4 de la tarde. Se
lidian seis toros bravos y dos vacas chuscas encargadas de 'limpiar la
plaza'. Por cosas del clima es momento de una corta llovizna que cae
como una bendición para suavizar el ruedo de lija (cascajo y tierra).
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Durante
el intermedio: el Capitán, su comitiva, familiares y curiosos dan un
paseo por la plaza bajo las notas de la banda de músicos, una incesante
lluvia de caramelos, bizcochuelos, cerveza y aplausos. Si en este
intervalo, un voluntario hace notar su decisión de convertirse en el
futuro Capitán, se le cede el sombrero, corona, banda y cabalgadura,
iniciando junto al nuevo Abanderado y sus acompañantes una vuelta al
ruedo para recibir la anuencia del público, que empieza a augurar si la
próxima fiesta será buena, regular o mala. El Capitán escoge su
comitiva dentro de los miembros de su familia y del entorno más cercano
de sus amistades de la infancia o su centro de labores.
Llama la atención ver el ruedo abarrotado de vendedores de helados, cancha 'poc-corn', alfeñiques y manjares costeños. En algunas ocasiones los toros embisten a estos sufridos vendedores, a quienes no les queda más remedio que despedirse de sus helados, bandejas, bizcochos y camisas que quedan hechas trizas por las filudas astas de los bravos. Ni qué decir de los espontáneos, quienes por tratar de impresionar a la dama de sus sueños, deambulan 'muertos en vida', obstaculizando la faena de los toreros y aficionados del lugar; es decir, estos 'temblorosos diestros' colman el coso, culminando su periplo taurino con el calzoncillo cargado de miedo.
En mis años mozos se lidiaban algunos toros de muerte, que despachaba al camal para su venta por arrobas, el torero regional 'Romerito el quisipatino', vestido de seda y oro, con no menos de diez banderillas que terminaban regadas en el piso y media docena de estocadas entre el lomo y la panza del semental, que encendían pasiones encontradas en el público. Prácticamente estos animalitos de Dios quedaban como rayadores de beterraga (betarraga) y su agonía no cesaba si el experimentado Augusto Peña Mendoza, a quien llamamos de cariño 'Shatanco', encargado de sacar los toros, los ahorcaba con un torniquete en el cuello, con ayuda del torero y sus ayudantes. Augusto Peña, un chiquiano comedido y soñador, siempre tiene en la mirada la esperanza de una buena tarde de toros para el deleite del pueblo, ya cuando las sombras cubren Jircán, mira el horizonte con esos ojos de quien no quiere que se acabe la labor que ama.
La primera tarde taurina agoniza cuando el sol desaparece tras el Huayhuash, circunstancias que aprovecha el torero que realizó una buena faena para darse una vuelta al ruedo, pidiendo un donativo con la roja y amarilla extendida por cuatro subalternos, aunque no falta una piedrita lanzada con disimulo por algún ácido comentarista de palinca.
Uno que otro año el coso se tiñe de rojo con la sangre de los borrachitos que son pasados, repisados y repasados sin compasión por las pezuñas y las astas del toro. "Le ha agrandado el uchcu", dice uno. El otro le pregunta: ¿como sabes shay, acaso eres de Mangas". "No ves que uno de los cuernos está ocre", retruca de inmediato. "Mostacero tenías que ser", finaliza el diálogo en la palinca, mientras el dueño del toro, emocionado hasta el llanto, grita desde el fondo del alma telúrica: ¡¡¡banda, un pasodoble¡¡¡, y la banda de Llipa entona un clásico taurino. Hacer clic:
Llama la atención ver el ruedo abarrotado de vendedores de helados, cancha 'poc-corn', alfeñiques y manjares costeños. En algunas ocasiones los toros embisten a estos sufridos vendedores, a quienes no les queda más remedio que despedirse de sus helados, bandejas, bizcochos y camisas que quedan hechas trizas por las filudas astas de los bravos. Ni qué decir de los espontáneos, quienes por tratar de impresionar a la dama de sus sueños, deambulan 'muertos en vida', obstaculizando la faena de los toreros y aficionados del lugar; es decir, estos 'temblorosos diestros' colman el coso, culminando su periplo taurino con el calzoncillo cargado de miedo.
En mis años mozos se lidiaban algunos toros de muerte, que despachaba al camal para su venta por arrobas, el torero regional 'Romerito el quisipatino', vestido de seda y oro, con no menos de diez banderillas que terminaban regadas en el piso y media docena de estocadas entre el lomo y la panza del semental, que encendían pasiones encontradas en el público. Prácticamente estos animalitos de Dios quedaban como rayadores de beterraga (betarraga) y su agonía no cesaba si el experimentado Augusto Peña Mendoza, a quien llamamos de cariño 'Shatanco', encargado de sacar los toros, los ahorcaba con un torniquete en el cuello, con ayuda del torero y sus ayudantes. Augusto Peña, un chiquiano comedido y soñador, siempre tiene en la mirada la esperanza de una buena tarde de toros para el deleite del pueblo, ya cuando las sombras cubren Jircán, mira el horizonte con esos ojos de quien no quiere que se acabe la labor que ama.
La primera tarde taurina agoniza cuando el sol desaparece tras el Huayhuash, circunstancias que aprovecha el torero que realizó una buena faena para darse una vuelta al ruedo, pidiendo un donativo con la roja y amarilla extendida por cuatro subalternos, aunque no falta una piedrita lanzada con disimulo por algún ácido comentarista de palinca.
Uno que otro año el coso se tiñe de rojo con la sangre de los borrachitos que son pasados, repisados y repasados sin compasión por las pezuñas y las astas del toro. "Le ha agrandado el uchcu", dice uno. El otro le pregunta: ¿como sabes shay, acaso eres de Mangas". "No ves que uno de los cuernos está ocre", retruca de inmediato. "Mostacero tenías que ser", finaliza el diálogo en la palinca, mientras el dueño del toro, emocionado hasta el llanto, grita desde el fondo del alma telúrica: ¡¡¡banda, un pasodoble¡¡¡, y la banda de Llipa entona un clásico taurino. Hacer clic:
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El
terror empieza cuando el toro sale con furia. Es cuando madres,
abuelitas, hermanas, cuñadas, vecinas y enamoradas se encomientan al
Señor de Conchuyacu y a Santa Rosita apretando su Rosario. ¡Ahurasilo!!!! (ahora sí) gritan trémulas, "busca a tu papá no lo veo por ningún lado, te dije que no lo dejaras salir de la casa". Pasa el peligro y vuelve el alma al cuerpo.