CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
SÁBADO 20 DE NOVIEMBRE, 7.00 PM
Homenaje y conferencia
AGUSTÍN ZÚÑIGA GAMARRA
“La belleza de la palabra y los números”
Bienvenida: DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
Presentación: RAMÓN NORIEGA TORERO
Semblanza: ARMANDO ALVARADO BALAREZO
Comentario: MODESTO MONTOYA ZAVALETA
Entrega de Diploma de Honor: CÉSAR VALLEJO YNFANTES
Imposición de Medalla de Oro: CARLOS CASTILLO MEZA
MIÉRCOLES 24 DE NOVIEMBRE, 7.00 PM
Distinción y Recital
MARIANA LLANO
Directora de la Asociación Cultural
Iberoamericana Manuel Scorza, Barcelona
Presentación: CARLOS CASTILLO MENDOZA
Memoria de Manuel Scorza
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 2 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
planlector@hotmail.com
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EFEMÉRIDE
3º DOMINGO DE NOVIEMBRE
DÍA MUNDIAL DEL AIRE PURO
PLAN LECTOR PLIEGOS DE LECTURA
TRANSPARENCIA EN EL MUNDO ANDINO
Por Danilo Sánchez Lihón
1.
Aún es noche oscura y profunda, pero ya la hora avanza rodando inatajable.
De pronto el silbo agudo de un pajarillo perfora el hueco de las tinieblas con un piído penetrante que se desprende desde algún nido recóndito oculto entre el ramaje.
O que se abriga en los carrizos del alero bajo el tejado.
Con él se expande un tenue claror de nardo y rosas. Y con su trino se anuncia un nuevo día.
Esa avecilla ha despertado al universo entero.
Desde su pico y desde su leve canto la vasta extensión de la vida se tensa y se estremece; deja su letargo, se remueve y despierta.
Todo parece haber sido hincado por ese canto milagroso.
2.
Los cerros se desperezan entre cristalinos y soñolientos.
Y todo, poco a poco, recobra el frenesí a partir de aquel tenue gorjeo.
¿Cómo es que una señal tan diminuta haya dado inicio al portento de esta explosión?
¿Cómo es que la hilacha de un silbido haya desencadenado esta orquesta atronadora de sones, latidos y el fragor de la creación?
¿Cómo es que desde este minúsculo gesto el mundo entero otra vez revive y se inquietan gozos y pesares?
También han despertado las voces candorosas de la gente que se revuelve en sus lechos:
– ¡Ya es de madrugada!
3.
– ¡Ya amaneció!
Y las otras voces de la gente que ya avanza por los caminos, trayendo de los campos romero, cebolla, cilantro y hierbabuena.
Y que ofrecen sus atados en la calle repentinamente develada.
– ¿A cómo están las clavelinas?
– A real el ramo, señora.
– Pero ni una de color blanco has traído.
– Aquí hay una, mamita.
– ¡Pero qué es una entre tantas flores amarillas, rojas y azules!
– Las avispas pican a las blancas, por eso no hay.
– Y, ¿por qué las pican?
4.
– ¡Por su pureza los persiguen los moscardones!
Amaneceres que hacen sentirnos al principio pálidos y ojerosos. Y después radiantes, mirando la tierra humedecida.
Los muros llenos de flores. Y los rastrojos del alba temblando en los dinteles de las ventanas.
¡Ya se astilla el espejo del sol en los bordes de los cerros, deshaciéndose en brillos multicolores!
Pronto, el ruido de las hachas llega acompasado con su retumbo, volviendo a caer sobre los troncos.
Y empieza el rezongar de las cocinas que restallan y humean en el horizonte.
5.
Ya en los caminos, y de un momento a otro, explosiona el sol.
Pero primero ha despuntado coronando la cresta de los cerros.
Luego se extiende dorando las colinas y esparciendo mixtura en los bosques lejanos.
Hasta estallar de un momento a otro en nuestra frente y en nuestros pies.
Hace nítidas en las cercas, las campanillas violáceas, las margaritas de las acequias.
Y esas flores blancas y pequeñas que llamamos “lágrimas de novia”, que crecen en los muros y siempre al borde de los senderos.
El brillo del sol es de oro en los adobes de tierra de las casas humildes.
6.
Y es que cada paja, cada brizna de hierba, cada minúsculo grumo de cuarzo, pedernal o arenisca, unida a la arcilla de la pared, producen esa aureola que irradia el adobe honesto de la casa pobre.
Y he aquí que sobre ese muro se alza el canto del huanchaco pecho colorado. Y el vuelo de la queruquenga blanca y negra.
Cruza de sombra a sombra la flecha en el suelo del zorzal ufano.
Bajo el sol se dilatan las hondonadas, los barrancos y los desfiladeros, Los potreros por donde se deslizan los ríos impetuosos.
También se calienta al sol de la mañana la lagartija verde, madre de las tunas, hada vivaz de las pencas y diosa de las grietas, de los agujeros y de los escondrijos.
7.
Retazos de colores se esparcen por lomas y planicies, por bajíos y altozanos.
Todos los campos están sembrados con diversidad y variedad de cultivos:
Donde relumbran y hasta brillan el blanco perla de la cebada, el esmeralda tropical de los maíces y el amarillo oro del trigo.
Hacia aquel lado se extiende el anaranjado traslúcido de una chacra de ollucos.
Allá el morado y blanco de una parcela de habas, ya en flor.
Aquel cerco amarillo es de mostazas. Y el otro escarlata es de plantas de sugán.
Esto ocurre en el terreno de llanura o secano.
8.
Pero mirando hacia arriba, hacia la cumbre de aquel promontorio, casi encima nuestro resplandece un retazo de verde translúcido, parejo e intenso.
¡Es un sembrío de alverjas!
Una gota de pasión, una lengua de luz entre los abrojos.
Es una fuente cristalina en vertical suspendida sobre los abismos.
Está en plena ladera. ¡Qué digo ladera! ¡En una pendiente escarpada!, casi a plomada, entre rocas abruptas y alturas de miedo.
Es un pedazo de tierra sembrada que se distingue también desde esta ventana, en esta casa en la curva del camino donde acampamos.
9.
Desde aquella cima fulgura el verdor del sembrío hacia la redondez de toda la comarca.
Y allí florece. En lo alto de los farallones.
No sé cómo hará el hombre o la familia que lo cultiva para haber hecho los surcos, para dejar caer la semilla, para hacer el deshierbe, el aporque.
O para regarle agua los días de estío.
Y después cómo recogerá el fruto en sus vainas de jaspe, sin caerse al barranco.
Porque, ¿quién puede subir allí y permanecer sujeto en ese precipicio?
10.
¿Quién puede hacer un remiendo de verde al borde de un peñasco?
¿Y sembrar entre las zarzas silvestres de un risco?
¡Sólo ustedes, padres míos, campesinos de mi aldea!
Forjadores de la altura, la transparencia y el vértigo.
Talladores de lo que es límpido, puro y absoluto.
Dueños impertérritos del coraje y del valor.
Donde mujer y marido llevan envuelto al hijo tierno y le hacen su cuna en esas alturas.
En algún recodo delgado del ventarrón que sabe lo que no debe arrastrar a las hondas cañadas por donde muge bravío.
11.
Porque la tierra ofrece sus dones, pero el valor del hombre agrega a su inmensidad el heroísmo del construir cotidiano.
De allí que pronto la neblina de la alborada se va destejiendo. Y llega subiendo de la hondonada.
Ya se desmaya por las paredes y se deja caer por el suelo.
Semeja la pelusa de un durazno en flor. O el vello tierno en el cuello de una niña recién nacida.
Es un blanco perla que se deslíe entre el verde fuerte de los sembríos y el azul añil del cielo.
12.
– ¡Ya está crecido el aviar! –le dice el hombre a la mujer mirando sus campos florecidos.
– Para mayo será la recogida.
Para mayo también nacerá el hijo que la mujer lleva en las entrañas.
¡Es la tierra donde han brotado las espigas!
Hay un mecerse acompasado de tallo con tallo.
Y un susurro al rozarse de una hoja con la otra hoja, bajo el susurro del viento.
Y así como del piído de la avecilla insurge el pasmo de la creación; del sueño, del brazo y el pundonor de los hombres florecen los campos cada día.
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
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