CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
3 DE NOVIEMBRE, DÍA DE LA FUNDACIÓN POLÍTICA
DE SANTIAGO DE CHUCO
CHUCO, MEMORIA Y ESPERANZA
ACTIVIDAD
MIÉRCOLES 3 DE NOVIEMBRE, AÑO 2010, 7.00 P.M.
PROGRAMA
MESA REDONDA:
SANTIAGO DE CHUCO MEMORIA Y ESPERANZA
CARLOS CASTILLO MENDOZA
WILMER ROJAS RUIZ
WALTER VÁSQUEZ VEJARANO
Vino de honor
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 2 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
planlector@hotmail.com
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
NOVIEMBRE EN LA VIDA Y EN LA MUERTE
Danilo Sánchez Lihón
"Y si luego encontramos de buenas a primeras,
que vivimos" César Vallejo
que vivimos" César Vallejo
1. Zumba en las espigas
En noviembre es mi cumpleaños.
Dos días antes, el primer día del mes, cae feriado por celebrarse el Día de Todos los Santos.
Y en la víspera es evocación y jaculatoria por el Día de Todos los Muertos.
Y el día tres en que nací, por coincidencia del destino, se rememora la fundación de la Provincia de Santiago de Chuco, mi pueblo.
Entonces en la mesa hay cuy ¡con graneado de mote de trigo! Lavado y pelado en ceniza por ti misma, mamá, en los arroyos del Pozo Sagrado.
Y los granos de trigo mientras, le quitas las limallas de carbón en que se ha cocido, con el agua límpida que corre, se asienta bajo el líquido transparente como huevecillos de peces subyugados y translúcidos de un color verde amarillo como el oro hechizo.
Y cuando se lo come duro y suave, crudo y frío, lo vamos cogiendo con la mano helada a puñados exactos del fondo de la batea donde lo pelas.
Y al llevarlo a nuestra boca es como sorber por vez primera el agua original de los manantiales. Y el viento que zumba en las espigas doradas de los campos.
2. Y avanzan saltando
Al mediodía la casa huele a plantas silvestres. Y a bosques de naranjos en flor.
Y es porque has empezado a zahumarla, sacando brasas del fogón y poniéndolas en un trozo de callana o teja.
– ¿Por qué zahumas la casa, mamá?
– ¡Porque hoy día naciste, y los aromas son espíritus!
Encima dejas caer desde tus manos cáscaras de limas secas al sol. Sobre eso colocas semillas de alhucema, trompitos de eucalipto, que mis hermanas juntan en los caminos. Y una ñisca de romero.
Entonces cerramos puertas y ventanas. Y dejamos que el humo empape las paredes, los muebles y la ropa de dormir que queda fresca y fraganciosa.
– Esto te ayudará a tener sueños hermosos y visiones apacibles. –Dices.
Y yo te adoro, por lo tierna, dulce y bonita.
A media mañana y en la tarde cruzan multitudes de loros por el cielo límpido o anubarrado:
– ¡Criap!, ¡criap!, jcriap!
Es su griterío. Y avanzan saltando como voladores incipientes, aleteando como si se tropezaran y se fueran a caer desde la bóveda celestial.
3. Por primera vez
Ahí viene entonces el extravío de mi padre, quien sale al corredor, y después al patio. Y haciendo visera con la mano empieza a vivarlos y a contarlos de cinco en cinco:
¡Gracia que él tiene para eso! Es su curiosidad y desvarío. Le encantan estas parvadas de loros que él los cuenta con precisión asombrosa.
– Diez, quince... treinta, sesenticinco... noventa... ciento cinco, ciento treinta... ciento noventa y siete loros. –Concluye.
Y que aletean alocados, viniendo de las chacras de Quenre a sus dormideros en Chacomas.
Pero, ¿por qué los cuenta? ¿Acaso por delirio? ¡No! Por un detalle sencillo en el cual se trasluce el alma de maestro de papá. Lo hace para saber cuántos loros recientes hay en la bandada. Porque esos loros flamantes, niños o adolescentes que hoy día han salido a aprender, a valerse por sí mismos y a enfrentarse a la vida, son su desvelo.
– Ayer contamos... ¿cuántos?... aquí anoté con mi tiza sobre esta piedra. Eran: ciento ochenta y ocho. Quiere decir que hay nueve loros más y que hoy, por primera vez, han salido con el grupo. Esto es: que ya van a aprender, a enfrentarse, a luchar por la vida.
¡Y eso exorciza a la muerte!
4. Vigilante y ensimismado
– Pero, pasan tantas bandadas, papá. Esta puede ser otra, distinta a la que contaste ayer.
– Se conoce por el chillido, hijo. Cada bandada tiene distinto llamado y consigna, de lo contrario se confundirían cuando bajan juntas a una sementera.
Y es que mi padre también es músico. ¡Y eso exorciza a la muerte!
Ya a media tarde tintinean las esquilas de los bueyes que arrastran algún árbol derribado para leña. Y que arrastran hacia algún solar espacioso.
– ¡Para leña no! –Me corrige mi prima Amelia–. La leña la rajan en el mismo campo en donde pueden saltar las astillas. Y allí la secan.
– Entonces, ¿para qué son esos maderos?
– Para vigas de la sala, el comedor o los dormitorios de alguna casa que se está construyendo.
¡Y eso exorciza a la muerte!
Allí van los toros con las cabezas levantadas con el yugo. Y braman, arriados por un gañán vigilante y ensimismado.
5. Un día como hoy
En la noche se oye el acorde de la mandolina que toca papá, abstraído en no se qué insepultos pensamientos.
Quizá porque ayer fuimos al cementerio a visitar a nuestros ancestros, sobre los montículos en donde están enterrados.
Llevamos coronas de flores hechas de papel crepé negro y blanco, con hojas de platina dorada, en torno a un aro de alambre, en donde se enrollan tallos, frutos y capullos.
Las llevamos los niños colgadas a un carrizo fresco. Y van en lo alto como estandarte por la calle estupefacta.
Si son varias las enlazamos y entre dos primos o hermanos, cogiendo de cada lado el borde del palo, las coronas van tendidas al centro cual si lleváramos el corazón del difunto.
Hemos atravesado todo el barrio San José y ya estamos en el obelisco, en las afueras del pueblo.
Este monumento es en honor a quienes bregaron porque Santiago de Chuco fuera provincia. Aquí están sus nombres: Gerardo Calderón y Tomás Ganoza, precisamente un día como hoy, 3 de noviembre.
6. He aquí la puerta
Ahora, ya subimos por un sendero flanqueado por inmensos árboles añosos, que se han acostumbrado a llorar y gemir de ver el paso de los ataúdes y tras de ellos a la gente compungida.
A este lugar en que estamos se lo denomina Las Pozas porque en un breve declive del suelo se retiene el agua que llueve y aquí permanece apenas irisada por la brisa.
Es la mitad del camino entre las últimas casas del pueblo y el cementerio que está hacia lo alto, sendero solemne, bajo el frescor de los eucaliptos.
Por eso, hay una expresión entre nosotros que dice:
– ¡Ha regresado de las pozas!
Que alude a que un enfermo ha estado tan grave que convalece después de haber estado a mitad del camino entre la vida y la muerte.
Pero, he aquí la puerta del camposanto, que es una reja de fierro con dos capillas hacia los costados. Y que hoy día están abiertas y dejan ver los catafalcos.
7. Pero, ¿aquí era?
Y adentro del panteón, un campo florido, pleno de mostazas, retamas, juncos, hierbas, flores e infinidad de cruces esparcidas.
Algunas con coronas como estas que llevamos, pero ya envejecidas. Y en cuyos maderos los nombres de los difuntos se han borrado para siempre.
Se ubica el cementerio en la colina más alta y transparente, con el perímetro en hexágono de pirca de piedras enfiladas, sombreada de eucaliptos y cipreses.
Crecen entre los nichos yertos ramajes de hierbas silvestres.
Y ha sido buscando entre las mostazas y leyendo en las cruces, que no hemos encontrado los nombres borrosos por las lluvias de nuestros ancestros, por más que hemos doblegado geranios ya crecidos y otros recién nacientes.
– ¡Tiíta!
– Aquí está enterrado nuestro papacito, pero la cruz ya no existe. La lluvia la ha tumbado. Desapareció su rastro, fíjense.
– Pero, ¿aquí era?
– Aquí, pué. Y ya no está. –Y todos ayudamos a buscarlo.
8. Con los pies descalzos
– Aquí, bajo mis pies que no dejan ver estas hierbas está la tierra abultada. Pero ya ni se ve. ¡Así se borrará hasta el recuerdo! Fíjense, ¡cómo es la vida y cómo es la muerte!
Desde este lugar y hacia arriba se miran los bordes translúcidos de los cerros. Y, ya cargadas, las nubes que se agitan. Pero, qué hermosura los bordes del horizonte, ¡cómo rompen sus aristas en el crepúsculo infinito! ¡Y eso exorciza a la muerte!
Repentinamente atruena un relámpago furtivo. Se escuchan pasos apurados que se deslizan. Todo queda en silencio, todo se desploma. Y la lluvia se precipita.
Entonces, la vida se esconde y acurruca. Pronto ya zapatea el agua en el suelo. – ¡Es tempestad! –Dice mamá–. ¡Corramos a recoger el maíz, el lino y las ocas que he puesto a secar en el techo!
Y empieza a retumbar el cielo y a correr por el centro de la calle un cauce barroso.
Felizmente de niño pude caminar con los pies descalzos por las acequias que hace la lluvia en las calles, como lo hacen los niños y niñas sin padres.
A ellos los mayores los compadecen. Sin embargo, pudieron hacerse en base a su esfuerzo hombres de bien. ¡Y eso exorciza a la muerte!
9. Un compás celeste
Felizmente tuve padres que me permitieron ir como ellos chapoteando y sintiendo la tierra y sus tres reinos: el vegetal, el animal y el mineral.
Y el agua lamiendo y borboteando, barrosa y después cristalina, rozándonos los tobillos y subiendo a ratos hasta las rodillas.
Así, felizmente, pude absorber el universo entero, con sus cumbres como sus bajíos; las nubes sublimes y los mares ignotos, recogidos en el correr del torrente de las acequias.
¡Y eso exorciza a la muerte!
Para luego, cuando escampa, colgamos ilusos desde lo alto de la escalera del arco iris que se alza desde el manantial más cercano.
Y sube sobre los techos rojos en una redondez perfecta, hecho con un compás celeste y lleno de una luminosidad ingrávida.
Felizmente pude como los niños y niñas sin padres –yo los tengo– arroparme en lo alto del mirador con la neblina blanca que en copos sube desde las hondonadas, nos envuelve y hasta ahora nos abriga el alma.
10. La lluvia que comienza
De ese modo nos ha sido permitido internarnos en ella, para que hasta ahora de repente ni yo mismo sepa donde buscarme para poder encontrarme en el misterio de sus gasas y tules desplegados hacia el fondo y hacia lo alto en el firmamento.
¡Y eso exorciza a la muerte!
Neblina que cubre también con su gasa compasiva el borde de las esquinas, las faldas coloridas de las mujeres de mi pueblo, acurrucadas hacia el fondo de las veredas.
Cubre los poyos de las cocinas y el verde luminoso de los cerros y confines que nosotros hemos dejado.
Y que están esperando que algún día volvamos desde lejos a develar su hondo misterio.
Y cuando siento y pienso en todo ello, sé que la muerte no existe.
Quizá únicamente prevalece el hecho de que todo cambia, se transforma y revierte.
En el torrente de esta calle que se precipita al río y este al mar y vuelva a caer en la lluvia que comienza.
En noviembre es mi cumpleaños.
Dos días antes, el primer día del mes, cae feriado por celebrarse el Día de Todos los Santos.
Y en la víspera es evocación y jaculatoria por el Día de Todos los Muertos.
Y el día tres en que nací, por coincidencia del destino, se rememora la fundación de la Provincia de Santiago de Chuco, mi pueblo.
Entonces en la mesa hay cuy ¡con graneado de mote de trigo! Lavado y pelado en ceniza por ti misma, mamá, en los arroyos del Pozo Sagrado.
Y los granos de trigo mientras, le quitas las limallas de carbón en que se ha cocido, con el agua límpida que corre, se asienta bajo el líquido transparente como huevecillos de peces subyugados y translúcidos de un color verde amarillo como el oro hechizo.
Y cuando se lo come duro y suave, crudo y frío, lo vamos cogiendo con la mano helada a puñados exactos del fondo de la batea donde lo pelas.
Y al llevarlo a nuestra boca es como sorber por vez primera el agua original de los manantiales. Y el viento que zumba en las espigas doradas de los campos.
2. Y avanzan saltando
Al mediodía la casa huele a plantas silvestres. Y a bosques de naranjos en flor.
Y es porque has empezado a zahumarla, sacando brasas del fogón y poniéndolas en un trozo de callana o teja.
– ¿Por qué zahumas la casa, mamá?
– ¡Porque hoy día naciste, y los aromas son espíritus!
Encima dejas caer desde tus manos cáscaras de limas secas al sol. Sobre eso colocas semillas de alhucema, trompitos de eucalipto, que mis hermanas juntan en los caminos. Y una ñisca de romero.
Entonces cerramos puertas y ventanas. Y dejamos que el humo empape las paredes, los muebles y la ropa de dormir que queda fresca y fraganciosa.
– Esto te ayudará a tener sueños hermosos y visiones apacibles. –Dices.
Y yo te adoro, por lo tierna, dulce y bonita.
A media mañana y en la tarde cruzan multitudes de loros por el cielo límpido o anubarrado:
– ¡Criap!, ¡criap!, jcriap!
Es su griterío. Y avanzan saltando como voladores incipientes, aleteando como si se tropezaran y se fueran a caer desde la bóveda celestial.
3. Por primera vez
Ahí viene entonces el extravío de mi padre, quien sale al corredor, y después al patio. Y haciendo visera con la mano empieza a vivarlos y a contarlos de cinco en cinco:
¡Gracia que él tiene para eso! Es su curiosidad y desvarío. Le encantan estas parvadas de loros que él los cuenta con precisión asombrosa.
– Diez, quince... treinta, sesenticinco... noventa... ciento cinco, ciento treinta... ciento noventa y siete loros. –Concluye.
Y que aletean alocados, viniendo de las chacras de Quenre a sus dormideros en Chacomas.
Pero, ¿por qué los cuenta? ¿Acaso por delirio? ¡No! Por un detalle sencillo en el cual se trasluce el alma de maestro de papá. Lo hace para saber cuántos loros recientes hay en la bandada. Porque esos loros flamantes, niños o adolescentes que hoy día han salido a aprender, a valerse por sí mismos y a enfrentarse a la vida, son su desvelo.
– Ayer contamos... ¿cuántos?... aquí anoté con mi tiza sobre esta piedra. Eran: ciento ochenta y ocho. Quiere decir que hay nueve loros más y que hoy, por primera vez, han salido con el grupo. Esto es: que ya van a aprender, a enfrentarse, a luchar por la vida.
¡Y eso exorciza a la muerte!
4. Vigilante y ensimismado
– Pero, pasan tantas bandadas, papá. Esta puede ser otra, distinta a la que contaste ayer.
– Se conoce por el chillido, hijo. Cada bandada tiene distinto llamado y consigna, de lo contrario se confundirían cuando bajan juntas a una sementera.
Y es que mi padre también es músico. ¡Y eso exorciza a la muerte!
Ya a media tarde tintinean las esquilas de los bueyes que arrastran algún árbol derribado para leña. Y que arrastran hacia algún solar espacioso.
– ¡Para leña no! –Me corrige mi prima Amelia–. La leña la rajan en el mismo campo en donde pueden saltar las astillas. Y allí la secan.
– Entonces, ¿para qué son esos maderos?
– Para vigas de la sala, el comedor o los dormitorios de alguna casa que se está construyendo.
¡Y eso exorciza a la muerte!
Allí van los toros con las cabezas levantadas con el yugo. Y braman, arriados por un gañán vigilante y ensimismado.
5. Un día como hoy
En la noche se oye el acorde de la mandolina que toca papá, abstraído en no se qué insepultos pensamientos.
Quizá porque ayer fuimos al cementerio a visitar a nuestros ancestros, sobre los montículos en donde están enterrados.
Llevamos coronas de flores hechas de papel crepé negro y blanco, con hojas de platina dorada, en torno a un aro de alambre, en donde se enrollan tallos, frutos y capullos.
Las llevamos los niños colgadas a un carrizo fresco. Y van en lo alto como estandarte por la calle estupefacta.
Si son varias las enlazamos y entre dos primos o hermanos, cogiendo de cada lado el borde del palo, las coronas van tendidas al centro cual si lleváramos el corazón del difunto.
Hemos atravesado todo el barrio San José y ya estamos en el obelisco, en las afueras del pueblo.
Este monumento es en honor a quienes bregaron porque Santiago de Chuco fuera provincia. Aquí están sus nombres: Gerardo Calderón y Tomás Ganoza, precisamente un día como hoy, 3 de noviembre.
6. He aquí la puerta
Ahora, ya subimos por un sendero flanqueado por inmensos árboles añosos, que se han acostumbrado a llorar y gemir de ver el paso de los ataúdes y tras de ellos a la gente compungida.
A este lugar en que estamos se lo denomina Las Pozas porque en un breve declive del suelo se retiene el agua que llueve y aquí permanece apenas irisada por la brisa.
Es la mitad del camino entre las últimas casas del pueblo y el cementerio que está hacia lo alto, sendero solemne, bajo el frescor de los eucaliptos.
Por eso, hay una expresión entre nosotros que dice:
– ¡Ha regresado de las pozas!
Que alude a que un enfermo ha estado tan grave que convalece después de haber estado a mitad del camino entre la vida y la muerte.
Pero, he aquí la puerta del camposanto, que es una reja de fierro con dos capillas hacia los costados. Y que hoy día están abiertas y dejan ver los catafalcos.
7. Pero, ¿aquí era?
Y adentro del panteón, un campo florido, pleno de mostazas, retamas, juncos, hierbas, flores e infinidad de cruces esparcidas.
Algunas con coronas como estas que llevamos, pero ya envejecidas. Y en cuyos maderos los nombres de los difuntos se han borrado para siempre.
Se ubica el cementerio en la colina más alta y transparente, con el perímetro en hexágono de pirca de piedras enfiladas, sombreada de eucaliptos y cipreses.
Crecen entre los nichos yertos ramajes de hierbas silvestres.
Y ha sido buscando entre las mostazas y leyendo en las cruces, que no hemos encontrado los nombres borrosos por las lluvias de nuestros ancestros, por más que hemos doblegado geranios ya crecidos y otros recién nacientes.
– ¡Tiíta!
– Aquí está enterrado nuestro papacito, pero la cruz ya no existe. La lluvia la ha tumbado. Desapareció su rastro, fíjense.
– Pero, ¿aquí era?
– Aquí, pué. Y ya no está. –Y todos ayudamos a buscarlo.
8. Con los pies descalzos
– Aquí, bajo mis pies que no dejan ver estas hierbas está la tierra abultada. Pero ya ni se ve. ¡Así se borrará hasta el recuerdo! Fíjense, ¡cómo es la vida y cómo es la muerte!
Desde este lugar y hacia arriba se miran los bordes translúcidos de los cerros. Y, ya cargadas, las nubes que se agitan. Pero, qué hermosura los bordes del horizonte, ¡cómo rompen sus aristas en el crepúsculo infinito! ¡Y eso exorciza a la muerte!
Repentinamente atruena un relámpago furtivo. Se escuchan pasos apurados que se deslizan. Todo queda en silencio, todo se desploma. Y la lluvia se precipita.
Entonces, la vida se esconde y acurruca. Pronto ya zapatea el agua en el suelo. – ¡Es tempestad! –Dice mamá–. ¡Corramos a recoger el maíz, el lino y las ocas que he puesto a secar en el techo!
Y empieza a retumbar el cielo y a correr por el centro de la calle un cauce barroso.
Felizmente de niño pude caminar con los pies descalzos por las acequias que hace la lluvia en las calles, como lo hacen los niños y niñas sin padres.
A ellos los mayores los compadecen. Sin embargo, pudieron hacerse en base a su esfuerzo hombres de bien. ¡Y eso exorciza a la muerte!
9. Un compás celeste
Felizmente tuve padres que me permitieron ir como ellos chapoteando y sintiendo la tierra y sus tres reinos: el vegetal, el animal y el mineral.
Y el agua lamiendo y borboteando, barrosa y después cristalina, rozándonos los tobillos y subiendo a ratos hasta las rodillas.
Así, felizmente, pude absorber el universo entero, con sus cumbres como sus bajíos; las nubes sublimes y los mares ignotos, recogidos en el correr del torrente de las acequias.
¡Y eso exorciza a la muerte!
Para luego, cuando escampa, colgamos ilusos desde lo alto de la escalera del arco iris que se alza desde el manantial más cercano.
Y sube sobre los techos rojos en una redondez perfecta, hecho con un compás celeste y lleno de una luminosidad ingrávida.
Felizmente pude como los niños y niñas sin padres –yo los tengo– arroparme en lo alto del mirador con la neblina blanca que en copos sube desde las hondonadas, nos envuelve y hasta ahora nos abriga el alma.
10. La lluvia que comienza
De ese modo nos ha sido permitido internarnos en ella, para que hasta ahora de repente ni yo mismo sepa donde buscarme para poder encontrarme en el misterio de sus gasas y tules desplegados hacia el fondo y hacia lo alto en el firmamento.
¡Y eso exorciza a la muerte!
Neblina que cubre también con su gasa compasiva el borde de las esquinas, las faldas coloridas de las mujeres de mi pueblo, acurrucadas hacia el fondo de las veredas.
Cubre los poyos de las cocinas y el verde luminoso de los cerros y confines que nosotros hemos dejado.
Y que están esperando que algún día volvamos desde lejos a develar su hondo misterio.
Y cuando siento y pienso en todo ello, sé que la muerte no existe.
Quizá únicamente prevalece el hecho de que todo cambia, se transforma y revierte.
En el torrente de esta calle que se precipita al río y este al mar y vuelva a caer en la lluvia que comienza.
FELIZ CUMPLEAÑOS
MAESTRO DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
QUE DIOS BENDIGA SU OBRA EN BIEN DE LA HUMANIDAD
Nalo
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