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Los primeros días de diciembre de 1959, los estantes y vitrinas de las tiendas comerciales del pueblo ya exhibían hermosos juguetes navideños.
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Todos los juguetes de las tiendas que visité, me gustaron, pero fue una pandereta azul la que llamó más mi atención, pues me transportaba a un mágico mundo de música y fantasía.
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Cada tarde, al salir de la escuela, corria hacia la tienda para verla, y allí estaba la pandereta soñada; hasta que la mañana del domingo 20 de diciembre, no la encontré.
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Sintiendo un dolor difuso en mi pecho, caminé cabizbajo con la primera llovizna de diciembre, martillando en mi mente el villancico:
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Una pandereta suena,
Una pandereta suena,
una pandereta suena,
yo no sé por donde irá...
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Ya en mi casa escribí pidiendole a Papá Noel una pandereta, sin importar el color ni el tamaño; y bajo el abrigo de mi cómplice poncho fui al correo, donde deposité la carta.
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Después de la Misa de Gallo del 24, pasada la medianoche retorné al vecindario, y antes de acostarme, con la ingenuidad de mis ocho años, oré con suma devoción para que se haga realidad mi pedido.
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Como de costumbre, a las 6 de la mañana del 25 desperté al cantar el gallo, y para mi sorpresa, junto a la almohada estaba la panderera soñada, con su estructura de azul cielo andino, llenando mi alma de esperanza, y el dorado fulgente de sus arandelas, iluminaron mi corazón para seguir creyendo que los sueños sí se cumplen.
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Cusco, DIC 74
Cusco, DIC 74