La Vergne, 28 de marzo de 2022
 HOLA SHAY:
 
Viernes gris de  febrero en los albores de la década del sesenta. 
La  noche anterior  mi primo Luchu Allauca  nos había narrado relatos de almas  
penitentes en la vereda de la cuadra y no tuve  más remedio que  
acostarme y despertar de madrugada con ánimas rondando la habitación.
A las 7 de la mañana el aguacero arreciaba incontenible sobre el barrio de Jircán, tamborileando sin cesar en la calzada empedrada; mas tenía que ir al horno de mi abuelita Victoria, por panes crocantes para el desayuno familiar.
Cuando caminaba bajo los aleros de la calle Leoncio Prado, una ráfaga de viento "me jugó una mala pasada", haciendo que la densa cortina de lluvia pareciera un fantasma a punto de alcanzarme y llevarme antes de tiempo al Purgatorio para que se purifique mi espíritu, por lo que aceleré el paso e ingresé atropelladamente a la tienda de Tía Dolorita (María Dolores Aguirre Novoa), que acomodaba caramelos de leche en un recipiente de vidrio ovalado. Ella trató de serenarme con palabras tiernas, mientras le explicaba asustado el motivo de mi ingreso intempestivo. Tía Dolorita salió a la puerta para ver al "fantasma" y retornó sonriendo al mostrador, sacó un cuaderno de pasta marrón, tomó un lápiz, y en un papel transcribió dos renglones de una hoja del cuaderno, y me dio el papel.
Leí lo escrito:
"Cuando veas un gigante, examina antes la posición del Sol; no vaya a ser la sombra de un pigmeo". NOVALIS*.
Después habló sobre dicho pensamiento universal y antes de que yo saliera de su tienda, hizo la Señal de la Cruz en mi frente.
Así era Tía Dolorita, un ser humano nacido para enseñar con torrencial abundancia sin pedir nada a cambio. Ni un centavo recibió de las arcas del Estado por sus más de 50 años de magisterio viviente.
Hoy, que el pueblo bolognesino celebra el 120 Aniversario del Natalicio de una de las más GRANDES MAESTRAS DE ESCUELA, comparto un fragmento de su fructífera Hoja de Vida.
A las 7 de la mañana el aguacero arreciaba incontenible sobre el barrio de Jircán, tamborileando sin cesar en la calzada empedrada; mas tenía que ir al horno de mi abuelita Victoria, por panes crocantes para el desayuno familiar.
Cuando caminaba bajo los aleros de la calle Leoncio Prado, una ráfaga de viento "me jugó una mala pasada", haciendo que la densa cortina de lluvia pareciera un fantasma a punto de alcanzarme y llevarme antes de tiempo al Purgatorio para que se purifique mi espíritu, por lo que aceleré el paso e ingresé atropelladamente a la tienda de Tía Dolorita (María Dolores Aguirre Novoa), que acomodaba caramelos de leche en un recipiente de vidrio ovalado. Ella trató de serenarme con palabras tiernas, mientras le explicaba asustado el motivo de mi ingreso intempestivo. Tía Dolorita salió a la puerta para ver al "fantasma" y retornó sonriendo al mostrador, sacó un cuaderno de pasta marrón, tomó un lápiz, y en un papel transcribió dos renglones de una hoja del cuaderno, y me dio el papel.
Leí lo escrito:
"Cuando veas un gigante, examina antes la posición del Sol; no vaya a ser la sombra de un pigmeo". NOVALIS*.
Después habló sobre dicho pensamiento universal y antes de que yo saliera de su tienda, hizo la Señal de la Cruz en mi frente.
Así era Tía Dolorita, un ser humano nacido para enseñar con torrencial abundancia sin pedir nada a cambio. Ni un centavo recibió de las arcas del Estado por sus más de 50 años de magisterio viviente.
Hoy, que el pueblo bolognesino celebra el 120 Aniversario del Natalicio de una de las más GRANDES MAESTRAS DE ESCUELA, comparto un fragmento de su fructífera Hoja de Vida.
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Mi primer día de clases fue un domingo hermoso, lleno de gozo:
 
 
Ha pasado más de medio siglo, sin embargo, los hechos que evoco laten frescos en la memoria, pues desde su partida a la Mansión Celestial el domingo 22 de noviembre de 1981, su enseñanza se mantiene incólume en el tiempo. Un tiempo infinito donde tía Dolorita, como pasajera privilegiada de la nave del Maestro de Maestros, gira eternamente en CHIQUIÁN, en un pacto de fe con Santa Rosa, San Francisco de Asís y Nuestro Señor de Conchuyacu. Cierro los ojos y me veo disfrutando mi infancia en un vergel de azules mariposas que salen de sus manos generosas.
Por todo ello, la necesidad de perennizar el recuerdo de nuestros maestros cobra cada vez mayor sentido, pues son modelos ideales para nuestra tierra, no por la búsqueda romántica de ejemplos a seguir, sino porque nos permite extraer enseñanzas de las décadas de oro del MAGISTERIO CHIQUIANO, como cimiento de aprendizaje del educando.
Parafraseando a la investigadora Sonia Ibarra: los maestros locales sobreviven en los escritos de sus pupilos, aquí y en otras latitudes. A mayor información, mayor legitimidad como MAESTRO, porque cuando el recuento es breve, breve es también el recuerdo o pequeño el grupo empeñado en mantenerlo vivo. Esto nos hace reflexionar: o han escaseado los maestros destacados o si se han dado, su labor ha sido callada y poco valorada. De allí la paradoja universal: "no distingue ser un buen Maestro encerrado en las aulas, pues las paredes congelan y torna más ingrata la tarea magisterial".
Ella redactaba cartas y telegramas para los moradores de los pueblos vecinos que visitaban Chiquián. Muchos no sabían leer ni escribir y tenían que contarle al detalle lo que debía contener la misiva. Cuando al finalizar leía el contenido, no se dejaban esperar lágrimas de emoción o risas, tanto de ella como del oyente. Una verdadera depositaria de penas y alegrías que compartía con paciencia infinita, exquisita redacción e impecable caligrafía.
Confeccionaba guirnaldas para los difuntitos, especialmente los primeros días de noviembre. En las fiestas patronales preparaba bellas coronas para el Capitán y su comitiva. Asimismo los ramilletes de flores que orlaban las orejas de las jóvenes pallas.
 
Con el crochet confeccionaba finos gorritos para los recién nacidos. A las bebitas les hacía los agujeritos para los aretes con destreza y cuidado. A falta de médicos y enfermeras atendía a las personas que acudían por una receta casera aprendida de sus ancestros y de los libros y revistas que se agenciaba en Lima. También proporcionaba modelos de esquelas, oficios, solicitudes, tarjetas, discursos, recetas culinarias de potajes dulces y salados, tanto costumbristas como criollos; en especial: tamales, salchicha huachana, chicharrones, fritangas y las aromáticas mushingas métricas o morcillas negras y blancas.
Su tienda era muy visitada por sus cientos de ahijados de Chiquián y los pueblos aledaños, así como de sus amigas de generación, entre ellas, las señoras Guillermina Ibarra, Victoria Montoro, María Sánchez, Zoila y Juanita Espejo, Natividad Calderón, Natalia Castillo, Catita Calderón, Oñaca Ñato, Victoria Palacios, Emiliana Cerrate, Gliceria Espinoza, Esther Romero e Irene Moncada, con quienes compartía un cafecito caliente y olorosas jaratantas.
Asimismo recibía durante el día a los padres de familia que iban a conocer el avance del aprendizaje de sus hijos. Era habitual escuchar yaravíes arequipeños, pasodobles, valsecitos criollos, huaynos ancashinos y declamaciones poéticas en su casa, previa “caspiroleta” a base de clara de huevo, limón y azúcar para afinar la voz.
Fue la precursora en BOLOGNESI de las tardes de velada (teatro), en las que brillaron sus sobrinos Romeo y Lucho Reyes, así como de los bailes andaluces donde se lucían Mery Romero y sus compañeras de colegio. Romeo y Lucho eran duchos en artes de magia con calavera, sombrero y conejo, bajo la absorta mirada de los chiuchis y de las personas que Tía Dolorita cobijó bajo su techo: su sobrino Hernán Reyes Aguirre, un excelente Maestro Rural y sus hijos. También Alberto Turco Aguirre, Luz Romero Milla, Zoila Reyes Aguirre, Isaías Támara Ortega, Claudio Carvajal Larrea, entre otros seres humanos que siguieron sus venerables huellas.
DESCANSE EN PAZ ILUSTRE MAESTRA
 
  
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GRANDES MAESTROS:
 
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(*)
  NOVALIS (2 MAY 1772 / 25 MAR 1801), cuyo nombre real era Georg  
Friedrich  Philipp Freiherr von Hardenberg, fue un poeta y pensador  
alemán, que murió muy  joven (28 años) a causa de la tuberculosis; sin  
embargo,  el autor de "Himnos a  la noche", nos ha dejado un importante legado escrito.
Con mi mayor afecto,
Con mi mayor afecto,
Nalo Alvarado Balarezo 
GRANDES MAESTROS:
MARÍA DOLORES AGUIRRE NOVOA 
. 
"Si lees y escribes
desde los 5 años,
es gracias a personas
como TÍA DOLORITA"
Shapra 
En CHIQUIÁN,
   pueblo de belleza seductora, alumbrada 
por ninacurus en las noches sin Luna, y de sol radiante durante el día, la 
vida   discurre bucólica y soñadora a fines del siglo XIX, destilando el
   perfume de los tiempos. Las calles   
empedradas con aroma a lluvia, las angostas aceras de lajas, un pilón en cada barrio y una 
  guitarra que deja oír las notas de un huayno con sabor a escorzonera, 
  fueron el común denominador en la tierra del GRAN LUIS PARDO, revolucionario social hecho leyenda.
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En este cautivador icono del Perú profundo,  el lunes 28 de marzo de 1892, vio la luz primera MARÍA DOLORES AGUIRRE NOVOA,
  en el hogar de don Ángel  Aguirre y doña Epifanía Novoa.
El paisaje  
chiquiano en el mes de marzo  es hermoso bajo un bruñido cielo. Nuestro 
 bello Yerupajá de impecable  blancura, la cascada de Putu cristalina y 
 pura, junto al señero  Capillapunta; los ondulantes potreros de  
Parientana esmaltados de verde,  los sembríos de diferentes matices en  
las faldas de Cochapata; y los  bosques de eucaliptos arrullados por el 
 viento en Huancar, formaron el  marco perfecto para este grato  
acontecimiento.
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TÍA DOLORITA,
  como la llamábamos con amor y gratitud sus alumnos de la  “Academia Preparatoria
  para el Jardín de la Infancia y la Primaria”, trabajó muy jovencita como  maestra en 
Huayllacayán (Bolognesi).  Después de un corto tiempo retornó a Chiquián  para 
administrar la  bodega de su tío Juan Sánchez Dulanto, ser humano muy querido, generoso y respetado por todos. En el  ínterin 
se enamoró de un  joven criandero, y desde aquel entonces vivió  entre 
Chiquián y  Cachirpayoc (cercano al pueblo de Cajacay), atravesando  a 
caballo los  fríos parajes de Toca, Pampa de Lampas Alto, Shajsha,  
Alalaj Machay,  Tinya, Cuta Tinya y el río Vado, ruta de viaje de su  
primo materno Luis  Pardo Novoa. 
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Academia Preparatoria para el Jardín de la Infancia
 y la Primaria, de  Tía Dolorita
Con
  el paso de los años fundó la escuela particular “Nuestra  Señora del  
Perpetuo Socorro” en su casita del Jr. Comercio con Leoncio Prado, que hoy
 conserva con cariño su amado sobrino Romeo Reyes Gamarra. Los 
recuerdos  de mis  
vacaciones escolares bajo su estela luminosa mantienen presente su fisonomía: de baja  estatura,
  tez clara, constitución regular y un peinado sencillo con un  moñito  
atrás. Vestía con suma pulcritud, además de un trato fino y  agradable. 
 Con ella uno podía platicar horas de horas sin sentir  cansancio, 
porque  su conversación era amena, salpicada de consejos y  adornada con
  anécdotas de hombres y mujeres célebres del mundo entero.
A
  las ocho de la mañana iniciaba su labor. Sentada en una  silla  
dominaba con la mirada al grupo de niños. Su método, la claridad y   
la sabiduría campesina, eran las características principales de sus clases. Ningún   
ruido se oía en el salón. Ni el más travieso se atrevía a interrumpirla 
  cuando hablaba. Cada vez que salíamos airosos de una suma, resta,
   división o multiplicación en el pequeño pizarrín, una ligera   
inclinación de cabeza, acompañada de una dulce sonrisa, era nuestro mejor   
regalo, estímulo que nutría el alma de los niños como el pan nuestro de cada día. 
Tía
 Dolorita, al igual que los Maestros: José Antonio Encinas, José 
Portugal Catacora, Ernestina Yábar de Calderón, Juan Aldave Oyola, León Tolstói, Rabindranath
 Tagore, Domingo Faustino Sarmiento y Almafuerte (Pedro Bonifacio 
Palacios, quien vendió su cama para poder comprar el ataúd para su 
alumno muerto), entrañan la trascendencia de lo eterno en el apostolado 
magisterial, siempre poniendo al niño por sobre todas las cosas, 
siguiendo las enseñanzas de Jesús. Son los sembradores de ideas, más que
 de conceptos cuadriculados; son los que despiertan el cerebro de sus 
alumnos antes de que asome la lengua por los labios; son los que sacuden la modorra 
ciudadana, aquella incubadora de la ignorancia popular que aterra; son poseedores de una
 auténtica sensibilidad, de profundo sentido humano; por eso su recuerdo
 se agiganta con el correr de los años, hacia un futuro sin final. 
Mi primer día de clases fue un domingo hermoso, lleno de gozo:
Nunca
 antes estuve en un aula techada. Todo mi aprendizaje había sido al aire
 
libre, con mis maestros: Abraham, el venerable vagabundo de las playas 
de 
Barranca; y en Chiquián, mis abuelitos, mis
 padres y mis tíos Eni, Albi, Betty, Fidel y Pablito, también gracias a 
mis primeros guías en los caminos del ayer: Manuel "Shaprita" Ñato 
Allauca y Doroteo "Indio peruano" Rodríguez Minaya. 
En ese entonces la casa donde vivía con mis padres y hermanos estaba 
ubicada en el jirón Comercio, a unos metros de la Academia de Tía Dolorita. Todas las mañanas,
 antes de las 8, me apostaba en la puerta de mi casa para ver ingresar a la academia a los 
pequeños alumnos, todos ellos mayores que yo; ídem al mediodía para 
verlos salir. Entraban sonrientes y salían sonrientes. Con esta 
motivación en mente le pedí a mamá que me matricule en la academia de Tía Dolorita. Así lo hizo, 
ese mismo sábado. 
El lunes sería mi primer día de clases de acuerdo a lo
previsto, pero no fue así, pues el domingo desperté sumamente 
emocionado, asistí a la Misa de 7, tomé desayuno, convencí a mamá, y con el pecho henchido de
 anhelo enrumbé hacia la academia, solo. 
Recuerdo claramente esa mañana de cielo azul y calles limpias, Tía Dolorita ni 
se inmutó al verme frente al mostrador de olorosos caramelos, apretando un cuaderno y un lápiz bien afilado; por el 
contrario, se alegró sobremanera. Aquel
domingo se pasó volando con la novela "CORAZÓN" de Edmundo de Amicis,
que Tía Dolorita me narró durante el día, con media hora de refrigerio que ella proveyó. Fueron tan gratas las vivencias de
Enrique en su escuelita de Turín (Italia), que al día siguiente, lunes, estuve parado
frente a la puerta de la Academia, antes de que cante el gallo. 
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* * *  
Ha pasado más de medio siglo, sin embargo, los hechos que evoco laten frescos en la memoria, pues desde su partida a la Mansión Celestial el domingo 22 de noviembre de 1981, su enseñanza se mantiene incólume en el tiempo. Un tiempo infinito donde tía Dolorita, como pasajera privilegiada de la nave del Maestro de Maestros, gira eternamente en CHIQUIÁN, en un pacto de fe con Santa Rosa, San Francisco de Asís y Nuestro Señor de Conchuyacu. Cierro los ojos y me veo disfrutando mi infancia en un vergel de azules mariposas que salen de sus manos generosas.
Sus palabras y  
obra, al igual que las de mi Maestro Juan  Aldave Oyola en la escuelita 378 de Chiquián, son aliento  
permanente en mi andar cotidiano; de ahí que, en  momentos que acariciamos 
 nuevos sueños para nuestra Patria Chica,  renuevo mi agradecimiento a  
quien sembrara en mí, un ferviente amor por la lectura  como un desafío a la adversidad, y
  me enseñara a rezar y a ungir las cosas  con melodías del alma. 
También  porque gracias a ella aprendí a escribir  sin temor lo que 
pienso, a  expresar abiertamente mi sentir, y por  inculcarme un 
espíritu telúrico  de curiosidad por la información de  pueblo, hacer 
acopio de ella y  utilizarla en la narrativa de jora, oquitas, mashuitas y  trigo. 
Por todo ello, la necesidad de perennizar el recuerdo de nuestros maestros cobra cada vez mayor sentido, pues son modelos ideales para nuestra tierra, no por la búsqueda romántica de ejemplos a seguir, sino porque nos permite extraer enseñanzas de las décadas de oro del MAGISTERIO CHIQUIANO, como cimiento de aprendizaje del educando.
Recorrer
  las huellas de aquellos seres humanos que  influyeron en la vida  
educativa de cada época es un reto para todos los  alumnos: niños,  
jóvenes y viejos. En este camino encontramos una gran  muestra que  
sobrevive en la memoria colectiva, expresando la impecable  imagen del 
 MAESTRO entregado por completo a su labor educadora. 
Parafraseando a la investigadora Sonia Ibarra: los maestros locales sobreviven en los escritos de sus pupilos, aquí y en otras latitudes. A mayor información, mayor legitimidad como MAESTRO, porque cuando el recuento es breve, breve es también el recuerdo o pequeño el grupo empeñado en mantenerlo vivo. Esto nos hace reflexionar: o han escaseado los maestros destacados o si se han dado, su labor ha sido callada y poco valorada. De allí la paradoja universal: "no distingue ser un buen Maestro encerrado en las aulas, pues las paredes congelan y torna más ingrata la tarea magisterial".
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Las
  semblanzas y fotografías  de antaño dibujan a los  maestros con terno y
  corbata, y a las maestras con cuello alto, manga  larga y pelo sujeto 
 con una peineta. Un elemento básico era la  intachable moralidad que 
los  constituía en un ente ejemplar en todo  momento y circunstancia. 
Los  hallamos como elementos que rigen el  proceso educativo, modelos y 
guías  espirituales del estudiante. 
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Los
   datos que hablan del desempeño de Tía Dolorita en el ámbito de su   
función formadora de generaciones de hombres y mujeres de bien, son   
conocidos por los chiquianos en general; pero también hay datos que hablan de los  
 pequeños mundos que llenaban su infatigable vida: su cálida tienda que 
  compartía con sus clases, donde resaltaban sus ricos caramelos de 
leche   que endulzaban la vida de grandes y chicos. Ver con frecuencia al 
Mudito  de  Huasta y Shaprita ingresando a su tienda, y poco después 
salir   sonrientes con un alfajor en la mano, pinta de cuerpo entero 
su gran   corazón, amén de su negocio que cada vez presentaba mayor 
déficit por la   larga lista de deudores, en su mayoría nobles maestros,
 mal pagados,   como siempre. 
Ella redactaba cartas y telegramas para los moradores de los pueblos vecinos que visitaban Chiquián. Muchos no sabían leer ni escribir y tenían que contarle al detalle lo que debía contener la misiva. Cuando al finalizar leía el contenido, no se dejaban esperar lágrimas de emoción o risas, tanto de ella como del oyente. Una verdadera depositaria de penas y alegrías que compartía con paciencia infinita, exquisita redacción e impecable caligrafía.
Confeccionaba guirnaldas para los difuntitos, especialmente los primeros días de noviembre. En las fiestas patronales preparaba bellas coronas para el Capitán y su comitiva. Asimismo los ramilletes de flores que orlaban las orejas de las jóvenes pallas.
En  las corridas de toros lucían de  
blanco y grana sus hermosas moñas en las  divisas de los bravos  
jirishanquinos, así como las banderillas sin arpones, solo de maderita y papel de seda de vistosos 
 colores en manos del popular diestro Romerito  el quisipatino. 
Con el crochet confeccionaba finos gorritos para los recién nacidos. A las bebitas les hacía los agujeritos para los aretes con destreza y cuidado. A falta de médicos y enfermeras atendía a las personas que acudían por una receta casera aprendida de sus ancestros y de los libros y revistas que se agenciaba en Lima. También proporcionaba modelos de esquelas, oficios, solicitudes, tarjetas, discursos, recetas culinarias de potajes dulces y salados, tanto costumbristas como criollos; en especial: tamales, salchicha huachana, chicharrones, fritangas y las aromáticas mushingas métricas o morcillas negras y blancas.
Su tienda era muy visitada por sus cientos de ahijados de Chiquián y los pueblos aledaños, así como de sus amigas de generación, entre ellas, las señoras Guillermina Ibarra, Victoria Montoro, María Sánchez, Zoila y Juanita Espejo, Natividad Calderón, Natalia Castillo, Catita Calderón, Oñaca Ñato, Victoria Palacios, Emiliana Cerrate, Gliceria Espinoza, Esther Romero e Irene Moncada, con quienes compartía un cafecito caliente y olorosas jaratantas.
Asimismo recibía durante el día a los padres de familia que iban a conocer el avance del aprendizaje de sus hijos. Era habitual escuchar yaravíes arequipeños, pasodobles, valsecitos criollos, huaynos ancashinos y declamaciones poéticas en su casa, previa “caspiroleta” a base de clara de huevo, limón y azúcar para afinar la voz.
Fue la precursora en BOLOGNESI de las tardes de velada (teatro), en las que brillaron sus sobrinos Romeo y Lucho Reyes, así como de los bailes andaluces donde se lucían Mery Romero y sus compañeras de colegio. Romeo y Lucho eran duchos en artes de magia con calavera, sombrero y conejo, bajo la absorta mirada de los chiuchis y de las personas que Tía Dolorita cobijó bajo su techo: su sobrino Hernán Reyes Aguirre, un excelente Maestro Rural y sus hijos. También Alberto Turco Aguirre, Luz Romero Milla, Zoila Reyes Aguirre, Isaías Támara Ortega, Claudio Carvajal Larrea, entre otros seres humanos que siguieron sus venerables huellas.
Maestra Dolorita  Aguirre Novoa: 
Muchas
  páginas harían falta para detallar su fulgente  trayectoria en bien de
  nuestro pueblo. Hoy sus enseñanzas son gemas que  brillan en lo más  
profundo de mi ser, y constituyen mis primeras  lecciones de vida que  
fulguran con el recuerdo de su palabra y obra. Son  cascadas de 
perlas  impregnadas de rocío que mojan mis pupilas, como un  cielo 
chiquiano  cuajado de estrellas que iluminan la conciencia.
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DESCANSE EN PAZ ILUSTRE MAESTRA
MARÍA DOLORES AGUIRRE NOVOA
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