martes, 13 de mayo de 2014

LA ZORRA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)


LA ZORRA

 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 

"Así como los llanques de los arrieros abrieron caminos y brotaron semillas a la vera; así también los relatos campesinos danzan con la lluvia y el viento, haciendo florecer el dulce canto. Son voces que acarician los sentidos, donde nacen los caminos, la simiente, el viento, la lluvia y el canto..." Nalo - París, OCT 84.

Empujada por el viento va la vieja zorra en busca de alimento para mojar su ubre seca. La otrora raposa temida por los rebaños, carga más de dos quinquenios sobre su flaco lomo y tiene la mirada hueca. Atrás quedaron los años de gloria que el hambre desmadeja. Sus dobladas orejas anuncian que va perdiendo la batalla contra el tiempo.


En sus años mozos marcaba su territorio desde las estribaciones del glaciar Tucu Chira hasta la laguna de Conococha. Durante el día atravesaba las llanuras de Recrec y Chonta, alimentándose de aves y roedores. En las noches descendía discreta a los rebaños de Tupucancha y sacaba entre sus fauces un cordero para asegurar su ración de carne. Con frecuencia caminaba sola, a excepción de las épocas de celo que lo hacía acompañada de su ocasional pareja, hasta el tiempo de cría.


Doce años trajinando la estepa chiquiana es demasiado tiempo para un animal de presa. Sus movimientos son cada vez más lerdos, pero sus patas y mandíbulas continúan fuertes, lo que le augura unos inviernos de gracia como cazadora nocturna.

Hace unos meses fue cortejada por un joven zorro que después del festín la abandonó preñada. Ha parido hace dos semanas y sus cachorros no prueban leche en las últimas 24 horas.


Ayer por la tarde, unos pastores la vieron en el bosque de piedras de Alalaj Machay. Comentan que bajó andando renga al pajonal donde estiró su enjuto cuerpo, paró las orejas como pudo y se sacudió del polvo que cubría su pelaje, quedando al descubierto una cicatriz en el vientre de su lucha con un puma de Matara.


Ya es de noche, el cielo está perlado, y su aullido rompe el silencio de la llanura, siendo respondida por finos ecos que se multiplican en los cerros salpicados de roquedales.

Las huellas de un puma han aguzado sus sentidos y trata de comunicarse con otros zorros que merodean por ahí.

Sigue las huellas rozando el pasto con su hocico, y halla tras un peñasco a un puma de piel aleonada, recostado sobre un becerro muerto iniciando su banquete.


Observa unos segundos y confirma que es el mismo felino que hace unos años la dejó marcada de por vida.

Se ubica a una distancia prudencial, efectúa un recorrido visual, y ve agazapados entre la neblina y el ichu a cuatro jóvenes zorros observando al puma y su presa.

Baja los párpados y mueve su áspera lengua abriendo su boca que se le hace agua. Al abrir los ojos la luna se oculta entre las nubes dejando a oscuras el campo de batalla. Aprovecha este momento de suerte y se abalanza sobre el becerro arrancándole un trozo de carne de una dentellada. El puma lanza un rápido zarpazo que ella elude con un salto.


Su éxito inicial anima a sus jóvenes compañeros y en unos segundos rodean al puma. Este se pone de pie emitiendo rugidos amenzadores. Entonces los zorros inician un sorpresivo ataque, luego otro y después otros, siempre liderados por la vieja zorra. El puma se revuelve en la paja brava tratado de ahuyentarlos en cada acometida, pero la zorra aprovechando un descuido le hunde sus colmillos con fuerza en el lomo. La zorra se ha vengado. El adolorido felino ataca a uno de los zorros dejándolo fuera de combate y retorna a su presa para seguir devorándola, sin perder de vista a los demás.


Los zorros se alejan unos metros simulando una retirada; y como si todo estuviera bien coordinado, los tres siguen a la zorra en una nueva embestida contra el puma y empiezan a mordisquearle las patas, el cuello y la cola que manan sangre viva.

Al verse acosado por todos los flancos, al puma no le queda más remedio que huir cubierto por la neblina.

Una hora después, del becerro quedan pocos huesos, manchas de sangre en el pasto y piltrafas de carne en la paja fría.

Pronto llega el alba con un cielo que se muestra aborregado. La vieja zorra camina despacio con su barriga abultada de carne. A su paso encuentra un lugar seguro para digerir y acumular leche en su ubre. Se recuesta y reflexiona sobre las hebras del que dispone la vida para tejer combates de esta naturaleza en las mesetas andinas. Siente que sus pupilas se humedecen recordando el triunfo de hace unas horas, y esboza una sonrisa sintiéndose útil todavía.

Ya es mediodía, la vieja zorra ha descansado lo suficiente, su ubre está rebosante, y emprende el retorno a su madriguera, abrigada por el Sol que derrama su lluvia de oro en los pajonales...

VOCES NATIVAS

Aborregado:

Nubes que surcan el cielo de grupo en grupo, como corderos.

Alalaj Machay:

Paraje de roquedales junto a Tupucancha, cerca a la cueva de Luis Pardo.

Laguna de Conococha:

Ubicada en Chiquián - Ancash -PERÚ, brinda sus aguas al Callejón de Huaylas.

Ichu:

Gramínea de hojas delgadas y punzantes

Neblina:

Meteoro acuoso que se presenta como cortina blanca impidiendo la visibilidad

Pajonales:

Lugar donde crece en manojos la paja brava
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