INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
20 DE AGOSTO
DÍA DEL CALLAO
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
MITO DEL CALLAO Y SUS ISLAS
Uno
Aquí antes tenían su morada, en tiempos remotos, dos dioses que se amaban con amor transparente y apacible.
Todo andaba bien, salvo un detalle, que hizo que el amor que se tenían, fuera arrebatado, y después se hiciera eterno.
Y que ha quedado como un hecho inolvidable en dos islas, el viento y una ensenada que se proyecta al mar, como un brazo que clamara o que anhelara.
¿Cuál era ese detalle? Que azotaban estos parajes inclementes las marejadas, las borrascas y los maremotos.
– ¡Lucharé con ellos!, –dijo un día Chucuito–. Expulsaré a estos endriagos que asolan las costas del mar océano. Los hundiré en los abismos y en las cavernas donde nacen. ¡Guerrearé hasta vencerlos!
– ¡Déjalos!, –dijo Challa–. Nosotros somos dioses y nada podrán en contra nuestra.
– ¿Y los otros seres?
– ¡Sabrán cómo defenderse! ¡O, sino, perecer! ¡Esa es la ley que determina quiénes deben sobrevivir!
– Y, ¿todo aquello que aquí se construya y erija? ¿Aquí, nada podrá edificarse por el antojo y el arbitrio de seres perversos? Iré a domeñarlos. ¡Es mi deber!
Dos
– ¿Y qué tiempo te llevará combatirlos? –Preguntó Challa, ya inquieta por la probable ausencia de quien era su adorado esposo y padre de su hija Maranga.
– Con precisión no sabría decir. Solo en ir y volver a sus guaridas no es menos de cinco años. Puedo regresar muy pronto a ese lapso, si los venzo con soltura. O puedo demorar un tiempo prolongado, si es que es duro someterlos a un orden y a una ley.
– ¿Y si te pasa algo? ¿Si sucumbes? –Dijo ella prendida a su cuello. Él la apartó suavemente.
– Entonces habré cumplido con lo que es mi designio.
– Y, ¿cómo harás?
– Buscaré a esos ladinos y arteros con mi embarcación, en el mismo lugar donde nacen y se engendran, que es en lo más lejano y hondo del océano.
– ¡Eso es abandonarnos a mí y a tu hija que es tierna!
– ¡Ya nada les falta!, salvo que aplaque la furia de estos elementos brutales que se ciernen sobre estas tierras.
Tres
– ¡Te matarán o te quedarás por ahí, enfermo y loco! Para ti ya no habrá regreso.
– No depende solo de mí el que me vaya bien o mal en esta empresa. Yo pondré todo de mi empeño en volver. Lo ineludible es la misión que tengo que cumplir. Nada debe amenazar estas tierras. Esa es la obligación que se e encarga que yo cumpla.
– Lo que me extraña es que por una aventura tengas que abandonar a tu familia.
– No confundas deber con aventura. Y tampoco misión qué cumplir con abandono.
– ¡Pero nos dejas solas! ¿No te conmueve dejarme aquí y a tu hija pequeña sin verla crecer?
– Este trabajo en el fondo lo hago por ustedes dos.
– ¡Pero si hemos podido vivir así hasta ahora!
– ¿Y no te preocupa vivir con estas amenazas? ¿Acaso, no es bueno corregirlas?
Cuatro
– Si es por nosotras, te decimos que no. ¡Que no lo hagas! ¡Que te necesitamos a ti!
– Lo hago por ustedes y por todos los demás.
– Ya te decimos: ¡no lo hagas! Y si finalmente te vas, ya no nos busques. Ni siquiera regreses. Olvídate de nosotras, de mí y de mi hija. Y no vuelvas, ni siquiera a buscarnos.
– De todos modos iré.
– Y si me encuentras te digo que probablemente ya no te pertenezca a ti. Si así lo quieres, ¡anda!
Estas palabras ofendieron a Chucuito, le llenaron de amargura y desilusión el alma. No dijo nada y se alejó.
Solo días después se acercó para despedirse, sin detenerse a oír una respuesta:
– He preparado mi nave y voy a partir. Yo volveré. Te buscaré solo aquí, en ningún otro lugar, a ti y a mi hija. Todo lo demás no depende de lo que tú y yo hagamos.
Y Chucuito partió.
Cinco
Él era hábil en todo. Principalmente en dirigir una embarcación, en reconocer las corrientes marinas, en saber cualquier ubicación orientándose por las estrellas.
En acertar en saber la profundidad de los fondos marinos, en conocer el temperamento y el capricho de los vientos.
Era hábil en interpretar de la noche sus calmas y sus esperas; tanto sus tersuras como sus sinuosidades. Y también en vaticinar sus sueños y ansiedades.
Pero el oleaje que azotaba las orillas de la tierra que él amaba se habían vuelto indomables, atrevidas, sin orden ni concierto.
Y las borrascas cubrían de lluvia, neblina y oscuridad los campos.
Y los maremotos destruían toda la vida que encontraban a su paso.
Y por más que Chucuito intentó persuadirlos estos monstruos y endriagos lo desoían y hasta lo trataban con burlas, sorna y desprecio.
Es por eso que se embarcó a expulsarlos y a hundirlos en lo más distante y profundo del océano. Decidido a eso partió por el mar en busca de marejadas, borrascas y maremotos que asolaban las costas del Callao.
Seis
Y ella también partió, pero en dirección contraria, hacia las montañas encumbradas, a buscar refugio a su orgullo herido, obcecada de despecho y desengaño.
Aunque no pudo resistir, cuando ascendía, de voltear y ver aquella barca que se alejaba. Un sentimiento de tristeza y aflicción embargó su alma, pensando que no volvería a ver nunca más a quien hasta entonces había sido su fiel compañero. Dejó de observar y siguió su camino.
Tiempo después Challa asistió a muchas fiestas. Trató de encontrar distracciones y hasta se envolvió en lances, atenta a los requiebros de otros dioses y huacas que la asediaban.
Pronto descubrió que el único ser a quien amaba era su esposo. Que nadie podía comparársele.
Que no había otro ser como él sobre la faz de la tierra.
Y desde el farallón donde vivía miraba el lejano mar esperando una señal de alguien que regrese en el horizonte.
Siete
Él, en cambio, navegó por el mar inacabable, hasta encontrar a las olas furiosas, a las borrascas pérfidas y a los maremotos alevosos que se habían retirado, a fin de tenderle una emboscada.
Y el combate fue alta mar. Las olas fueron indomables. Sacudían su bajel intentando romperlo. Lo arrojaron fuera de él. Lo ahogaban con sus azotes.
– ¡Te haremos añicos! –Proferían con sus gritos.
– ¡Los hundiré en las aguas! –respondía él a los engendros.
Desataron contra suya un furor implacable, sobre todo queriendo herir su nave. Pero ella estaba sellada con junturas de plata, y no pudieron destruirla. Siempre flotaba. Y él bien sujeto de pies a sus travesaños asestaba flechas, hundía su lanza y daba porrazos certeros a los esperpentos que salían a enfrentársele.
Poco a poco eran menos sus enemigos, que se caían a los abismos, dejando un mar completamente en calma.
Fue ardua la jornada y pudo morir en el intento.
Porque a todos estocó con su lanza. A todos hirió con sus flechas. Y finalmente pudo hacerlos desaparecer en lo más profundo de los abismos del mar.
Ocho
En ese afán habían pasado diez años, cuando Chucuito inició su retorno, maltrecho por las heridas y los golpes que había recibido, pero esperanzado otra vez en tocar su tierra y encontrar a su familia.
Llegó al litoral desde donde partiera, pero no encontró ni a su esposa, ni a su hija.
Su desesperación fue grande al no poder verlas. Ciertamente, ellas habían abandonado ese paraje.
¿Dónde buscarlas? ¿Tendría esto sentido?
Ahí decidió, y pidió a los dioses que lo ayuden, en convertirse en guardián de estas costas, diciéndole a Ticsi Wiracocha, el padre supremo:
– Lo que hay que evitar ahora es que otra vez regreso las marejadas, y con ella que reaparezcan los seres infernales que la acompañan.
Aquello dijo y acomodó su lanza hacia un lado.
Y los dioses le consintieron el deseo de ser erigido como el guardián de estos lares.
Y presto, dentro de su nave se convirtió en piedra, como su embarcación también, a fin de cuidar y defender estos parajes, como un guardián valeroso.
Nueve
Un día Challa divisó una nave detenida cerca de la orilla. Y el corazón se le exaltó de júbilo y regocijo:
– ¡Vive! –dijo–. ¡Y ha regresado victorioso! ¡Mi amado ha regresado triunfante! –Abrazó a su hija y le dijo así:
– Tú espera hasta que yo te busque, mantente entre las nieves. Si no regreso pide auxilio a alguno de los dioses. Yo voy ahora en busca de tu padre.
Volvió, pero ya era tarde. ¡Él se había convertido en una isla enhiesta con otra pequeña que es su lanza!
Ella, desesperada y gimiendo se extendió cuanto pudo en la orilla, en un esfuerzo supremo por alcanzarlo, por tocarlo, diciéndole:
– ¡A ti voy! ¡A ti llego, amor mío!, –que es lo que ahora se escucha susurrar al viento en los acantilados de Chucuito, y en las jarcias de todo navío que allí se adormila.
Estirando cuanto pudo su brazo para alcanzarlo, y no pudo, le pidió a los dioses volverse ensenada, para estar cerca a su amado, eternizada en la actitud de tender su mano hacia él, como la tierra en esa parte lo ha grabado.
Diez
Y lloró tanto que es el único lugar del litoral que a lo largo de todo su margen tiene millares de piedras redondas y humedecidas de llanto y sollozos. Son las lágrimas de Challa.
Tanto que su hija logró oírla. Y bajó a consolarla.
Encontró tan hermosos estos lugares, en donde ella había nacido y vivido junto con sus padres, que la embelesaron.
Le gustaron tanto que se quedó a vivir aquí, volviendo a poblar estos paisajes.
Y de esa descendencia se formaron varios señoríos y luego el reino de Maranga, hija de Challa, la diosa arrepentida y de Chucuito, el dios valeroso.
Él ha quedado para siempre como el protector que nos defiende de las marejadas, borrascas y maremotos, que antes asolaban estos dominios y las playas del Callao.
Por eso, la ensenada con su punta, las playas y las dos islas de enfrente, constituyen el himno del adiós y del retorno de todo viajero que de aquí se ausenta y hacia aquí siempre vuelve.
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
Teléfonos:
420-3343 y 420-3860
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com
MITO DEL CALLAO Y SUS ISLAS
Uno
Aquí antes tenían su morada, en tiempos remotos, dos dioses que se amaban con amor transparente y apacible.
Todo andaba bien, salvo un detalle, que hizo que el amor que se tenían, fuera arrebatado, y después se hiciera eterno.
Y que ha quedado como un hecho inolvidable en dos islas, el viento y una ensenada que se proyecta al mar, como un brazo que clamara o que anhelara.
¿Cuál era ese detalle? Que azotaban estos parajes inclementes las marejadas, las borrascas y los maremotos.
– ¡Lucharé con ellos!, –dijo un día Chucuito–. Expulsaré a estos endriagos que asolan las costas del mar océano. Los hundiré en los abismos y en las cavernas donde nacen. ¡Guerrearé hasta vencerlos!
– ¡Déjalos!, –dijo Challa–. Nosotros somos dioses y nada podrán en contra nuestra.
– ¿Y los otros seres?
– ¡Sabrán cómo defenderse! ¡O, sino, perecer! ¡Esa es la ley que determina quiénes deben sobrevivir!
– Y, ¿todo aquello que aquí se construya y erija? ¿Aquí, nada podrá edificarse por el antojo y el arbitrio de seres perversos? Iré a domeñarlos. ¡Es mi deber!
Dos
– ¿Y qué tiempo te llevará combatirlos? –Preguntó Challa, ya inquieta por la probable ausencia de quien era su adorado esposo y padre de su hija Maranga.
– Con precisión no sabría decir. Solo en ir y volver a sus guaridas no es menos de cinco años. Puedo regresar muy pronto a ese lapso, si los venzo con soltura. O puedo demorar un tiempo prolongado, si es que es duro someterlos a un orden y a una ley.
– ¿Y si te pasa algo? ¿Si sucumbes? –Dijo ella prendida a su cuello. Él la apartó suavemente.
– Entonces habré cumplido con lo que es mi designio.
– Y, ¿cómo harás?
– Buscaré a esos ladinos y arteros con mi embarcación, en el mismo lugar donde nacen y se engendran, que es en lo más lejano y hondo del océano.
– ¡Eso es abandonarnos a mí y a tu hija que es tierna!
– ¡Ya nada les falta!, salvo que aplaque la furia de estos elementos brutales que se ciernen sobre estas tierras.
Tres
– ¡Te matarán o te quedarás por ahí, enfermo y loco! Para ti ya no habrá regreso.
– No depende solo de mí el que me vaya bien o mal en esta empresa. Yo pondré todo de mi empeño en volver. Lo ineludible es la misión que tengo que cumplir. Nada debe amenazar estas tierras. Esa es la obligación que se e encarga que yo cumpla.
– Lo que me extraña es que por una aventura tengas que abandonar a tu familia.
– No confundas deber con aventura. Y tampoco misión qué cumplir con abandono.
– ¡Pero nos dejas solas! ¿No te conmueve dejarme aquí y a tu hija pequeña sin verla crecer?
– Este trabajo en el fondo lo hago por ustedes dos.
– ¡Pero si hemos podido vivir así hasta ahora!
– ¿Y no te preocupa vivir con estas amenazas? ¿Acaso, no es bueno corregirlas?
Cuatro
– Si es por nosotras, te decimos que no. ¡Que no lo hagas! ¡Que te necesitamos a ti!
– Lo hago por ustedes y por todos los demás.
– Ya te decimos: ¡no lo hagas! Y si finalmente te vas, ya no nos busques. Ni siquiera regreses. Olvídate de nosotras, de mí y de mi hija. Y no vuelvas, ni siquiera a buscarnos.
– De todos modos iré.
– Y si me encuentras te digo que probablemente ya no te pertenezca a ti. Si así lo quieres, ¡anda!
Estas palabras ofendieron a Chucuito, le llenaron de amargura y desilusión el alma. No dijo nada y se alejó.
Solo días después se acercó para despedirse, sin detenerse a oír una respuesta:
– He preparado mi nave y voy a partir. Yo volveré. Te buscaré solo aquí, en ningún otro lugar, a ti y a mi hija. Todo lo demás no depende de lo que tú y yo hagamos.
Y Chucuito partió.
Cinco
Él era hábil en todo. Principalmente en dirigir una embarcación, en reconocer las corrientes marinas, en saber cualquier ubicación orientándose por las estrellas.
En acertar en saber la profundidad de los fondos marinos, en conocer el temperamento y el capricho de los vientos.
Era hábil en interpretar de la noche sus calmas y sus esperas; tanto sus tersuras como sus sinuosidades. Y también en vaticinar sus sueños y ansiedades.
Pero el oleaje que azotaba las orillas de la tierra que él amaba se habían vuelto indomables, atrevidas, sin orden ni concierto.
Y las borrascas cubrían de lluvia, neblina y oscuridad los campos.
Y los maremotos destruían toda la vida que encontraban a su paso.
Y por más que Chucuito intentó persuadirlos estos monstruos y endriagos lo desoían y hasta lo trataban con burlas, sorna y desprecio.
Es por eso que se embarcó a expulsarlos y a hundirlos en lo más distante y profundo del océano. Decidido a eso partió por el mar en busca de marejadas, borrascas y maremotos que asolaban las costas del Callao.
Seis
Y ella también partió, pero en dirección contraria, hacia las montañas encumbradas, a buscar refugio a su orgullo herido, obcecada de despecho y desengaño.
Aunque no pudo resistir, cuando ascendía, de voltear y ver aquella barca que se alejaba. Un sentimiento de tristeza y aflicción embargó su alma, pensando que no volvería a ver nunca más a quien hasta entonces había sido su fiel compañero. Dejó de observar y siguió su camino.
Tiempo después Challa asistió a muchas fiestas. Trató de encontrar distracciones y hasta se envolvió en lances, atenta a los requiebros de otros dioses y huacas que la asediaban.
Pronto descubrió que el único ser a quien amaba era su esposo. Que nadie podía comparársele.
Que no había otro ser como él sobre la faz de la tierra.
Y desde el farallón donde vivía miraba el lejano mar esperando una señal de alguien que regrese en el horizonte.
Siete
Él, en cambio, navegó por el mar inacabable, hasta encontrar a las olas furiosas, a las borrascas pérfidas y a los maremotos alevosos que se habían retirado, a fin de tenderle una emboscada.
Y el combate fue alta mar. Las olas fueron indomables. Sacudían su bajel intentando romperlo. Lo arrojaron fuera de él. Lo ahogaban con sus azotes.
– ¡Te haremos añicos! –Proferían con sus gritos.
– ¡Los hundiré en las aguas! –respondía él a los engendros.
Desataron contra suya un furor implacable, sobre todo queriendo herir su nave. Pero ella estaba sellada con junturas de plata, y no pudieron destruirla. Siempre flotaba. Y él bien sujeto de pies a sus travesaños asestaba flechas, hundía su lanza y daba porrazos certeros a los esperpentos que salían a enfrentársele.
Poco a poco eran menos sus enemigos, que se caían a los abismos, dejando un mar completamente en calma.
Fue ardua la jornada y pudo morir en el intento.
Porque a todos estocó con su lanza. A todos hirió con sus flechas. Y finalmente pudo hacerlos desaparecer en lo más profundo de los abismos del mar.
Ocho
En ese afán habían pasado diez años, cuando Chucuito inició su retorno, maltrecho por las heridas y los golpes que había recibido, pero esperanzado otra vez en tocar su tierra y encontrar a su familia.
Llegó al litoral desde donde partiera, pero no encontró ni a su esposa, ni a su hija.
Su desesperación fue grande al no poder verlas. Ciertamente, ellas habían abandonado ese paraje.
¿Dónde buscarlas? ¿Tendría esto sentido?
Ahí decidió, y pidió a los dioses que lo ayuden, en convertirse en guardián de estas costas, diciéndole a Ticsi Wiracocha, el padre supremo:
– Lo que hay que evitar ahora es que otra vez regreso las marejadas, y con ella que reaparezcan los seres infernales que la acompañan.
Aquello dijo y acomodó su lanza hacia un lado.
Y los dioses le consintieron el deseo de ser erigido como el guardián de estos lares.
Y presto, dentro de su nave se convirtió en piedra, como su embarcación también, a fin de cuidar y defender estos parajes, como un guardián valeroso.
Nueve
Un día Challa divisó una nave detenida cerca de la orilla. Y el corazón se le exaltó de júbilo y regocijo:
– ¡Vive! –dijo–. ¡Y ha regresado victorioso! ¡Mi amado ha regresado triunfante! –Abrazó a su hija y le dijo así:
– Tú espera hasta que yo te busque, mantente entre las nieves. Si no regreso pide auxilio a alguno de los dioses. Yo voy ahora en busca de tu padre.
Volvió, pero ya era tarde. ¡Él se había convertido en una isla enhiesta con otra pequeña que es su lanza!
Ella, desesperada y gimiendo se extendió cuanto pudo en la orilla, en un esfuerzo supremo por alcanzarlo, por tocarlo, diciéndole:
– ¡A ti voy! ¡A ti llego, amor mío!, –que es lo que ahora se escucha susurrar al viento en los acantilados de Chucuito, y en las jarcias de todo navío que allí se adormila.
Estirando cuanto pudo su brazo para alcanzarlo, y no pudo, le pidió a los dioses volverse ensenada, para estar cerca a su amado, eternizada en la actitud de tender su mano hacia él, como la tierra en esa parte lo ha grabado.
Diez
Y lloró tanto que es el único lugar del litoral que a lo largo de todo su margen tiene millares de piedras redondas y humedecidas de llanto y sollozos. Son las lágrimas de Challa.
Tanto que su hija logró oírla. Y bajó a consolarla.
Encontró tan hermosos estos lugares, en donde ella había nacido y vivido junto con sus padres, que la embelesaron.
Le gustaron tanto que se quedó a vivir aquí, volviendo a poblar estos paisajes.
Y de esa descendencia se formaron varios señoríos y luego el reino de Maranga, hija de Challa, la diosa arrepentida y de Chucuito, el dios valeroso.
Él ha quedado para siempre como el protector que nos defiende de las marejadas, borrascas y maremotos, que antes asolaban estos dominios y las playas del Callao.
Por eso, la ensenada con su punta, las playas y las dos islas de enfrente, constituyen el himno del adiós y del retorno de todo viajero que de aquí se ausenta y hacia aquí siempre vuelve.
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
Teléfonos:
420-3343 y 420-3860
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com