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TRAS LAS HUELLAS DE UNA LEYENDA:
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LA FLOR DE LA CANTUTA
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Aquel día de diciembre del 62 salí a las 9 de la mañana de Chiquián con uno de los camiones de la familia, para pasar la Navidad en Tupucancha. Una hora después ya estábamos cargando reses en el paraje de Mojón.
Culminado el embarque proseguimos por la encalaminada pista de cascajo suelto de la Pampa de Lampas, arribando a Conococha al mediodía.
Culminado el embarque proseguimos por la encalaminada pista de cascajo suelto de la Pampa de Lampas, arribando a Conococha al mediodía.
En el pequeño poblado almorzamos bajo un techo de paja con el chofer Teobaldo Padilla (Pecho), el dueño de las reses Teobaldo Suárez y el ayudante Baldomero Ramírez (Hualu). Este último me obsequió un tucumán de lana que me puse en su presencia como muestra de agradecimiento.
Después del almuerzo bajé mis pertenencias del camión, que continuó su marcha hacia Lima. Equipaje al hombro empecé el descenso por una explanada de lajas que bordeaba la laguna de Conococha. Luego trepé con dificultad un sendero empinado hasta coronar la parte más alta de la ruta (4,200 m.s.n.m.). Allí me puse a descansar.
Después del almuerzo bajé mis pertenencias del camión, que continuó su marcha hacia Lima. Equipaje al hombro empecé el descenso por una explanada de lajas que bordeaba la laguna de Conococha. Luego trepé con dificultad un sendero empinado hasta coronar la parte más alta de la ruta (4,200 m.s.n.m.). Allí me puse a descansar.
Sentado en una piedra contemplé la inmensidad de la llanura, donde el trío de gigantes: cielo, agua y tierra, me hicieron sentir la fuerza inconmensurable de la Puna. En este desolado paraje donde es difícil que sobreviva el mal, el frío ingresaba a mi piel atravesando el poncho y la ropa gruesa que llevaba puesta, como queriendo 'darle la contra' a los rayos solares que caían tibios al erizado pajonal.
Ya llevaba media hora descansando, cuando se ocultó el sol, y la neblina empezó a descender, acariciando los cerros vestidos de paja y rocas calvas que le daban un aire misterioso al vaporoso paisaje.
Al cabo de unos minutos me sentí flotar sobre un inmenso vellón, por lo que me puse de pie y apresuré la marcha siguiendo con la mirada las huellas dejadas por las recuas de carga. "Qué lejos quedó la mañana cuando en Mojón seguí con la mirada el paso de las nubes viajeras sobre los glaciares del Tucu Chira" -pensé, al no poder observar nada a través de la tupida neblina.
Ya cuando iba a medio camino sentí sed y bebí un par de sorbos de agua, que a mi paso por la laguna envasé en una botella. Nunca imaginé que el líquido elemento supiera tan delicioso en circunstancias hostiles.
Después de orillar los cerros cubiertos de ichu y los pelados roquedales de Shajsha, donde se encuentra la "Cueva del Bandolero", por fin pude apreciar a un kilómetro de distancia la silueta de la manada de Tupucancha, con sus grandes corrales de piedras, paja y tierra, sus paredes blanqueadas con cal y sus tejas rojas que la llenaban de vida.
Después de orillar los cerros cubiertos de ichu y los pelados roquedales de Shajsha, donde se encuentra la "Cueva del Bandolero", por fin pude apreciar a un kilómetro de distancia la silueta de la manada de Tupucancha, con sus grandes corrales de piedras, paja y tierra, sus paredes blanqueadas con cal y sus tejas rojas que la llenaban de vida.
Faltando cien metros para llegar a la casa, vinieron a mi encuentro dando saltos y ladridos los perros pastores “Vilka” y “Zambo”, viejos amigos a quienes no veía desde hacía poco más de diez meses. En momentos que uníamos los latidos con abrazos y lamidos, salió de la cocina mi abuelita Catita, seguida por una joven señora de faldellín negro y dos “niñas” con polleras floreadas y shucuy de pellejo de carnero. Las dos pequeñas tenían los pómulos rojos como manzanas y ondeaban al viento sus trenzas entrelazadas con hilos blancos de lana.
Una hora después, en circunstancias que festejábamos el encuentro con panes y bizcochos, que antes de partir me obsequió mi abuelita Victoria en Chiquián, hizo su aparición una "niña" más. Por su estatura inferí que se trataba de la mayor. Tenía más o menos mi edad y talla: un metro con cuarenta centímetros. Hasta me emocioné al verla, pero después que su mamá lo llamó Nicéforo, mis ilusiones quedaron regadas en el piso. Finalmente las “otras dos” también resultaron ser 'santos varones'. En ese entonces era costumbre en la Puna, vestir a los chiuchis con polleras hasta los diez años, edad en que celebraban el rutuchi o quitañaque (ceremonia ancestral del primer corte de pelo).
Con el ocaso llegó arreando el ganado lanar el pastor Moreno, esposo de la joven mujer y padre de los tres niños. Me dio un apretón de manos como bienvenida, que por poco hace machihembrar mis delgadas falanges. Luego metimos las ovejas y las reses a los corrales e ingresamos a la cocina para merendar. Como postre les comenté sobre mis compañeros de la escuela primaria N° 378 de Chiquián. Hasta por un momento escuché resonar en mis oídos el eco de las risas de Miguel Barrenechea, Antonio Núñez y Máximo Alarcón, con quienes iba a la hora del recreo a la plazoleta de Quihuillán a trepar, hasta blanquear los ojos, el asta tubular del monumento a Bolognesi. Al concluír mi relato, la mamá de Nicéforo nos narró esta leyenda sobre la “FLOR DE LA CANTUTA”, que según nos comentó, aprendió de una ancianita del pueblo de Cuspón:
“Cierta vez, una viejecita, a quien de cariño llamaban Pancha, y su nieta salieron de Roca llevando semillas de papa para venderlas en Matara. Cuando estaban cerca del pueblo se sentaron a descansar sobre una piedra. La abuelita se quedó dormida por unos instantes y al abrir los ojos observó a la niña contemplando las flores que orlaban el camino de herradura. Se acercó y le dijo:
-¿Te gustan las ccantuhuaytas hijita?, son tan lindas y perfumadas.
-Si abuelita, mira que bello color rojo tienen.
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- Ese color, es por la sangre de una pequeñita como tú, que se marchó de este mundo hace mucho tiempo.
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-¿Cómo ocurrió aquello, abuelita?.
.- Hijita, a mí también me lo contó mi abuelita. Ella decía que hace muchos años una huerfanita muy bonita, fue raptada por un zorro. Sus abuelitos, con quienes vivía, corrieron para relatarle lo sucedido a un cóndor que habitaba las alturas de Carhuaspunta.
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El ave sobrevoló el lugar, logrando ver al zorro devorando a la niña, y descendió lo más rápido que pudo, arrebatándole los restos de la pequeña, salpicando de sangre todo Matara. Con el paso de los días germinaron bellas flores de la cantuta en los lugares donde cayeron las gotas de sangre.
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- ¿Y que pasó después con el cóndor y el zorro, abuelita?.
- Ah, el cóndor contó lo sucedido a los animales más pequeños de la zona y les aconsejó que se alejaran del zorro. Desde ese entonces vaga solitario por las altas punas al acecho de las ovejas más débiles.
- Una última pregunta abuelita ¿y que pasó con los abuelitos de la huerfanita?
- Con ellos, ...”.
Cuando nos iba a relatar lo ocurrido con los abuelitos, ladraron los perros y salimos al corral de las borregas temerosos de la presencia de algún zorro. Felizmente se trataba de un comerciante “chilico” que pedía alojamiento.
Esa noche, vísperta de Navidad, me quedé dormido contento de haber hecho nuevos amigos en un rinconcito de la Puna, donde el frío cala hasta los huesos; pero también, donde la solidaridad de los seres humanos abriga los corazones haciéndonos convivir como hermanos...
VOCES NATIVAS
Ccantuhuayta:
Flor sagrada de los Incas.
Chilico:
Natural de Celendín - Cajamarca
Chiuchis:
Niños
Faldellín:
Vestido de mujer del ande.
Matara:
Paraje, hábitat de los bosques de ccantuhuaytas.
Mojón:
Paraje chiquiano, a más de 4,150 m.s.n.m.
Recuas:
Acémilas de carga
Shucuy:
Mocasines de piel de oveja.
Tucumán:
Gorro de lana con orejeras.
Tupucancha:
Manada de reses y ovejas
Huaraz, DIC 1981
Cuspón (Bolognesi - Ancash) - Fotos: Marco Calderón Ríos
Fuente:
Relatos campesinos de Nalo.
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