Club Chiquián - Foto: NAB
Hombre sencillo y noble, pero con la fortaleza del ichu de Sapahuaín que no se amilana ante la escarcha que lo congela todo con su manto blanco. Hermano cariñoso de los aguash de la laguna de Conococha y de los liclish de acrobáticos vuelos que con sus sonoros lic, lic, lic, lic, nos reciben en la Pampa de Lampas.
En el Club Chiquián - Foto; NAB
Cada vez que en las tertulias sabatinas evocamos en familia los gratos años del ayer, retorno con el pensamiento a Chiquián y siento el sabor de la caña y las tiernas habas que pañaba con mis amigos al amparo de la cómplice luna. En otras ocasiones cierro los ojos y en mi mente se renueva la vida en las chacras de Ninán; de pronto me veo contemplando el valle del Aynín, junto a tío Pablito, Felipe, mis mamás: Catita, Jeshu y Tina, descansando en los surcos con las fatigadas yuntas y la reja del arado, tan limpia como el alma de los chiuchis del Huayhuash.
Casa de la familia Calderón Yabar en Chiquián - Foto: Luis Cuadros
Tío Pablito cada fin de mes visita nuestra tierra, y no lo hace por necesidad de bienes materiales que siempre faltan, sino porque a sus 85 bien llevados años se siente un vigoroso caminante bajo el ulular del viento pampero y un próspero comunero de espigas y trinos en Macpún, tareas a campo abierto que marcaron su infancia y juventud con gotas de lluvia y rayos de sol, dotándole de un espíritu telúrico a prueba de truenos y desarraigo.
Ticllos - Foto: Marco Calderón Ríos
Recuerdo sus clases ecológicas de enero a marzo en el asomar de los sesentas. Verlo llegar de Ticllos a Tupucancha cabalgando por Gachirajra en dúo con mamá Tina con sus mandolinas en bandolera, ondeando en cada trote de caballo las alforjas azulinas con papas roqueñas, era para Mirtha, Felipe, Durid, Pablín y para mí, días de júbilo, pues en los días que se quedaban nos enseñaban a leer libros y a escuchar con los oídos bien abiertos los mitos y leyendas que nos narraban los pastores. También nos enseñaban a rasgar las duras cuerdas de sus mandolinas viajeras, a cabalgar a pelo y con montura, a truchar, a orar, a curar a las ovejas y al ganado vacuno; pero sobre todo a respetar las leyes de la Naturaleza.
Valle del Aynín - Foto: Marco Calderón Ríos
Guardo en el arcón de mis recuerdos, la vez que trepado en una pirca con mis alas de sacuara y papel cometa, quise volar sobre el río Aynín y rodé en el intento, lastimándome las manos y las rodillas; entonces mamá Tina me dijo: “un día volarás hasta el Sol aunque se te quemen las alas como a Ícaro, y yo, te estaré esperando”. Hoy, cuando meditamos con tío Pablito sobre las palabras de nuestra siempre recordada maestra rural, vemos con más claridad espiritual que la meta no está en la Tierra sino junto a Dios, donde solamente se llega a corazón batiente, aun cuando se nos quiebren las alas en la conquista de nuestros sueños.
No olvido el primer relato que escuché de labios de tío Pablito, camino al desolado Recrec, sobre aquel samaritano ciego que sabía de memoria la ruta, pero que prefería andar en las noches sin luna con un candil en la mano para que sus amigos videntes no tropiecen con las piedras del camino. También recuerdo aquella tarde de aguacero y sol en marzo de 1962, en que apareció en el Tucu Chira un bello arco iris. Tío Pablito, en su afán de desarrollar mis fantasías, me relató que en tiempos remotos se desató una fuerte discusión entre los colores. El rojo decía ser el más importante, porque en las guerras corren ríos de sangre. El amarillo se jactaba diciendo que el oro lo compra todo. Los demás colores ponderaron cada cual sus méritos y no se hizo esperar una declaratoria de guerra. Los apus tutelares al contemplar este triste desenlace, se pusieron de acuerdo y crearon el arco iris como símbolo de hermandad. Cuando los colores vieron la belleza que juntos irradiaban, se sintieron felices y desde entonces nos llenan de embeleso el alma.
Cuántas enseñanzas a través del tiempo hemos recibido de su parte: sus hijos, nietos y sobrinos; cuántas caídas de bruces evitamos en nuestras vidas al tomarlos en cuenta cada día. Cito algunos como ejemplo: 'un buen pastor es aquel que con su labor protectora obliga al astuto zorro a buscar otro rebaño donde saciar su hambre'; 'el estudio es la mejor refrigeradora para congelar la ignorancia', 'solamente somos dueños de la felicidad que brindamos a los demás'; 'los días más vacíos son los más pesados de llevar a cuestas', 'bendice al que te daña, porque te hace crecer como ser humano'; 'El cóndor planea en plena tempestad, porque conoce el poder de sus alas', 'no ganan la gloria los que critican desde las palincas, sino los que se juegan la vida en el ruedo'.
Una mañana de febrero de 1960 tío Pablito me obsequió feliz un hermoso cactus de flor celeste y lo replantamos cerca del puquial. Al atardecer, el pastor Moreno descubrió con asombro la planta. Entonces le comenté sobre el regalo y me llevó a los roquedales de Shajsha en cuya cumbre florecían plantas de ese vistoso color.
En vano tratamos de llegar hasta la cima, pero nos contentamos viendo desde una cornisa de granito, que entre dos cactus de flores celestes la tierra estaba removida. Esa mañana al ver el riesgo que corrió tío Pablito por darme unos momentos de dicha, hizo del obsequio algo invalorable.
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Glaciar Siulá Grande 6345 m.s.n.m. - Cordillera Huayhuash
Chiquián