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NOCHES DE LUNA LLENA EN AQUIA
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Por: Javier Cerrate Núñez (Puncupa Surín)
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Llegar
 al pueblo y sentir su espíritu era uno solo, seguramente el manso rumor
 del río contribuía a ello, también la calidad de su gente era un 
ingrediente muy especial, que nos preparaba a los que llegábamos allí, 
tengo que aclarar que mi padre y yo llegábamos como "ciudadanos 
pasajeros" ya que él llegaba como maestro de la escuelita del lugar y yo
 como alumno de ella, desde el primer día, que guarda como recuerdo mi 
memoria, supe que con este hermoso lugar teníamos una mutua comunión, en
 ese entonces tendría yo, seis años aproximadamente, transcurría la 
década de los cincuenta, no existía aún el alumbrado público, en ninguna
 de sus versiones, la casa donde me tocó vivir este lindo recuerdo, 
estaba cerca de la plaza principal, a la vera del río, que con sus 
cristalinas y a la vez bulliciosas aguas arrullaban mi descanso, 
llevándome primero por senderos inimaginados mientras conciliaba el 
sueño, luego a la madrugada cuando mi cansancio ya menguaba su rumor era
 quien me decía de viva voz: "estamos en Aquia", con lo que mi espíritu 
se regodeaba, pensando en las nuevas aventuras y alegrías que me 
esperaban para ese día, así despertaba, con esa esperanza que más de las
 veces se convertía en realidad; muy temprano la señora de la casa, que 
seguramente con su natural sentimiento maternal, me había "adoptado" 
como su hijo, preparaba el desayuno, alegrando mi día con detalles de 
"fiesta", mantel blanco, servilletas níveas, grandes tazas de loza, 
humeantes, llenas de leche con "cocoa", despidiendo su apetitoso olor, 
rebanadas de queso y un aromático pan, mi desayuno, era parte de las 
alegrías del día, luego partir a la escuela, donde mis maestros 
seguramente no desentonaban con mi buen humor, ya que mis recuerdos 
fluyen siempre nostalgiosos, llenos de cariño para esas buenas gentes, 
después de las clases, mi natural inclinación a los juegos hacía que me 
rodeara de los mozalbetes de mi edad, sería por los meses de julio, 
agosto, al ocultarse el Sol, el frío llegaba de golpe, pero no era 
obstáculo para seguir jugando con mis amigos y compañeros de escuela, 
abruptamente se hacía de noche, como ocurre en nuestros pueblos andinos,
 pero las noches que me llevan a escribir esto, eran las noches de luna 
llena, obviamente la oscuridad era un ingrediente más para nuestros 
juegos, ya que algunos de ellos la necesitaban, "las escondidas", "la 
pega", pero los cuentos de "aparecidos" eran los preferidos, sobre todo 
por los más grandes, quienes contaminaban fantasiosamente nuestras 
tiernas mentes, llenándolas de "almas", "ichicollco", "pisana maría", 
mientras los más chicos seguían los relatos con los ojos casi 
desorbitados y el corazón “al galope”, luego llegaba el momento, de que 
ya teníamos que retirarnos cada uno a su casa, deshacer la reunión era 
una utopía, nadie quería irse, cuando ya los más osados decidían 
marcharse, la desbandada era total, al tomar mi camino, mis ojos 
trataban de divisar las "almas": en las esquinas, en los zaguanes, 
detrás de los árboles, mientras mi corazón latía alocadamente, mis pies 
para entonces ya ni tocaban el suelo, era como si me hubieran salido 
alas y en un santiamén estaba en mi casa, llegando de sopetón al cuarto 
de mi padre, donde adelantaba su trabajo para el día siguiente, bajo la 
luz de una vela, me preguntaba él, por qué mi apuro y para no pasar 
vergüenza inventaba cualquier excusa baladí, mientras también me 
dedicaba a mis deberes escolares, bajo su estricta mirada, de rato en 
rato me corregía la caligrafía y también la ortografía, mientras el 
sueño iba llegando desplazando al hambre y la sed, entonces mi padre 
sabía que era hora de ir al comedor, para que no me durmiera sin cenar, 
un pecado capital en su cabeza, entre sueños comía sin disfrutar, algo 
ilógico en mí, ni siquiera de la mazamorra, que la agradable dueña de 
casa había hecho, tan sólo por mí, que siempre fui goloso y que no dejé 
de hacer saber esa afición a mi anfitriona, pero el cansancio se imponía
 y llegaba dormido, en brazos de mi papá a mi cama, donde me depositaba 
con ternura, mientras seguramente recitaba de memoria, las letras de un 
viejo tango que decía algo así como: "Los músculos duermen y la ambición descansa",
 por supuesto esto que digo solamente lo imagino, basándome en la misma 
actitud de mi padre, en años posteriores, con mis hermanos menores, de 
lo cual fui testigo.
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Gracias amable ciudad de Aquia, por el cariño que me brindaron en esos pocos meses que viví con ustedes.
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14 ENE 2006
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Comentario del 14 ENE 2006 
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Bello
 el relato hermano Puncupa Surín, son lecciones de vida que sobrevivirán
 al tiempo mientras pinceles de fina sensibilidad como la que guía tu 
mano, pinten aquellos ambientes vivificantes donde duermen nuestros 
gratos recuerdos.
 
En estos momentos galopa en un rincón de la memoria el
 corcel de los pies alados y trae a mis retinas momentos cuando de niño 
viajaba en la canastilla del camión de mi viejo, con los ojos puestos en
 el río Huamanmayo, que bajaba murmurando buenas nuevas a los 
transportistas, arrieros y caminantes de almas fuertes.
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Cierro
 mis ojos... y me veo parado bajo el umbral de Aquia; hasta parece que 
aún me espera aquella linda infancia que dejé en sus calles empedradas, 
mojadas por la lluvia de enero, su bella placita, el Señor de Cáyac y su
 plaza de toros en hana barrio, desde cuyas pircas mirábamos los 
chiuchis chiquianos la corrida de toros. Espera de algo querido, como
 mis amigos de las familias: Morán, Vásquez, Alarcón, Damián, Arieta, 
Alva, Padilla, Carrera, Cueva, Tapia, Solis, Palacios, Alvarez, Zarazú, 
Barrenechea, Vía, Gamarra, Cerna, Rueda, entre otras fecundas raíces 
telúricas.
 
Gracias una vez 
más hermano, por irrigar mi mente con tu pluma colmada de tinta de 
nobles sentimientos por lo nuestro... Me gustaría continuar escribiendo,
 pero el corazón me aprieta y los dedos se anquilosan por la emoción... 
 
Al pie, vistas fotográficas de la ciudad de Aquia, paisajes: Señor de 
Cayac, río Huamanmayo, Pacarenca, Racrachaca, Pachapaqui y Yanashalash que todavía conservan nuestros pasos.
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Nalo Alvarado Balarezo
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Comentario 14 ENE 2006
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Apreciado paisano Puncupa Surín:
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A
 lo expresado por mi hermano Nalito, luego de la lectura a vuestra ágil y
 entretenida narrativa vivencial, situada justamente en los años que me 
tocó ver por primera vez la luz en nuestro "Espejito del cielo", sólo 
queda decirte muchas gracias por proporcionarnos momentos agradables y 
de gran emoción con tu relato NOCHES DE LUNA LLENA EN AQUIA, logro y 
aporte muy importante, digno de destacar.
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Seguro
 de vuestra anuencia, me estoy tomando la licencia de compartirlo con 
los amigos del FORO DE LA CONFRATERNIDAD BOLOGNESINA, en la página web:
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Afectuosamente,
 
Felipe Alvarado Balarezo
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Fuente:
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Página electrónica del Club Chiquián
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Aquia - Áncash / PERÚ
LA JERUSALEN DE ÁNCASH 
 
Por Vidal Alvarado Cruz
Un
  típico valle serrano se extiende a ambos lados del río  Pativilca, 
casi  cerca de su nacimiento, a 10 Km de la ciudad de Chiquián,  capital
 de  la provincia de Bolognesi en el departamento de Ancash. Este valle 
  anida al pueblo de Aquia que según los lugareños provendría de una voz
  quechua  que significa “vaso de oro”. Tanto por encontrarse al fondo 
de  dos picachos  nevados, el Tucu Chira y el Quicash, que lo flanquean 
en  oriente y occidente.  Aquia es un lugar muy frío, donde prevalece el
  invierno acompañado por cortos  meses de una primavera no exenta de  
repentinas lluvias, razón por la cual los  pobladores de caseríos aún  
más elevados dicen que “Aquia siempre está llorando”.  Sus casas se  
perfilan junto al río, extendiéndose de sur a norte; y en la zona   
central más densa, casi se juntan los cerros Jerusalén y San Cristóbal  
con sus  grandes farallones que lo tornan brumoso, ambiente penumbroso  
que lo baña de  melancolía.
  
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 Sus
  pobladores son descendientes de antiguos mineros,  portugueses y  
españoles, que dieron lugar al mestizo actual con sus especiales   
características raciales, hombres y sobre todo mujeres de tez blanca  
adornada de  chapas naturales que el viento helado y la tonificante  
brisa de la cordillera se  encarga de pintarlas. De su seno han egresado
  brillantes generaciones:  estudiosos profesionales que han logrado 
fama  y nombradía en otros medios.  Para
  combatir el frío  glacial, algunos antiguos pobladores llamados  
“principales” implantaron el  hábito de tomar el “chinguirito” compuesto
  de aguardiente, agua, limón y azúcar  que se bebe alegremente porque  
entona el cuerpo, y el frío desaparece como por  encanto.
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Una
   mañana apareció la tierra extraordinariamente iluminada, mientras por
  su límpido  cielo volaban dos aves de rapiña como si hubieran  
descubierto carroña; sus  cuerpos se reflejaban en el plateado río y sus
  sombras jugueteaban por los  coloridos cerros. La gente se puso  
nerviosa, pensando que algo malo iba a  ocurrir. Y ocurrió: La noche  
anterior a este memorable día, un tal Rufo había  tenido una reunión de 
 tragos y ya avanzada la noche se dirigió a la casa de su  enamorada;  
envalentonado por el licor, golpeó la puerta, primero suavemente,  pero 
 como el frío arreciaba, golpeó más fuerte, cada vez más fuerte; como  
nadie  salía, montó en cólera, se acordó de sus habilidades para  
cabecear y retrocedió  unos cuantos pasos, luego tomó viada y se  
estrelló como un ariete humano contra  la puerta que se abrió haciéndose
  trizas. Penetró al aposento de la enamorada y  lejos de encontrar el  
abrigo que buscaba fue rechazado ásperamente y con  insultos, y la  
actitud cada vez más agresiva del inoportuno visitante, determinó  que  
los agraviados lo denunciaran y Rufo fue detenido en la gobernación del 
  distrito. El padre de la denunciante era nada menos que el Juez de Paz
  del  distrito, lo cual complicó la situación jurídica de Rufo, quien  
debía afrontar  esa mañana los delitos de allanamiento de domicilio,  
faltamiento de palabra y  obra, homicidio frustrado, violación, etc,  
etc, etc.
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Sumamente
  indignado salió el  Juez de Paz y se dirigió a la plaza del pueblo  
donde solía encontrarse con las  otras autoridades y demás principales  
para “cortar” la mañana. En efecto una vez  reunidos, Juez, Gobernador y
  Alcalde contó lo ocurrido en la noche y resolvieron  ahogar la cólera 
 en chinguirito. Empezaron a beber. Copas van, copas vienen… los  
efectos  del licor no se hicieron esperar; se pusieron inestables, 
salían y   entraban a la taberna. De pronto el gobernador dio un grito: 
 
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- ¡Supay!,  ¡Supay! - llamaba. 
Pasaba
  por ahí Ángel, quien por irónico contraste  tenía el sobrenombre de  
“diablo”, como el gobernador ya se encontraba embriagado  le llamó por  
su apodo, pero en quechua, ya que la palabra supay, que viene del   
quechua supi, emanación intestinal sonora, también significa diablo. El 
 apodo de  diablo le venía a Ángel por el gran parecido de éste a  
Satanás, cuya imagen yace  pisado en el vientre por San Miguel, patrón  
del pueblo. Angel Diablo Supay, ni  corto ni perezoso, acudió a tan  
honrosa invitación y se alineó con su vaso  mandando por su parte otra  
tanda de calentado. 
Y
  así fue engrosándose al  contingente de bebedores, porque también los 
 otros llamaban a los transeúntes  que inocente o dolorosamente cruzaban
  de propósito la plaza para ser  involucrados en la borrachera que, a 
eso  de las 10 de la mañana era casi  general. Y poco a poco comenzaron a
  formarse dos bandos: Los que patrocinaban la  inmediata excarcelación 
de  Rufo y los que defendían la honorabilidad del Señor  Juez de Paz.
Los
  parciales de uno y  otro personaje, envalentonados por el licor 
pasaron  de la conversación a la  discusión; ya era una algazara donde  
intervenían aun los transeúntes que no  bebían; vino el griterío y los  
agravios personales, casi, casi los pugilatos. La  gresca fue creciendo 
 anticipándose un escándalo de proporciones. Cuando ya casi  todo el  
pueblo participaba parecía un mitin político con dos grupos de   
manifestantes, con programas antagónicos. Los tinterillos gritaban  
levantando  los vasos de chinguirito; todos tenían algo que decir;  
algunos reían  medrosamente cuidando de que algún preponte los  
atropelle.
La presencia  de las mujeres redondeó el caso.  
Mientras que las jóvenes tomaban partido por  cada uno de los  
protagonistas, las viejitas tímidamente invocaban al Altísimo  para que 
 acuda en amparo de esa masa enardecida. Pero la mecha estaba encendida 
 y  había voluntad de aflorar en cada corazón el instinto de la 
pugnacidad.   Surgieron antiguas rivalidades familiares, enconos 
reprimidos y hasta  ideas  políticas que actualizó la lucha de clases… 
Se gritaban, vivaban a  uno y a otro  partido, a los clubes deportivos, 
rivales, etc. Pero la  cosa pasó de negro a  nigérrimo cuando las 
mujeres maduras entraron a  batallar. 
 
 
Calle típica de Aquia
De
  la banda opuesta a la cumbre del cerro Jerusalén alguien había visto  
 descender a una persona como si estuviera dentro de un ascensor de  
cristal; este  personaje aparecía segundos después en el ojo de la  
tormenta. Era un hombre de  talla media, de raza blanca, barba partida, 
 mirada penetrante y un gran poder  sugestivo. Súbitamente la gente  
enmudeció. Caminando lentamente, con paso firme  llegó hasta ponerse  
frente al Juez de Paz. En ese momento se produjo un ligero  temblor y se
  sintió un olor a azufre quemado. Ángel Diablo Supay se había hecho   
humo. El Juez brutalmente borracho, con su vaso de chinguirito en la  
mano  izquierda tambaleaba, presumido, al parecer convencido de que la  
mayoría del  pueblo lo respaldaba: 
- Yo garantizo a Rufo - dijo el  desconocido. 
El Juez que ya no era de paz sino de guerra, herido en su  amor propio reaccionó:
- ¿Y quién te garantiza a  ti? 
Tras
  estas palabras el iracundo Juez le propinó una  bofetada en la mejilla
  izquierda. El incógnito personaje asimiló la pegada y  ante el asombro
  de la multitud, humildemente le ofreció la mejilla derecha.  Luego de 
un  breve rato de vacilación durante el cual nadie atinaba a decir ni a 
  hacer nada, los lidercillos reiniciaron el debate Rufo versus Juez.  
Volvió a  encenderse la hoguera, pero como ocurre siempre en los pueblos
  olvidados, las  mujeres definieron el caso enfrascándose en tremendos 
 insultos. Con la versátil  imaginación que las caracteriza, se 
olvidaron  de Rufo; y ahora las damas  formaron dos bandos: Las del 
Juez,  liderados por al esposa de éste y las que  gritaban a favor del  
desconocido, lideradas por una tal María, a quien le decían  “La  
Magdalena” por su excepcional belleza y su doctrina liberal aplicada en 
 su  azarosa vida amorosa. María La Magdalena se despachaba de lo lindo 
 contra el  juez a quien calificó de borracho, mujeriego y prevaricador.
  Al oír estas  injurias, la mujer del juez, se lanzó vociferante sobre 
 María y jalándola de los  pelos y gritando en lengua vernácula: 
- Rauraycarmi shimiquipa yaycushag siquiquita  yargaramushag (*). 
- Racatam musasinhagaqui shatay … shatay… goshgata (**) –  replicó María La Magdalena.
Una
  estruendosa carcajada retumbó en todos los ámbitos de  la plaza. La  
incontenible risa de todos los que escucharon este intercambio de   
insultos cambió el panorama. Algunos se alejaban a espacios más claros, 
  agarrándose el vientre con las dos manos; otros se limpiaban los ojos 
 con el  pañuelo y buscaban las paredes más escondidas para  miccionar…
En
  una esquina de la plaza, Sócrates, un hombre bajo y  rechoncho, se  
revolcaba igual que un epiléptico en crisis. Y es que no hay  palabras  
precisas en la lengua de Cervantes para graficar como el quechua, las   
poses ridículas en que se invitaban ambas contrincantes. Y de haberlas, 
 serían  impublicables por respeto a nuestra civilización occidental y  
cristiana. Las  gentes un tanto serenadas se preguntaban intrigadas  
sobre la identidad del  personaje que había tranquilizado a la multitud.
  Como siempre, todos se  atribuían el honor de conocerlo de vista,  
solamente de vista. En algún sitio lo  he visto a éste decían. Y cada  
cual quería que su opinión prevalezca. 
María
  La Magdalena daba la impresión de ser la antigua  amiga del humilde  
forastero y cada vez más cerca de él contemplaba arrobada el  sereno  
rostro del apaciguador. En un momento dado levantó su profunda mirada y 
  su silueta se destacó dentro del gentío, levantó los brazos, hizo  
ciertos  movimientos con las dos manos y pronunció algunas palabras como
  en latín; se  agarró las dos mejillas, se inclinó un poco y lloró. Ya 
 atardecía. En Aquia el  sol aparece a las 9 a.m., y se oculta a las 3  
p.m. Me refiero a la parte urbana  que goza, que disfruta de los dorados
  rayos solares al mediodía, dando la  sensación de ser un “vaso de 
oro”. 
El  apaciguador con pasos firmes 
pero pausados comenzó a  caminar rumbo al  norte, por la calle más larga
 y paralela al río, tomando luego  el  camino hasta Cáyac. La multitud 
le seguía en masa, como atraídos por un  poder  misterioso; y al 
recordar la afrenta que sufrió, todos lloraban  en señal de  desagravio.
 A dos Km del pueblo hay un meandro, el río  forma un remolino, el  agua
 presenta hondas espirales antes de seguir  por su cauce. Ahí entró el  
gringo, palabra con que lo bautizaron, y  vieron con estupor que no se 
hundía. De  pie sobre el agua alzó una vez  más los brazos y les dijo:
- Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán  consolados.
Después
  dio tres vueltas en espiral y al llegar al  centro, se hundió  
desapareciendo totalmente. En esos momentos se oyó el canto de  la  
lechuza, que se había posado en la cumbre izquierda y se convirtió en  
nieve,  dando lugar a la cumbre de Tucu Chira; el huaman voló moribundo 
 tras del  Quicash, donde cayó llorando junto a la laguna de su nombre  
Huamanhuegue… 
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Glaciar Tucu Chira- Aquia (Bolognesi - Ancash)
 
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El
  pueblo de Aquia ha levantado una capilla donde  anualmente se celebra 
 la Misa en honor del Señor de Cáyac. Dice que es muy  milagroso, pero  
castigador, sobre todo cuando el inadvertido visitante se atreve  a  
dudar sobre la autenticidad de los rasgos de la imagen.
Años
 más tarde el  caprichoso río cambió un poco su cauce  y dejó a flor de 
tierra un  tremendo canto rodado, una piedra donde se aprecia  
nítidamente la  imagen de Cristo Yacente, tal como se lleva en las 
procesiones de   Viernes Santo.
Es pues la tumba de Cristo enb Aquia, la Jerusalén de Ancash. 
Santuario del Señor de Cayac - AQUIA
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(*) Ardiendo voy a entrar por tu boca y salir por tu ano  (**) voy a hacer besar mi vagina recientemente contactada.
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Un trocito de la novela DEL MISMO TRIGO - Bodas de Oro del Colegio "Coronel Bolognesi" de Chiquián - 2007 - Nalo AB
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..."Más abajo discurre el río Aynin después de haber regado la encajonada joya 
bolognesina de Aquia que cautiva a los visitantes con su santuario 
erigido al Señor de Cáyac, cuya fiesta se celebra el 3 de mayo. Aquia 
tiene una preciosa plaza de armas con árboles bien podados donde 
resaltan las figuras de la fauna andina. Asimismo cuenta con una 
próspera piscigranja en Racrachaca y la central hidroeléctrica de 
Pacarenca. Al igual que Huasta, es un distrito pródigo en productos de 
pan llevar, fiestas costumbristas, leyendas, danzas y platos típicos. A 
la fiesta en honor a su patrono Arcangel San Miguel de Aquia, que se 
celebra el 29 de setiembre acuden muchos hijos aquinos residentes en 
todo el mundo, y también cientos de pobladores de Chiquián, Huasta, 
Carcas y Huallanca que encuentran mucha hospitalidad durante la 
festividad.
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En
 Aquia está afincado el nevado de Pastoruri escoltado de puyas, que es 
visitado por cientos de turistas diariamente. En su rica superficie 
destacan por su belleza las lagunas de Jaracocha, Tancan, Huantuc y 
Mishacocha; también cuenta con las aguas termales de Shalanca y los 
monumentos arqueológicos de Tallenga (antigua hacienda de la familia 
chiquiana Ramos / Ibarra), Quinchapata, Purunmarca, Shulaymarca, 
Hualancajirca, Shulca y Pucamachay, entre otras. 
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Fue
 creada por Ley del 02 ENE 1857 y está ubicada a 3,335 m.s.nm. El 
distrito de Aquia (provincia de Bolognesi), cuenta con nueve anexos: 
Racrachaca, Pacarenca, Vista Alegre, Villanueva, Uran Yacu, San Miguel, 
Suyan, Pachapaqui y Santa Rosa. Limita por el Norte con los distritos de
 Chavín (Huari) y Huallanca (Bolognesi), por el Sur con el centro 
poblado de Carcas (Chiquián), por el Este con el distrito de Huasta 
(Bolognesi) y por el Oeste con el distrito de Catac (Recuay). 
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De
 los deshielos de sus nevados de Tucu nacen los ríos: Santa y Pativilca,
 dos de las más importantes corrientes de agua, que luego de saciar la 
sed de los valles interandinos, se confunden con las aguas del litoral 
peruano..."
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GALERÍA FOTOGRÁFICA: "AQUIA Y SU BELLEZA"
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