Antigua Plaza de Armas de Chiquián
Foto: Román Palacios
Rutherford, 2 de noviembre de 2019 
HOLA SHAY:
Como todos los 2 de noviembre, hoy sábado retornan a la memoria las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, cuando nuestros padres y abuelitos buscaban la eternidad del alma, más allá de la línea que nos separa de los que emprendieron el Gran Vuelo. Un día de recogimiento espiritual que figura en el calendario católico desde el año 998.
HOLA SHAY:
Como todos los 2 de noviembre, hoy sábado retornan a la memoria las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, cuando nuestros padres y abuelitos buscaban la eternidad del alma, más allá de la línea que nos separa de los que emprendieron el Gran Vuelo. Un día de recogimiento espiritual que figura en el calendario católico desde el año 998.
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"Recordar a los difuntitos es hacer que sigan viviendo, no debemos resignarnos a perderlos para siempre, porque la muerte no es el final de la existencia, sino un tránsito breve hacia una nueva vida, que en suma es la eternidad soñada por justos y pecadores", nos dijo nuestro amigo Shaprita el 2 de noviembre de 1959 a los niños de Jircán a su paso por la cuadra rumbo al cementerio. Aquel lunes se suspendieron las clases de la tarde para que los alumnos acudan a los responsos. 
¿Quién no tiene en la sala de su casa una foto de los padres fallecidos? Es un culto a su memoria y una manera de comunicarnos con ellos, buscando consejos en el silencio de la oración diaria.
Asoma en el recuerdo aquella Cruz turquesa del cementerio de Chiquián, símbolo de la victoria de Jesús frente al pecado, la desolación y la muerte; Divino Madero que fue el depositario de las plegarias con salmos, himnos, velas encendidas y flores para los despojos ausentes, por más de una centuria. Actualmente es de material noble y cumple la misma misión como Árbol de Salvación..
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Muchos paisanos retornaban al pueblo para orar en el cementerio y recordar en unión familiar a los seres queridos. Los pabellones de nichos lucían impecabales, los sepulcros personales se refaccionaban con antelación. Los ramos de flores en recipientes, las coronas con sus tarjetas recordatorias, las lágrimas de las ceras y la maleza recortada, eran señales de amor ferviente que se dejaban en la tumba del ser amado que un día partió a la eternidad.
Cómo olvidar aquellos banquetes que se preparaban en las casas con los potajes preferidos de los difuntitos, para que los disfruten durante su visita. Inclusive en muchos hogares se construían altares con velas, Cruz, incienso, agua bendita, ofrendas y otros complementos de fe. Mi abuelita Catita nos decia: "El 2 de noviembre de cada año, Dios da su venia a los difuntitos para que nos visiten. Tenemos que atenderlos bien. Tienen que sentir que los amamos; sobre todo rezar con fe, y ellos nos bendecirán. No olviden que la muerte es una etapa de la vida solamente, pues la existencia es eterna, por la gracia del Señor".
Más de una vez dejamos cartas junto a los potajes, contándoles lo bueno y lo malo que nos ocurrió durante el año, y de los sueños que teníamos para el siguiente; y así, año tras año, para no perder contacto con ellos, con la esperanza de que tampoco pierdan contacto con nosotros los que quedarán en casa, cuando hayamos partido hacia la Mansión Celestial, porque los cimientos del amor son más fuertes que la muerte. Un legado de fe de nuestros ancestros como bendición divina, sin duda alguna.
Asoma en el recuerdo aquella Cruz turquesa del cementerio de Chiquián, símbolo de la victoria de Jesús frente al pecado, la desolación y la muerte; Divino Madero que fue el depositario de las plegarias con salmos, himnos, velas encendidas y flores para los despojos ausentes, por más de una centuria. Actualmente es de material noble y cumple la misma misión como Árbol de Salvación..
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Muchos paisanos retornaban al pueblo para orar en el cementerio y recordar en unión familiar a los seres queridos. Los pabellones de nichos lucían impecabales, los sepulcros personales se refaccionaban con antelación. Los ramos de flores en recipientes, las coronas con sus tarjetas recordatorias, las lágrimas de las ceras y la maleza recortada, eran señales de amor ferviente que se dejaban en la tumba del ser amado que un día partió a la eternidad.
Cómo olvidar aquellos banquetes que se preparaban en las casas con los potajes preferidos de los difuntitos, para que los disfruten durante su visita. Inclusive en muchos hogares se construían altares con velas, Cruz, incienso, agua bendita, ofrendas y otros complementos de fe. Mi abuelita Catita nos decia: "El 2 de noviembre de cada año, Dios da su venia a los difuntitos para que nos visiten. Tenemos que atenderlos bien. Tienen que sentir que los amamos; sobre todo rezar con fe, y ellos nos bendecirán. No olviden que la muerte es una etapa de la vida solamente, pues la existencia es eterna, por la gracia del Señor".
Más de una vez dejamos cartas junto a los potajes, contándoles lo bueno y lo malo que nos ocurrió durante el año, y de los sueños que teníamos para el siguiente; y así, año tras año, para no perder contacto con ellos, con la esperanza de que tampoco pierdan contacto con nosotros los que quedarán en casa, cuando hayamos partido hacia la Mansión Celestial, porque los cimientos del amor son más fuertes que la muerte. Un legado de fe de nuestros ancestros como bendición divina, sin duda alguna.
Recuerdo con claridad de alba los albores de noviembre de 1962, faltaba un mes para culminar la Educación Primaria en mi escuelita 378 de Chiquián. Luego de muchos ajetreos la mesa quedó servida en casa, para ser degustada por los difuntitos: wawas en formas de Cristo, llamitas y corderitos, potajes salados y dulces, chicha de jora y de maní, hasta leche fresca en un recipiente impecable aguardaba con su espumita empinada oteando el cielo raso. A las 10 de la noche todos nos fuimos a dormir dejando velitas misioneras junto a los potajes. Al despertar, a las 7 de la mañana, lo primero que hice fue ir "volando" al comedor. No hallé ni vestigio de la cena, la vajilla utilizada lucía reluciente, apilada en el centro de la mesa, y los manteles blancos estaban doblados. "Qué alegría, los difuntitos comieron y bebieron todo, gracias Papalindo", pensé agradecido. Minutos después escuché este díalogo de dos ayudantes del servicio de transportes de la familía, donde daban cuenta sobre lo ocurrido con los potajes:
- Este año se pasó doña Catita en el Día de los Difuntitos, nunca había disfrutado de un desayuno madrugador tan rico y variado.
- Yo también shay, hasta para mis hijitos me ha dado: panes, chicha y queso. 
* * * 
Hermanos míos:
Preservar
 año tras año nuestras costumbres, asegura su continuación hasta el 
final de los tiempos. Cultivar valores familiares consolida ese 
sentimiento de esperanza que nunca debemos de perder, sobre todo honrando 
la memoria de nuestros muertos, recordándolos en unidad familiar. Una 
manera cristiana de lavar las huellas que siempre dejan en el alma las 
partidas. Solamente así las velas del amor filial seguirán ardiendo 
eternamente en nuestros corazones.
Oremos
 paisanos, amigos y familiares, por el descanso eterno de nuestros seres
 amados que se encuentran en la casa de Dios, aguardando con los brazos abiertos nuestra 
llegada.
        
Nalo Alvarado Balarezo
Nalo Alvarado Balarezo

Puerta de entrada al cementerio de Chiquián
VELORIO CHIQUIANO
 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Por lo general el ser humano guarda en su memoria el primer velorio en el que participó. En mi caso fue el  miércoles 11 de septiembre de 1957, por el deceso del señor CALIXTO PALACIOS CARRILLO, acaecido en Chiquián, una semana después de la fiesta de Santa Rosa, conmoviendo los corazones de los chiuchis del barrio de Jircán, que lo quisimos y respetamos como gobernador, perito, pintor y tasador, amén de su talento para la composición,  la guitarra y el canto, en cuyas correrías hizo popular su canción PALOMA,
 que luego de su partida inmortalizaron  los bardos ancashinos: Bernardo
 "Bellota" Escobedo Luna, de hana barrio y  el “Zorzal aijino” Jacinto 
Palacios Zaragoza. El primero falleció en el  sismo del domingo 31 de 
mayo de 1970 en el Callejón de Huaylas, y el segundo, el miércoles 2 de diciembre de 1959, dos años después que don Calixto. El finadito fue discípulo del sabio Santiago Antúnez de Mayolo, por quien tuvo suma gratitud, admiración y respeto.
P A L O M A
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Calixto Palacios Carrillo
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Paloma desmemoriada
recorre tus pensamientos
mira que yo soy el mismo
que en un tiempo tú adorabas.
Paloma tú me abandonaste
sin tener ningún motivo
ya no volverán las horas
que en mis brazos te dormías.
recorre tus pensamientos
mira que yo soy el mismo
que en un tiempo tú adorabas.
Paloma tú me abandonaste
sin tener ningún motivo
ya no volverán las horas
que en mis brazos te dormías.
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 Fuga
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¡Ay cañita, cañaveral!
cañita huayta sin corazón,
si no me quieres qué voy hacer,
con retirarme se acabará.
cañita huayta sin corazón,
si no me quieres qué voy hacer,
con retirarme se acabará.
 
Primero doblaron las 
campanas anunciando el Viaje Eterno de don Calixto. A la hora, más o 
menos,  se  hicieron presentes en el jirón Leoncio Prado 151, lugar 
del velorio,  don Cástulo Rivera, seguido del administrador de los 
pintorescos  “Huertos de Judas”, don Julián Soto Valverde.  Ese día el 
cielo  chiquiano se mostró diáfano, con aire celeste y sol radiante  
reverberando en las calaminas de la plaza de toros de Jircán; y nubes 
tan blancas como el alma del  popular “Cañita”, que se fue de la mano del
 Señor de las Alturas; sin  embargo, el barrio estaba desolado y triste 
por el luto. En las casas  aledañas todo era meditación; había muerto un
 hombre joven, con mucho  porvenir, dejando huérfanos de padre a cinco 
niños pequeños.
 .
Don  Cástulo acudió 
presuroso para coordinar sobre la capilla ardiente, los  pellejos para 
el piso, los crespones negros y las misas que se tenían  que celebrar 
por tratarse de una autoridad política respetada y querida  por el 
pueblo, mientras el amigo Julián Soto llegó como  representante del 
cantor y violinista don Valerio Jaimes Calderón, para el  responso de rigor. En 
el lugar todos los familiares, amigos y vecinos  que se hicieron 
presentes dieron su cuota de solidaridad. 
 .
Después  que don 
Calixto fue dejado en olor de santidad con jabón, formol,  algodón y 
colonia, lo pusieron a descansar el sueño eterno con su terno  azul, en 
una mesa cubierta con sábanas blancas, unidas con alfileres. En el  
dintel de la puerta pintada de azul, una pequeña cruz de tela negra  
anunciaba el duelo, mientras don Eladio Ñato aceleraba formón en mano la
  confección del féretro de madera barnizado con tintura de nogal, tinte
  que aún se usa en el teñido de los ponchos chiquianos. 
.. 
A  las 8 de la noche se hizo presente el padre Martín Tello Rivera portando un  descolorido maletín 
negro, puesto un sombrero shilico con cinta negra a la pedrada  y un gabán caqui 
cubriendo su sotana. Después de dar el pésame a los deudos y preparar todo lo  necesario, celebró una
 Misa de Cuerpo Presente. Todos los asistentes,  entre familiares, 
vecinos y curiosos oramos repitiendo en coro pasajes  de las Sagradas 
Escrituras. Al finalizar el réquiem repartieron café  (cebada tostada) y
 comenzó a circular el chinguirito que hasta los más  pequeños 
saboreamos a cuenta gotas, con la complicidad de Alberto  “Limonta” 
Núñez (camachico de velorio), de “Lolito” Rivera de Alto Perú,  quien 
obsequió 4 cirios, y de Manuel "Shapra" Ñato Allauca, a quien  durante 
los años siguientes vería colaborando activamente haciendo los  
“mandados” en los velorios, hasta el martes 17 de octubre de 1961, fecha
  en que acudió al llamado de Dios.
 .
A  partir de las 9 de 
la noche las personas mayores narraron cuentos, mitos y  leyendas sobre 
María Marimacha; Pisana María; de la bella mujer de  negro que en las 
noches de luna llena, aguardaba en el puente de Matarajra la llegada del camión fantasma;
  el venado encantado de Carcas; el pishtaco de Cutacarcas; los  
ichicqulgos de las cascadas de Putu y Usgor; la laguna encantada de  
Yarpún; la paca paca y el vampiro anémico;
 las cabezas rodantes de los compadres  amantes; los diablitos de la 
fragua de Lapicho; la mula enamorada del  cura. Asimismo hazañas
 de Luis Pardo, el romántico  bandolero de  Pancal, y los “misteriosos 
entierros” hallados por don Juan Sánchez  Dulanto. De vez en cuando 
alguien suspiraba y comentaba sobre las  bondades del difunto y otro 
profetizaba a quién iba "a jalar la pata". A la 
medianoche me 
fui a dormir con los mitos y leyendas  rondando  mi mente...
 .
La madrugada del 
día siguiente llegaron sus familiares de Lima, entre  ellos su hermano 
Nicéforo e hijos, motivando que los lugareños, que ya  habíamos logrado 
posesionarnos de la sala, saliéramos sobrando, por lo  que hicimos una 
retirada estratégica hasta la noche, en que retornamos y  nos sentamos a
 lo largo del frontis de la vivienda, donde los chiuchis  volvimos a la 
carga con nuestros juegos nocturnos: “gran bonetón”,  “chanca la lata” y
 “esconde la correa”, liderados por Luchu Allauca,  Añico Carhuachín y 
Ticucho Moreno.
 .
A las 2 de la tarde del tercer día repicaron las campanas y salió el cortejo fúnebre hacia la Iglesia. Allí
  se desarrolló la segunda Misa de Cuerpo Presente con asistencia de las
  autoridades y del pueblo. Finalizada la actividad litúrgica fue 
llevado  en hombros por sus amigos más queridos al compás de la Marcha Fúnebre de 
Morán,  interpretada por la banda de músicos de la familia Aldave 
Montoro.
 .
Cada
  dos cuadras  se celebró
 una ceremonia de oración, y finalmente llegó  al Cementerio, donde 
aguardaba un grueso contingente de coterráneos de  los poblados 
cercanos: Aquia, Huasta, Carcas, Cuspón, Roca, Pacllón, Pocpa,  Llamac, 
Llaclla, Canis, Ticllos, Corpanqui, Aco de  Carhuapampa, Chilcas, 
etc., lugares que el finado visitó como  representante del Subprefecto 
de la provincia don Rolando Extremadoyro Vigil.
Camino al Camposanto en Chiquián 
(Antiguo barrio Cruz del Olvido) 
Antes
  de introducirlo al nicho se oró nuevamente y los hermanos Felipe y  
Valerio Jaimes entonaron responsos que hicieron llorar a la  
concurrencia. Dos botellitas con agua de azahar circulaban de mano en 
mano tranquilizando a los deudos. Al costado, diez niños, entre ellos, sus hijos Carlos de  
10, Guillermo de 8 y Deifi de 6 años portaban coronas y lágrimas  
confeccionadas por las manos prodigiosas de la amauta Dolorita Aguirre y su  
discípulo Romeo; mientras sus hijos: Nony de 3 años de edad, sujetaba la
  falda de su mamá Nilda, quien llevaba en brazos a Rubencito de apenas 
 un año de nacido. En momentos que colocaban la tapa del nicho, los 
niños  caminamos observando los nombres de las lápidas del pabellón de  
adultos, las cruces de madera de los cenotafios de cemento y las tumbas 
 de tierra, donde leímos los nombres de personas de bien, a quienes  
conocimos a través de los relatos de nuestros padres. Desde aquel  
entonces, cada vez que visito Chiquián, voy al cementerio, y siento  
nostalgia recordando a los chiquianos que yacen lejos de nuestra  
tierra.
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Durante  el cuarto día
 los cuatro cirios siguieron ardiendo en la capilla, y  sobre la mesa un
 poncho de vitarte, un abrigo azul marino y un sombrero  de paño gris, 
nos recordaban a don Calixto, bajo el ulular de los  gengrish que 
revoloteaban sobre los liros y los crisantemos.
 .
En  la noche, ya con 
menos devotos, siguieron las oraciones y volvieron a  servir  
chinguirito. Luego un generoso pojti de olluco con culantro,  orégano, 
ají y queso chiquiano. De postre: mazamorra de calabaza y de allí "cada  uno a su 
casa". Los niños, aprovechando la confusión ingresamos al huerto  
colindante donde nos abastecimos de shuplac y capulí cimarrón, con algunos pinchazos de hualancas y unos roces de shinua que aliviamos con saliva.
 .
En  el quinto día, 
durante el “pishgay”, que se llevó a cabo desde muy  temprano en el 
barrio de Fragua, se lavaron con mazo, penca y quinua las  prendas de 
cama y de vestir del difunto, en un concierto de juegos de  carnaval con
 las aguas del lugar. No faltaron los bayetazos,  pellejazos y los
 infaltables shoguet; hasta que de un momento a otro apareció don Luis 
Castillo quien increpó a las mujeres y hombres  sobre el “escándalo” que
 no dejaba dormir a su chacuita, a sus gallinas ponedoras y a sus cuyes cutuchos, lío que fue 
controlado por el Juez de Paz don Martín Vásquez,  quien, con una 
máquina de escribir sobre sus rodillas y papel  sellado en el rodillo, 
resolvió el asunto sin lamentos ni contusos. En el almuerzo  degustamos un sabroso
 santo caldito preparado con huevos y culantro.  También cachizada y 
papa roqueña, shinti, mote de maíz y anquiusha.  Recuerdo que el 
maltoncito Iván Robles, vecino del veneciano Jupash, improvisó un  fogón obteniendo
 sabrosos cuayes.
En  la noche, después 
de participar de una comida anticipada por el santo  de mi papá, ingresé
 al velatorio. Allí me invitaron mazamorra de quinua.  Una hora después,
 junto a mis tíos Chemo y Chanti, y 10 personas más,  nos arropamos con
 frazadas sobre pellejos de vaca que alfombraban el piso de la sala.  Nuevamente los cuentos de 
brujos y el gran bonetón aceleraron nuestros  corazones. Antes de 
acostarnos, candil en mano,  revisamos el salón de  rincón a rincón para
 deshacernos de algún ponzoñoso hatapogoy. Después  de la 
medianoche se hicieron presente sin tarjeta de invitación un trío  de 
roncadores y uno que otro sonoro añaco a quienes tuvimos que  castigar 
con su respectivo quitañaque al sueño...
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Huaraz, 2 de noviembre de 1981
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Fuente: 
Un  trocito del libro HOLA SHAY, de Nalo Alvarado Balarezo
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