EL SEÑOR "JUSAFADO", EL SANTO VARÓN Y LA SAHUMADORA
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Por: Juan José Alva Valverde (Pepe)
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Don
  Alejandro  participaba como Santo Varón desde buen tiempo atrás,  
asistido por su fe y  devoción. En Viernes Santo la escenificación de la
  Crucifixión se había  llevado a cabo ante el llanto de los asistentes.
  Chiquián, pueblo católico y  creyente, se entregaba plenamente a los  
actos de la  Semana Santa; la familia de  don Alejandro conformada por  
su esposa Inés, sus hijas María y Aurelia, se  encontraba presente en la
  Iglesia. Con señas doña Inés le hizo saber a don
  Alejandro que bajarían a casa y volverían en la noche para  asistir a 
la  procesión del Santo Sepulcro.
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La
  casita de don  Alejandro estaba ubicada al final del poblado, en 
el  barrio de Quiullán,  entre Tranca y la plazuela Bolognesi, 
donde  los bosques de  eucaliptos mantenían un constante viento aromado,
 y el  trinar de las avecillas  hacía encantador el lugar. Desde este
 paraje  se contemplaba el hermoso valle  de Chinchupuquio, Usgor, 
Obraje y el  plateado río Aynín. Sobre Aquia reluciente el  glaciar Tucu Chira. Al 
frente el  poblado de Huasta y al lado  izquierdo, petrificado en el 
cerro, el  Danzarín resaltaba con nitidez, gracias a las  lloviznas que 
habían  lavado el polvo. Las campiñas de  
Chivis y  Muchcash por el lado derecho y en el horizonte el Yerupajá, 
imponente,   colosal, majestuoso nevado. 
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- Mamacita quiero ver  al señor JUSAFADO, llévame a la iglesia por favor -le pedía Aurelia a su  mamá.
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- ¿A quién quieres  ver hija?
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- Al señor  jusafado.
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- Se dice  crucificado.
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- Sí pues mamita, pero yo no  puedo decir así; quiero ir por favor.
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- Sí hija vamos a ir,  pero primero tomaremos nuestro lonche y alistaremos a tu hermana, ella va   a sahumar en la procesión.
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Aurelia,
  la segunda  hija de la familia, tenía 4 añitos, y por su edad todavía 
no  pronunciaba bien las palabras. 
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María, la mayor, tenía 9 años: risueña, 
alegre,  le gustaba cantar como su mamá; apegada a su papá, lo 
acompañaba a la  chacra los sábados, había  aprendido las labores del 
campo; le gustaba  realizar algunos juegos varoniles: chuncar (jugar a 
las canicas),  jugar  al trompo, al run  run (hacer girar 
con un pedazo de hilo, una chapa  aplanada de botella). Como heredera de la 
fe católica de la casa se inclinó  por el sahumerio, y participaba de blanco y tul en las procesiones, junto a otras niñas del pueblo. En esta ocasión el Santo Sepulcro, con  el Cristo 
yacente,  descendería por el jirón Dos de Mayo, hasta la  altura de la 
calle de la Escuela  Pre- vocacional de varones Nº 351,  subiría por el 
jirón Comercio hasta la  esquina de la casa de don Manuel  Pardo, para 
retornar a la iglesia. En el  trayecto los santos varones,  personas de 
profunda emoción religiosa, de diversas  actividades  laborales, pero 
identificados y hermanados por la fe, pedirían la   erogación 
correspondiente a los asistentes, con el estribillo:
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 “Limosna para el  santo entierro
 y la  soledad de María”,
 “Limosna para el  santo entierro
 y la  soledad de María”,
 “Limosna para el  santo entierro
 y la  soledad de María”
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Al
  culminar la  procesión, con el corazón dolido por el significado
  de la Pasión y Muerte de Jesucristo, pero con  la conciencia de haber 
 cumplido con el compromiso de su fe, retornaron a casa.
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Gratamente:
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