Vladimiro Reyes Gamarra, director del Programa Radial "BUENOS DÍAS CHIQUIÁN"
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"SAFARI EN CHIQUIÁN"
.Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
.Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Dicen
que la globalización extinguirá la magia y la fantasía de la Tierra, y
que los sueños se esfumarán dando paso a la cruda realidad". Creo que
es un decir, pues el Hombre no es de carne, hueso y pellejo
solamente, sino mucho más... Tenemos sentimientos, tenemos el Sol, la
Luna, los pájaros, las flores, la lluvia... Tenemos la noche para
descansar y el alba para renacer con el canto del pichuichanca.
Tenemos a la Madre Naturaleza y al Cosmos; es cuestión de amarlos para
que nos sigan nutriendo el cuerpo, la mente y el alma, con alegría
plena. Tenemos esa inocencia de pueblo que nunca debemos perder...
Tenemos la Biblia al alcance de la mirada, donde están todas las
preguntas y repuestas para seguir andando de la Mano del Creador ..." Nalo, 01 ENE 2000.
Mis
visitas a los “zoológicos” chiquianos de Shulu, Cruz del Olvido y
Tranca, eran permanentes en mi infancia. De todos ellos, Shulu fue el
lugar preferido por los chiuchis para cazar tinyacos (familia de las
abejas). Allí ingresábamos con Ancha y Arti, encontrando casi siempre a
Tocho y Hualín, clavados como estacas humanas entre la vegetación,
esperando el sonoro aterrizaje de sus víctimas para atraparlas con sus
manos. Los tinyacos machos tienen un aguijón y sus ojos son retintos,
los de las hembras son plomizos.
.En
ocasiones asomaban al lugar niños inexpertos en este tipo de caza. Si
atrapaban una hembra en el primer intento, todo iba bien, mas si el
tinyaco era macho, no se dejaba esperar un lamento por el aguijón,
mientras el alado se ponía a salvo volando a gran altura. Al escuchar
los sollozos, los más diestros corrían a socorrer con un barnizado de
saliva en la mano afectada.
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A
estos sufridos himenópteros les enlazábamos en el cuello un hilo
'Canuto' de cinco metros de largo. Luego los soltábamos y a “volar se
ha dicho”, hasta que mi tía María Balarezo, "administradora del parque
de diversiones" nos corriera a palazo limpio.
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Los
mejores tinyaqueros de Shulu fueron: Ishico Samamé, Gonzalo Calderón,
Lucho Aldave, Coqui Alarcón, Javier y Diógenes Bolarte, Leo Lastra,
Adrián Abarca, Lucho Rueda, Wili Barba, Acucho Zúñiga, Javier y Edgar
Barrenechea, Abchu Chávez, Chanti Gamarra, Enrique Jara, Felipe
Alvarado, Lalo Dextre; Carlos, Alberto y Oshva Reyes, Chiflo Espinoza,
Iván Damián, Alfonso Aranda, Ecush Ñato, Lucho Santos y Martín Robles.
Por su corta edad: Lucho Barrenechea, Rogelio Ibarra, Oshca Santos,
Miguel Balarezo, Milton Gamarra, Edgar Carrillo, Nando Alarcón, Ulises
Zúñiga, Vladi Reyes y Pishuquito Díaz, integraban el confitado grupo de
los “observadores de pañal”.
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En
el descampado solar de Cruz del Olvido, la competencia era cosa
seria, ya que estaba frecuentado por un batallón de niños que vivían
en Huarampay, Jircán, por el mercado de abastos, Puente Cantucho,
Capulipata y junto al Coso (recinto de encierro de reses y burros
dañeros). Los más afamados tinyaqueros de este parque fueron: Carlos y
Guillermo Palacios, Chanti Yabar, Lloqui Allauca, Achena Gamarra,
Rodolfo Jara, Lucho y Chechi Alva, Nica y Yoga Rivera, Wilber Padilla,
Pedro Miranda, Añico Carhuachín, Lucio Castillo; Jaime y Marco
Chirinos; Carlos y César Ramírez; Gelacio y Rodi Valderrama, Papi
Robles, Rodolfo Minaya; Juvilio y Paco Alvarado, Javi Zubieta, Lucho y
Loli Romero, Eusebio Calixto Huerta, Elías Conde y el famoso Miguel
“cuye” Ramírez, quien hacía volar hasta diez tinyacos al mismo tiempo,
sujetándolos como marionetas voladoras en las falanges de sus pispados
dedos.
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Similar panorama
presentaba Lirioguencha, que estaba copado por los infantes de Umpay,
Chinapila, Oropuquio, Cochapata y del Cercado. En este lugar tuvieron
mejor suerte los hermanos Alberto y Goyo Celis; Poco Valerio; Ricardo y
Rubén Jaimes, Miqui Ramírez, Santiago Yabar, Jorge Chávez; César y
Lauro Rosales; Pepe y Lucho López, Lucho Saldívar; Coro y Coti Romero;
Pancho y Miguel Durand, Rodolfo Vásquez, Pacho Díaz, Carlos Lara, el
Chino Pineda, Walter Vásquez, Raúl Márquez, Alfonso Fuentes, Román
Palacios, Edgardo Escobedo, Diego y Víctor “ trucha” Moran; Pedro y
Neptalí Cuevas, Julio Álvarez, Chanti Pardo y José Ramos. Este último
fue el más requerido para aliviar a los aguijoneados.
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Atrapar
tinyacos en Tranca, camino hacia Alto Perú, fue considerada “Caza de
aventura”, por lo accidentado del terreno y sus elevados arbustos
donde estaban agazapadas incontables plantas de ortiga y hualancas
(cactáceas llenas de espinas). Sin embargo, los niños que vivían en
los alrededores, se las ingeniaban y capturaban por lo menos media
docena por persona cada fin de semana. Allí destacaron: Segundo
“campanerito” Palacios, Pricilio Ñato; Mañuco e Ishilin Alvarado,
Queño Rosemberg, Manuel Vía, Alejandro Toro; Nico y Carlos Cerrate;
Antonio y Gelacio Tafur; Pocholo y Dante Gamarra, Perico Rivera; Marco
y Tico Ibarra, Bruno Blas, Cashtu Rivera, Lizardo Garro, Emir
Sánchez; Milo y Edgar Alvarado, Loncho Bolarte y “Pepe” Perfecto
Calderón.
.Un
espectáculo singular fue la caza de shulacos (lagartijas) en
Parientana y el Pesebre. Para lograr su cometido los cazadores debían
poseer experiencia. Una pajita verde con un lazo o una banderilla de
lajtash (tallo delgado) con punta de hualanca, no eran suficientes para
capturarlos. Se necesitaba la paciencia de Job, un buen pulso -que no
se lograba jalando cometa-, el temple de acero de Luis Pardo, “vista
de águila”, saber en qué lugar de la pirca se esconden. Sobre todo
conocer el momento preciso que salen de sus madrigueras para sus baños
de sol.
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“Cholito corazón”
(Miguel Barrenechea), muy seguido andaba con dos o tres shulacos
jóvenes en el bolsillo, pero nunca lo vi con uno rucu, ya que estos
últimos salían de sus agujeros con mucho sigilo y ante el menor
movimiento o ruido desaparecían. No sé si Cholito los compró o los
capturó, lo que sí me enteré de sus labios en Buenos Aires, después de
no verlo por más de 20 años, es que su envidiable puntería lo aprendió
de su primo Milo Barrenechea Olivera, quien con el popular “Mono”
Antuco Bravo Olave, fueron los más diestros banderilleros de shulacos
del Pesebre chiquiano.
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En
cuanto al barrio de Umpay, Carlos Lara fue el más ducho. Un día de
fines de abril de los ochentas cuando comentábamos sobre sus trofeos
de caza menor, Carlos me mostró la mano donde aparecía la marca que le
dejó la mordedura del shulaco más codiciado del oconal de Umpay.
Según me comentó, éste tenía un llamativo color tornasolado y su
cuerpo estaba cubierto de brillosas escamas que lo diferenciaba de los
demás.
Una
noche de inicios de los sesentas, mi abuelita Catita me abrigó el
espíritu, narrándome este breve cuento ancestral sobre los shulacos:
..“Cierta
vez, un viejo shulaco estaba tomando baños de sol en las praderas de
Chicchó, cuando aparecieron dos huínchus haciendo piruetas en el aire,
y se preguntó: ¿Por qué vuelan estos pajaritos si tienen seis meses
de edad, en cambio tengo 60 años reptando y nunca he volado?. Meditó
unos segundos y pidió a los dos huínchus lo ayuden a elevarse al cielo,
sugiriéndoles que sujeten con sus picos ambos extremos de una paja, y
que él, mordería el medio. Las dos aves aceptaron y el simpático trío
remontó vuelo hacia el valle del Aynín. Cuando se encontraban a la
altura del cementerio, un tinyaco levantó la mirada en pleno vuelo y al
observar este extraño cuadro aéreo grito con admiración:
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- ¡Quién ha tenido esta idea, debe ser un genio!.
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Al
escuchar el elogio, el viejo shulaco no pudo contener su vanidad, y
abriendo su boca de par en par exclamó a todo pulmón desde arriba:
.
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-
¡La idea es mía, soy un genio! –mientras hablaba, iba descendiendo en
caída libre, hasta que finalmente aterrizó de cabeza sobre una
roca...”.
En
cambio la caza de ultus (renacuajo de anuro) en el corral de don
Aurelio Garro, constituía una tarea fácil y divertida. Bastaba meter lo
más rápido posible la mano a la poza de agua verdosa para agarrarlos
desprevenidos. Luego los echábamos a una minúscula “ultera” con paredes
de lodo, donde los manteníamos hasta el ocaso, en que los devolvíamos
a su hábitat natural para no ir contra la metamorforis del sapo y
dañar el ecosistema.
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Los
ulteros más promocionados fueron: Tocho Robles de Jupash, Felipe
Alvarado de Jircán, Uchucu Pedro “chico” de Alqococha, Diógenes
Bolarte del 'Culto', Efra Vásquez, Ecush Ñato y Cuco Lastra de
Agocalle.
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Solamente los sábados
por la tarde interrumpíamos este “pitufo hobby”, porque los
adolescentes: Antuco Bravo, Cancho Ramos, Pocho Cano, Tito Chávez,
Alcalá Garro, Milo Barrenechea y el “cura” Pogoncho Padilla, nos
obligaban a salir del corral para ponerse a torear y a montar becerros
al estilo rodeo mexicano. Los chiuchis los observábamos desde las
paredes de tapias, sentados en butacas de tierra, adornadas con
hualancas, vidrios y pencas (cabuya de hojas carnosas y espinosas).
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Durante
la faena de los novilleros, los gimnastas Roby Alva Ibarra y Carlos
Alarcón Cámara, descansaban balanceándose como quirópteros en la barra
tubular instalada para las clases de educación física del colegio
'Coronel Bolognesi'.
Dos
veces al mes iba de pesca a Quisipata con Ancha, Patuco y Felipe.
Salíamos de Jircán a las 3 de la madrugada para estar en el río a las 4 y
30. Las noches muy grises descendíamos caminando a tientas; en cambio
las de luna llena, bajábamos al galope, perdón, corriendo, a
excepción de las trochas de difícil relieve. Cuando encontrábamos a
Javier Bolarte Camones regando su chacra 'La Quichua', se sumaba al
grupo con sus botas de agua que le cubrían los muslos y un poco más.
Ya
a orillas del río, preparábamos los instrumentos de pesca: carrizo,
cuerdas, plomo, corcho, anzuelo y gusano (carnada). Después arrojábamos
el bocado al agua, y entre picada y picada sacábamos truchas de 10 a
20 centímetros de longitud. Cuando resultaban muy pequeñas las
devolvíamos a la corriente hasta que alcancen el tamaño ideal para el
consumo.
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Al mediodía nos
dábamos un ligero baño con unas brazadas de obsequio junto al huaro,
luego saboreábamos nuestro refrigerio e iniciábamos el regreso con una
docena de truchas por persona si la faena era regular. Si era buena
nos alcanzaba para compartir con los vecinos, pero si resultaba pésima
nos contentábamos con una porción de pescado frito en el mercado de abastos del
pueblo o en el baratillo.
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Usualmente, si la pesca
era mala, Anchita ingresaba al fundo de su papá y salía con una
alforja de olorosas limas. Ya con el ánimo en alto y la barriga llena,
efectuábamos el empinado ascenso hasta Jircán.
Cuando
la pesca no resultaba favorable en Quisipata, avanzábamos río abajo
hasta el paraje de Conay donde nos poníamos a truchar, pero si en el
lugar hallábamos al pirata Lucho Castillo de Ninán o al gato César
Barrenechea de Pancal, teníamos que retornar con las manos en los
bolsillos vacíos, previa señal de la cruz como reverencia a ambos “titanes de
agua dulce”, amos de este dominio. El último de los citados, fácilmente
sacaba cinco docenas de truchas por jornada, con lo que a falta de
sardinas, solucionaba su felina dieta con trucha, leyendo Simbad el
Marino.
Si la estación mostraba las chacras de Capulipata, Macpúm y Rumichaca cargadas de muchqui, shuplac, ñupu, capulí cimarrón y purojsha, los “menudos” hacíamos "nuestra plaza, de la chacra a la boca”. En épocas de “vacas flacas” los solidarios hermanos “oso” de Matara nos abastecían de estos manjares, previa entrega de un par de bizcochos, como trueque.
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Si queríamos saborear
manzanas, limas y llacones (yacones), el punto de llegada era el
aromático Chinchupuquio, huerto florido donde la buena señora Liuca
Gálvez nos permitía “pañar” de sus árboles frutales hasta llenar
nuestros bolsillos, más el espacio entre la camisa y la barriga.
Internarnos
"sin permiso" en los sembríos de habas y maíz que floreaban en las
chacras de Pampa, Umpay Cuta, Pashpa, Común, Hualpash, Pacra, Cochapata,
Chicchó, Huaytapacana, Chivis, Cucuna, Ninán, Huarampatay, Sunoc,
Picupicu y Uyu, era el goce de grandes y chicos en las noches sin luna.
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Normalmente los pequeños depredadores
abastecíamos nuestros bolsillos con habas y un manojo de caña dulce
para consumir durante el retorno. Inclusive algunos más osados
escondían debajo de sus ropas una calabaza aparentando un embarazo.
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Pero
no solamente los humanos hacíamos “safari andino” sino también las
reses, caballos, chanchos y burros “dañeros”, que al ser sorprendidos por los
dueños de los sembríos, caminaban jalados de las orejas hasta al Coso
para que cumplan corta penitencia.
* * *
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Pasé
cinco vacaciones escolares con mis amigos Ancha Núñez y Carlos
Navarro, mis primos Patuco Allauca y Pablín Calderón y mi hermano
Felipe, en la manada Tupucancha, cercana a la laguna de Conococha
(CHIQUIÁN), a donde acudíamos los fines de semana para cazar patos
silvestres, caza nada fácil debido al agua helada que calaba hasta los
huesos, pues para sacar las aves que sucumbían ante los disparos de
hondilla teníamos que introducirnos hasta la cintura.
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Si
la caza de patos no resultaba satisfactoria, truchábamos hasta
obtener por lo menos una docena de salmónidos, ante la mirada de las
parejas de huachuas.
La
caza de vizcachas en el bosque de roquedales de Shajsha, colindante a
la manada de los esposos Calderón Pardo, la realizábamos con hondilla
de buena calapa u honda de lana de carnero maltón, aprovechando las
horas que los roedores salían de sus galerías a tomar el sol del
mediodía sobre los peñascos.
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En
ocasiones llovía o granizaba tan fuerte cuando estábamos cazando, que
teníamos que guarecernos hasta entrada la noche en la cueva de Luis
Pardo, contemplando los diseños gráficos (arte rupestre) de aves,
culebras, ranas, toros, etc, y abundantes hoyos en la pared rocosa.
Cierta
vez escuchamos comentar en Tupucancha al señor Carlos Olave, uno de
los más diestros cazadores de venados y zorros de la región, que si
las vizcachas comían cáscaras de plátano se quedaban aletargadas y que
en ese estado su caza era inminente. Así lo hicimos y dejamos
esparcidos por las peñolerías las cáscaras de cinco manos de plátanos,
pero ¡oh sorpresa!, los que se quedaron aletargados junto a los
farallones pétreos, de tanta espera, fuimos nosotros. En una ocasión
posterior le comenté a dicho 'señor' cuando visitó nuestra casa de
Chiquián sobre lo ocurrido, y me preguntó:
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- ¿Qué tipo de plátanos emplearon?.
.
- ¿Qué tipo de plátanos emplearon?.
.
- De la isla don Carlos...
.
.
-
Ah!!! muchachos inexpertos, con razón fallaron, ese tipo es para cazar
conejos silvestres, en cambio para las vizcachas han debido emplear el
de seda -y se rieron en trío con mi papá y mi tío Pablo Calderón.
Cazar
chacuas (perdiz) en horas de la tarde, constituía un excelente
ejercicio de paciencia y tino. Se tenía que esperar en silencio hasta
que salgan de la paja al pasto adyacente a los corrales de las ovejas.
Una vez ubicada en la mira de la hondilla, se daba vueltas y vueltas
alrededor hasta estar lo más cerca y no errar el tiro. Pero si la perdiz
volvía a internarse en los manojos de paja, era imposible
localizarla.
.
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Ocasionalmente cuando caminábamos serpenteando huargos
(cactus de la puna) y matas de ichu, irrumpía volando con su canto
fuerte y aleteo persistente que erizaba la piel. De esta experiencia y
unos relatos escuchados junto al fogón, salíó este garabato:
CHACUITA
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Ágil, temerosa y esquiva
atraviesas el rudo pajonal;
hundes el pico en parda tierra
buscando ansiosa tu alimento.
Serpeas manojos de ichu,
huagoros y escorzoneras;
caminado vas a la laguna
para calmar tu sed de altura.
Deliciosa carne tu piel esconde
camuflada en grisáceo plumaje,
que la sabia Naturaleza hizo:
de barro, cobre y ceniza.
Yergues tu cerviz vigilante
y hurgando tu cuello estiras
para visualizar en tus retinas
al cazador oculto en la neblina.
Si percibes riesgo distante,
huyes cortando el viento
y te acurrucas en la paja brava,
ocultando tu infeliz tormento.
Pero si el peligro es latente,
rauda abres tus alas al cielo;
trinas fuerte un trémulo canto
y emprendes corto vuelo.
..
atraviesas el rudo pajonal;
hundes el pico en parda tierra
buscando ansiosa tu alimento.
Serpeas manojos de ichu,
huagoros y escorzoneras;
caminado vas a la laguna
para calmar tu sed de altura.
Deliciosa carne tu piel esconde
camuflada en grisáceo plumaje,
que la sabia Naturaleza hizo:
de barro, cobre y ceniza.
Yergues tu cerviz vigilante
y hurgando tu cuello estiras
para visualizar en tus retinas
al cazador oculto en la neblina.
Si percibes riesgo distante,
huyes cortando el viento
y te acurrucas en la paja brava,
ocultando tu infeliz tormento.
Pero si el peligro es latente,
rauda abres tus alas al cielo;
trinas fuerte un trémulo canto
y emprendes corto vuelo.
..
Nalo AB - DIC 1982
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Los
días de neblina en Tupucancha significaban pronósticos de buena caza
del tupuc chiquito (ave parecida a la tórtola). Era cuestión de que la neblina
esté casi transparente para observarlos comiendo en grupos y bastaba
un hondillazo y luego otro y otro hasta cazar media docena, quedando
garantizado un suculento tallarín con pichones para los escuálidos
comensales, a excepción del gordito Patuco que sancochaba medio kilo de
papas roqueñas para tranquilizar a su engreída 'solitaria'. También cazábamos
cerguillitos, quillicshas, liclish, ácacas, huaychos y otras aves
pequeñas que abundan en el páramo chiquiano.
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.
A
fines de febrero de 1962, aprovechando que mi abuelita salió con los
pastores en busca de nuevos pastizales por la meseta de Recrec (4250
m.s.n.m.), nos apoderamos de una docena de conos de hilo para ponchos y
polleras que guardaba en un armario rojo.
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Después
de plantar decenas de carrizos a lo largo de uno de los corrales, los
unimos con hilos formando una inmensa malla. Una vez fabricado el
gigante pentagrama, espantamos a las torcazas que estaban comiendo en el
interior del corral, logrando que algunas cayeran atrapadas.
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Lo
agridulce llegó veloz. Al retornar mi abuelita se quedó atónita, al
ver a cierta distancia, varios pájaros “sentados en el aire”. Se acercó
para bendecir el “milagro”, pero para su sorpresa descubrió que no
estaban sentados en el aire, sino en la ingeniosa trampa de hilos.
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Entrada
la noche nos dio de merendar y se despidió con una sonrisa. Nosotros
hicimos lo propio, sin presagiar nada. Ya al rayar la aurora nos
despertó, había tomado la decisión de expulsarnos del paraíso con una
solemne carta dirigida a mi madre...
Fuente:
.Un
trocito del Capítulo IX de la obra en forma de libro. "DEL MISMO
TRIGO" (Tercera edición artesanal), entregado en Mayo 2009 a la Casa
del Poeta de Huari, junto a otros dos tomos del autor, por el escritor
Carlos Eduardo Zavaleta, con ocasión del XVII Encuentro de Escritores y
Poetas de Ancash..
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FELIZ CUMPLEAÑOS
Amigo Artidoro Oquendo Márquez, y sobrina Lorena Cuadros Calderón. Que Dios los bendiga hoy y siempre. Arti radica en USA, y Lorena en Lima, estudiando medicina.