EL COCACHO
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
"Hijo mío, cada etapa en el desarrollo humano,
es un peldaño en la escalera de la vida"
Armando Alvarado Montoro
Aquel amanecer me puse mi mejor chompa, punto espiga, color ladrillo, tejida a mano por mi mamá. Fue un 8 de diciembre en los albores de la década del sesenta, feriado en el calendario; día que recuerdo bien, pues se realizó una hermosa procesión en honor a la Inmaculada Concepción.
Iba camino a la panadería de mi abuelita Victoria por unos panes para el desayuno. Las lajas de las veredas del jirón Leoncio Prado olían frescas después del aguacerito de la madrugada. Frente a la casa de la familia Morán Ramírez estaba jugando canga el pequeño Chilvo Espinoza.
Chilvo puso la maderita al filo de una piedra sobresaliente del piso, la golpeó con la raqueta de aliso que tenía en la mano derecha, y cuando la maderita se elevó le propinó un duro golpe.
Recuerdo que soporté en silencio el cocacho que me hizo ver estrellas de día. Ni siquiera una lágrima asomó por mis mejillas por el chichón, pero sí sentí mi corazón anegarse en llanto. Chilvo, asustado por la reacción del beodo, empezó a suspirar, luego llorando tomó mi mano dejando la raqueta en el piso...
Aquella mañana aprendí a llorar por dentro, y a guardar prudente silencio ante un golpe artero, sobre todo cuando es propinado sin meditar ni medir las consecuencias, porque controlar las emociones frente a los actos violentos no es de tontos ni de cobardes, sino un permanente desafío en la búsqueda de la ansiada convivencia pacífica.
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Después de presenciar la procesión de la Inmaculada Concepción fui
a casa, tomé mi barquito de maguey y me dirigí a la canaleta de Yarush,
que había elevado su caudal por las primeras lluvias de diciembre.
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Entrada la noche me topé en la plaza de armas con el señor que me propinó el cocacho. Se encontraba sobrio, sentado en una banca, por lo que aproveché para decirle que no fui el autor del golpe que lo enfureció causándome daño. El señor se arrodilló, y poniendo con delicadeza su mano sobre el chichón, lloró; tambien yo, pero esta vez de felicidad. Había ganado un amigo gracias a un poquito de tolerancia.Aquel 8 de diciembre no solamente experimenté sentimientos nuevos en Chiquián querido, también vi esfumarse mi infancia junto a mi barquito de maguey, cediéndole paso a la adolescencia, otro peldaño de mi existencia.
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Cusco, 8 de diciembre de 1974
Fuente: Un trocito "DEL MISMO TRIGO"
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