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CHURRO ESPARZA Y EMILIO CACHO, EN MI MEMORIA
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Escribe: Fransiles Gallardo
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No recuerdo exactamente quien contó la historia. De lo que estoy seguro es que fue en los primeros días de abril de 1972, cuando este adolescente, subía de Magdalena a la capital de la provincia para hacerse Ingeniero Civil en la UTC de Cajamarca.
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Cuando me lo contaron, ya era leyenda dentro de los ingenieros: “el churro Esparza ha quemado su tesis de graduación para ingeniero Civil, luego de una tranca en el Ojo Duro; diciendo que había nacido para ser poeta y no para ingeniero”.
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Sospecho que nadie de mis recientes compañeros de estudios y flamantes amigos entendieron bien la decisión, de quien era uno de los mejores profesores de matemáticas de la universidad “mejor me lo hubiera regalado”, decían unos “yo ni loco hago eso; si he venido para ser ingeniero”, murmuraban otros.
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Yo, a mis 17 años trataba de entenderlo; pues con mis adolescentes años, traía bajo el brazo unos versos iniciales y las ganas inmensas de hacerme profesional: Yo también quería ser Ingeniero Civil y además quería ser poeta, además.
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La primera impresión que tuve de Emilio Cacho, fue el primer lunes de clases, cuando en el aula grande del primer piso del Pabellón de 3 pisos, se apareció con su largura y su casaca marrón para dejarnos la primera tarea, en nuestro primer día de universitario:
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- Semana a semana les dejaré un trabajo y tienen siete días para hacerlo, es decir ciento sesenta y ocho horas para que me lo sustenten personalmente.
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Además de una relación inmensa de útiles para Dibujo Técnico; amén de la siguiente advertencia:
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- Conmigo no habrán fines de semana libres. Si no aprueban bien Dibujo Técnico, no serán buenos ingenieros- prendiendo un Ducal con filtro, aún cuando el anterior, estaba a medio consumir
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Cuando me lo contaron, ya era leyenda dentro de los ingenieros: “el churro Esparza ha quemado su tesis de graduación para ingeniero Civil, luego de una tranca en el Ojo Duro; diciendo que había nacido para ser poeta y no para ingeniero”.
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Sospecho que nadie de mis recientes compañeros de estudios y flamantes amigos entendieron bien la decisión, de quien era uno de los mejores profesores de matemáticas de la universidad “mejor me lo hubiera regalado”, decían unos “yo ni loco hago eso; si he venido para ser ingeniero”, murmuraban otros.
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Yo, a mis 17 años trataba de entenderlo; pues con mis adolescentes años, traía bajo el brazo unos versos iniciales y las ganas inmensas de hacerme profesional: Yo también quería ser Ingeniero Civil y además quería ser poeta, además.
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La primera impresión que tuve de Emilio Cacho, fue el primer lunes de clases, cuando en el aula grande del primer piso del Pabellón de 3 pisos, se apareció con su largura y su casaca marrón para dejarnos la primera tarea, en nuestro primer día de universitario:
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- Semana a semana les dejaré un trabajo y tienen siete días para hacerlo, es decir ciento sesenta y ocho horas para que me lo sustenten personalmente.
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Además de una relación inmensa de útiles para Dibujo Técnico; amén de la siguiente advertencia:
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- Conmigo no habrán fines de semana libres. Si no aprueban bien Dibujo Técnico, no serán buenos ingenieros- prendiendo un Ducal con filtro, aún cuando el anterior, estaba a medio consumir
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Yo ya conocía de oídas del ingeniero Emilio Cacho; porque había sido compañero de Secundaria de mi hermano Arturo, en el centenario San Ramón y primer alumno de su promoción.
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Carlos Esparza fue mi profesor en Análisis Matemático II y III y desde allí fuimos amigos.
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Bajito como yo; su pelo lacio castaño que le rozaba los hombros, su barba crecida que le cubría toda la cara, sus ojos pequeños y además también, su infaltable cigarro que le amarillaba los dedos índice y cordial de la mano izquierda.
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Fue un mediodía después de clase, que tímido y emocionado le entregué un empastado puñado de mis primeros poemas y que presumía sería mi primer poemario a publicar, para que los leyera.
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Recuerdo a Emilio Cacho llamando uno a uno a los flamantes cachimbos, para sustentar los trabajos hechos con lápices Tecnic de diversas denominaciones. Claro que yo tenía una habilidad especial para sacarles la punta más fina; pues en la escuela de mi pueblo, eso era tarea cotidiana.
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Eran nuestras primeras proezas de darle razones, que él ya conocía. Esas que siempre queremos darle a la vida, cuando algo no nos sale bien.
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Verlo rayar nuestras cartulinas, sobresaltados y con el corazón en la mano, por ese once o ufff ese doce que nos ponía en las puertas de la gloria o esos menos de diez que nos acercaba al infierno.
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A pesar de eso; creo que yo, me pasaba calculando “cuantas pitadas sumaban todos los cigarros que se fumaba al día”.
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Luego de una semana “el churro” Esparza, alrededor de un café en el recién inaugurado cafetín de la universidad, del buen Lucho Gálvez, habló de poesía, de Sábato, Borges y Cortázar, de Rimsky Korzakov y Sherazade ¿Quiénes eran?. Ni idea tenía yo.
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A medio semestre comenzamos a hacer dibujos con tinta china.
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Yo, modesto distritano; que a las justas hacía mis trabajos sobre la mesa de tablas desiguales del comedor de la casa del Tío Alfredo, quien me daba posada; no tenía dinero para comprar ni el tablero de dibujo ni los estilógrafos ni la caja de compases. Así que como se entenderá, este mi primer trabajo resultó un desastre y sin posibilidades de rehacer por la arraigada costumbre de la última hora; con manchas de tinta en todo sitio, menos en los gráficos exigidos.
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Mirándome entre bocanadas de humo, desde la profundidad de sus ojos intensos, su encrespada cabellera negra y de su no se que número de cigarrillo del día, me dijo:
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- Creo alumno, que debería dedicarse a otra cosa; menos a ser ingeniero.
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Rayando mi cartulina, garabateó un estruendoso cero.
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Un poco más y me pongo a llorar. Había visto varios casos ya.
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Salí del aula avergonzado; talvez allí debí dejar la carrera: Probablemente la Ingeniería no habría de perder mucho; pero terco yo, como mi buen burro Lucero, me decidí “salga pato o gallareta” hacerme ingeniero.
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Después de esos cafés con “el churro” Esparza, quedé más intrigado aún. Sus palabras retumbaban:
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- Talvez no sepas en lo que te estás metiendo. La ingeniería es súper exigente y la poesía también. Recuerda, la ingeniería será como tu esposa y la poesía tu amante y las dos son irreconciliables. No sé si puedas con las dos toda la vida. Fransiles, ojalá lo logres.
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En el décimo ciclo Emilio Cacho volvió a ser mi profesor en el curso de Instalaciones Sanitarias y aprobé con un hermoso quince.
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Ya no fumaba; recuerdo la promesa que hizo cuando cayó enfermo de la garganta:
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Carlos Esparza fue mi profesor en Análisis Matemático II y III y desde allí fuimos amigos.
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Bajito como yo; su pelo lacio castaño que le rozaba los hombros, su barba crecida que le cubría toda la cara, sus ojos pequeños y además también, su infaltable cigarro que le amarillaba los dedos índice y cordial de la mano izquierda.
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Fue un mediodía después de clase, que tímido y emocionado le entregué un empastado puñado de mis primeros poemas y que presumía sería mi primer poemario a publicar, para que los leyera.
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Recuerdo a Emilio Cacho llamando uno a uno a los flamantes cachimbos, para sustentar los trabajos hechos con lápices Tecnic de diversas denominaciones. Claro que yo tenía una habilidad especial para sacarles la punta más fina; pues en la escuela de mi pueblo, eso era tarea cotidiana.
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Eran nuestras primeras proezas de darle razones, que él ya conocía. Esas que siempre queremos darle a la vida, cuando algo no nos sale bien.
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Verlo rayar nuestras cartulinas, sobresaltados y con el corazón en la mano, por ese once o ufff ese doce que nos ponía en las puertas de la gloria o esos menos de diez que nos acercaba al infierno.
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A pesar de eso; creo que yo, me pasaba calculando “cuantas pitadas sumaban todos los cigarros que se fumaba al día”.
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Luego de una semana “el churro” Esparza, alrededor de un café en el recién inaugurado cafetín de la universidad, del buen Lucho Gálvez, habló de poesía, de Sábato, Borges y Cortázar, de Rimsky Korzakov y Sherazade ¿Quiénes eran?. Ni idea tenía yo.
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A medio semestre comenzamos a hacer dibujos con tinta china.
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Yo, modesto distritano; que a las justas hacía mis trabajos sobre la mesa de tablas desiguales del comedor de la casa del Tío Alfredo, quien me daba posada; no tenía dinero para comprar ni el tablero de dibujo ni los estilógrafos ni la caja de compases. Así que como se entenderá, este mi primer trabajo resultó un desastre y sin posibilidades de rehacer por la arraigada costumbre de la última hora; con manchas de tinta en todo sitio, menos en los gráficos exigidos.
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Mirándome entre bocanadas de humo, desde la profundidad de sus ojos intensos, su encrespada cabellera negra y de su no se que número de cigarrillo del día, me dijo:
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- Creo alumno, que debería dedicarse a otra cosa; menos a ser ingeniero.
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Rayando mi cartulina, garabateó un estruendoso cero.
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Un poco más y me pongo a llorar. Había visto varios casos ya.
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Salí del aula avergonzado; talvez allí debí dejar la carrera: Probablemente la Ingeniería no habría de perder mucho; pero terco yo, como mi buen burro Lucero, me decidí “salga pato o gallareta” hacerme ingeniero.
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Después de esos cafés con “el churro” Esparza, quedé más intrigado aún. Sus palabras retumbaban:
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- Talvez no sepas en lo que te estás metiendo. La ingeniería es súper exigente y la poesía también. Recuerda, la ingeniería será como tu esposa y la poesía tu amante y las dos son irreconciliables. No sé si puedas con las dos toda la vida. Fransiles, ojalá lo logres.
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En el décimo ciclo Emilio Cacho volvió a ser mi profesor en el curso de Instalaciones Sanitarias y aprobé con un hermoso quince.
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Ya no fumaba; recuerdo la promesa que hizo cuando cayó enfermo de la garganta:
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- De hoy en adelante nadie dirá que Emilio Cacho Gayoso fumó un cigarrillo.
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Promesa que cumplió hasta el fin de sus días y me marcó; puesto que las promesas hay que cumplirlas y la palabra empeñada, también. Ese día Emilio tiró a la basura las ruedas de cigarros que amontonaba sobre sus mesas y sillones; así como los ceniceros y los paquetes de fósforos que fueron a parar a la cocina.
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El año 73 llegó a la UTC, recién egresado Francisco Pérez Loayza y fue mi profesor en Física II y luego en Dinámica y con Carlos y Emilio formaron una trilogía científica de jóvenes profesionales, a los que sumó la experiencia de mi camarada Raúl Centurión, que retornaba de México.
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Ellos reformularon la formación de los futuros ingenieros civiles de la UTC; es decir, ya no de nosotros sino de los que venían detrás.
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Francisco fue mi amigo. El que orientó mis pasos, alentó mis aptitudes y corrigió mis debilidades; el que puso freno a algunas de mis exageraciones estudiantiles, mis veleidades pasionales y compartió no solo su vasta y amplia biblioteca; sino interminables partidas de ajedrez y ríos de café. Y hasta me encargó que cuidara una de sus alhajas, antes de irse becado a Sao Paulo por dos años, en una borrachera histórica con “el churro” Esparza, “el loro” Díaz y mi buen amigo sampablino “cacha blanca” Marwin Burgos.
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Yo era un imberbe de menos de veinte años y junto a Pancho alterné esas reuniones, alrededor de innumerables cafés de cafés “un café no se desprecia” en el viejo Salas; donde no sólo hablábamos de ingeniería, números y ciencia; sino también de filosofía, arte, humanidades y política y desde allí me volví cafetero, un adicto talvez; pero cuanto aprendí de ellos, de su sapiencia, de sus lecturas y de su experiencias de vida.
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En una de esas interminables tardes de tertulia inacabable, “el churro” Esparza; entre café y café depositaba las colillas en la taza vacía; hasta que malhumorado el mozo, le dijo:
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- Ingeniero, la próxima vez le traeré su café en un cenicero.
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El año 75, yo frecuentaba a nuestro poeta mayor Manuel Ibáñez Rosazza y en un acto de inmensa generosidad, me permitió publicar en tres números de la Revista Letras de la UTC y allí también insertamos unos trabajos de Carlos “el churro” Esparza y pude entender su admiración por lo fantástico y porque siempre hablaba de Kafka, Rilke y Sartre.
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Por los años 80 me había hecho periodista de “Sucesos” de Radio Cajamarca con Carlos Cabrera Herbert y a las 10 de la noche tenía el espacio periodístico “Punto Político” donde entrevistaba a quienes pretendían ser algo, por algo o para algo en nuestra siempre nostálgica Cajamarca: sea Senador, Diputado, Alcalde o dirigente estudiantil.
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Tuve la inmensa suerte de tener en uno de mis programas radiales, a dos de los más grandes impulsores del desarrollo de la Universidad Técnica de Cajamarca: el Ing. Mariano Carranza Zavaleta, su Rector y al Ing. Emilio Cacho Gayoso, su Director de Planificación.
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Promesa que cumplió hasta el fin de sus días y me marcó; puesto que las promesas hay que cumplirlas y la palabra empeñada, también. Ese día Emilio tiró a la basura las ruedas de cigarros que amontonaba sobre sus mesas y sillones; así como los ceniceros y los paquetes de fósforos que fueron a parar a la cocina.
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El año 73 llegó a la UTC, recién egresado Francisco Pérez Loayza y fue mi profesor en Física II y luego en Dinámica y con Carlos y Emilio formaron una trilogía científica de jóvenes profesionales, a los que sumó la experiencia de mi camarada Raúl Centurión, que retornaba de México.
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Ellos reformularon la formación de los futuros ingenieros civiles de la UTC; es decir, ya no de nosotros sino de los que venían detrás.
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Francisco fue mi amigo. El que orientó mis pasos, alentó mis aptitudes y corrigió mis debilidades; el que puso freno a algunas de mis exageraciones estudiantiles, mis veleidades pasionales y compartió no solo su vasta y amplia biblioteca; sino interminables partidas de ajedrez y ríos de café. Y hasta me encargó que cuidara una de sus alhajas, antes de irse becado a Sao Paulo por dos años, en una borrachera histórica con “el churro” Esparza, “el loro” Díaz y mi buen amigo sampablino “cacha blanca” Marwin Burgos.
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Yo era un imberbe de menos de veinte años y junto a Pancho alterné esas reuniones, alrededor de innumerables cafés de cafés “un café no se desprecia” en el viejo Salas; donde no sólo hablábamos de ingeniería, números y ciencia; sino también de filosofía, arte, humanidades y política y desde allí me volví cafetero, un adicto talvez; pero cuanto aprendí de ellos, de su sapiencia, de sus lecturas y de su experiencias de vida.
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En una de esas interminables tardes de tertulia inacabable, “el churro” Esparza; entre café y café depositaba las colillas en la taza vacía; hasta que malhumorado el mozo, le dijo:
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- Ingeniero, la próxima vez le traeré su café en un cenicero.
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El año 75, yo frecuentaba a nuestro poeta mayor Manuel Ibáñez Rosazza y en un acto de inmensa generosidad, me permitió publicar en tres números de la Revista Letras de la UTC y allí también insertamos unos trabajos de Carlos “el churro” Esparza y pude entender su admiración por lo fantástico y porque siempre hablaba de Kafka, Rilke y Sartre.
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Por los años 80 me había hecho periodista de “Sucesos” de Radio Cajamarca con Carlos Cabrera Herbert y a las 10 de la noche tenía el espacio periodístico “Punto Político” donde entrevistaba a quienes pretendían ser algo, por algo o para algo en nuestra siempre nostálgica Cajamarca: sea Senador, Diputado, Alcalde o dirigente estudiantil.
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Tuve la inmensa suerte de tener en uno de mis programas radiales, a dos de los más grandes impulsores del desarrollo de la Universidad Técnica de Cajamarca: el Ing. Mariano Carranza Zavaleta, su Rector y al Ing. Emilio Cacho Gayoso, su Director de Planificación.
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Fue un intenso intercambio de opiniones donde se discutieron planes y proyectos, polemizando sobre el desarrollo infraestructural y de crecimiento hasta el año dos mil de nuestra universidad, con la sabiduría y la capacidad de dos técnicos del más alto nivel; que por encima de toda discrepancia, querían lo mejor para nuestra querida UTC.
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Era cerca de la una de la madrugada y la polémica continuaba.
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Yo; modesto estudiante del quinto año de la carrera de Ingeniería y moderador de este debate, estaba menos que embelezado ante tanta capacidad técnica y su amplia visión de futuro, con estadísticas de por medio y una visión de futuro a mediano y largo plazo.
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Lástima que no se grabara este gran encuentro. Lástima también, que no quedaran documentos para el análisis, guía y debate de la posteridad.
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Talvez una de las más grandes frustraciones de Carlos y de Emilio haya sido, no haber podido ser Rectores de nuestra superior casa de estudios, su casa.
Recuerdo las palabras de mi camarada Raúl Centurión Vargas, en uno de esos interminables cafés del antiguo Salas:
- No siempre llega el mejor o el que más sabe o el más apto; sino el más hábil; el más argollero o el más sinvergüenza.
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Al Ingeniero Emilio Cacho Gayoso, lo vi hace unos diez años por la Urbanización Cajamarca. De una vereda a otra me dijo: “el ingeniero y periodista Fransiles Gallardo”. Sólo me quedó estrecharlo en un gran abrazo.
Al “churro” Esparza lo saludé por última vez hace unos ocho años atrás, en la Plaza de Armas de Cajamarca “en la tarde nos vemos para tomar un café”, me dijo.
Promesa que se quedó en ofrecimiento. De esas que nunca se cumplen, que nunca se hacen realidad.
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Velatorio: Ing. Emilio Cacho - Cajamarca 01 DIC 2009.
Era cerca de la una de la madrugada y la polémica continuaba.
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Yo; modesto estudiante del quinto año de la carrera de Ingeniería y moderador de este debate, estaba menos que embelezado ante tanta capacidad técnica y su amplia visión de futuro, con estadísticas de por medio y una visión de futuro a mediano y largo plazo.
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Lástima que no se grabara este gran encuentro. Lástima también, que no quedaran documentos para el análisis, guía y debate de la posteridad.
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Talvez una de las más grandes frustraciones de Carlos y de Emilio haya sido, no haber podido ser Rectores de nuestra superior casa de estudios, su casa.
Recuerdo las palabras de mi camarada Raúl Centurión Vargas, en uno de esos interminables cafés del antiguo Salas:
- No siempre llega el mejor o el que más sabe o el más apto; sino el más hábil; el más argollero o el más sinvergüenza.
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Al Ingeniero Emilio Cacho Gayoso, lo vi hace unos diez años por la Urbanización Cajamarca. De una vereda a otra me dijo: “el ingeniero y periodista Fransiles Gallardo”. Sólo me quedó estrecharlo en un gran abrazo.
Al “churro” Esparza lo saludé por última vez hace unos ocho años atrás, en la Plaza de Armas de Cajamarca “en la tarde nos vemos para tomar un café”, me dijo.
Promesa que se quedó en ofrecimiento. De esas que nunca se cumplen, que nunca se hacen realidad.
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Gracias Ingeniero Emilio Cacho Gayoso por ese desafío estudiantil. Talvez no sea un gran ingeniero; pero quiero que sepa, que lo he intentado, que lo intento.
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Gracias Ingeniero y poeta Carlos Esparza Díaz, nuestro “churro” por ese reto: ser ingeniero y poeta o poeta e ingeniero. Talvez no lo logre; pero quiero que sepas “churro”; que lo intento, que lo intentaré.
Estoy en el Haití de Miraflores, recordándolos. Talvez no sea el café del Salas, ese de inmensa hermosura y sabrosura; pero este café express, es un tributo a su memoria. Salud.
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Gracias Ingeniero y poeta Carlos Esparza Díaz, nuestro “churro” por ese reto: ser ingeniero y poeta o poeta e ingeniero. Talvez no lo logre; pero quiero que sepas “churro”; que lo intento, que lo intentaré.
Estoy en el Haití de Miraflores, recordándolos. Talvez no sea el café del Salas, ese de inmensa hermosura y sabrosura; pero este café express, es un tributo a su memoria. Salud.
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Fuente:
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EL PORTAL DE LA REGIÓN CAJAMARCA
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Sobre el autor:
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FOTOGRAFÍAS
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HOMENAJE AL COLEGIO DE INGENIEROS DEL PERÚ
Entrada editada por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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