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LA PARTIDA
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Por: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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La tarde del sábado 30 de diciembre del 67 culminaron muchas cosas hermosas para mí. Había logrado estirar mis tiernos años al máximo, mas la secundaria en mi querido Chiquián llegó a su fin y tuve que ponerle alas a mis sueños, dejando atrás una época que se resistía a dejarme, porque sabía que mi mundo adolescente terminaba, para entrar a uno más grande, donde sería inevitablemente otro.
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La tarde del sábado 30 de diciembre del 67 culminaron muchas cosas hermosas para mí. Había logrado estirar mis tiernos años al máximo, mas la secundaria en mi querido Chiquián llegó a su fin y tuve que ponerle alas a mis sueños, dejando atrás una época que se resistía a dejarme, porque sabía que mi mundo adolescente terminaba, para entrar a uno más grande, donde sería inevitablemente otro.
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Cuando contemplaba desde Usgor el río Aynín que corría como queriendo escapar a su destino, el sol del ocaso teñía de escarlata los picachos del Huayhuash, haciéndolos bellamente lejanos. Hoy lamento no haber tenido una cámara fotográfica para perennizar ese mágico momento, pero gracias a Dios mis retinas lo grabaron para siempre.
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Cordillera Huahuash desde Chiquián
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Pronto llegó la noche con un dolor en el alma al no comentar con nadie sobre el viaje, pues la razón me repetía que los llevaba a todos conmigo, cosa que mi corazón se negaba aceptar.
Pronto llegó la noche con un dolor en el alma al no comentar con nadie sobre el viaje, pues la razón me repetía que los llevaba a todos conmigo, cosa que mi corazón se negaba aceptar.
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Se hicieron tan largas las horas sin poder conciliar el sueño con mis latidos martillando lo mucho que dejaba y lo incierto del porvenir que aguardaba en Lima...
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Ya cuando por fin cerré los ojos para descansar de la vigilia, mi papá me despertó. Eran las cinco de la mañana y todo estaba preparado para el viaje...
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A medida que el carro ascendía Umpay, vi con honda tristeza el pueblo donde fui feliz durante diez largas primaveras...
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Así fue, cómo bajo el manto de un amanecer lluvioso dejé al bordear Caranca, la época más linda de mis primeros años.
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Desde aquel entonces procuro no despedirme cuando salgo de viaje, intentando aupar a todos en mi corazón por más escalas que el destino marque en la hoja de ruta; sólo así la agonía del adiós se ahoga en mi palpitar, y así también será cuando emprendiendo el Gran Vuelo me haya ido...
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Desde aquel entonces procuro no despedirme cuando salgo de viaje, intentando aupar a todos en mi corazón por más escalas que el destino marque en la hoja de ruta; sólo así la agonía del adiós se ahoga en mi palpitar, y así también será cuando emprendiendo el Gran Vuelo me haya ido...
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Bruselas, OCT 84
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