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RECUERDOS:
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EN EL DÍA DE LOS DIFUNTOS
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Por: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Bajo los párpados para soñar despierto y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento peregrino...
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Busco por todos lados, pero no encuentro a mis amigos. Unos ya están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En Jircán la oscuridad rasga mi corazón, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos; y me siento un forastero en mi propia tierra.
Bajo los párpados para soñar despierto y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento peregrino...
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Busco por todos lados, pero no encuentro a mis amigos. Unos ya están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En Jircán la oscuridad rasga mi corazón, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos; y me siento un forastero en mi propia tierra.
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, el llanto se esconde en mis pupilas con un rayo de luz que me invita un acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años o curvado por el peso de los sueños, en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, como las manos cuajadas de venas azules, como una laguna congelada en mil sollozos, como un cortejo de almas en un viernes cansado de vivir, como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver o el presagio, que envuelto en un gemido, adivina que muy pronto será la rígida manecilla de un reloj fenecido.
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Ya es medianoche y veo pasar por la acera a un anciano con su poncho de neblina. Va murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas yertas. Entonces, vienen a mi mente versos que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar y barquitos de maguey anclados en las riberas de Yarush, aguardando a sus capitanes que descansan en paz.
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En el rostro del anciano de cabello encanecido, veo incontables surcos que el arado de la vida ha esculpido. Tiene la mirada con nubes que flotan donde duermen sus recuerdos, que hasta la muerte que viene guadaña en mano se desvía buscando alguien más vivo a quien llevar... Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra de mis viejos.
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Ya está amaciendo y el anciano sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como el tiempo que avanza sin retroceder, mientras las sombras le sonríen con sus labios de hielo. No sé qué lo sostiene en pie, pero llegan a mi memoria aquellos pilares de carne y hueso que sustentaron mi barrio colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos que así como hacen caminos, también se detienen para siempre.
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No escucho risas, golpes de canga ni huaynos alegres en el vecindario, solamente un solitario pichuichanca invidente que no sabe de Sol, de Luna ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un poco más de tiempo, como las hilachas de memoria colectiva que el tiempo desovilla por falta de una rueca telúrica que las hile, hasta convertirlas en un poncho solidario en cuya trama nadie falte ni sobre.
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Son las 6 de la mañana, me persigno y entro a mi casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis amigos.
En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, el llanto se esconde en mis pupilas con un rayo de luz que me invita un acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años o curvado por el peso de los sueños, en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, como las manos cuajadas de venas azules, como una laguna congelada en mil sollozos, como un cortejo de almas en un viernes cansado de vivir, como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver o el presagio, que envuelto en un gemido, adivina que muy pronto será la rígida manecilla de un reloj fenecido.
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Ya es medianoche y veo pasar por la acera a un anciano con su poncho de neblina. Va murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas yertas. Entonces, vienen a mi mente versos que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar y barquitos de maguey anclados en las riberas de Yarush, aguardando a sus capitanes que descansan en paz.
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En el rostro del anciano de cabello encanecido, veo incontables surcos que el arado de la vida ha esculpido. Tiene la mirada con nubes que flotan donde duermen sus recuerdos, que hasta la muerte que viene guadaña en mano se desvía buscando alguien más vivo a quien llevar... Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra de mis viejos.
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Ya está amaciendo y el anciano sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como el tiempo que avanza sin retroceder, mientras las sombras le sonríen con sus labios de hielo. No sé qué lo sostiene en pie, pero llegan a mi memoria aquellos pilares de carne y hueso que sustentaron mi barrio colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos que así como hacen caminos, también se detienen para siempre.
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No escucho risas, golpes de canga ni huaynos alegres en el vecindario, solamente un solitario pichuichanca invidente que no sabe de Sol, de Luna ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un poco más de tiempo, como las hilachas de memoria colectiva que el tiempo desovilla por falta de una rueca telúrica que las hile, hasta convertirlas en un poncho solidario en cuya trama nadie falte ni sobre.
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Son las 6 de la mañana, me persigno y entro a mi casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis amigos.
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Junto a los cuadernos, en un candelabro lleno de gotas rígidas de cirios consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi madre por el esposo viajero.
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Bebo un sorbo de agua con sabor a cántaro añejo, y un pensamiento errante me aprieta el pecho. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues no se ha inventado aún, algo que detenga el fin".
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Bebo un sorbo de agua con sabor a cántaro añejo, y un pensamiento errante me aprieta el pecho. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues no se ha inventado aún, algo que detenga el fin".
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De pronto asoman como aves temporarias las palabras de mi amigo Pancho Gonzáles, desde Huaraz: "Nacer o morir, ¿Un mismo significado?.. morir y nacer, interrogante sin respuesta. ¿La partida será el encuentro? ¡He ahí el misterio de la vida¡... el palpitar se detiene y las arterias son caminos desiertos... el soplo ha desaparecido. Y así, una y otra vez la Fábula de Higinio: “La tierra pide lo que es suyo y el alma al infinito, va en pos de una nueva creación". Sí, ayer llegó el final; la razón y el sentimiento en su lucha tenaz no llegaron a ningún acuerdo, pero triunfó el corazón:.. “Hay que llorar por los seres que se alejan de nuestro lado para siempre, pues son nuestra razón de existir, amor de amores, pena de penas, se diluye en un segundo y todo se acaba”.
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Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema, cubierto por lirios blancos...
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Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema, cubierto por lirios blancos...
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Tulpajapana, 02 NOV 2003
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