lunes, 21 de diciembre de 2020

SENSIBLE FALLECMIENTO DEL DILECTO CIUDADANO CHIQUIANO VÍCTOR RAFAEL MORÁN LA ROSA











RECUERDOS


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CHIQUIÁN: 
 
Cielo azul

30 de agosto en soledad,
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.

Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar,
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.

Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.

Nalo AB - 15651
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PASAJERO DEL TIEMPO 
 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
Bajo los párpados para soñar despierto, y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento...

Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, el llanto se esconde en mis pupilas, con un rayo de luz que me invita un acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años, o curvado por el peso de los sueños truncos, en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, como las manos cuajadas de venas moradas, como una laguna congelada en mil sollozos, como un cortejo de almas penitentes en un viernes cansado de vivir, como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver, o el presagio que envuelto en un gemido adivina que muy pronto será la rígida manecilla de un reloj fenecido.
 


Ya es medianoche y veo pasar por la acera a un viejo vecino con su poncho de neblina. Va murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas vacías. Entonces vienen a mi mente los versos que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar, y barquitos de maguey anclados a la vera de Maraurán, aguardando a sus capitanes que descansan en paz.

En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.


Ya está amaciendo, y el anciano sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como avanza el tiempo sin retroceder, mientras las sombras aguardan con sus brazos de hielo.

No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio de Jircán colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.


No escucho risas, golpes de canga ni huaynos en el vecindario, sólo un pichuichanca invidente que no sabe de sol, de luna ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un poco más de tiempo, como las hilachas de la memoria colectiva que el tiempo desovilla a falta de una rueca que las hile hasta convertirlas en poncho, en cuya trama nadie falte ni sobre.
 
 

Son las 6 de la mañana, me persigno e ingreso a casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía, dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis vecinos y amigos. Junto a los cuadernos, en un candelabro lleno de gotas endurecidas de dos cirios consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi madre por el esposo viajero.
 

Bebo un sorbo de agua con sabor a cuntu añejo, y un pensamiento errante me aprieta el alma. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues aún no se ha inventado algo que detenga el fin"...
 


De pronto asoman como aves temporarias las palabras de mi viejo amigo Panchito Gonzáles, que vienen desde Marián, HUARAZ: "Nacer o morir, ¿Un mismo significado?.. morir y nacer, interrogante sin respuesta. ¿La partida será el encuentro? ¡He ahí el misterio de la vida¡... el palpitar se detiene y las arterias son caminos desiertos... el soplo ha desaparecido. Y así, una y otra vez la Fábula de Higinio: “La tierra pide lo que es suyo y el alma al infinito, va en pos de una nueva creación". Sí, ayer llegó el final; la razón y el sentimiento en su lucha tenaz no llegaron a ningún acuerdo, pero triunfó el corazón:.. “Hay que llorar por los seres que se alejan de nuestro lado para siempre, pues son nuestra razón de existir, amor de amores, pena de penas, se diluye en un segundo y todo se acaba”.

Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...

Tulpajapana, 02 NOV 2003


Cementerio de Chiquián


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NO PREGUNTES POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS;
 
 DOBLAN POR TI Y POR MÍ

Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

“Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos  de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Albert Einstein (Mi visión del mundo)
 
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La mañana del martes 17 de octubre de 1961, me encontraba cogiendo agua en el pilón del barrio poco antes de asistir a la escuelita 378 de Quihuillán, donde cursaba el 4to. de Primaria; de pronto, en circunstancias que convergían en la esquina los señores Manuel Roque Dextre y Teófilo Salas Rivera, doblaron las campanas de la iglesia matriz de Chiquián, anunciando un deceso, motivando que mi cuerpo se escarapele, pues los camiones de mi padre y el de su compadre Segundo Robles Valverde, que debieron llegar de madrugada, no asomaban por la ceja de Caranca. Don Teófilo preguntó:

- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?

- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.

Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
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Dicha novela empieza así:

“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
 
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Esquina chiquiana, escenario de la experiencia de vida

Doña María Gamarra de Calderón, quien retornaba del mercado de abastos, acercándose a los dos señores, les comunicó muy apenada:

- Mañuquito, Tiuchito, ha muerto nuestro amigo Shaprita.

Oír el sobrenombre, tantas veces escuchado en Chiquián y los pueblos aledaños, hizo llaga en mi alma para siempre, al interpretar en carne viva el mensaje del poeta metafísico John Donne, pues mi querido amigo Manuel Ñato Allauca partió antes de tiempo. Ser humano muy laborioso fue Shaprita, cuyo aporte era de suma importancia para el pueblo, sobre todo su fraterno afán de fecunda generosidad con los turistas, las amas de casa y los niños que lo teníamos como valioso ejemplo de vida. Dos horas después arribaron mi padre y su compadre Segundo, se habían quedado varados cerca del puente Mellizo (Mayorarca), por la rotura del eje delantero de un camión minero, en una angosta pendiente. Al día siguiente, miércoles 18 de octubre de 1961, el pueblo chiquiano decretó tarde no laborable, para acompañar al paisano querido hasta su última morada, al compás de la Marcha Fúnebre de Morán, entonada por la banda de músicos de la solidaria familia Aldave Montoro. Ese día, hasta los niños vestimos de luto.
 
Por éso y por mucho más, cada vez que muere un ser vivo, sé que algo de mí se desprende, y así será hasta el final de mis días, porque gracias a dicha experiencia aprendí que soy parte indisoluble de las obras de Dios, nuestro Creador: la Naturaleza y el Cosmos. Nadie, como bien lo señala John Donne, es una isla, por tanto, ningún ser humano merece vivir ni morir aislado. Al respecto, el poeta español Antonio Machado, nos dice: “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”, de ahí que el lugar mas cálido para el reposo sea el corazón humano, porque en el recuerdo y la esperanza anida el misterio de la eternidad, tal como reza el proverbio de Facundo Cabral: “No perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón”, sin olvidar en cada momento del día las palabras de Jesús: "Yo soy la resurección, y la vida. Aquel que crea en Mí, aunque muera, vivirá."
 
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En estos últimos días han fallecido diez paisanos bolognesinos de gran valía. Hace un año, el 10 de febrero emprendió el Gran vuelo en Lima el escritor Luzuriaguino Guido Vidal Rodríguez, y al día siguiente 11 como hoy, también falleció en Lima, uno de mis amigos más amados, Hugo Nicanor Vilca del Castillo, nacido en Huari. Tengo la certeza de que por dichas pérdidas doblaron las campanas en Bolognesi, Mariscal Luzuriaga y Huari, como expresión de luto colectivo que mantienen y mantendrán eternamente nuestros pueblos fraternos, por más lejos que sus hijos pierdan la vida.

Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
 
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   EN CUALQUIER MOMENTO

La puerta de la vida se cierra, la sangre detiene su curso y el alma vuela como hoja quebradiza en el éter. Abajo los cardos siguen floreciendo en la redondez del mundo.

Todo acaba tras el último aliento, sólo lágrimas de congoja y plegarias a Dios corren en pos de la Resurrección.

Después quedan los recuerdos, y poco a poco el viento del olvido va borrando del mapa el único camino que no conduce a Roma, sino a la tumba.

Ignoro quién sobrevivirá y quién será el ausente en aquel momento. ¿Lo sabes tú?. Mientras tanto, ama y goza la vida segundo a segundo, por ventura divina.
 
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Confieso, no me ha sido nada fácil aceptar la muerte de mis seres queridos: abuelitos, mamá, papá, tíos, primos, sobrinos, maestros, compañeros de estudio, trabajo y de ocio, coterráneos y entrañables amigos. Solamente el honrar su recuerdo, compartir experiencias similares con fe y esperanza, entender que empezamos a morir desde que nacemos y dejar brotar las emociones contenidas, han hecho que no sea el muerto en vida del poema de Becquer, sino que viva cada día como si fuera el último, apreciando segundo a segundo lo bella que es la existencia terrena, en armonía plena con la creación del Altísimo.
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En casos muy dolorosos un abrazo a tiempo es mejor que mil palabras, sin perder de vista el mensaje de San Agustín: "Cuando tenga que dejarte por un corto tiempo, por favor, no te entristezcas, ni derrames lágrimas, ni te abraces a tu pena a través de los años. Por el contrario, empieza de nuevo con valentía y con una sonrisa por mi memoria y en mi nombre y haz todas las cosas igual que antes, no alimentes tu soledad con días vacíos sino llena cada hora de manera útil. Yo estaré cerca de ti y nunca tengas miedo de morir porque yo estaré esperándote en el cielo".

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  Chiquián, una vez más la banca vacía...
 
 
Nuestros novilleros
 

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Muchos fueron los aficionados chiquianos que con capote en mano, castilla, ponchos, chalinas, sacos, camisas, casacas, pañuelos y pañolones, demostraron sus dotes de torero. Entre los herederos de Manolete que vi torear en el monumental de Jircán, descollaron: Valerio Aldave 'Muchqui', Crisólogo Ramírez 'Quishula', Manuel Vicuña y su hijo Aparico 'El flaco Apacho', Manuel Castillo 'El chino', Pablo Márquez 'El terror de Chivis', Moisés Aldave 'Moichi', Pablo Vásquez 'Macollado', Iván Robles "Cuay" y Víctor Rafael Morán 'El trucha', quienes daban clases de tauromaquia andina bajo los acordes de un pasodoble con sabor a huayno, que entonaban las bandas de músicos. 
 
 
 "El Trucha" de blanco y negro, escoltado por Efra Vásquez y Pacho Díaz
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La presencia de estos buenos novilleros era esperada por el pueblo, sobre todo de 'El Trucha' porque su muleta lamía una y otra vez los costillares del toro, ahogando de emoción las gargantas femeninas en las palincas. Por su temple y coraje, "El Trucha", a mi criterio, es el diestro que más parecido tiene con Palomo Linares, aquel lidiador de toros fallecido en Madrid el 24 de abril de 2017, tres días antes de cumplir 70 años de vida. Descansa en paz, Palomo.
 
Algunos años de la década del sesenta nos visitó el torero 'Cabrera', a quien veíamos caminando acompañado del formidable profesor de Educación Física Arturo Jo López, entrañable amigo de nuestros padres, con los años uno de los más prósperos comerciantes de telas en Huaraz.
 

Ancashinos: Carmelino Carrillo Barrenechea, 
Nalo Alvarado y Arturo Jo  López
(Chiquián 2010).
 
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La mañana del 3 de septiembre de 1977, contemplando el armado de palincas en el ruedo de Jircán, mi padre me comentó, que durante la segunda corrida, a finales de los años 20 del siglo pasado, ingresó el último toro de la tarde con una potencia tal, que puso en vilo a los asistentes. Días antes el toro había llegado de Yanashallash (Pachapaqui, Aquia), escoltado por un harén de caderonas madrineras.
 
El toro tenía un trapío nunca antes visto en Chiquián: media tonelada de peso, pelaje chivillo brillante, cabeza erguida, rabilargo, ojos encendidos como chispas de pira, gemelos descolgados sin modestia alguna, cuernos brochos muy afilados, abundante pelo rizado en la frente y prominentes músculos en la joroba y el cuello.

El toro dio una vuelta en el ruedo como empujado por un tifón y se paró en el centro, mostrando a los cuatro tendidos su recia estampa espartana. Su presencia era tan avasalladora, que durante unos minutos el silencio fue sepulcral. Ni un espontáneo, de los cientos que estaban parados bajo las palincas, se animó a retarlo. De pronto salieron del lado sur los conocidos novilleros: Luis Marzano (Lucho de Alcococha), Valerio Calderón (Muchqui de Oropuquio) y David Aldave (Lapicho de Jupash). Los tres hicieron delirar al público con su arte taurino, entre oles estentóreos que incitaron un pasodoble en la palinca del nuevo capitán de la fiesta, donde estaba apostada la banda de músicos. Las pallas cantaban emocionadas: "Viva, viva comisario”, batiendo al viento sus pañuelos de colores.

El toro jugaba limpio en el ruedo, incrementando segundo a segundo su impulso de embiste, haciendo que los tres novilleros pasen de la valentía a la temeridad, sabedores que sin riesgo no hay gloria. De repente el toro se paró en seco al escuchar gritos altisonantes tras la barrera norte. 
 
Olvidándose de los novilleros el toro corrió resoplando y bramando áspero, irrumpiendo debajo de las palincas como torbellino de humo. El griterío de los borrachos fue tan desgarrador, que la banda de músicos enmudeció. ¡Ahurasilo shay, el toro está endemoniado, nos va a matar a todos, es el mismo Satanás en persona, un cuerpo sin alma!, se escuchaba en los tendidos de sogas, pellejos y maderas. Las abuelitas imploraban ¡Jesús!, apretando sus crucifijos. Más de un shaplaco se hizo la pila y algo más...
 
 

 
La incertidumbre recién cesó cuando el toro apareció de nuevo en el ruedo y se fue directamente al toril que ya tenía la puerta abierta.

Aquella tarde inolvidable nadie resultó herido, ni siquiera con un chichón, aunque dicen que a tres tuvieron que sacarle el susto con cuy cutucho al ungüento.
 
Todos coincidieron que el toro jugaba limpio, y que irrumpió en las palincas sólo para escarmentar a los borrachos que estaban perturbando la faena de los mejores novilleros del Yerupajá.

Entrada la noche el futuro capitán contrató dicho toro para la primera corrida del año siguiente, pagando, además, un seguro de vida por el animal, garantizando así su presencia en el ruedo de Jircán el día fijado.

Horas antes de retornar a los pastizales de Yanashallash, el dueño del toro se enteró que el capitán quería darle una sorpresa al pueblo chiquiano, implantando por primera vez el “toro de muerte”, con un matador contratado de Acho, y que esta suerte recaería en su ya famoso torito. El dueño meditó nostálgico, pues como hombre de palabra tenía que volver al año siguiente con el toro. 
 
¿Qué hizo el dueño para evitar que sacrifiquen al torito?: durante los meses siguientes lo entrenó para que no embista en la corrida; es decir, que se comporte como una yunta.

Pasaron 364 días y llegó la primera tarde de toros en el ruedo de Jircán. El capitán anunció montado en su caballo la salida del “toro de muerte”, haciendo hincapié que se trataba del toro de Yanashalash que jugó limpio el año anterior.  Los chiquianos se miraron sorprendidos por el anuncio, no podían creer lo que estaban oyendo, y empezaron las rechiflas y los reclamos a viva voz en los tendidos. Todos recordaban al torito que no lastimó a nadie a pesar de su bravura. El público no quería verlo sacrificado. ¡Indúltenlo, indúltenlo, somos un pueblo pacífico! fue el pedido general.
 
Los organizadores de la corrida no atendieron el pedido popular, y el torito salió a su encuentro con el estoque de la muerte. Salió con la misma fuerza de un año antes, pero esta vez ataviado con una moña rojiblanca en la frente rizada y una enjalma grana en el lomo, con el nombre del capitán en letras de oro. Dio dos vueltas limpiando la plaza y se detuvo en el centro del ruedo. 
 
Durante un lapso no se atrevieron a torearlo, ni siquiera el matador contratado hizo acto de presencia. 
 
Sorpresivamente ingresó bailando un borrachito longevo, motivando que el público grite de pavor: ¡lo va a destripar, sáquenlo por favor...!. El toro ni se movió. Permaneció parado como un corderito del Portal de Belén. 
 
El torito de Yanashallash se estaba jugando la vida, segundo a segundo, y tenía que neutralizar sus agallas con la mayor tolerancia del mundo. 
 
El borrachito se fue acercando a las filudas astas blandiendo su pijsha de lana y lo pasó una y otra vez por el hocico del toro, que continuaba imperturbable. Luego le arrancó la moña de un tirón y siguió bailando feliz.
 
Observando la docilidad del torito, poco a poco los espontáneos empezaron a rodearlo hasta tocarle el pelo rizado de su frente y retirarle la enjalma del lomo; inclusive se acercó un perrito y lamio los labios del torito. El toro ni siquiera resoplaba. Y continuó respirando sereno hasta torcer el destino que le fijó el capitán de la fiesta un año antes. 
 
 
 
 
Finalmente los organizadores de la corrida no tuvieron otra salida que soltar tres vacas madrineras.

Cuando el toro estaba retornando al toril con las madrineras, Lucho Marzano, Muchqui Valerio y David Lapicho rieron dichosos, mostrando sus capotes al matador de Acho, y el público aplaudió de pie. El torito estaba a salvo, pronto volvería a respirar el aire puro de los deshielos de Yanashallash.

Culminada la corrida el dueño se acercó al capitán para devolverle su dinero, y éste, espetó: ¡quédate con la plata, pero llévate tu toro doméstico, no lo quiero ver ni en pintura! 
 
Esa misma noche el criador y su toro retornaron a Yanashallash; él se convirtió en el ganadero más próspero de la región, y el torito pasó el resto de su larga vida como padrillo, perpetuando el linaje de su raza en las heladas morrenas de Pachapaqui.
 
 

 
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Viene a mi mente la fiesta de Santa Rosa del 62, cuando con mis primos Eduardo 'Fraca' Dextre Balarezo, Lucho, Carlos y Chechi Rueda, acariciábamos la idea de ver lidiando en la plaza de toros de Jircán a 'Ushuncu' Oswaldo Rosales Padilla, de quien habíamos oído hablar sobre su cualidad de matador en el coso de Acho; hasta que un día se hizo el 'milagro' y arribó a Chiquián al finalizar la Entrada, con el ómnibus de la empresa Landauro.
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Al mediodía del 2 de septiembre (primera corrida), visitamos la casa de mi tío Calixto Vicuña Calderón donde pernoctó 'Ushuncu', y para nuestra sorpresa lo hallamos sacando de una pequeña maleta un traje de luces. Una vez que todas las prendas estaban sobre la silla empezó a vestirse.
 
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Primero su impecable camisa blanca, luego un corbatín negro y después una taleguilla, un traje color oro y grana (chaquetilla, hombreras y pantalón) que le quedaba un poco chico. Continuó con el fajín y unas medias rosadas un tanto fosforescentes.
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Recuerdo que las zapatillas negras con suela antideslizante le quedaron grandes, por lo que tuvo que rellenarlas con lana de oveja. Después de ponerse el capote de paseo, la coleta y la montera, nos pidió a los curiosos que lo dejemos solo, pues tenía que pedirle a Santa Rosita que lo proteja durante la faena que se aproximaba inexorable.
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Una hora más tarde ingresó al ruedo con una cuadrilla de matadores y subalternos, sujetando estoques y banderillas bajo los acordes del "Gato Montés", entonado por la banda de Llipa. Salió el primer toro de la tarde: un barroso de Palca que limpió la plaza de canto a canto, y como nadie se atrevió a torearlo durante tres cuartos de hora, lo tuvieron que volver al toril ante la rechifla del tendido sur donde estaban las pallas, cantando fuerte el corto estribillo ¡Viva, viva comisario!
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El segundo fue un retinto pocpino que se dio dos vueltas: libre de polvo y paja, pero para asombro de todos salió un borrachito de entre la multitud pegada como hiedra humana a las palincas y los camiones. Llamó al morlaco con el tufo, éste embistió con fuerza y se lució con tres verónicas al hilo, mas cuando estrenaba una chicuelilla, su poncho se enganchó en el pitón izquierdo y terminó parado de cabeza por una zancadilla que el mismo se puso.
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Viendo que el toro jugaba limpio salieron de su escondite los diestros del Capitán. Lo torearon uno a uno, menos 'Ushunquito' que daba aliento y consejos desde un burladero de pellejo y palos de aliso.



Ya cuando las sombras besaban los tendidos Norte y Noroeste, salió un jirishanquino negro enmorrillado. Un toro jugado, muy conocido por los estragos que causó días antes en los ruedos de Carcas y Huasta. Romerito el 'Quisipatino' le dio el encuentro con dos banderiilas sin arpones que impactaron en el morrillo del toro y cayeron al piso. Sonó fuerte la trompeta anunciando el cambio de tercio. Los asesores de 'Ushunquito', que se encontraban tras del burladero, le aconsejaron ingresar al ruedo. Ushunquito tomó valor, se persignó, tiró la montera hacia atrás cayendo boca arriba, señal de mala suerte; apretó fuerte la muleta de franela grana, infló su pecho y entre aplausos avanzó despacio, paso a paso, arrastrando sus zapatillas sin dejar de mirar al empitonado; de pronto calló el corazón del respetable, la muerte acechaba en las filudas astas.
 
 
 
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A unos 30 metros de Ushunquito el "matrero" empezó a rascar con furia una y otra vez el suelo de cascajo echando tierra atrás con sus pezuñas delanteras, resopló y cargó directamente hacia él, que no tuvo otra alternativa que dar media vuelta...
 
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Entre los novilleros a caballo que destacaron en las décadas del cincuenta y sesenta figuran: Manuel Pardo de Umpay, Ernesto Vásquez de Bolognesi, Arturo Barrenechea de Agocalle, Armando Alvarado de Jircán, Benjamín Robles de Simón Bolivar, el gaucho William Jara de Capellanía, Pablo Calderón y Segundo Robles de Jupash. También brillaron con luz propia los jinetes huastinos 'Eladio Gamonal' Fernández Gonzáles con su caballo moro que bailaba huaynos de Mahuay y pasodobles con banda, los hermanos Valdez, Garro y Callupe. 
 
Pero sin duda, tres fueron los espontánesos más aclamados por su gracia y agilidad, sobre todo porque ingresaban cuando el toro se emplazaba en el ruedo y no había quién se anime a torearlo:
 
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'Luclish' - Félix Ambrocio Justiniano Claudio:
 

 
 
Montaba al toro a la volada y se mantenía 1 minuto sobre sus ancas antes de saltar y seguir caminando por el ruedo 'como si nada hubiera pasado'.
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Este valeroso chiquiano de ojos almendrados, cabellos castaños, de pómulos chaposos, antes de cada faena hacia sus preparativos de rigor al igual que los diestros españoles en la Plaza Monumental de Las Venta'. Se ponía uno a uno cada componente de su indumentaria frente a un espejo, bajo la mirada de su esposa Cristina y sus retoños. Primero su cotona verde olivo de soldado de nuestro Ejército, un pantalón de bayeta modelo 'conquistador', medias de lana de su manada de la Pampa de Lampas Alto y sus cada vez más gastadas polainas de cuero, con las que tantas glorias ganó como instructor de movilizadles en la plaza de Jircán, junto al 'Indio Peruano'.

Luego se persignaba y oraba en silencio frente a la imagen de Santa Rosa que tenía sobre la mesa de su dormitorio; se despedía de la familia y salía de su casa de Umpay, sin probar un bocado para evitar una evacuación inesperada en el ruedo.
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Con los ojos perdidos en cien faenas gloriosas circundaba Chiquián por Oropuquio, Puente Cantucho, Capulipata, Cruz del Olvido y con disimulo se ubicaba sobre una de las paredes con vista al toril para ir familiarizándose con los barrosos, los azabaches y los enjalmados del Jirishanca y las vacas machorras de Jahuacocha, populares por sus cachos doblados hacia abajo. 
 
 
Lugar desde donde Luclish estudiaba a los bravos, minutos antes de la corrida
 
 
De 4 a 6.30 de la tarde su esposa e hijos oraban por su regreso sano y salvo, acompañados por el zumbido de un gengrish (moscón agorero). Entrada la noche su hija Carmen salía a la puerta de su casa y averiguaba si su papá había sido cogido; al encontrar como respuesta una sonrisa con movimientos laterales de cabeza, corría a dar la buena nueva a su mamá y reiniciaban su dicha con shinti y mote frío que esperaban ser degustados desde el mediodía.

Que recuerde, Luclish nunca fue cogido, menos cobró un centavo por cada una de sus espectaculares faenas de rodeo al estilo mexicano; sin embargo tuvo un percance de 'mal gusto', cuando un barroso de Jahuacocha lo bañó de verde boñiga después de haber descendido a la volada de sus ancas y osar levantarle el rabo con disimulo.
 
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'El gran Arturo' - Arturo Alvarado Aldave
 
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Toreaba blandiendo sus manos al viento de cara al Yerupajá y dándole la espalda al toro, acompañado por el silencio sepulcral de los tendidos, todo ello, gracias a su experiencia lazando toros para subirlos al camión donde les ponía cabezales y los sujetaba uno a uno en los postes de la carrocería.
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Él, junto a los paisanos Manuel Roque, Ernesto Vásquez; Eusebio, Román y Baldomero Ramírez; Melchor Gamarra, Corpus Santos, Teobaldo Suárez, Cucus Pedro, Víctor Tadeo, Arturo Barrenechea, Shatanco, Carlos Núñez, Teobaldo Padilla y Mateo Gálvez, fueron los más diestros lazando bravos en las estepas y cordilleras aquinas.

'El gran Arturo', tampoco fue cogido en las plazas de toros de Jircan, Aquia, Huasta ni Carcas, donde esperaba sereno y confiado al bravo en suerte, luego le hacía una venía protocolar y cuando se aprestaba a cornearlo, con una veloz 'quica' (movimiento rápido), lo esquivaba cuantas veces quería, hasta que el toro de aburrido se iba por las palincas o los camiones buscando un lugar por donde escapar. Arturo Alvarado, Maestro chiquiano, es un virtuoso de la trompeta e integró la banda de músicos de su abuelo Florentino Aldave, pionero de las bandas musicales de la Región. 
 
 
.'Chemo' - Telmo Alvarado Montoro
 
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Desafiaba al toro con un billete verde de media libra en la mano derecha, y la izquierda metida en el bolsillo apretando un guayruro de la buena suerte. En una oportunidad le pregunté sobre su secreto para que el toro lo ignorara o pase volando por encima de su cuerpo sin tocarlo, me ilustró su temerario accionar, así:

- Tres teorías van a aclarar tus dudas. La primera: El toro no me embestía porque no me veía de lo flaco que era. La segunda: Echado en el piso, me hacía el muerto hasta que el toro pase y, la tercera, es la que mejor resultado me daba: Mostraba al toro un billete de media libra solamente, pues si le 'munapaba' de 10 para arriba de seguro me lo quitaba.
 
Fuente:

Capítulo XIV de la novela "DEL MISMO TRIGO" 1993, de Nalo Alvarado Balarezo - Bodas de Oro del Colegio Nacional "Coronel Bolognesi" de Chiquián. En Internet desde el 2003.
 
 
 
 
 
 
SAFARI EN CHIQUIÁN

.Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
 
"Dicen que la globalización extinguirá la fantasía de la Tierra, y que los sueños se esfumarán dando paso a la cruda realidad. Creo que es un decir, pues el Hombre no es de carne, huesos, tripas y pellejo solamente, sino mucho más. Tenemos sentimientos, tenemos el Sol, la Luna, los pájaros, las flores, la lluvia. Tenemos la noche para descansar y el alba para renacer con el canto del pichuichanca. Tenemos a la Madre Naturaleza y al Cosmos, es cuestión de amarlos para que nos sigan nutriendo el cuerpo, la mente y el alma, con alegría plena. Tenemos esa inocencia de pueblo que nunca debemos de perder. Tenemos la Biblia al alcance de la mirada, donde están todas las preguntas y repuestas para seguir andando de la Mano del Creador" Nalo AB, 01 ENE 2000.
 
 
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Mis visitas a los “zoológicos” chiquianos de Shulu, Cruz del Olvido y Tranca eran permanentes en mi infancia. De todos ellos Shulu fue el lugar preferido por los chiuchis para cazar tinyacos (familia de las abejas). Allí ingresábamos con Anchita y Arti, encontrando casi siempre a Tocho y Hualín, clavados como estacas humanas entre la vegetación, esperando el sonoro aterrizaje de sus víctimas para atraparlas con sus manos. Los tinyacos machos tienen un aguijón y sus ojos son retintos, los ojos de las hembras son plomizos.
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En ocasiones asomaban al lugar niños inexpertos en este tipo de caza. Si atrapaban una hembra en el primer intento todo iba bien, mas si el tinyaco era macho no se dejaba esperar un dolido lamento por el aguijón, mientras el alado se ponía a salvo volando a gran altura. Al escuchar los sollozos, los más diestros socorrían al lesionado con un barnizado de saliva en la mano afectada.
 
En el cuello de estos sufridos himenópteros enlazábamos un hilo 'Canuto' de cinco metros de largo. Luego los soltábamos, "y a volar se ha dicho”, hasta que mi tía María Balarezo Barrenechea, hermana de mi abuelo Tencho, "administradora del parque de diversiones" nos corriera a palazo limpio.

Los mejores tinyaqueros de Shulu fueron: Ishico Samamé, Gonzalo Calderón, Lucho Aldave, Coqui Alarcón, Javier y Diógenes Bolarte, Leo Lastra, Adrián Abarca, Lucho Rueda, Wili Barba, Acucho Zúñiga, Javier y Edgar Barrenechea, Abchu Chávez, Chanti Gamarra, Enrique Jara, Felipe Alvarado, Lalo Dextre; Carlos, Alberto y Oshva Reyes, Chiflo Espinoza, Iván Damián, Alfonso Aranda, Ecush Ñato, Lucho Santos y Martín Robles. Por su corta edad: Lucho Barrenechea, Rogelio Ibarra, Oshca Santos, Miguel Balarezo, Milton Gamarra, Edgar Carrillo, Nando Alarcón, Ulises Zúñiga, Vladi Reyes y Pishuquito Díaz, integraban el confitado grupo de los “observadores de pañal”.

En el descampado solar de Cruz del Olvido la competencia era reñida, ya que estaba frecuentado por un batallón de niños que vivían en Huarampay, Jircán, por el mercado de abastos, Puente Cantucho, Capulipata y junto al Coso (recinto de encierro de reses y burros dañeros). Los más afamados tinyaqueros de este parque fueron: Carlos y Guillermo Palacios, Chanti Yabar, Lloqui Allauca, Achena Gamarra, Rodolfo Jara, Lucho y Chechi Alva, Nica y Yoga Rivera, Wilber Padilla, Pedro Miranda, Añico Carhuachín, Lucio Castillo; Jaime y Marco Chirinos; Carlos y César Ramírez; Gelacio y Rodi Valderrama, Papi Robles, Rodolfo Minaya; Juvilio y Paco Alvarado, Javi Zubieta, Lucho y Loli Romero, Eusebio Calixto Huerta, Elías Conde y el famoso Miguel “cuye” Ramírez, quien hacía volar hasta diez tinyacos al mismo tiempo, sujetándolos como marionetas voladoras en las falanges de sus pispados dedos.

Similar panorama presentaba Lirioguencha, que estaba copado por los infantes de Umpay, Chinapila, Oropuquio, Cochapata y del Cercado. En este lugar tuvieron mejor suerte los hermanos Alberto y Goyo Celis; Poco Valerio; Ricardo y Rubén Jaimes, Miqui Ramírez, Santiago Yabar, Jorge Chávez; César y Lauro Rosales; Pepe y Lucho López, Lucho Saldívar; Coro y Coti Romero; Pancho y Miguel Durand, Rodolfo Vásquez, Pacho Díaz, Carlos Lara, el Chino Pineda, Walter Vásquez, Raúl Márquez, Alfonso Fuentes, Román Palacios, Edgardo Escobedo, Diego y Víctor “ trucha” Moran; Pedro y Neptalí Cuevas, Julio Álvarez, Chanti Pardo y José Ramos. Este último fue el más requerido para aliviar a los aguijoneados.

Atrapar tinyacos en Tranca, camino hacia Alto Perú, fue considerada “Caza de aventura”, por lo accidentado del terreno y sus elevados arbustos donde estaban agazapadas incontables plantas de ortiga y hualancas (cactáceas llenas de espinas). Sin embargo los niños que vivían en los alrededores se las ingeniaban y capturaban por lo menos media docena por persona cada fin de semana. Allí destacaron: Segundo “campanerito” Palacios, Pricilio Ñato; Mañuco e Ishilin Alvarado, Queño Rosemberg, Manuel Vía, Alejandro Toro; Nico y Carlos Cerrate; Antonio y Gelacio Tafur; Pocholo y Dante Gamarra, Perico Rivera; Marco y Tico Ibarra, Bruno Blas, Cashtu Rivera, Lizardo Garro, Emir Sánchez; Milo y Edgar Alvarado, Loncho Bolarte y “Pepe” Perfecto Calderón.
 

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Un espectáculo singular fue la caza de shulacos (lagartijas) en Parientana y el Pesebre. Para lograr su cometido los cazadores debían poseer experiencia. Una pajita verde con un lazo o una banderilla de lajtash (tallo delgado) con punta de hualanca, no era suficiente para capturarlos. Se necesitaba la paciencia de Job, un buen pulso -que no se lograba jalando cometa-, el temple de acero de Luis Pardo, “vista de águila”, saber en qué lugar de la pirca se esconden. Sobre todo conocer el momento preciso que salen de sus madrigueras para sus baños de sol.

“Cholito corazón” (Miguel Barrenechea Ibarra), muy seguido andaba con dos o tres shulacos jóvenes en el bolsillo. Nunca lo vi con uno rucu (viejo), dado que estos últimos salían de sus agujeros con sumo sigilo y ante el menor movimiento o ruido desaparecían. No sé si Cholito los compró o los capturó, lo que sí me enteré de sus labios en Buenos Aires, después de no verlo por más de 20 años, es que su envidiable puntería lo aprendió de su primo Milo Barrenechea Olivera, dos promociones antes que la nuestra, quien con el popular “Mono” Antuco Bravo Olave, fueron los más diestros banderilleros de shulacos del Pesebre chiquiano.

En cuanto al barrio de Umpay, Carlos Lara fue el más ducho. Un día de fines de abril de los ochentas cuando comentábamos sobre sus trofeos de caza menor, Carlos me mostró la mano donde aparecía la marca que le dejó la mordedura del shulaco más codiciado del oconal de Umpay. Según me comentó, éste tenía un llamativo color tornasolado y su cuerpo estaba cubierto de brillosas escamas que lo diferenciaba de los demás shulacos.
 

 
Una noche de inicios de los sesentas, mi abuelita Catita me abrigó el espíritu narrándome este breve cuento ancestral sobre los shulacos:
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.“Cierta vez un viejo shulaco estaba tomando baños de sol en las praderas de Chicchó, cuando aparecieron dos huínchus haciendo piruetas en el aire, y se preguntó: ¿Por qué vuelan tan alto estos pajaritos si tienen seis meses de edad, en cambio yo tengo más de 60 años reptando y nunca he volado ni siquiera bajito?. Meditó unos segundos y pidió a los dos huínchus que lo ayuden a elevarse al cielo, sugiriéndoles sujetar con sus picos ambos extremos de una paja, y que él mordería el medio para no caerse. Las dos aves aceptaron de inmediato, y el simpático trío remontó vuelo hacia el valle del Aynín. Cuando se encontraban a la altura del cementerio de Chiquián, un tinyaco levantó la mirada en pleno vuelo, y al observar este vistoso cuadro aéreo modelo parapente, gritó a todo pulmón con admiración:

- ¡Quién ha tenido esta idea, debe ser un genio!!!

Al escuchar el elogio, el viejo shulaco no pudo contener su vanidad, y abriendo la boca lo más que pudo exclamó a todo pulmón desde arriba:

- ¡La idea es mía, sólo mía, soy un genio, nadie como yo...! –mientras exclamaba iba descendiendo en caída libre, hasta que finalmente aterrizó de cabeza sobre una roca...”.
 


En cambio la caza de ultus (renacuajo de anuro) en el otrora corral de don Aurelio Garro Calderón, constituía una tarea fácil y divertida. Bastaba meter lo más rápido posible la mano a la poza de agua verdosa para agarrarlos desprevenidos. Luego los echábamos a una minúscula “ultera” con paredes de lodo, donde los manteníamos hasta el ocaso, hora en que los devolvíamos a su hábitat natural para no ir contra la metamorforis del sapo y dañar el ecosistema.

Los ulteros más promocionados fueron: Tocho Robles de Jupash, Felipe Alvarado de Jircán, Uchcu Pedro “chico” de Alqococha, Diógenes Bolarte del 'Culto', Efra Vásquez, Ecush Ñato y Cuco Lastra de Agocalle.

Solamente los sábados por la tarde interrumpíamos este “pitufo hobby”, porque los adolescentes: Antuco Bravo, Cancho Ramos, Pocho Cano, Tito Chávez, Alcalá Garro, Milo Barrenechea y el “cura” Pogoncho Padilla, nos obligaban a salir del corral para ponerse a torear y a montar becerros al estilo rodeo mexicano. Los chiuchis los observábamos desde las paredes de tapias, sentados en butacas de tierra, adornadas con hualancas, vidrios y pencas (cabuya de hojas carnosas y espinosas). 

Durante la faena de los novilleros, los gimnastas Roby Alva Ibarra y Carlos Alarcón Cámara, descansaban balanceándose como quirópteros en la barra tubular instalada para las clases de Educación Física del colegio 'Coronel Bolognesi'.
 


Por lo menos un fin de semana de cada mes iba de pesca a Quisipata con Anchita, Patuco y Felipe. Salíamos de Jircán a las 3 de la madrugada para estar en el río a las 4 y 30. Las noches muy grises descendíamos caminando a tientas, en cambio las noches de luna llena, bajábamos al galope, perdón, corriendo, a excepción de las trochas de difícil relieve. Cuando encontrábamos a Javier Bolarte Camones regando su chacra 'La Quichua', se sumaba al grupo con sus botas de agua que le cubrían los muslos y un poco más...
 

 
A orillas del río preparábamos los instrumentos de pesca: carrizo, cuerdas, plomo, corcho, anzuelo y gusano (carnada). Después arrojábamos el bocado al agua, y entre picada y picada sacábamos truchas de 20 a 30 centímetros de longitud. Cuando resultaban muy pequeñas las devolvíamos a la corriente hasta que alcancen el tamaño ideal para el consumo.

Al mediodía nos dábamos un ligero baño con unas brazadas de obsequio junto al huaro que atravesaba como puente colgante el río, luego saboreábamos nuestro refrigerio e iniciábamos el regreso con una docena de truchas por persona si la faena era regular. Si era buena nos alcanzaba para compartir con los vecinos, pero si resultaba pésima nos contentábamos con una porción de pescado frito en el mercado de abastos del pueblo o en el baratillo.

Usualmente, si la pesca era mala, Anchita ingresaba al fundo de su papá y salía con una alforja de olorosas limas y manzanas. Ya con el ánimo en alto y la barriga llena, efectuábamos el empinado ascenso hasta Jircán.
 

 
Cuando la pesca no resultaba favorable en Quisipata avanzábamos río abajo hasta el paraje de Conay. Allí nos poníamos a truchar en absoluto silencio, pero si en el lugar hallábamos al pirata Lucho Castillo de Ninán o al gato César Barrenechea de Pancal, teníamos que retornar con las manos en los bolsillos, previa señal de la cruz como reverencia a ambos “titanes de agua dulce”, amos de este dominio. El último de los citados, fácilmente sacaba cinco docenas de truchas por jornada, con lo que a falta de sardinas solucionaba su felina dieta con trucha, leyendo Simbad el Marino.
 


Si la estación mostraba las chacras de Capulipata, Macpúm y Rumichaca cargadas de muchqui, shuplac, ñupu, capulí cimarrón y purojsha, los “menudos” hacíamos "nuestra plaza, de la chacra a la boca”. En épocas de “vacas flacas” los solidarios hermanos “oso” de Matara nos abastecían de estos manjares, previa entrega de un par de bizcochos, como trueque.

Las veces que queríamos saborear manzanas, limas y llacones (yacones), el punto de llegada era el aromático Chinchupuquio, huerto florido donde la buena señora Liuca Gálvez Robles nos permitía “pañar” de sus árboles frutales hasta llenar nuestros bolsillos, más el espacio entre la camisa y la barriga.
 

 
Internarnos "sin permiso" en los sembríos de habas y maíz que floreaban en las chacras de Pampa, Umpay Cuta, Pashpa, Común, Hualpash, Pacra, Cochapata, Chicchó, Huaytapacana, Chivis, Cucuna, Ninán, Huarampatay, Sunoc, Picupicu y Uyu, era el goce de grandes y chicos en las noches sin luna.

Normalmente los pequeños depredadores abastecíamos nuestros bolsillos con habas y un manojo de caña dulce para consumir durante el retorno. Inclusive algunos más osados escondían debajo de sus ropas una calabaza aparentando un embarazo.

Pero no solamente los humanos hacíamos “safari andino” sino también las reses, caballos, chanchos y burros “dañeros”, que al ser sorprendidos por los dueños de los sembríos, caminaban jalados de las orejas hasta al Coso para que cumplan corta penitencia.
 
 
 

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Pasé cinco vacaciones escolares con mis amigos Anchita Núñez Díaz y Carlos Navarro Márquez, mis primos Patuco Allauca Calderón y Pablín Calderón Yábar y mi hermano Felipe, en la manada Tupucancha, cercana a la laguna de Conococha (CHIQUIÁN) a donde acudíamos los fines de semana para cazar patos silvestres, caza nada fácil debido al agua helada que calaba hasta los huesos, pues para sacar las aves que sucumbían ante los disparos de hondilla teníamos que introducirnos hasta la cintura.
 
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Si la caza de patos no resultaba satisfactoria, truchábamos hasta obtener por lo menos una docena de salmónidos, ante la mirada de las parejas de huachuas.
 

 
La caza de vizcachas en el bosque de roquedales de Shajsha, colindante a la manada de los esposos Calderón Pardo, la realizábamos con hondilla de buena calapa y ductil pachán, u honda de lana de carnero maltón, aprovechando las horas en que los roedores salían de sus galerías a tomar el sol del mediodía sobre los peñascos de granito. 
 

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En ocasiones llovía o granizaba tan fuerte cuando estábamos cazando, que teníamos que guarecernos hasta entrada la noche en la cueva de Luis Pardo, contemplando los diseños gráficos (arte rupestre) de aves, culebras, ranas, toros, etc., y abundantes hoyos en la pared rocosa.
 
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Cierta vez escuchamos comentar en Tupucancha al señor Carlos Olave, uno de los más curtidos cazadores de venados y zorros de la región, que si las vizcachas comían cáscaras de plátano se quedaban aletargadas, y que en ese estado su caza era inminente. Así lo hicimos y dejamos esparcidos por las peñolerías las cáscaras de cinco manos de plátanos, pero ¡oh sorpresa!, los que se quedaron aletargados junto a los farallones pétreos de tanta espera fuimos nosotros. En una ocasión posterior le comenté a don Carlos cuando visitó nuestra casa de Chiquián, sobre lo ocurrido, y me preguntó:
 
- ¿Qué tipo de plátanos emplearon?
 
- De la isla don Carlos.
 
- ¡Ah!!! muchachos inexpertos, con razón fallaron, ese tipo es para cazar conejos silvestres, en cambio para las vizcachas han debido emplear el de seda -y se rieron en trío con mi papá y mi tío Pablo Calderón.
 


Cazar chacuas (perdiz) en horas de la tarde, constituía un ejercicio de paciencia y tino en Tupucancha. Se tenía que esperar con disimulo hasta que la chacua salga de la paja brava y llegue al pasto adyacente a los corrales de las ovejas. Una vez ubicada en la mirilla de la calapa, se daba vueltas y vueltas mientras la presa se mareaba de tanto mirar desorientada, hasta ubicarnos lo más cerca posible para no errar el tiro. Pero si la perdiz volvía a internarse en los manojos de paja era imposible localizarla.
 
Ocasionalmente cuando caminábamos serpenteando huargos (cactus de la puna) y matas de ichu, irrumpía volando con su canto fuerte y aleteo persistente que erizaba la piel. De esta experiencia y unos relatos escuchados junto al fogón, salió esta composición:


CHACUITA
 
 
Ágil, temerosa y esquiva
atraviesas el rudo pajonal,
hundes el pico en parda tierra
buscando ansiosa tu alimento.

Serpeas manojos de ichu,
huagoros y escorzoneras,
caminado vas a la laguna
para calmar tu sed de altura.

Deliciosa carne tu piel esconde
camuflada en grisáceo plumaje,
que la sabia Naturaleza hizo:
de arcilla, cobre y ceniza.

Yergues tu cerviz vigilante
y hurgando tu cuello estiras
para visualizar en tus retinas
al cazador oculto en la neblina.

Si percibes riesgo distante,
huyes cortando el viento
y te acurrucas en la paja brava,
disimulando tu tormento.

Pero si el peligro es latente,
abres rauda tus alas al cielo,
trinas fuerte un trémulo canto
y emprendes corto vuelo. 

Nalo AB - DIC 1982 
 
 
Los días de neblina blanca en Tupucancha significaban pronósticos de buena caza del tupuc chiquito (ave parecida a la tórtola). Era cuestión de que la neblina esté casi transparente para observarlos comiendo en grupos y bastaba un hondillazo y luego otro y otro hasta cazar media docena, quedando garantizado un suculento tallarín con pichones para los escuálidos comensales, a excepción del gordito Patuco que sancochaba medio kilo de papas roqueñas para tranquilizar a su engreída 'solitaria'. También cazábamos cerguillitos, quillicshas, liclish, ácacas, huaychos y otras aves pequeñas que abundan en el páramo chiquiano.
 
 A fines de febrero de 1962, aprovechando que mi abuelita salió con los pastores en busca de nuevos pastizales por la meseta de Recrec (4250 m.s.n.m.), nos apoderamos de una docena de conos de hilo para ponchos y polleras que guardaba en un armario rojo que tenía como candado una coronta.

Después de plantar sobre las pircas decenas de palos de magueyes secos y carrizos a lo largo de uno de los corrales, los unimos con hilos tensos formando una gran malla. Una vez fabricado el gigante pentagrama espantamos a las torcazas que estaban comiendo en el interior del corral, logrando que algunas cayeran atrapadas.
 
Lo agridulce llegó veloz. Cuando mi abuelita retornó de Recrec se quedó atónita, al ver a cierta distancia varios pájaros “sentados en el aire”. Se acercó para bendecir el “milagro”, pero para su sorpresa descubrió que no estaban sentados en el aire, sino en la ingeniosa trampa de hilos habanos que horas antes habíamos fabricado.
 
Entrada la noche nos dio de merendar y se despidió con una sonrisa. Nosotros hicimos lo propio, y sin presagiar nada dormimos plácidos hasta el amanecer. 
 
A las 7 en punto de la mañana tomamos desayuno entre risas, queso mantecoso, trocitos de chicharrrón, panes y quaker con membrillo y canela.
 
Minutos después del sabroso desayuno mi abuelita me entregó una carta dirigia a mi madre. Esa misma mañana, antes de prepararnos el sabroso desayuno, había tomado la sabia decisión de expulsarnos del paraíso tupucanchino...
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Fuente: 

Un trocito de la novela autobiográfica de Nalo AB (DEL MISMO TRIGO).
 
 

 
 
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