martes, 26 de mayo de 2020

SE APROXIMA EL 31 DE MAYO - POR WALTER VIDAL TARAZONA


SE APROXIMA EL 31 DE MAYO
 
WALTER VIDAL TARAZONA

Aquel fatídico domingo de mayo, el último día del mes, el bello Callejón de Huaylas (bello gracias a la Natura) quedó destruido por el Terremoto de Huaraz. Muchos pueblos –además– quedaron sepultados por el aluvión que arrasó Yungay.
 
La ciudad de Lima también tembló con mucha fuerza. La radio propaló que Huaraz estaba cubierta por una densa capa negra de polvo y tierra, y que no dejaba verla desde el aire. En busca de mayor información caminé hasta el Club Ancash. Un miembro de la directiva estaba informando que Huaraz había quedado aislada por derrumbes en las carreteras, que embalsaron al río Santa en varios sitios; y que el ejército estaba trabajando. “Calculo que demorarán una semana en reabrir la carretera, mañana ojalá que tengamos una lista confirmada de fallecidos”, concluyó.

Llegando a mi casa llamé a mi primo que vivía en Huaraz pero que en este momento sabía que estaba en Lima. “Salgo mañana en la noche, sí quieres vamos y tú de paso lo ves a tu papa”. “Sí, hermano; pues mi padre está vivo”, le dije sin explicarle por qué decía que estaba vivo si estaba en la lista de fallecidos.  El sábado al amanecer encontramos a una brigada del Ejército Peruano trabajando a dinamitazos cerca de Ticapampa. El olor a cadáver en putrefacción nos viene acompañando desde Cátac. Los carros avanzaban en fila india, a medida que la brigada iba reabriendo la carretera. Recién el domingo a mediodía llegamos a Huaraz. El auto se estacionó en la avenida Tarapacá, junto a la casa de mi primo. No había forma de avanzar, ni a pie, porque las estrechas calles empedradas estaban bloqueadas por enormes terrones y escombros de construcciones de adobe, tapia, tejas, calaminas, fierros, piedras y vidrios. 

A nuestra vista, aquello era un escenario dantesco. Algo increíble y escalofriante. Con mucha dificultad llegué a la plaza, para, a partir de allí, orientarme el lugar exacto de la ubicación de la casa de mi padre. Mientras buscaba el jirón Luzuriaga, una pala mecánica levantaba escombros con cadáveres enterrados. Encontré el jirón Luzuriaga y ubiqué la casa. Al fin, con mucha dificultad, pero llegué. El techo y las paredes de la casa vieja estaban  desplomados, mostrando en su pequeño patio el capulí intacto al centro. En el corredor de entrada encontré a mi padre. Lo abracé y después de mirarme largo rato me llamó por mi nombre. ¡Cómo estás papá? Cuéntame ¿cómo fue el terremoto? ¿Estás bien?, ¿y mi abuelita?, le llené de preguntas.
 
De mi abuelita Hillmi, me contó que ese domingo había ido, como de costumbre, a la Iglesia de Belén, llevando un ramo de flores y una vela. Cuando de regreso estaba cruzando la esquina en diagonal sintió el primer  sacudón. Se quedó paradita allí, tratando de no caerse; de pronto sintió que alguien la levantó en vilo por la espalda y la cargó a la losa deportiva de la Guardia Civil, cerca de la casa.  “No se mueva de esta canchita”, le dijo y salió de ese sitio a tropezones con los primeros desprendimientos, de techos y balcones. Al parecer era un sinchi.  “Ella salió ilesa –me cuenta–, está en casa de tu tía Julia; a mí me cayó un ladrillo cuando estaba cerrando la tienda” –me enseña un corte pero ya cicatrizándose, cerca del talón–. “Tu tía, tan buena como siempre, prepara el almuerzo para todos. Yo voy a almorzar a su casa y me regreso para seguir trabajando y cuidando las cosas”.

Un vientecito con olor a tierra, sangre y orines sopló suavemente, abriendo un largo y hondo silencio. ¿Qué había en cada pensamiento? ¿Qué se leía en cada mirada?; “quien sabe Señor” (Chocano). Rompí el silencio con una pregunta breve:

– ¿Mañana podemos viajar? He venido solamente a llevarlos conmigo a Lima.

– ¿Qué dices? Se rio, ¿A qué voy a ir yo a Lima?, Tengo que embalar las cositas que han quedado de mi tienda (está junto a la “casa vieja”, sufrió relativamente menos destrozos porque estaba construido de material noble) y tendré que regresar pues a Llamellín –.Se encaminan donde estaba su tienda–.Tu abuelita se irá conmigo. Más bien ayúdame a meter la mercadería en los cajones, tapar y clavarlos con sus tablas para que un camión nos devuelva a mi tierra. Yo no me he movido de aquí con mi bastón, porque hubo robo; pero ahora los soldados ya están metiendo bala al que roba y rebusca objetos de los fallecidos.

– ¿No estarás durmiendo acá, no? – En el suelo hay un colchón, dos frazadas y una almohada –; estarás yendo a dormir donde mi tía.

– Estoy durmiendo aquí cuidando mis cosas. Pero hoy ya pensaba dormir en casa de tu tía; un pariente me ha ofrecido venir a dormir para cuidar –.En el rincón del fondo las mercaderías ya están ordenadas, listas para ser acomodadas dentro de los cajones.

– Bueno pues, mañana acomodamos las cosas en los cajones de madera y cajas, los clavamos y amarramos con pita las cajas  y dejamos todo listo para ser embarcados. Pasando mañana, si terminamos el trabajo, me regreso a Lima con mi abuelita.
 
– Está bien, así va a ser. Gracias, hijo –se pone contento.

– Ahora descansa, papá; es domingo, yo voy a ver a mi tía. ¿Qué va a haber misa, no? porque las iglesias estarán derrumbadas. Después iré a saludar al Señor de Soledad.

Señor de la Soledad

Mi linda tía me abrazó con mucho cariño, le alegró mi viaje a verlo a mi papá. Le llené de agradecimientos por la atención a mi padre y mi abuelita. Mi tía me contó que mi padre no ha querido ir a dormir, y me pidió que ahora yo lo traiga para que duerma acá; “todos nos  acomodaremos juntos como sea”.

Salí de la casona de Tarapacá, rumbo a la iglesia del Señor de la Soledad. “Camina despacio, pues entre los montículos hay fierros, vidrios y trozos de madera punzo cortantes”, me recomendaron todos. Llegué a la plazuela. En la puerta de la iglesia encontré un puñado de hombres y mujeres orando, no se puede entrar, hay dos soldados cuidando. “Su casa del Señor no se ha caído del todo y  El Señor está intacto al fondo”, me comenta una chica. Me arrodillo para improvisar una oración y le pido al Señor de la Soledad que proteja a su padre y derrame bendiciones para el pueblo huaracino. [...] Gloria al Padre, al Hijo y a su espíritu Santo...

Hasta aquí, querido lector, mi testimonio. Para finalizar, va a continuar Circo, uno de los protagonistas muy importantes de mi novela Ma Maura (Ed. Killa, nov. 2019). Él viajó a Llamellín, su tierra colorada, después de permanecer tres días en Huaraz, acompañándola  a su  novia Rosita. Sigámosle.

Tayta Pahuaqoto

El miércoles Circo estaba viajando. Fue una sorpresa para él que la carretera ya llegara a su pueblo; para su tía Llanshy la sorpresa fue mayor, cuando al abrir el portón distingue, ya casi a oscuras, a Circo.

– ¡Qué sorpresa, Circo querido! ¡Te has acordado de tu casa!

–Llanshi estrechó fuerte, con ambos brazos, a Circo. 

– Deja tía, yo voy a cargar mi maleta, pesa –con su equipaje en una mano, y con la otra en la cintura de su tía, avanzaron hasta el corredor de la parte alta del patio empedrado, donde están las puertas del dormitorio, de la sala y del cuarto de Emelito.

– Voy a acomodarme en el cuarto de Emelito –Circo se dirige hacia esa habitación. 

– Pero por esta noche puedes dormir en el dormitorio, hay una cama desocupada, está limpia y tendida –le dice Llanshi.

– No, tía; prefiero no incomodarte y tener más libertad yo también.

– Bueno, entonces voy a traer la llave –Llanshi entra al dormitorio y regresa con la sarta de llaves. Abrió la puerta, y entraron a la habitación. Llanshi raspó un palito de fósforo y prendió la vela. – Deja las frazadas, Circo, yo voy a tender. Siéntate en esta silla y cuéntame cómo han quedado en Lima.

Mejor recuéstate mientras preparo una sopita, ¿o quieres algo más de comer? Dime, ¿has almorzado?

– Hemos almorzado cerca de las cuatro, está muy malograda la carretera, tía.

– Anda acostándote, yo voy a preparar una mazamorra –sale corriendo a la cocina.

Circo abre su maleta, saca su buzo y se mete a su cama, que por encima su cuerpo soporta el peso de tres frazadas y la colcha. Llanshi entró con el plato de punky, “Esto te va a hacer sudar. Abrígate”, le advierte. Mientras tomaba el humeante plato Circo le preguntó cómo sintieron aquí el terremoto. Ella dice que fue horrible, que la tierra no paraba de sacudir y sonar. Yo arrodillada en la plaza con la mirada a la Cruz de Pahuacoto, pidiéndole que calme a la tierra, y también cuidándome de las tremendas galgas que pudieran desprenderse del cerro.
  
– O sea aquí también ha sido fuerte el terremoto de Huaraz –dice Circo.

– Muy fuerte, Circo. Tu tío Euti estaba viniendo de la banda, y cuando subía después de pasar el puente Tsoqtsian (Chocchián), le tumbó una galga que se desprendió. Habrás visto que hay piedras grandes que con la lluvia y el viento han quedado como sombreros encima de una columna delgada de tierra –Llanshi no para de hablar–. Cuando yo estaba yendo a verlo, en Mallallín me contaron que ya habían recogido su cadáver y en su mismo caballo lo estaban llevando a Huacaybamba. Hay muchos heridos por derrumbes en los caminos y casas viejas; pero la mayoría de las viviendas han quedado ilesas. También en Coto falleció una señora conocida y dos desconocidos más entre Mirgas y Chaccho.

Amaneció un día de sol y límpido cielo. Circo salió al patio y le entraron ganas de gritar, sin saber exactamente por qué. De pronto vio una fisura en la fachada de la pared de abajo, en el corredor inferior donde está la “Ropería” y el cuarto que fue de su abuelo. Va a mirar, pero al darse cuenta que su tía está en la cocina, se encaminó hacia ella para preguntarle. 

Se sienta en el poyo hecho de barro. Esto está todo igualito como dejé, murmura. Observa cómo los cuyes corretean en la cocina y regresan rápido de donde salieron al notar que hay gente extraña.

Llanshi le dice a Circo que ya está la yawapa, que vaya a lavarse las manos; “lleva un poco de agua que hay aquí en el balde, en la silla vas a encontrar el jabón y el lavatorio, y en el espaldar está la toalla”. Circo no tardó en regresar. Llanshi sirvió el humeante papacashky, y como tallón puso al centro de la mesita un plato de pelado de trigo, cancha de maíz y rocoto con chinchu picado. Para finalizar sirvió café con hoga (oca). 
 
– No recuerdo haber tomado algo más rico que el papacashky de hoy, tía. Después de agradecer, le dice que va a recorrer desde la quebrada de Paqtsaraqra hasta Allauca. Sale de la casa y en la esquina distinguió que la puerta de la iglesia estaba abierta. Se dirigió hacia ella. Adentro se quedó mirando la pintura, encima del altar mayor. Está igualito, dice. Es Dios Padre, con abundante barba blanca y una cabellera larga y hermosa, hombros y tórax cubiertos por algo que parece una manta o poncho. Se le ve como si estuviera volando con los brazos abiertos en el cielo. ¿No será Moisés?, porque a Dios Padre jamás le han visto, menos para pintarlo, reflexiona.

Después de haber permanecido de rodillas delante de la imagen, se despide de todos los santos y sale de la iglesia. Bajando las gradas de piedra del atrio, se encuentra con don Pablito, de quien recordaba Circo que estudió también en su escuela. Se abrazaron y caminaron conversando hasta la esquina.

“Bueno como tú ves, acá, en la provincia, se ha sentido también muy fuerte, pero no se han caído las casas, la mayoría están intactas y muy pocos han muerto en toda la jurisdicción raimondina”, le cuenta don Pablito. 

El retorno a Lima

Y llegó el día del retorno. Llanshi se echó a llorar en brazos de Circo. Circo salió también sin poder contener sus lágrimas. El ómnibus le esperaba en el parque con el motor arrancado. Al anochecer del día siguiente, estaba entrando a su casa de Lima, cargado de mucha pena  pero también de mucho optimismo y alegría.
 
La vida marcha imparable tanto en el campo como en la gran ciudad. Retornará también el terremoto. La Naturaleza está en su derecho de defenderse de tanta odiosidad humana. En un principio el hombre amó a la Naturaleza como se ama a Dios; después vinieron los judas con sus mortíferos besos a la tierra, con sus mururoas y otras explosiones en los océanos, con sus minas sin protección al medio ambiente, sus basuras.

Vendrán otras calamidades que la que hoy, 2029, estamos pasando, si el hombre sigue siendo “el lobo para el  hombre”, el verdugo para la naturaleza, en un contexto de maldad humana y corrupción que nos aleja de Dios.  

Qué se quiso con este pequeño trabajo.

El terremoto fue de tal magnitud que puso a prueba, una vez más, el coraje del heroico hombre ancashino; pero, no solo eso, también fue un reclamo y una advertencia de la Naturaleza a un mejor trato a su Patsa Mama. Así como Circo fue con Rosa al Club Ancash en busca información sobre el Terremoto de Huaraz; el autor de Ma Maura también se apersonó al Club, aunque no el mismo día ni en compañía de alguien. Leyó en la vitrina una lista de fallecidos ya identificados en Huaraz. Estaba el nombre de su padre. No quiso creerlo. Se aferró a su fe de que su padre estaba vivo.  Empezó a llamar a amigos buscando si alguien iba a Huaraz. Encontró que un primo suyo viajaba con su carro. Llegaron en siete días a Huaraz. Lo primero que hizo el creador de Circo fue buscar a su padre “fallecido”. Lo encontró encima de los escombros cuidando su tiendita, hecho que le hizo arrancar de su pecho la siguiente frase: ¿Papá, tú no habías muerto? 

Con el testimonio nos propusimos decir: Uno, mi novela Ma Maura, como casi todas las novelas,  es pura ficción, pero al nutrirse de la realidad es también historia que hay que descifrar; y Dos: gracias a mi fe en Dios, la existencia de homónimos (en este caso creo en Pomabamba) no me hizo perder la esperanza de encontrarlo vivo a su padre.
 
 

REYDA ALVARADO: CHIQUIANITA BELLA MUJER

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