CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
27 DE OCTUBRE
DÍA DE LA CANCIÓN CRIOLLA
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
INFORMACIÓN:
Construcción y forja de la utopía andina
27 DE OCTUBRE
DÍA DE LA CANCIÓN CRIOLLA
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
INFORMACIÓN:
El día 23 de octubre del año en curso, así como todos los últimos años, Capulí, Vallejo y su Tierra, ha rendido homenaje a Luis de la Puente Uceda en Santiago de Chuco, su tierra natal, de donde provino además un numeroso contingente de jóvenes que lo acompañaron en su gesta libertaria.
A su vez, el día 27 de octubre de cada año se celebra el Día de la Canción Criolla, de la cual él fue devoto, cultivador y cantante apasionado, autor de varias letras de canciones como Palomitay, que a continuación se consigna, y China santiaguina.
La figura legendaria de Luis Felipe de la Puente Uceda, como la de César Vallejo y la de Ernesto Che Guevara, es digna de su universalización, por ser guerrero insigne, político visionario, escritor de cuentos formativos, amante de las tradiciones, organizador social, promotor cultural, paradigma de amistad.
E incluso, hay una dimensión religiosa en su vasta personalidad: concurría a misa todos los domingos, traía la banda de músicos de Julcán a la Fiesta del Apóstol en Santiago de Chuco y, como se relata a continuación, era típico en él su faceta de cantor, serenatero y hechizado trovador, amante genuino de la música popular.
LA ÚLTIMA SERENATA
Por Danilo Sánchez Lihón
Por Danilo Sánchez Lihón
«La luna de medianoche la luna de las guitarras».
Felipe Arias Larreta
Felipe Arias Larreta
1. ¿Quién podría ser a esa hora?
– ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Me despiertan tres golpes fuertes en la puerta de la calle.
Los escucho en sueños, pero salto de la cama asustado. ¿Qué hora será? ¿Dos o tres de la mañana? Mal que bien, me pongo el pantalón y la camisa y salgo descalzo del cuarto donde duermo junto a mis hermanos.
En el pasadizo, encuentro a mi padre que sale de su dormitorio con la lámpara ya encendida.
– Yo veré quién es. Entra a tu cama. ¡No te resfríes! –Dice con voz que oculta preocupación.
Baja el escalón con la lámpara en la mano, mientras yo me quedo de pie, sin poder regresar al cuarto.
¿Quién puede ser a esa hora de la madrugada?
¡Es extraño! Será alguien que pide auxilio, o algún familiar gravemente enfermo.
O quizás, una mala noticia venida de Trujillo.
2. Veo que mi padre tambalea la lámpara
Cuando mi padre avanza por la sala, apenas huyen con la luz las sombras espesas guarecidas en la habitación.
Bajo en puntillas y me quedo en el cuarto contiguo, atento a ver quién es el que toca a esta hora.
– ¿Quién es? –pregunta mi padre con un tono enérgico, pero nervioso.
– Pascual, abre. Soy yo. Soy Lucho.
– ¿Lucho? ¡Y qué Lucho!
Con una voz que más es resuello y que se introduce como un cuchillo por las rendijas de la puerta, escucho nítidamente:
– Soy Luis de la Puente Uceda.
Veo que mi padre tambalea la lámpara que tiene cogida con la mano derecha y con la izquierda por el borde inferior del tubo de vidrio iluminado. La deja en la mesa del centro y se apresura en retirar la barra que tranca la puerta de calle.
Yo no conozco ese nombre. Nunca antes lo he escuchado. ¿Luis de la Puente Uceda? No. No es de ningún maestro de escuela. Ni de algún familiar. Ni de algún integrante de la orquesta de mi padre.
3. Tú sabes a quién
– ¡Lucho!
Exclama mi padre al abrir la puerta.
Y abraza a un hombre alto, de ojos brillantes, tras unos lentes que espejean. De rostro huesudo y ademanes decididos y enérgicos.
Una sonrisa inmensa de chiquillo llena su rostro colorado. Viste un sobretodo marrón, lleno de hebillas. ¡Qué raro personaje!
– ¡Hermano! ¡Hermano del alma! –Sacude a mi padre, mirándolo con ojos de cariño.
– ¿Cuándo has llegado? –Pregunta, bajando completamente la voz.
– Acabo de llegar. Nadie sabe que he venido. Y me voy esta misma madrugada.
– Sigues como el zorro, corriendo de monte en monte y saltando de trote en trote. reconviene mi padre.
– Quiero que me acompañes a dar una serenata.
– ¿A esta hora? ¿A quién?
– Tú sabes a quién.
– ¿A ella?
4. En todo doy la vida
– ¡A ella!
– ¿Te has vuelto loco? –Responde mi padre, realmente enfadado. Y le recrimina esta vez con voz fuerte–. Ya está casada. ¡Déjala tranquila! ¿Querrás que nos mate su marido? ¡Es la autoridad político-militar de toda la provincia! ¿Quién se atreve a cantar bajo su ventana? ¡Solo un suicida! ¡Tendrás que haber perdido el juicio!
– ¡Yo respondo, Pascual! ¡Tú sabes que yo también ando armado! –Habla así, de ese modo, decidido y parándose cuán alto es; hecho que me alarma.
Me acerco en la oscuridad. Es gringo y rubio. ¿Desde qué país viene a dar una serenata?
– ¡Estás que juegas, Lucho!
– No digas eso. ¡Tú sabes que yo nunca juego, Pascual! Que en todo doy la vida. He manejado 12 horas y volveré por el mismo camino.
Ya más calmado, oigo a mi padre decirle, como si soñara:
– Esta tarde la vi.
– ¿La has visto? El corazón me decía que la encontraría aquí.
– Sí. ¡Y qué hermosa que es!
5. Yo cumplo una misión
– ¿La viste?
– A ella. Y a su marido, que esta vez estaba uniformado. Todos saben que él duerme con la pistola lista en el velador de su cama. A todos teme, de todos recela. ¡Disparará, estoy seguro!
– ¡Tú, no te preocupes, hermano! ¡Nadie muere en la víspera!
– ¡Por lo menos nos meterá presos! Nos enviará a una mazmorra.
– ¿Sabes, hermano? He venido a despedirme, esta vez para siempre. Vine hace tres meses, a la fiesta con mis compañeros. Te busqué y no estabas.
– Tú siempre volverás a tu tierra, Lucho.
– Pero esta vez no. Ya nunca volveré, salvo en espíritu. Pero ahora se trata de una ofrenda. Y, ¿sabes? Le prometí a ella. Le juré que vendría a despedirme.
El rostro que ha entrado radiante, se ha puesto sombrío, adquiriendo una tristeza profunda, como de quien que busca algo y no lo encuentra.
– ¿Y adónde vas esta vez, Lucho? Tú retas y retas a la suerte.
– Yo cumplo una misión en la vida. Pero esta vez presiento que no regresaré.
6. Sé que nos matarán
– Le juré que lo último que haría es despedirme, de ella y de mi pueblo.
– Si no te conociera podría pensar que hablas en broma.
– Tú, me conoces.
– Y, ¿adónde se puede ir de donde nunca se pueda regresar?
– ¿Hay alguien despierto? –pregunta antes de contestar.
– Nadie. Todos duermen a esta hora.
Entonces conversan bajando la voz, tanto que pienso que mi padre de repente sospecha que yo estoy despierto, y oyendo la conversación. Ya un poco más fuerte, le dice:
– ¡Anda, saca tu guitarra! ¡Te ruego!
–Tú nunca has rogado, Lucho.
– Pero, esta vez sí.
– Primera vez que lo haces. Sé que nos matarán. Pero vamos. Voy a traerla.
Al entrar quiero detener a mi padre, pero más es la reacción de esconderme. Y lo hago, ocultándome bajo el escalón.
7. Por las calles oscuras
Cuando mi padre baja con su abrigo y su guitarra, apaga la luz de la lámpara en la sala. Y salen.
Corro a ponerme mis zapatos, que me los introduzco pisándolos, y a saltos. Después cojo una chaqueta y cierro la puerta de un golpe.
Yo sigo a mi padre por las calles oscuras, temblando de miedo de que ocurra una desgracia. De que, como ha dicho, pudieran matarlo.
Toman el rumbo de bajada por la alameda del mercado. Espero que volteen una esquina para luego yo avanzar a la carrera.
Cinco cuadras dista mi casa de la Plaza de Armas, que las camino a tientas, pues no hay una sola luz, ni siquiera los ojos de los gatos que a veces duermen en el antepecho o el rellano de las ventanas.
Las dos sombras cruzan la plaza en diagonal, bajo los árboles.
Van hacia el barrio San José.
Se detienen delante de una casona que tiene un airoso balcón enrejado. Conversan un momento.
Yo vigilo detrás de la esquina.
8. Un cuchillo que tasajea la noche
Hay una calma límpida en la noche, una honda serenidad en las piedras.
Silencio en las paredes y en los cerros. Sosiego hasta en el cielo sin luceros.
Bordonea categórica e irrevocable la guitarra con un sonido a la vez transparente y tembloroso.
Las cuerdas tejen y destejen claridades en las cumbreras de las casas que empiezan a definir sus contornos.
Una golondrina se escapa desde un tejado. Cruje la viga de un alero.
Entonces, aquel hombre alto y huesudo que nos ha despertado, se transforma, porque eleva una voz afinada, diáfana y poderosa:
Cuando va muriendo el día
y va ocultándose el sol
¿no has visto cómo se alarga
la sombra de una colina?
Es una queja que se eleva por el aire, un cuchillo que tasajea las tinieblas. Una criatura que nace. O una tumba que se cava:
9. Te vi, te quise y te amé
Así se alarga mi amor
tras el sol de tu recuerdo
cuando más de mí te alejas
más y más crece
mi amor por ti cada día...
Entona la música y vocaliza la letra con una pena que llega hasta el fondo del alma, desgarrándola. Se han callado un largo momento. Y ahora, en un tono a la vez más fino y más confidente:
Te vi, te quise y te amé
llorar no pude jamás,
para mi mayor tormento,
te vi, te quise y te amé.
Las flores de mi jardín
rosas y espinas son,
para mi mayor tormento,
te vi, te quise y te amé.
Al sol le quitan sus rayos
y a la luna su esplendor,
a las estrellas su encanto
y a mi todo el corazón.
Distingo que mi padre hace la segunda voz, entristeciendo aún más la melodía.
10. Saca de su sitio a las piedras
Ambos están a muy pocos metros del balcón. Yo tengo el alma en vilo, pues, me parece, que en cualquier momento se van a escuchar los sonidos secos de las balas. Y hasta me figuro cómo van a rodar los cuerpos yacientes sobre el empedrado. Otra vez empiezan, como si bregaran contra algo aciago:
Mañana recordarás
que me quisiste un día
entonces sabrás que hay penas
que nos acortan la vida...
Luis de la Puente Uceda, quien sílaba a sílaba ha soplado su nombre como un cuchillo por la rendija de nuestra puerta, ahora alza su canto con el rostro hacia lo alto, como un ave que descubre inerme su pecho.
Creo que esta voz saca de su sitio a las piedras de los cimientos, desmorona la cercha de las casas, y eleva el pueblo al infinito:
Mis cartas recibirás
te servirán de consuelo,
las escribiré con mi sangre
tú las borrarás llorando.
11. Una cita de amor
¿Escucha la mujer a la cual él dirige este lamento? ¿Sabrá quién es el que canta? Quizá ha dejado su lecho y camina hasta la ventana. Ahora, el tono es casi hablado:
Paloma blanca
si eres paloma
sal de tu nido.
No te mataron,
porque yo estaba
cerca a tu nido,
palomitay.
Y bien, ¿qué ocurre adentro? ¿Duerme? ¿O se queda atenta y con los ojos abiertos en la almohada, tratando de adivinar el timbre de esa voz? O ella misma pensará: ¡Imposible! ¡Aquel está demasiado lejos! ¡Tal vez ya muerto!
Como la piedra
como la roca,
tan dura es tu alma.
Ni mis caricias
ni mis lamentos
tu pecho ablanda,
palomitay.
¿O, quizás, y decidida a todo, sale de su lecho, sin importarle el marido que duerme a su lado, para quedarse de pie con su bata perlada, absorta y deslumbrada, atendiendo así a una cita de amor ineludible y a deshora que le depara el destino?
12. Este vivo incendio
Ahora el cantar se torna reproche:
Dicen que dicen
que andan diciendo
que no me quieres.
Nada me importa
que no me quieras
yo también tengo
quien llore por mí.
Afuera nada se mueve. No hay ni pasos que se apuren, ni golpe de un objeto que se cae. ¡Eso sí!, corazones que se sacuden ¡y golpean atroces en las paredes del alma!
La casona, ya un poco más precisa a mis ojos que horadan las sombras, parece sumida en un sueño encantado.
Otra vez arranca el bordoneo en las cuerdas. Y la voz se alza diáfana con otra canción:
¡Aún la nieve se deshace
ay mi dueña,
cuando el sol le comunica
su calor lento!
¿De mi amor la llama
de este vivo incendio
cómo ablandar no ha podido
tu duro pecho?
13. Ahora sé por qué los techos se arquean
¡Qué inmenso! ¡Qué hermoso! ¡Qué sublime resuena el yaraví en este vórtice!
¡Ahora sé por qué los aleros de las casas se inclinan hacia abajo. Y por qué las calles se tuercen. Y por qué las paredes se desmoronan! ¡Es por las serenatas!
¡Ahora sé por qué los techos se arquean, tienen goteras y las tejas sin qué ni por qué se rajan, se llenan de musgo y se cubren de líquenes! ¡Es por las serenatas!
¡Ahora sé por qué las piedras enfrente de las casas se hacen turgentes, como senos desamparados de vírgenes muchachas. Y por qué las rejas de fierro de los balcones se tuercen y carcomen lentamente. ¡Es por las serenatas!
Ahora sé por qué se acaban los balaustres. Y por qué las piedras de los muros resbalan. ¡Y se quedan como suspendidas en el aire! ¡Es por las serenatas!
¿Y qué son dos sombras cantando en la noche frente a una ventana?
¿Tal vez, con un cañón apuntándoles el pecho descubierto?
14. Un quejido y un reproche
¡En vano! Un disparo podría matarlos, pero no detener las aguas turbulentas del destino.
¡Más podría asesinarlos el golpe de una rosa. Haciéndolos rodar ensangrentados por el suelo!
Ahí están, el uno es mi padre y el otro ya no es Luis de la Puente Uceda, sino la tierra, el agua, la noche estrellada, el pueblo que eleva su endecha lastimera.
Y ahora, luego del silencio, otra vez suena la guitarra y un canto distinto se eleva implacable:
Una palomita a quien la crié
viéndose con alas volando se fue,
¿a quien pues me quejaré
de la acción que has hecho conmigo?
Malagradecida ayayayayay
mal pago me has dado...
Es un quejido y un reproche.
15. A quién pues me quejaré
En este instante, la autoridad político-militar al sentir que su sueño es interrumpido, desliza su brazo hasta coger el mango de la pistola y la siente pesada. Repentinamente se reconoce sin fuerzas para levantarla.
Por esta vez, fue incapaz de odio o de venganza.
Porque las notas de aquel canto lastimero delatan que son muy hondas e inalcanzables las aguas de la suerte que se encabrita a esta hora.
Que es inútil tratar de detenerlas.
Retira entonces la mano de la cacha helada y se hace el que duerme. Mientras, la canción de herida se hace muerte:
¡Yo le daba el agua ayayayayay
de mis propios ojos,
yo le daba el trigo ayayayayay
de mis propios labios!
¿A quién pues me quejaré
de la acción que ha hecho conmigo?
Malagradecida ayayayayay
¡mal pago me has dado!
16. Las luces de los primeros luceros
Atravesado ya el río o el llano en que tenían que producirse los disparos, las voces son libres, siderales.
A mí me duele pensar que cuánto amor hay albergado en un pecho y puede elevarse hacia el infinito. Y que nadie lo escuchara.
Aquella a quien se lo dedica no lo supiera.
Peor aún, me duele imaginar que en ese instante la mujer a quien se dirige todo, arriesgando los que cantan incluso la vida, no escuche porque no está o se ha quedado dormida.
Ya para terminar ambos corean fraternos, salvados, redivivos, esta fuga:
Alhelí, alhelí, alhelí
que bonita flor eres tú,
color de mis esperanzas
color de mis ilusiones.
Alhelí, alhelí, alhelí...
Yo volteo mis ojos hacia el cielo.
Titilan tenuemente las luces de los primeros luceros.
17. Desapareciendo en la noche
Pongo las palmas de mis manos en la pared, que tengo a mi lado. Y sobre ellas recuesto mi frente.
Estoy llorando.
Cuando terminan de cantar aún están un momento agachados. Y luego, el uno con el brazo en el hombro del otro, desandan en silencio las calles que han caminado.
Toman el rumbo de la carretera de salida a Trujillo.
Yo me detengo ya sin seguirlos.
Dos cuadras más allá, atruena el ruido del motor de la camioneta que ha estado estacionada. Y se reflejan chispeantes las luces de peligro.
Veo a mi padre que dice adiós con la mano, cuando el vehículo parte, desapareciendo en la noche.
Un rato está ahí de pie, detenido y cabizbajo con su guitarra en la mano.
Yo camino de regreso hacia mi casa.
18. La luz del alba en la ventana
En la oscuridad de mi cuarto vuelvo a escuchar esas notas apasionadas, desgarradas, fatales.
Siento el amor como una brasa restallante.
Siento el querer como un borbotón y un ahogo en la sangre.
Siento las distancias que se abren, haciendo una llanura o un desierto.
Siento por donde va y galopa un jinete conmovido, en un caballo desvelado.
Siento lo que es renuncia.
Siento lo que es no eludir un signo escrito en la frente.
¿Adónde va él?
¿Qué otros motivos pueden ser más poderosos para arrancarse del pecho el amor?
¿Qué puede haber para que te alejes de lo que sientes tan hondo?
Largo rato estoy aquí tendido sobre mi cama. Sin poder dormir.
Y viendo cómo se pinta la luz del alba en la ventana.
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