Por: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Con el paso de los años resulta irónico imaginar, cómo unos cuantos segundos pueden producir tanta dicha y tanto espanto al mismo tiempo. Posiblemente si a todos nos pasara lo mismo, el mundo sería un concierto de cuernos y estocadas.
Fue una tarde de espontáneos, ponchos y pitones. Primero una mirada de reojo, luego otras profundas, con guiños imantados, de palinca a palinca, hurgándose a la distancia como palla y camachico.
Culminada la corrida se enlazaron en una interminabale huaylisheada por las calles del pueblo. Después bailaron chinguirito en mano al son de la banda de Mangas, acariciándose y amándose con los ojos, zapateando duro y parejo hasta sacarle viruta al piso: 'mi abuelito con tu abuelita toda la noche canchis, canchis'.
A las dos de la madrugada sienten la imperiosa necesidad de estar solos bajo la luna de Racrán; y borrachos de deseo, abandonan la casa del capitán entre pasodobles y avellanas.
Mientras caminan hacia la periferia, el radiante rostro del pecado ilumina la vereda de lajas. Él sube los párpados y ve reflejada su sonrisa juvenil en las negras pupilas de la noche.... van trémulos, pero temerarios, oteando a todos lados la presencia del mariachi.
A poca distancia las manos del Nunatoro preparan una estocada certera. Tiene los ojos inyectados de rabia por la cornada.
Una vez en el ruedo de kikuyo, "la trampa" se emplaza en el centro como verónica en celo...
Los movimientos de la pareja son chicuelinas con vaivenes de violín... de repente Mañuco siente el estoque desgarrando su espalda. Baja los párpados, y en su delirio se ve caminando de puntillas hacia el ruedo real, donde la suerte suprema acecha, junto a una cruz de madera que señala el lugar de su sepultura...
Fuente:
"El Juguete y Otros Cuentos", de Nalo A.B