miércoles, 13 de enero de 2021

HELMUT SCHOLZ: EL ALEMÁN QUE DISEÑÓ Y DIRIGIÓ LA CONSTRUCCIÓN DEL MUELLE DEL PUERTO DE CHIMBOTE - POR MELACIO CASTRO MENDOZA

 


 

HELMUT  SCHOLZ:

 

EL ALEMÁN QUE DISEÑÓ Y DIRIGIÓ 

 

LA CONSTRUCCIÓN DEL MUELLE DEL PUERTO DE CHIMBOTE.

 

Melacio Castro Mendoza(*)

 

En un país bien gobernado,

 la pobreza es algo que avergüenza;

 en un país mal gobernado,

 la riqueza es algo que avergüenza.

 Kon Fu Zé (Confucio)

 

I

 

Foto 1. El autor Melacio Castro con Àngela Scholz 

(La gringa, para sus amigas chimbotanas) y María Kalka.

 

Ejerciendo la docencia en la universidad de Essen (Renania-Westfalia del Norte/Alemania), en abril de 1978 conocí a los hermanos Ángela y Lothar Scholz. Los dos habían vivido en el Perú y hablaban castellano. Bajo mi dirección, Ángela siguió mi curso el año 1979. Era ella, entonces, una joven alta, de cabellos ligeramente rubios y rebosante de cariño por el Perú. En 1980, Ángela, Lothar y yo nos perdimos de vista.

 

El año 2015 el periódico Neue Ruhr Zeitung de la ciudad de Essen difundió mi curso ofrecido por el Arbeiterwolhfahrt: Conversaciones en castellano sobre aspectos históricos, sociológicos y literarios de América Latina, con especial acento sobre el Perú. Cuando incié el mismo, una de mis agradables sorpresas fue ver entre los participantes, a Ángela Scholz. Era ya, ella, una señora madura. Deseaba asistir al curso, como una manera de acercarse al Perú, hablar sobre él. Fue así que, semana a semana, me confesó algunos hechos relacionados con su familia: de niña, su padre, Helmut Scholz, un ingeniero constructor, fue el hombre que por encargo de la empresa alemana Hochtief, de Essen, viajó, llevándose a su familia, a Chimbote. Su primera labor consistió en diseñar y, después, dirigir la construcción del muelle de aquel puerto. Documentó, Ángela Scholz, lo que me refirió, con una serie de fotografías, algunas de las cuales ilustran este artículo. 

 

 

Foto 2. Mapa diseñado por Helmut Scholz, Chimbote, 1966.

 

 

LA FAMILIA SCHOLZ

 

 

Foto 3. Helmut Scholz.

(Berlín: 10.05.1927 - Essen: 23.01.2013)
 

La familia Scholz, integrada por Helmut y Anita, como padres, se componía, además, de Ángela y Lothar, sus hijos. En 1966 los cuatro dejaron la ciudad de Essen y, en auto, se dirigieron a Génova (Italia). En aquel puerto tomaron el barco Donizetti y, vía Barcelona, alcanzaron Gran Canaria; de allí zarparon hacia una isla del Caribe que, Ángela, ya no recordaba cuál fue para, desde allí, dirigirse al Canal de Panamá, cruzarlo continuar a Guayaquil y El Callao. El tránsito desde el puerto de partida, al de llegada, duró veintiocho días. La navegación del barco Donizetti, la mareó con frecuencia. De El Callao, se trasladaron a Lima, en cuyo distrito de San Isidro ocuparon, en la calle Villa Roma, número 448, una casa arrendada con anticipación, con la ayuda de sus empleadores.

Ángela Scholz y su hermano, Lothar, fueron ingresados, por sus padres, al colegio alemán, Alexander von Humboldt. La mitad de alumnas y alumnos eran, en este, recordaba Ángela, alemanes, y la otra mitad, peruanos, hijos de familias adineradas. La humedad afectó su salud. Lima, en definitiva, le cayó muy mal: todo le daba miedo e inseguridad. La tos, una reacción psicosomática a su nunca tranquilo estado de ánimo, se le hizo crónica, desarrollándose a asma. Helmut, su padre, concentrado, en Chimbote, en la ejecución de su trabajo, visitaba a la familia los fines de semana. Para sacarla de su tristeza, un día le mostró el mapa de Chimbote, diseñado por él. Chimbote era, en 1966, una ciudad muy pequeña. Al ver, Ángela, el mar, casi bañando aquella ciudad, instintivamente se identificó con el lugar. Su padre, con sus deseos de ayudarla a salir de su estado asmático, le dio otra alegría: la familia dejaría Lima, y se trasladaría ¡a Chimbote!

La inseguridad y el miedo que andaban conmigo, nada más llegar, y ver, Chimbote, se me fueron. El asma, en cambio, me acompañó aún por mucho tiempo declaró.

En Chimbote, la familia Scholz se alojó en Nueva Caleta, una población cercana al puerto. Familiarizada pronto con las dos calles que comprendían Nueva Caleta, cruzaba día a día, con alegría, la avenida Pardo, para, junto a Lothar, asistir a sus clases en el colegio Santa Rosa. La novedad que más le llamó la atención fue oír que, en ese colegio, le llamaban «la gringa».

«La gringa» era mi apodo, conocido más que mi nombre. No sabía a un maltrato, sino, más bien, a loas. Mis colegas de aula me veían rubia. En verdad, no lo era. En la escuela, o fuera de ella, no había quien no me mostrara cariño. Chimbote me hizo sentirme como en mi casa. Cuando iba al puerto, en construcción por mi padre, para echar, a veces, desde lejos, un vistazo, me llevaba, formando un grupo, a parte de mis compañeras de aula explicó.

 

Ángela vio cómo los volquetes (camiones, dijo ella) descargaban piedra y tierra, traídos desde las cercanías a la entonces pequeña ciudad, para dar forma al puerto, cuyos muelles reemplazaron, en 1968, el muelle que al servicio del ferrocarril construyó el año 1872, Henry (Enrique) Meiggs. Aquella experiencia marcó, a Ángela y a Lothar, su hermano, su personalidad. Lothar, años más tarde, se hizo ingeniero constructor, como su padre, y empleó su inteligencia y capacidades para dar forma a algunas obras en algunos países de África.

 

Durante las vacaciones, Helmut Scholz llevaba a su familia hacia los Andes. Él mismo conducía su auto. Sus lugares favoritos eran la sierra ancashina. Durante esos viajes, a Ángela se le grabó en la mente una inolvidabale imagen: la laguna de Llanganuco. Todavía «huele», afirmó, sus aguas verdeclaras.

 

La bella playa de Chimbote, el mar y la Isla Blanca de enfrente, casi, del puerto, y la laguna de Llanganuco son parte, en mí, de un mismo fenómeno líquido, imposible de olvidar confesó.

 

Huallanca fue uno de los lugares en que los Scholz pasaban la mayor parte de sus vacaciones. En aquel lugar, contó Ángela Scholz, estuvo a punto de morir. El ataque de asma que un día le atacó fue tan fuerte, que su padre la tuvo que levantar de los pies, poniéndola cabeza abajo, para normalizar su respiración. La música andina, en tales circunstancias, invadió, con sus melodías, su ser, fortaleciendo, de por vida, su espíritu dispuesto a enfrentar, y a vencer, sus ataques de asma, y otras enfermedades. Sigue apegada, y seguirá estándolo, afirmó,  a la dulzura de los ritmos andinos.

 

Los baños termales de Chancos, sin turistas aún, fueron otro de los factores que, después de tantos años, me hacen sentir el calor de haber pertenecido, y seguir perteneciendo, a la bella tierra en que se asienta el Perú, «mi otro país» señaló.

 

En la escuela, y afuera de ella, sus quehaceres favoritos fueron pintar, y diseñar, mapas del Perú. Nunca hizo tal cosa con Alemania. El himno nacional peruano rebrota, al margen de su voluntad, de cuando en cuando, en su pecho. Un día me pidió lo cantáramos juntos. Su pasión sigue siendo estudiar la historia de su profundo «segundo país». Los sabores de la variada comida, y de las frutas, es el otro polo que lo ata a «la patria», madre de unos mercados y de unos colores que dan a sus verduras y a su sal, los gustos que extraña. Su asistenta de cocina familiar, de origen andino, se llamaba Celina. En honor a ella, sus padres pusieron a su hermana última, como nombre, en alemán, Anita Zelina.

 

II

 

ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE CHIMBOTE

 

El territorio donde se sitúa Chimbote era parte constituyente, según los cronistas españoles que describieron el Perú, de un Estado (imperio llaman los europeos, familiarizados con sus emperadores) que se extendía, al comienzo, entre Nazca y Tumbes. En algún momento, aquel Estado, envuelto en luchas internas, se dividió en dos: uno, el de los Chinchas, desde más o menos de lo que ahora sería de Lima a Nazca y, el otro, el de los Chimú, desde Paramonga hasta Tumbes. La capital de los Chimú fue Chan Chán.

 

Los Chinchas, nada pacíficos, se enfrentaron con violencia a las tropas de Pachacútec, jefe del Estado Inca, quien los venció, fortalecieron su Ejército luego de integrar, a sus tropas, las de los curacas de Pachacámac y Lunahuaná. Más poderosos que anates, los incas, entonces, extendieron los límites de su Estado, por el norte, hasta más allá de nuestras actuales fronteras. Primero, llegaron a Huarmey; pasaron, luego, a Casma, ocupando el Valle del río Santa. El Inca Garcilaso de la Vega refiere, en sus Comentarios Reales de los Incas, que, en las nuevas batallas, para romper la resistencia yunga, o costeña, los incas bloquearon las tomas de agua (canales) de los chimú, rompiénndolas, luego, para someterlos por la sed. La llegada de los españoles no dio tiempo, a los incas, para reconstuir aquellos canales.

 

Durante la estación de lluvias en los Andes, el río Santa imponía sus reglas: nadie lo podía transbordar si no era con el uso de balsas. El intercambio de productos entre los pueblos del Santa, se realizaba, hacia uno u el otro lado del río, con las balsas, único medio de transporte acuático.

 

Donde hay tierra buena, no hay mujeres ni hombres malos, tal la regla de los indígenas «santeños», quienes, con el uso del agua de sus acequias y de sus canales, supieron convertir la tierra llana, la alta y aun las laderas de los cerros, en verdes y productivas comunidades. Un complejo de carreteras, perfeccionadas por los ingenieros incas, llevó el bienestar a todos los rincones de nuestro país. Nadie en él, al parecer, carecía de habitación, de vestido ni de alimentación. Los muertos, cuyas tumbas aún abundan en las cercanías de Chimbote, no eran simples difuntos, sino personajes a quienes se les consultaba, si eran «principales», sobre cuestiones relacionadas con la administración civil, la justicia y el provenir de su Estado.

 

Cuando los españoles invadieron y conquistaron el territorio que dio forma al Estado Inca, fundaron, entre otras ciudades y villas,  «El Ferrol», nombre este que aludía a la peruana bahía de El Ferrol.El Ferrol original es una de las ciudades porteñas más hermosas de Galicia, situada en la provincia española de La Coruña, en donde la historia civil y militar crecieron de la mano. Sobresalen, allí, por su arquitectura, el Castillo San Felipe, la Fortaleza El Arsenal, el Museo Naval y el Teatro Jofre. Felipe II ocupó y destruyó, manu militari, la ciudad para, después, según sus intereses imperiales, reconstruirla. El Ferrol gallego se alzó contra Inglaterra cuando, la marina de guerra inglesa, al mando del almirante Warren, intentó destruir sus astilleros. En El Ferrol de España tuve la oportunidad de ver que la fabricación de astilleros civiles y militares. El dictador Francisco Franco Bahamonte nació en esa ciudad. Traa su golpe militar fascista contra la República Española, impuso su dictadura (1939/1975), llamando a su ciudad natal, «El Ferrol del Caudillo». Desde 1984, esta hermosa ciudad pasó a llamarse solo Ferrol. 

 

 

Foto 4. El Ferrol, en Galicia, España.

 

¿Quién dio el nombre de El Ferrol a la había en que, ahora, se asienta Chimbote? ¿El piloto de barco Juan Cabezas? No se sabe con certeza. Entre los cronistas sobre el Perú colonial, el sacerdote Pedro Cieza de León comentó alguna vez, que: «Más adelante, a la parte del Sur, está un puertoa cinco leguas de aquí que ha por nombre Ferrol, muy seguro, más no tiene agua ni leña». ¿Había un puerto? Al parecer, no. Aún así, Cieza lo afirma.

 

A diferencia del Ferrol de España, «El Ferrol» del Perú se sitúa en una región que los colonialistas no se preocuparon por reverdecerlo: carece de la vegetación de aquél. La leña, necesaria antes para las cocinas, al igual que la mayoría de otros productos, debieron, por eso, ser acarreados, desde la sierra.

 

El nombre de Chimbote fue mencionado por el sacerdote y notario José Sáenz, quien el 13 de julio de 1774 acompañó a Josef Antonio de León, visitador del Valle del río Santa. Según Sonia Challco Huamán (Economía, Geografía, Historia. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Seminario de Historia Rural Andina, 1995) de aquella visita dio cuenta, Valentín Noel de Rojas, un sacerdote de Santa, el 13 de mayo de 1774, quien escribió: «La Villa de Santa tiene un anexo nombrado Chimbote (subrayo esta palabra) en donde concurren y residen cuatro o seis indios de los que están en la vía y otros varios fraileros [casas con monjes locos] que vienen a la pesca y juntos celebran el apóstol San Pedro». Fueron los colonialistas españoles quienes dieron, a Chimbote, un «patrón», al cual la mayoría reza y adora: San Pedro. Los chimbotanos llaman a este, Patrón San Pedrito o solo San Pedrito.

 

Las provincias peruanas, durante la época colonial, estaban adheridas a los Arzobispados. Las mejores tierras, convertidas en haciendas, eran, en parte a costa de las comunidades indígenas, propiedad de los religiosos. Chimbote pertenecía al arzobispado de Lima. Era, así, parte de un complejo territorial colonial donde se «guardaba» a los sacerdotes locos. Un «loco» era, o podía ser, en aquellos tiempos, quienes se oponían a los asesinatos de la Santa Inquisición, o ponían en duda sus juicios y asesinatos.

 

La población de Chimbote, en aquellos años, no pasaba de más de veinticinco personas. El primer poblador que se afincó allí, hacia el año de 1760, según testimonian los registros de nacimiento, debió habr nacido en Villa del Santa, el año de 1733.

 

Al no poder cultivar la tierra adjunta a Chimbote, su pequeña población, anexada a la Villa del Santa, llamada, asimismo, Santa María de la Parrilla, situada del otro lado del río Santa, recurrió a la abundante pesca.

 

El sabio alemán Alexander von Humboldt, y su compañero francés Aimé Bonpland, visitaron, el año 1802, Chimbote. De su pluma y letra nos dejó, Alexander von Humboldt, en uno de sus Diarios, un significativo párrafo: «A una y media legua al sur de Santa se encuentra el famoso puerto de Chimbote, que Malaspina parece nominar puerto del Ferrol. Es el puerto más bello que existe desde el Cabo de Hornos a Guayaquil, un puerto parecido al de Tolón y que puede recibir todas las escuadras del universo. Tiene tres leguas de largo por media de ancho». (Ver: Alexander von Humboldt, Tagebücher/Diarios, Berlin/Alemania, diversas ediciones).

 

Foto 5. Alexander von Humboldt

 

Giovanni Antonio Raimondi dell'Acqua​, conocido en Perú como Antonio Raimondi, nacido en Milán, Italia, el 19 de septiembre de1826, y muerto en el Perú, el 26 de octubre de 1890, después de realizar casi una treintena de viajes por el interior de nuestras provincias, en 1873 opinó sobre Chimbote: «Su hermosísima bahía de siete millas de ancho, completamente limpia en toda su extensión, está defendida en la parte sur por una península de cinco millas de largo. Su embocadura al oeste, de milla y tercio de ancho, está formada por la isla Blanca y el último islote del Ferrol, y un buque puede fondear hacia la parte norte frente a la antigua población en cuatro brazas y tres cables de tierra». Un «cable» equivalía a 120 brazas y una milla, a 1872 metros. (Antonio Raimondi: El departamento de Áncacsh y sus riquezas minerales, en edición que no indica fecha).


Foto 6. Giovanni Antonio Raimondi dell'Acqua​.

Antonio Raimondi se casó, en San Sebastián de Huaraz, con Adela Loli Castañeda, con quien vivió un tiempo en San Pedro de Lloc, provincia de Pacasmayo. Una provincia del departamento de Ancash, en cuya parte costeña se sitúa Chimbote, en honor al sabio italiano, se llamaAntonio Raimondi. En la Gran Unidad Escolar (GUE) José Andrés Rázuri, de San Pedro de Lloc, siendo alumno del quinto año de secundaria, me informé de que, hacia 1881/82, la Marina de Guerra de Chile ocupó Chimbote con un buque, que fondeó la parte norte, bombardeando su población mientras que su artillería destruía e incendiaba las haciendas vecinas. El Perú carecía, durante la invasión del Perú por Chile, de toda capacidad defensiva. Las élites gobernantes peruanas, divididas y enfrentadas entre sí, prefirieron apoyar a las tropas y a las exigencias chilenas que, por ejemplo, la resistencia y combate de las montoneras indígenas y las fuerzas combatientes que encabezaba Andrés Avelino Cáceres, conducta que facilitó la destrucción de cuanto los chilenos tenían al alcance de la mano.

 

III

 

NOTICIAS Y COMENTARIOS QUE OÍ SOBRE CHIMBOTE

 

O EL CHIMBOTE QUE VI

 

Guiado, junto a mis compañeros de aula, por un ingeniero agrónomo cuyo nombre la memoria no me lo devuelve, apodado El Kitcher, profesor él del Instituto Nacional Agropecuario No. 19 de Chepén, en 1964 llegué a Chimbote. Éramos, entonces, alumnos del tercer año de secundaria «agraria».

 

En la entrada del Campo Experimental Agrario, llamadoEl Vivero Forestal, aunque unos le llamaban El Egido, nos esperaron, y dieron la bienvenida, dos ingenieros y algunos técnicos. Saludarlos y percibir, al mismo tiempo, el abrumador mal olor que desprendía Chimbote, alegró a unos, y puso en estado de alerta a otros. El humo de las fábricas transformadoras del acero que dirigía la empresa alemana Ferrostal, y el fabril procesamiento del pescado en harina, arrojaban un, casi, insoportable olor. La abundante vegetación de El Vivero Forestal acudió en nuestra ayuda, socorriéndonos con su fresco oxígeno. Mis compañeros de aula y yo, observando los injertos vegetales, y las plantas que nos eran desconocidas, olvidamos ¿nos adaptamos? semejante pestilencia chimbotana.

 

Oídas, y asimiladas, las explicaciones de los técnicos e ingenieros agrarios de aquella reserva forestal,mis compañeros y yo hicimos un ligero paseo por la plaza de armas. Vimos, así, que la catedral y la municipalidad no eran nada especial, como tampoco lo eran sus similares de Chepén.

 

En Chimbote, Caín, el pueblo en que nací, tenía, aquel año de 1964, sus representantes: los hermanos Baltazar y Damas Lecca Alvarado, nuestros primeros migrantes convertidos en pescadores, quienes, cuando visitaban a sus familiares, difundían informaciones que, a veces, me daban miedo o me irritaban. El primero había sido soldado de la Marina de Guerra y, el segundo, del Ejército. Baltazar Lecca Alvarado, se quedó a vivir, después de su servicio como marino, cerca de «su base» militar que fue Chimbote. Su hermano Damas, después su servicio militar fue llamado por su hermano, Baltazar, para que se enrole, como él, en «los batallones» que constituían los trabajadores de la pesca. ¿Para quién trabajaban?, pregunté una vez a ambos. A una voz, ambos respondieron: «Para nuestro patrón, Luis BancheroRossi».

 

Mientras veía Chimbote, recordé que los hermanos Lecca, cuando ciertos fines de semana visitaban, en Caín, a sus familiares, vecinos de los míos, llegaban luciendo ropa y zapatos nuevos. Sus llegadas al pueblo significaban fiesta, música, baile, consumo de cerveza y peleas cuerpo a cuerpo, en especial, contra los andinos, llamados, por ellos, «serranos come papas con gusanos». Un día les pregunté por qué ese odio, y su respuesta se grabó, de modo imborrable, en mi cerebro: «Los odiamos porque su lentitud, su silencio y su falta de aseo cagan todo lo que pisan», sentenciaron.

 

—Chimbote, mucho más que Caín, está llenándose de serranos. ¡Qué vergüenza: menos mal que tú eres un costeño! —redondeó su opinión Damas Lecca Alvarado.

 

Aquella no fue la primera vez que, sobre el complejo costeño-serrano intercambiaba opiniones con los Lecca.

 

Mi familia, serrana por completo, aunque analfabeta, supo aportarme, durante mi niñez, innegables valores: ver la naturaleza y la gente como una unidad; respetar y querer a nuestros semejantes, y si fueran mayores, mucho más; no apropiarse de lo que a uno, el obtenerlo, no le ha costado un mínimo de trabajo y de sacrificio.

 

Para mí, lo repelente de Damas y Baltazar Lecca Alvarado era la destrucción pública de algunos de sus billetes, sus diversos juegos por hacer más dinero con ellos y su empeño en regalarlos a cualquiera que los rodeara, a quienes, al mismo tiempo, trataban de reclutar para «ganar dinero a montones en la pesca del mar de Chimbote».

¡Hazte un pescador! me tentó, uno de ellos.

¡No, en absoluto!repliqué.

Chimbote era, en su población, una mezcla de peruanos provenientes de casi todas las regiones del Perú. Sus rostros, sus manos y sus trabajos de pequeños comerciantes, formales e informales, se confundían con su condición de tenderos, santeros y, aun, de limosneros. No era cierto, como sostenían los Lecca, de que casi todos eran pescadores u obreros de fábrica. Los más pobres, al igual que los de Caín, atribuían sui estado social a los castigos divinos por sus «pecados», conducta que a los religiosos les agradaba. Se trataba de una gente pobre que, a cambio de «una limosnita», recibía el «perdón» en las iglesias. Los grandes y los medianos empresarios se agregaban a aquella sociedad, dentro de la cual llevaban, como aún llevan, la voz cantante.

 

La polarizada convergencia social, vista, por mí, por primera vez, en Chimbote, me sirvió de base elemental para entender Todas las sangres, una imprescindible novela de José María Arguedas, autor, asimismo, de El zorro de arriba y el zorro de abajo. Los zorros de abajo vivían, en Chimbote, en casas un tanto a medio construir, carentes, en parte, de agua potable y de luz eléctrica, y en cuyos corrales abundaban, según contaban los hermanos Lecca Alvarado, cuyes, gallinas, patos, pavos, cerdos como animales domésticos, signo de que, la producción familiar de autoconsumo era, y sigue siendo, de ley. Para los zorros de arriba, en cambio, todo iba, y va, viento en popa. Uno de estos ejemplos era, no solo en Chimbote, Luis BancheroRossi, el magnate, lo supe después, más grande, en el mundo, de la producción de harina de pescado.

 

Cuando en Trujillo devine en estudiante de Ciencias Sociales y de Historia, colaboraba con el diario La Industria, un medio que me permitía algunas entradas económicas. Mi profesor de periodismo, Eduardo Quiroz Sánchez, un cajamarquino co-responsable,  en aquel diario, de la página editorial, me dio una sorpresa: hacia un mediodía, luego de recibir, leer y aprobar un comentario de mi autoría, me dio una sorpresa.

 

—Luis BancheroRossi nos invita a un almuerzo —dijo.

 

Aquel almuerzo tuvo lugar en un restaurante de Salaverry, distrito vecino de Trujillo. Mal vestido, me limité a oír una conversación, llena de anécdotas, entre mi catedrático y el magnate de la pesca. En plan de negocios, contó BancheroRossi, usaba él su avión particular y había días en que desayunaba en París, almorzaba en Roma y cenaba en Londres, o en Madrid.

Comprendí, en Alemania, a quién terminó sirviendo, al por mayor, el moderno puerto que, en Chimbote, construyó el ingeniero Helmut Scholz. Décadas después de haber entrado en funciones, aquel puerto de decayó, como antes había decaído, hasta ser destruido, el ferrocarril, y la pesca. A ello se sumó el que, Chimbote, como una gran parte norteña del Perú, sufrió las destructivas consecuencias del terremoto del 31 de mayo de 1970, fenómeno que originó surgiera, hacia el sur, Nuevo Chimbote. La cultura, ni entonces ni hoy un botón de muestra miseria cultural estatal (?) y regional, aún no alza el vuelo que debería esperarse en un país, como el Perú, ricos en recursos naturales. Una prueba de que, nuestra riqueza, si no se concentra en nuestra élite, se va al exterior, y de que la pobreza, producto de ello, se queda entre la mayoría de nuestra población, disminuyéndola incluso, día a día, en el campo cultural.

Pese a todo, el himno nacional del Perú nos despierta la ilusión de que somos un país de mujeres y hombres libres. ¿Libres de qué? ¿Para qué sirve una libertad que no soluciona, ni siquiera, nuestras necesidades básicas de vivienda, vestido, alimentación, salud y cultura?

 

(*) Melacio Castro Mendoza:

De padres andinos de los campos de San Gregorio (San Miguel/Cajamarca/Perú), Melacio Castro Mendoza nació el 23 de diciembre de 1947, en Caín, un caserío al cual él suele llamar Cainmarka, ubicado en la provincia de Chepén, departamento de La Libertad.  Estudió Ciencias Sociales e Historia en la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), Perú,  y, lo mismo, en la UniversitätDuisburgy Essen (UDE), República Federeal de Alemania

Obras suyas:

I.- Prosa:

Su travesía de país en país por América y por Europa está signada por aventuras que cuenta en sus novelas

1.- «El hombre de Rupak Tanta», Hipocampo Editores, Lima 2019.

2.- «La última marinera», ECU Editorial, Alicante, España 2017.

II.- En verso:

Poemarios editados, por ECU (Alicante/España)

1.- «Batallas y sueños de Uchku Pedro» (descripción de las luchas libertarias de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Pablo Cochachín a fines del Siglo XIX), un libro editado en España, julio del 2016

2.- «Malú: Tierra Adentro y Tierra Afuera», 2017.

 III.- Investigaciones históricosociológicas: «Staat und Soziale Klassen in Perú», Selbstverlag München, Bundesrepublik Deutschland, 1986.

Fuente:

Escritor Víctor Hugo Alvítez Moncada.


 

 

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