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EL PEQUEÑO VIDENTE
 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
Mañuco, más que un niño 
hiperactivo era un infante de enorme vitalidad imaginativa. Despierto y locuaz desde sus primeros 
balbuceos; paraba haciendo 
preguntas a todo el mundo sobre el acontecer diario. Un "popurrí" de hechos anectóticos marcan sus párvulos años en Chiquián.
En los albores de la década del sesenta, Mañuco estaba en todas las 
jugadas que le deparaba el destino. Infalible en las tareas comunales: 
reparto de agua, techas de casa, siembra, riego, chacmeo y cosecha en Huacacorral, construcción de pircas, palincas
 y tapiales, faenas de limpieza de reservorios y canales; etc.
Siempre 
listo
 para poner el hombro, pecho y espalda en los avatares cotidianos del pueblo. No tenía 
vocación de político ni de ideólogo de palinca. Su dicho de aliento fue y sigue siendo:
 ¡Manos a la obra shay!.
En los meses de lluvia, rayos, truenos y relámpagos, dejando de lado: zancos, trompos, cangas, aros, lecherongas y runrunes,
 corría con su lampita al hombro hacia Agocalle, para ayudar a proteger con ripio
 las casas solariegas del huayco que bajaba incontenible de Umpay.
Experto en el uso del shoguet y el lanzamiento de globos y cuilumpis
 carnavaleros en las calles chiquianas, fue perseguido por las damiselas
 a pedrada limpia, 
salvándose de milagro en cada una de sus arremetidas, gracias a las 
bendiciones recibidas como acólito y "santo varón" en las misas y 
procesiones de Semana Santa.
En
 el mes primaveral recorría Chiquián vendiendo votos para el reinado, 
no de una, sino de todas las candidatas sin distingos de edad, tamaño ni poder económico; concursos donde no siempre 
lograban cetros y coronas las chicas más populares por su belleza, sino las que vendían
 una vaquita o empeñaban los aretes de la abuelita; muchos padres se 
jugaron el sueldo del mes para tener una reina, o en el peor de los casos una damita 
en casa. Nunca subió al carro alegórico vestido de paje real, él prefería 
caminar pegadito al vehículo dando hurras con los puños en alto. Tampoco se disfrazó de chambelán de quinceañera. Optaba por contemplar la fiesta desde la ventana del salón, parado de puntillas en la vereda de la calle.
En
 el intercambio de figuritas nos mantenía al tanto del 
llenado de álbumes en cada barrio. ¡Jupash va ganando por goleada, a Tocho y a Genaro sólo les falta el 111¡,
 así nos alertó una vez, por lo que los niños de Jircán salimos volando alborotados como perdices a la tienda de don Manzueto 
Santos Flores, con la esperanza de abrir el sobrecito y hallar el número 
esperado. No recuerdo si alguien lo consiguió. 
 Antiguo álbum de figuritas
Mañuco andaba con un paquete de figuritas en el
 bolsillo más deshilachado del pantalón comando escolar, todas quintuplicadas y ajadas. “Me falta unita”, decía ahíto de optimismo, mas nunca  nos mostró un álbum lleno, ni siquiera una munapada
 de lejos. Años después su abuelita Pacucha nos mostró el álbum: 
solamente 107 figuritas estaban pegadas, le faltaban 293. En el recuadro
 del arisco 111, Mañuco había pegado con engrudo un trebol de la suerte.
 
En
 ocasiones lo vi uniformado de miliciano, cuidando de los niños 
depredadores el "Huerto de Judas" de Semana Santa. Para poner orden 
asustaba a los que pugnaban por 
una calabacita en botón o un par de oquitas huancachas, blandiendo su chicote de chiligua sin lograr un chasquido siquiera. Fue el mejor asistente que tuvo don Julián Soto Valverde.
Solidario en las circunstancias luctuosas: en los velorios brindando sus manos pispadas durante el reparto del cafecito fraterno, y en los entierros portando 
el agua bendita en una jarrita o balanceando el incienso, al lado del sacerdote de raída sotana.
Participaba
 como actor de reparto en las veladas del barrio, nunca como estrella fugaz. Narrador imparable en los cuentos de vereda del Jr.
 Leoncio Prado. Atento en los ensayos de los diablitos, negritos, jijas, viejitos, huarastucoj
 y de las comparsas del Inca y del Capitán, aprendizaje que décadas más 
tarde le serviría para interpretar danzas nativas al son del memorable "tincunacunacun cuna cuncun".
Diablito chiquiano
Cada
 15 de agosto avisaba de puerta en puerta a los vecinos de Jircán la 
llegada del Inca buscando pallas para la fiesta de Santa Rosa. Después 
corría y se sumaba a la comparsa, y pasaba sacando pecho, caminando 
junto al arpa con su ponchito habano terciado.
En las fiestas costumbristas iba delante de las bandas de músicos, de las 
orquestas y del bombito de don Antonio Padua Toro, nuestro recordado 
pregonero.
Entendido como ninguno en el uso del pulgar derecho como manija de inflador, ayudaba 
a don Bonifacio Peña a encender las lámparas "Petromax" a querosene, que iluminaban las principales arterias del pueblo.
Fue
 el inventor de la pelota de fuego que abrigó nuestras noches frías en 
la canchita de cascajo y champa de Jircán. Muchos ponchitos resultaron 
chamuscados por 
las patadas que en llamarada emulaban al emperador romano  Lucio Domitio
 Claudio Nerón.
No se alejaba de los coheteros que elevaban avellanas al cielo avivando el 
entusiasmo de la fiesta patronal. Mañuco ayudaba a levantar 
castillos de fuegos artificiales en la plaza de armas y en el colocado 
de tendidos de bombardas en en el estadio de Jircán.
Durante
 el desfile de faroles del mes patriótico, derribaba todo lo que 
encontraba flotando a su paso con su compacto avión de duro cartón y fleje de acero, 
forrado con inofensivo papel crepé blanco.
Nadie
 como él recogiendo caramelos despostillados regados en el piso a la 
hora de la Entrada de la fiesta, esquivando las patas de los caballos y de las mulitas, con elasticidad insuperable.
En
 las tardes taurinas comandaba el batallón de niños que oteábamos con 
los ojos desorbitados los encantos de las musas de faldellín que estaban paradas trémulas en 
las palincas ante la arremetida de un bravo 
jirishanquino. También anunciaba la llegada de las bandas de músicos, toros y madrineras para las corridas de septiembre.
Todas las tardes nos
 ponía al tanto de los paisanos que arribaban de Lima, Huacho, Supe, Barranca y Pativilca en los autobuses de Landauro
 y TUBSA, y de Huaraz en la góndola azul de Keclin.
Durante la llegada, permanencia y despedida de los 
excursionistas, no se separaba de ellos, ídem de los alpinistas que 
permanecían aclimatándose en Chiquián, antes de retar al temido 
glaciar Carnicero.
Como
 hábil ayudante en las labores de amasijo, y experimentado vendedor de 
empanadas y periódicos, fue amigo de los mercachifles, sobre todo de los
 amigos “chunchos”, y en ocasiones fungió de  “gancho” en los 
juegos de azar durante la fiesta patronal de agosto. También hacía de 
mago en el "circo ambulante de Culantro y Perejil", donde a falta de 
guantes blancos y sombrero de copa, sacaba conejos tronando sus dedos. 
Entraba y salía de la carpa de los gitanos como Pedro por su casa, con un cigarrillo apagado entre los labios.
El pequeño vidente: 
Acertado
 en los pronósticos cuando jugaba el Cahuide o el Tarapacá con un equipo
 de menor ralea, siempre se cuidaba de no dar una cifra, solamente decía “será por goleada”, y como era de esperarse, así resultaba el score, pero en “Los clásicos Cahuide / Tarapacá” se hacía
 humo, inubicable en las calles del pueblo; hasta que un 
día fue descubierto en la tribuna del Cahuide, pese a estar con una 
bufanda hasta la nariz. Allí fue obligado a dar su pronóstico, y no tuvo
 más remedio que decir:
- Ganará 1 a 0.
- ¿Pero qué equipo? -le preguntaron desesperados en coro los niños cahuidistas.
- El Cahuide –dijo trémulo, casi susurrando.
Durante
 el partido los niños Gelacio Valderrama Ramírez y Patuco Allauca 
Calderón, hinchas hasta el tuétano del invencible Cahuide, lo sujetaron 
de los brazos 
para que no huya. Para su desdicha el travesaño del Tarapacá impidió que
 se abriera el marcador en 3 ocasiones. Ni bien el árbitro dio el pitazo
 final, empezaron a apanar a Mañuco por el empate, felizmente un niño conciliador terció: "De repente ha perdido momentáneamente sus poderes mágicos, démosle otra
oportunidad". Y dejaron de apanarlo, bajo amenaza de ser linchado
 si fallaba en otro “Clásico”. Fue el primer bullyng andino en el estadio de Jircán.
Sport Cahuide
Frente
 a
 este error de cálculo nunca más pronosticó resultado alguno en el 
estadio de Jircán, ni acudió como espectador, viéndose obligado a 
cambiar de rubro.
Viene
 a mi memoria el domingo 7 de agosto de 1960. Al culminar la Misa un 
grupo de niños nos sentamos a charlar en el muro de la pileta de la 
plaza de armas. Mañuco  se nos acercó, y señalando con un guiño a una 
jovencita que pasaba, nos dijo:
- Esa costilla está con calzón verde.
Ante
 su asombro fue asido fuerte del brazo por un niño grande, siendo 
llevado hasta la jovencita. Aquí el diálogo que logramos escuchar a unos
 metros de distancia:
- Primita, ¿con qué color de calzón estás?
- ¿Y por qué, ah?
- Por nada primita, es una preguntita para ganar una apuesta –y la jovencita le habló al oído a su primo.
Ambos
 retornaron al grupo, y el primo nos dijo que Mañuco había acertado, 
motivando que los demás niños lo retemos pensando que sólo
 era un golpe de suerte. Entonces Mañuco, con ciertos aires de adivino, 
señaló con el índice derecho a 3 chicas que salían de la iglesia, y 
dijo:
- La más grande tiene calzón morado, la mediana azul y la pequeña tiene calzón de bayeta blanca.
Picones,
 en lo que restaba del domingo, y valiéndonos de nuestras hermanas y 
primas, los niños presentes en la pileta, averiguamos si Mañuco había 
acertado o no. Entrada la noche nos juntamos en el barrio, y media 
docena de datos fiables le devolvieron el título de  vidente que perdió 
durante un “Clásico Cahuide / Tarapacá” en el estadio de Jircán. 
Pero como no todo dura eternamente, dos años después, en una pinquichida, la palma derecha de una palla
 de Mishay silbó en el aire antes de aterrizar con fuerza en el rostro pálido de 
Mañuco, y en cuestión de segundos el espejito "miracalzón" quedó hecho 
añicos junto a la punta de los zapatos del pequeño vidente.
 
Fuente:
Un trocito DEL MISMO TRIGO
Un trocito DEL MISMO TRIGO
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