GRANDES MAESTROS:
CÉSAR FIGUEROA CUENTAS
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Si
recordamos el camino recorrido por nuestro pueblo como vía que conduce
al desarrollo, observaremos que en la última centuria el
magisterio ha jugado un papel de primer orden en su avance, de ahí que
los que pintamos canas nos enorgullecemos de los maestros del ayer, como
se enorgullecerán de sus educadores los que ahora están en las aulas,
porque el título más honorable en Chiquián es el de MAESTRO DE ESCUELA.
Lo que voy a expresar del señor DIRECTOR CÉSAR FIGUEROA CUENTAS,
es un breve bosquejo de su hoja de vida, unos trazos de su retrato como
Padre, Ciudadano Ejemplar y Maestro, con mayúsculas, tarea forjadora de
espíritus fraternos, cultura y educación a
la que consagró su existencia. Esta última faceta la conozco en cierta
medida, pues desde hace poco más de tres décadas sigue siendo mi
quehacer en las aulas castrenses; feliz coincidencia que me animaba a
estrechar su mano cada vez que visitaba Chiquián cuando el Maestro
Figueroa se desempeñaba como director de la Escuela Pre Vocacional de
Varones 351. En cada visita no
se olvidaba de mencionar a los maestros que estaban bajo su dirección,
sintiéndose muy contento con la labor de todos ellos, elogiándolos de
manera recurrente. Su palabra fluía como agua cristalina apagando la sed
de quienes acudíamos buscando su
sabiduría. Asoma a mi mente una mañana de agosto. Durante la charla se apenó sobremanera al
recordar la práctica habitual de un maestro que tuvo en Lima. Decía: "Dicho
maestro no alejaba su vista del libro mientras nos leía páginas de
páginas en voz alta; al finalizar la lectura nos obligaba látigo en mano
a repetir de memoria como loritos todo lo escuchado. Tanto temor
infundía esta forma de aprendizaje que era muy difícil recordar algo, a
pesar de que el maestro leía con voz potente".
Charlar
con él era un constante aprender. Siempre repetía que el alumno está
pendiente del maestro: de su pulcritud, de sus modales, de sus valores;
ellos graban y aprenden todo lo que ven. “No sabe Ud. (era su manera de tratarme a pesar de ser su sobrino), la alegría que siente el maestro cuando enseña a leer y escribir a un niño, son imágenes que no se olvida”, puntualizó reflexivo.
Cuando le pregunté por su gran empeño para lograr la creación del Colegio Nacional “Coronel Bolognesi”, me dijo: “sentía
mucha nostalgia viendo partir a los alumnos hacia Lima o Huaraz a su
egreso del 351 o del 378, muchas veces alejándose de sus padres, por
esta razón también luchamos en las calles para que Ancash tenga su
universidad y lo conseguimos”, y se paró sonriente, lleno de ánimo por la tarea cumplida.
“Quizá no lo crea señor Alvarado, que en las paredes y en los cipreses quedan los recuerdos de los alumnos”, subrayó mirando por la ventana el patio de la escuela; luego con sus manos hacendosas sacó del cajón de su escritorio un fajo de papeles y apretándolos con sumo orgullo a su pecho, señaló que eran los exámenes de los alumnos que egresaban ese año, quienes según su sentir serían excelentes profesionales. “Los padres no deben perder de vista el aprendizaje diario de sus hijos, ni esperar sentados la libreta de notas, pues la supervisión permanente incrementa las oportunidades de éxito”, repitió en dos oportunidades, subrayando la trascendencia del pensamiento. “Todo es importante en el proceso enseñanza-aprendizaje: un buen desayuno, las tareas escolares hechas oportunamente y no desvelándose a última hora, los niños deben dormir lo suficiente. Una primera etapa escolar deficiente, hace muy vulnerable a un hombre, porque en esta etapa se construye su personalidad, por eso el maestro de escuela es pieza fundamental en la sociedad y el mejor referente de un niño”, recalcó con énfasis, cada frase.
Cuántos
sueños, cuántas esperanzas del maestro Figueroa guardan las aulas del
351 de Chiquián, siempre abriendo caminos junto a sus colegas, porque él
también compartía su tarea de director con el dictado de clases, de
lunes a viernes desde antes de las 8 de la mañana hasta el ocaso y de 8
a.m. al mediodía los sábados.
Su
humanidad para con los niños, adolescentes y jóvenes que nos cruzábamos
con él en las veredas del pueblo, siempre fue un ejemplo de vida y un
bruñido espejo donde mirarnos diariamente. Hoy su ejemplo brilla en el
sol que cuida nuestros campos, en la lluvia que fecunda la semilla del
saber, en el viento que refresca el sudor de nuestra frente y en el
trino de las aves que abren la mañana junto al tañido de las campanas
llamando a clases. Elevo la mirada al cielo y lo veo iluminando nuestros
pasos con sus pupilas de ébano junto al Divino Maestro.
Viene
a mi memoria su mirada tierna pero profunda que expresaba su fortaleza
interior, fulgor que no se apagará, porque está en el corazón de todos
sus familiares que lo recordamos con cariño, y en las mentes de los seres
humanos que extrajeron valiosos conocimientos de su venero magisterial.
La
responsabilidad ante el pueblo bolognesino: ése fue el norte del
director Figueroa, suprema responsabilidad que muchas veces nosotros:
jóvenes, adultos y viejos, regateamos, pero que es necesario como el pan
de cada día para estar siempre al nivel de las exigencias de nuestra
generación, que es la época de la realización de los sueños de los
maestros que partieron al cielo. Un director nada afecto a los premios
ni a los halagos, modestia poco usual en un cargo directriz; sólo su memoria
pervive en el epitafio con su nombre, que en su diario peregrinar
sujetan con sus manos los niños que bajo su faro luminoso se hicieron
hombres de bien.
Tal vez este esbozo no refleja en su real magnitud la riqueza de su
personalidad;
como su apariencia un tanto seria provocaba cierta turbación en los
alumnos de otras escuelas que no lo trataron personalmente, pero poseía
un
corazón amable y una gran sensibilidad. Parco en palabras, se le
escuchaba con sumo respeto y atención, en la certeza de que en su voz
vibraban enseñanzas provechosas. Estudioso tenaz como sus
paisanos Santiago Antúnez de Mayolo y Áureo Sotelo Huerta, así como
poeta y músico excepcional como su coterráneo Jacinto Palacios
Zaragoza. Hace más de una década que acudió al llamado de Dios
cuando frisaba los 87 años de edad, dejando profundas huellas que son
seguidas por el pueblo chiquiano.
Sé
que no volverá físicamente señor director César Figueroa Cuentas, mas
hoy no pensaré en su obra en tiempo pasado, sino en tiempo presente; y
así será por siempre para su glorioso 351 donde late su corazón generoso: el
corazón de un GRAN MAESTRO PERUANO.