lunes, 4 de julio de 2016

MAESTRO TARAPAQUEÑO ANATOLIO CALDERÓN PARDO - EN EL DÍA DE SU ONOMÁSTICO


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Lima, 04 de julio de 2016
 
HOLA SHAY:
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El lunes 27 de noviembre de 1939 se fundó bajo el ala entusiasta de un grupo de jóvenes chiquianos: el "CLUB ATLÉTICO TARAPACÁ”, nombre que simboliza el valor de un heroico puñado de soldados peruanos que lograron la más célebre hazaña militar en bien de la Patria. Aquel día nuestra tierra renovó su espíritu deportivo para continuar irradiando su calidad futbolística a lo largo y ancho de Áncash y Huánuco.

Esta pléyade de talentosos jugadores, benefactores, dirigentes e hinchas, que hicieron posible su nacimiento, fueron: (en orden alfabético): Abel, Alberto, Alejandro, Anatolio, Antonio, Apolinario, Arcadio, Armando, Artidoro, Arturo, Belisario, Benjamín, Bonifacio, Calixto, Carlos, César, Crisólogo, Daniel, Elías, Ernesto, Eusebio, Félix, Felipe, Germán, Gregorio, Gudberto, Hernán, Hortencio, Jacobo, Jorge, José, Juan, Icha, Leonidas, Luis, Magno, Manuel, Mario, Mateo, Moisés, Oscar, Pedro, Perico, Raúl, Rómulo, Rubén, Segundo, Sulpicio, Teobaldo, Teófilo, Víctor, Virgilio y William, entre otros paisanos que pusieron la primera piedra (Fuente: Armando Alvarado Montoro).

Aquellos pioneros jugaban como buenos hermanos, sin falsos egos, envidias, desavenencias banales ni pregones de éxitos fugaces. No hab
ían macheteros tampoco cirujanos canilleros, sólo los impulsaba a compartir una pelota en la cancha, disfrutando al máximo con sana picardía para el deleite del público apretujado en las tribunas.
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Si bien es cierto que su brillante historia está jalonada de décadas cosechando copas y gallardetes, dentro y fuera de Bolognesi; también es cierto que los primeros años no fueron nada fáciles para ellos, pues tenían que darle forma y consistencia al equipo. Además, los adversarios de talento, humanidad y gran entrega que tuvieron, fueron forjados en el calor de la misma fragua deportiva.

Doy una mirada al pasado y recuerdo aquellos años de finales de década de los 50 e inicio de los 60 bajo los acordes de Tayta Cura que interpreta a todo pecho la banda de Huanri, como antesala a la fiesta de Santa Rosa, donde se yerguen bizarros las figuras señeras de cuatro jugadores excepcionales que dejaron huella imborrable en el piso de cascajo del estadio de Jircán:
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GUDBERTO IBARRA LOZANO (GUDBI):
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De impecable capacidad defensiva como zaguero y gran fortaleza en la marcaje zonal. Siempre inspirando confianza en el repliegue, gallardía y gran sentido de anticipación; salida clara y frontal, garra y entrega total, de excelente visión de juego e imparable shot. Amigo lector: por precaución, antes de seguir leyendo, apártese de la pantalla o puede caerle un puntazo de Gudbi, que juega un partido de final de campeonato en el cielo, con sus compañeros del Tarapacá.
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ANATOLIO CALDERÓN PARDO (ANACHO):
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Buen toque, fuerza y coraje como descendiente del legendario Luis Pardo; habilidad y pegada, inteligencia de gran nivel, marca, puntería, atento al juego y jugador versátil que podía desempeñarse en cualquier lugar de la cancha, hizo goles de magnífica factura. Pieza clave en el equipo, de rápida definición dentro del área. Considerado una pesadilla por los contendores de turno, más de uno imploró a Papalindo y a Santa Rosita para que no llegue a tiempo al terreno de juego y así evitar una goleada.
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GUDBERTO GUTIÉRREZ QUIROZ (BLAKAMAN):
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Portero elástico que tapaba más que "sotana", de manos ágiles, fuertes y seguras que no necesitaban guantes; de impresionantes reflejos y nervios de acero durante los penales y los tiros libres. Seguro entre los tres palos, un felino de Matara en los despejes aéreos con sus puños de lloque, imbatible portero. Magistral en los saques, la dirección y la colocación de los defensas en los tiros libres. Su gran sentido de anticipación evitó goles cantados en coro, manteniendo invicta su valla por largas temporadas.
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ARTURO BARRENECHEA NÚÑEZ (PAPASECA):
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Cintura de goma, canillas eléctricas en el juego de candela; de velocidad envidiable, saltos con impulso y cuarto, y amagues que dejaba birolo al rival, "lo ha hipnotizado shay", era el comentario en las tribunas de piedra, champa y tierra. Vivaz en los cambios de ritmo, habilidoso, inquieto e imparable en el dribling, un definidor cabal, un hacedor de estragos en la defensa rival, a muchos dejó sentados en el piso con sus quicas modelo pinquichida, siempre haciendo de las suyas con su risa cachacienta para sacar de quicio al contrincante. ¡¡¡¡¡AURASILO!!! (ahora sí) era el grito chiquiano desgarrador que manaba volcánico de la barra oponente cada vez que corría como huayco arrasador hacia el arco. Ser humano que fuera del estadio alegraba a sus amigos con su chispa innata, se consagró en Huaraz con un gol de palomita torcaza, casi de media cancha, que todos vieron menos el árbitro que ya había sido aceitado con caliche y un chancay de yapa.
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Pero no solamente el Tarapacá brilló en el deporte "rey", también lo hizo en vólei, donde figuras como nuestra recordada Chuli Garro Montoro, hermana del formidable jugador de fútbol "Pollito", lució en alto el gallardete tarapaqueño. De la hinchada ni qué decir, todos brindaban lo suyo: masajes, banderolas, naranjas, concordias, cantos, alegría por un holgado triunfo, un nudo marino en la garganta en un partido de pronóstico reservado y una hidalga tristeza frente a una derrota que nunca falta en el campo de carretillas, huachas, trancas y artilleros.

Muchos años de esplendor están grabados en la memoria del pueblo chiquiano. Empuje y coraje a toda prueba, desde Umpay hasta Quihuillán, desde Parientana hasta Tulpajapana. Siempre respetando la integridad física del adversario, fue y sigue siendo el norte de generaciones de tarapaqueños que se suceden desde los tiempos de los chimpunes con puente, los balones huancachos con paños cosidos a mano, blader de jebe y pichina ahorcada con tiento de cuero de vizcacha. Todavia resuenan los ecos de las hurras de algarabía de las barras al son de las bandas de músicos, y el grito ahogado de las tribunas cuando uno de los arcos entraba en pánico de gol por una hoja seca al viento o un sombrerito a la pedrada.
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Cuántos chuluc (grillos) fueron sacrificados por los chiuchis vaqueros bajo el grito agorero !huisca, huisca, huisca¡, nadie lo sabe. Cuántas bombachas y calzoncillos terminaron pichidos al final de un clásico Cahuide / Tarapacá, tampoco nadie lo sabe con exactitud. Cuántos goles de chalaquita con raspada de matanca, de taco sin tiza, de puntazos sin piedad y de cabecita con gorra incluida, están registrados en las retinas de propios y extraños; cuántas anécdotas frotan su historia con "Charcot", maletines y camarines al aire libre, mientras los chiuchis nos entreteníamos dominando balones de pucash y dos curpas como arco, no aptos para chacreros.
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Las fotos en blanco y negro donde los jugadores aparecen con gorritas de lana, canilleras, musleras y suspensores hasta la barriga, dan cuenta de una época de oro del fútbol macho, y que cada 27 de noviembre recordamos con cariño, día que por cosas que sólo ocurre en el Perú de mis amores, no es feriado aunque sea laborable, nos queda elevar una plegaria por los bravos soldados peruanos que se fajaron en Tarapacá, y cantar emocionado el himno del equipo:.

Tarapaqueño soy,
camisa verde
bien de adentro soy;
todos me quieren,
todos me odian
¡porque soy campeón!

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Con esta nota de gambetas y tiros al travesaño, no de pies utilizados como bisturí ni taladro humano, rindo mi más cálido homenaje a los valerosos soldados peruanos que el 27 de noviembre de 1879 impregnaron de sangre, sudor y lágrimas el campo de batalla de Tarapacá. Del mismo modo a cada uno de los aguerridos jugadores e hinchas del oro y verde TARAPAQUEÑO de todos los tiempos, que con su coraje, pundonor y entusiasmo, supieron dejar en alto el glorioso nombre que adoptaron con cariño.

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Tío ANATOLIO CALDERÓN PARDO. Que nuestro Señor de Conchuyacu, Santa Rosita y San Francisco de Asís, guíen sus pasos.

A nombre de mis hermanos,

Nalo .
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Maestro tarapaqueño Anatolio Calderón Pardo, en círculo
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