NOCHES DE LUNA LLENA EN AQUIA
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Por Javier Cerrate Núñez (Puncupa Surín)
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Llegar
al pueblo y sentir su espíritu era uno solo, seguramente el manso rumor
del río contribuía a ello, también la calidad de su gente era un
ingrediente muy especial, que nos preparaba a los que llegábamos allí,
tengo que aclarar que mi padre y yo llegábamos como "ciudadanos
pasajeros" ya que él llegaba como maestro de la escuelita del lugar y yo
como alumno de ella, desde el primer día, que guarda como recuerdo mi
memoria, supe que con este hermoso lugar teníamos una mutua comunión, en
ese entonces tendría yo, seis años aproximadamente, transcurría la
década de los cincuenta, no existía aún el alumbrado público, en ninguna
de sus versiones, la casa donde me tocó vivir este lindo recuerdo,
estaba cerca de la plaza principal, a la vera del río, que con sus
cristalinas y a la vez bulliciosas aguas arrullaban mi descanso,
llevándome primero por senderos inimaginados mientras conciliaba el
sueño, luego a la madrugada cuando mi cansancio ya menguaba su rumor era
quien me decía de viva voz: "estamos en Aquia", con lo que mi espíritu
se regodeaba, pensando en las nuevas aventuras y alegrías que me
esperaban para ese día, así despertaba, con esa esperanza que más de las
veces se convertía en realidad; muy temprano la señora de la casa, que
seguramente con su natural sentimiento maternal, me había "adoptado"
como su hijo, preparaba el desayuno, alegrando mi día con detalles de
"fiesta", mantel blanco, servilletas níveas, grandes tazas de loza,
humeantes, llenas de leche con "cocoa", despidiendo su apetitoso olor,
rebanadas de queso y un aromático pan, mi desayuno, era parte de las
alegrías del día, luego partir a la escuela, donde mis maestros
seguramente no desentonaban con mi buen humor, ya que mis recuerdos
fluyen siempre nostalgiosos, llenos de cariño para esas buenas gentes,
después de las clases, mi natural inclinación a los juegos hacía que me
rodeara de los mozalbetes de mi edad, sería por los meses de julio,
agosto, al ocultarse el Sol, el frío llegaba de golpe, pero no era
obstáculo para seguir jugando con mis amigos y compañeros de escuela,
abruptamente se hacía de noche, como ocurre en nuestros pueblos andinos,
pero las noches que me llevan a escribir esto, eran las noches de luna
llena, obviamente la oscuridad era un ingrediente más para nuestros
juegos, ya que algunos de ellos la necesitaban, "las escondidas", "la
pega", pero los cuentos de "aparecidos" eran los preferidos, sobre todo
por los más grandes, quienes contaminaban fantasiosamente nuestras
tiernas mentes, llenándolas de "almas", "ichicollco", "pisana maría",
mientras los más chicos seguían los relatos con los ojos casi
desorbitados y el corazón “al galope”, luego llegaba el momento, de que
ya teníamos que retirarnos cada uno a su casa, deshacer la reunión era
una utopía, nadie quería irse, cuando ya los más osados decidían
marcharse, la desbandada era total, al tomar mi camino, mis ojos
trataban de divisar las "almas": en las esquinas, en los zaguanes,
detrás de los árboles, mientras mi corazón latía alocadamente, mis pies
para entonces ya ni tocaban el suelo, era como si me hubieran salido
alas y en un santiamén estaba en mi casa, llegando de sopetón al cuarto
de mi padre, donde adelantaba su trabajo para el día siguiente, bajo la
luz de una vela, me preguntaba él, por qué mi apuro y para no pasar
vergüenza inventaba cualquier excusa baladí, mientras también me
dedicaba a mis deberes escolares, bajo su estricta mirada, de rato en
rato me corregía la caligrafía y también la ortografía, mientras el
sueño iba llegando desplazando al hambre y la sed, entonces mi padre
sabía que era hora de ir al comedor, para que no me durmiera sin cenar,
un pecado capital en su cabeza, entre sueños comía sin disfrutar, algo
ilógico en mí, ni siquiera de la mazamorra, que la agradable dueña de
casa había hecho, tan sólo por mí, que siempre fui goloso y que no dejé
de hacer saber esa afición a mi anfitriona, pero el cansancio se imponía
y llegaba dormido, en brazos de mi papá a mi cama, donde me depositaba
con ternura, mientras seguramente recitaba de memoria, las letras de un
viejo tango que decía algo así como: "Los músculos duermen y la ambición descansa",
por supuesto esto que digo solamente lo imagino, basándome en la misma
actitud de mi padre, en años posteriores, con mis hermanos menores, de
lo cual fui testigo.
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Gracias amable ciudad de Aquia, por el cariño que me brindaron en esos pocos meses que viví con ustedes.
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14 ENE 2006
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Comentario del 14 ENE 2006
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Bello
el relato hermano Puncupa Surín, son lecciones de vida que sobrevivirán
al tiempo mientras pinceles de fina sensibilidad como la que guía tu
mano, pinten aquellos ambientes vivificantes donde duermen nuestros
gratos recuerdos.
En estos momentos galopa en un rincón de la memoria el corcel de los pies alados y trae a mis retinas momentos cuando de niño viajaba en la canastilla del camión de mi viejo, con los ojos puestos en el río Huamanmayo, que bajaba murmurando buenas nuevas a los transportistas, arrieros y caminantes de almas fuertes.
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Cierro mis ojos... y me veo parado bajo el umbral de Aquia; hasta parece que aún me espera aquella linda infancia que dejé en sus calles empedradas, mojadas por la lluvia de enero, su bella placita, el Señor de Cáyac y su plaza de toros en hana barrio, desde cuyas pircas mirábamos los chiuchis chiquianos la corrida de toros. Espera de algo querido, como mis amigos de las familias: Morán, Vásquez, Alarcón, Damián, Arieta, Alva, Padilla, Carrera, Cueva, Tapia, Solis, Palacios, Alvarez, Zarazú, Barrenechea, Vía, Gamarra, Cerna, Rueda, entre otras fecundas raíces telúricas.
Gracias una vez más hermano, por irrigar mi mente con tu pluma colmada de tinta de nobles sentimientos por lo nuestro... Me gustaría continuar escribiendo, pero el corazón me aprieta y los dedos se anquilosan por la emoción... Al pie, vistas fotográficas de la ciudad de Aquia, paisajes: Señor de Cayac, río Huamanmayo, Pacarenca, Racrachaca, Pachapaqui y Yanashalash que todavía conservan nuestros pasos.
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Nalo Alvarado Balarezo
En estos momentos galopa en un rincón de la memoria el corcel de los pies alados y trae a mis retinas momentos cuando de niño viajaba en la canastilla del camión de mi viejo, con los ojos puestos en el río Huamanmayo, que bajaba murmurando buenas nuevas a los transportistas, arrieros y caminantes de almas fuertes.
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Cierro mis ojos... y me veo parado bajo el umbral de Aquia; hasta parece que aún me espera aquella linda infancia que dejé en sus calles empedradas, mojadas por la lluvia de enero, su bella placita, el Señor de Cáyac y su plaza de toros en hana barrio, desde cuyas pircas mirábamos los chiuchis chiquianos la corrida de toros. Espera de algo querido, como mis amigos de las familias: Morán, Vásquez, Alarcón, Damián, Arieta, Alva, Padilla, Carrera, Cueva, Tapia, Solis, Palacios, Alvarez, Zarazú, Barrenechea, Vía, Gamarra, Cerna, Rueda, entre otras fecundas raíces telúricas.
Gracias una vez más hermano, por irrigar mi mente con tu pluma colmada de tinta de nobles sentimientos por lo nuestro... Me gustaría continuar escribiendo, pero el corazón me aprieta y los dedos se anquilosan por la emoción... Al pie, vistas fotográficas de la ciudad de Aquia, paisajes: Señor de Cayac, río Huamanmayo, Pacarenca, Racrachaca, Pachapaqui y Yanashalash que todavía conservan nuestros pasos.
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Nalo Alvarado Balarezo
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Comentario 14 ENE 2006
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Apreciado paisano Puncupa Surín:
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A lo expresado por mi hermano Nalito, luego de la lectura a vuestra ágil y entretenida narrativa vivencial, situada justamente en los años que me tocó ver por primera vez la luz en nuestro "Espejito del cielo", sólo queda decirte muchas gracias por proporcionarnos momentos agradables y de gran emoción con tu relato NOCHES DE LUNA LLENA EN AQUIA, logro y aporte muy importante, digno de destacar.
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Seguro de vuestra anuencia, me estoy tomando la licencia de compartirlo con los amigos del FORO DE LA CONFRATERNIDAD BOLOGNESINA, en la página web:
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A lo expresado por mi hermano Nalito, luego de la lectura a vuestra ágil y entretenida narrativa vivencial, situada justamente en los años que me tocó ver por primera vez la luz en nuestro "Espejito del cielo", sólo queda decirte muchas gracias por proporcionarnos momentos agradables y de gran emoción con tu relato NOCHES DE LUNA LLENA EN AQUIA, logro y aporte muy importante, digno de destacar.
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Seguro de vuestra anuencia, me estoy tomando la licencia de compartirlo con los amigos del FORO DE LA CONFRATERNIDAD BOLOGNESINA, en la página web:
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Afectuosamente,
Felipe Alvarado Balarezo
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Fuente:
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Página electrónica del Club Chiquián
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Aquia - Áncash / PERÚ
LA JERUSALEN DE ÁNCASH
Por Vidal Alvarado Cruz
Un típico valle serrano se extiende a ambos lados del río Pativilca, casi cerca de su nacimiento, a 10 Km de la ciudad de Chiquián, capital de la provincia de Bolognesi en el departamento de Ancash. Este valle anida al pueblo de Aquia que según los lugareños provendría de una voz quechua que significa “vaso de oro”. Tanto por encontrarse al fondo de dos picachos nevados, el Tucu Chira y el Quicash, que lo flanquean en oriente y occidente. Aquia es un lugar muy frío, donde prevalece el invierno acompañado por cortos meses de una primavera no exenta de repentinas lluvias, razón por la cual los pobladores de caseríos aún más elevados dicen que “Aquia siempre está llorando”. Sus casas se perfilan junto al río, extendiéndose de sur a norte; y en la zona central más densa, casi se juntan los cerros Jerusalén y San Cristóbal con sus grandes farallones que lo tornan brumoso, ambiente penumbroso que lo baña de melancolía.
Sus
pobladores son descendientes de antiguos mineros, portugueses y
españoles, que dieron lugar al mestizo actual con sus especiales
características raciales, hombres y sobre todo mujeres de tez blanca
adornada de chapas naturales que el viento helado y la tonificante
brisa de la cordillera se encarga de pintarlas. De su seno han egresado
brillantes generaciones: estudiosos profesionales que han logrado
fama y nombradía en otros medios. Para
combatir el frío glacial, algunos antiguos pobladores llamados
“principales” implantaron el hábito de tomar el “chinguirito” compuesto
de aguardiente, agua, limón y azúcar que se bebe alegremente porque
entona el cuerpo, y el frío desaparece como por encanto.
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Una mañana apareció la tierra extraordinariamente iluminada, mientras por su límpido cielo volaban dos aves de rapiña como si hubieran descubierto carroña; sus cuerpos se reflejaban en el plateado río y sus sombras jugueteaban por los coloridos cerros. La gente se puso nerviosa, pensando que algo malo iba a ocurrir. Y ocurrió: La noche anterior a este memorable día, un tal Rufo había tenido una reunión de tragos y ya avanzada la noche se dirigió a la casa de su enamorada; envalentonado por el licor, golpeó la puerta, primero suavemente, pero como el frío arreciaba, golpeó más fuerte, cada vez más fuerte; como nadie salía, montó en cólera, se acordó de sus habilidades para cabecear y retrocedió unos cuantos pasos, luego tomó viada y se estrelló como un ariete humano contra la puerta que se abrió haciéndose trizas. Penetró al aposento de la enamorada y lejos de encontrar el abrigo que buscaba fue rechazado ásperamente y con insultos, y la actitud cada vez más agresiva del inoportuno visitante, determinó que los agraviados lo denunciaran y Rufo fue detenido en la gobernación del distrito. El padre de la denunciante era nada menos que el Juez de Paz del distrito, lo cual complicó la situación jurídica de Rufo, quien debía afrontar esa mañana los delitos de allanamiento de domicilio, faltamiento de palabra y obra, homicidio frustrado, violación, etc, etc, etc.
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Sumamente indignado salió el Juez de Paz y se dirigió a la plaza del pueblo donde solía encontrarse con las otras autoridades y demás principales para “cortar” la mañana. En efecto una vez reunidos, Juez, Gobernador y Alcalde contó lo ocurrido en la noche y resolvieron ahogar la cólera en chinguirito. Empezaron a beber. Copas van, copas vienen… los efectos del licor no se hicieron esperar; se pusieron inestables, salían y entraban a la taberna. De pronto el gobernador dio un grito:
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- ¡Supay!, ¡Supay! - llamaba.
Pasaba por ahí Ángel, quien por irónico contraste tenía el sobrenombre de “diablo”, como el gobernador ya se encontraba embriagado le llamó por su apodo, pero en quechua, ya que la palabra supay, que viene del quechua supi, emanación intestinal sonora, también significa diablo. El apodo de diablo le venía a Ángel por el gran parecido de éste a Satanás, cuya imagen yace pisado en el vientre por San Miguel, patrón del pueblo. Angel Diablo Supay, ni corto ni perezoso, acudió a tan honrosa invitación y se alineó con su vaso mandando por su parte otra tanda de calentado.
Y así fue engrosándose al contingente de bebedores, porque también los otros llamaban a los transeúntes que inocente o dolorosamente cruzaban de propósito la plaza para ser involucrados en la borrachera que, a eso de las 10 de la mañana era casi general. Y poco a poco comenzaron a formarse dos bandos: Los que patrocinaban la inmediata excarcelación de Rufo y los que defendían la honorabilidad del Señor Juez de Paz.
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Una mañana apareció la tierra extraordinariamente iluminada, mientras por su límpido cielo volaban dos aves de rapiña como si hubieran descubierto carroña; sus cuerpos se reflejaban en el plateado río y sus sombras jugueteaban por los coloridos cerros. La gente se puso nerviosa, pensando que algo malo iba a ocurrir. Y ocurrió: La noche anterior a este memorable día, un tal Rufo había tenido una reunión de tragos y ya avanzada la noche se dirigió a la casa de su enamorada; envalentonado por el licor, golpeó la puerta, primero suavemente, pero como el frío arreciaba, golpeó más fuerte, cada vez más fuerte; como nadie salía, montó en cólera, se acordó de sus habilidades para cabecear y retrocedió unos cuantos pasos, luego tomó viada y se estrelló como un ariete humano contra la puerta que se abrió haciéndose trizas. Penetró al aposento de la enamorada y lejos de encontrar el abrigo que buscaba fue rechazado ásperamente y con insultos, y la actitud cada vez más agresiva del inoportuno visitante, determinó que los agraviados lo denunciaran y Rufo fue detenido en la gobernación del distrito. El padre de la denunciante era nada menos que el Juez de Paz del distrito, lo cual complicó la situación jurídica de Rufo, quien debía afrontar esa mañana los delitos de allanamiento de domicilio, faltamiento de palabra y obra, homicidio frustrado, violación, etc, etc, etc.
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Sumamente indignado salió el Juez de Paz y se dirigió a la plaza del pueblo donde solía encontrarse con las otras autoridades y demás principales para “cortar” la mañana. En efecto una vez reunidos, Juez, Gobernador y Alcalde contó lo ocurrido en la noche y resolvieron ahogar la cólera en chinguirito. Empezaron a beber. Copas van, copas vienen… los efectos del licor no se hicieron esperar; se pusieron inestables, salían y entraban a la taberna. De pronto el gobernador dio un grito:
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- ¡Supay!, ¡Supay! - llamaba.
Pasaba por ahí Ángel, quien por irónico contraste tenía el sobrenombre de “diablo”, como el gobernador ya se encontraba embriagado le llamó por su apodo, pero en quechua, ya que la palabra supay, que viene del quechua supi, emanación intestinal sonora, también significa diablo. El apodo de diablo le venía a Ángel por el gran parecido de éste a Satanás, cuya imagen yace pisado en el vientre por San Miguel, patrón del pueblo. Angel Diablo Supay, ni corto ni perezoso, acudió a tan honrosa invitación y se alineó con su vaso mandando por su parte otra tanda de calentado.
Y así fue engrosándose al contingente de bebedores, porque también los otros llamaban a los transeúntes que inocente o dolorosamente cruzaban de propósito la plaza para ser involucrados en la borrachera que, a eso de las 10 de la mañana era casi general. Y poco a poco comenzaron a formarse dos bandos: Los que patrocinaban la inmediata excarcelación de Rufo y los que defendían la honorabilidad del Señor Juez de Paz.
Los
parciales de uno y otro personaje, envalentonados por el licor
pasaron de la conversación a la discusión; ya era una algazara donde
intervenían aun los transeúntes que no bebían; vino el griterío y los
agravios personales, casi, casi los pugilatos. La gresca fue creciendo
anticipándose un escándalo de proporciones. Cuando ya casi todo el
pueblo participaba parecía un mitin político con dos grupos de
manifestantes, con programas antagónicos. Los tinterillos gritaban
levantando los vasos de chinguirito; todos tenían algo que decir;
algunos reían medrosamente cuidando de que algún preponte los
atropelle.
La presencia de las mujeres redondeó el caso.
Mientras que las jóvenes tomaban partido por cada uno de los
protagonistas, las viejitas tímidamente invocaban al Altísimo para que
acuda en amparo de esa masa enardecida. Pero la mecha estaba encendida
y había voluntad de aflorar en cada corazón el instinto de la
pugnacidad. Surgieron antiguas rivalidades familiares, enconos
reprimidos y hasta ideas políticas que actualizó la lucha de clases…
Se gritaban, vivaban a uno y a otro partido, a los clubes deportivos,
rivales, etc. Pero la cosa pasó de negro a nigérrimo cuando las
mujeres maduras entraron a batallar.
Calle típica de Aquia
De la banda opuesta a la cumbre del cerro Jerusalén alguien había visto descender a una persona como si estuviera dentro de un ascensor de cristal; este personaje aparecía segundos después en el ojo de la tormenta. Era un hombre de talla media, de raza blanca, barba partida, mirada penetrante y un gran poder sugestivo. Súbitamente la gente enmudeció. Caminando lentamente, con paso firme llegó hasta ponerse frente al Juez de Paz. En ese momento se produjo un ligero temblor y se sintió un olor a azufre quemado. Ángel Diablo Supay se había hecho humo. El Juez brutalmente borracho, con su vaso de chinguirito en la mano izquierda tambaleaba, presumido, al parecer convencido de que la mayoría del pueblo lo respaldaba:
- Yo garantizo a Rufo - dijo el desconocido.
El Juez que ya no era de paz sino de guerra, herido en su amor propio reaccionó:
- ¿Y quién te garantiza a ti?
Tras
estas palabras el iracundo Juez le propinó una bofetada en la mejilla
izquierda. El incógnito personaje asimiló la pegada y ante el asombro
de la multitud, humildemente le ofreció la mejilla derecha. Luego de
un breve rato de vacilación durante el cual nadie atinaba a decir ni a
hacer nada, los lidercillos reiniciaron el debate Rufo versus Juez.
Volvió a encenderse la hoguera, pero como ocurre siempre en los pueblos
olvidados, las mujeres definieron el caso enfrascándose en tremendos
insultos. Con la versátil imaginación que las caracteriza, se
olvidaron de Rufo; y ahora las damas formaron dos bandos: Las del
Juez, liderados por al esposa de éste y las que gritaban a favor del
desconocido, lideradas por una tal María, a quien le decían “La
Magdalena” por su excepcional belleza y su doctrina liberal aplicada en
su azarosa vida amorosa. María La Magdalena se despachaba de lo lindo
contra el juez a quien calificó de borracho, mujeriego y prevaricador.
Al oír estas injurias, la mujer del juez, se lanzó vociferante sobre
María y jalándola de los pelos y gritando en lengua vernácula:
- Rauraycarmi shimiquipa yaycushag siquiquita yargaramushag (*).
- Racatam musasinhagaqui shatay … shatay… goshgata (**) – replicó María La Magdalena.
Una
estruendosa carcajada retumbó en todos los ámbitos de la plaza. La
incontenible risa de todos los que escucharon este intercambio de
insultos cambió el panorama. Algunos se alejaban a espacios más claros,
agarrándose el vientre con las dos manos; otros se limpiaban los ojos
con el pañuelo y buscaban las paredes más escondidas para miccionar…
En
una esquina de la plaza, Sócrates, un hombre bajo y rechoncho, se
revolcaba igual que un epiléptico en crisis. Y es que no hay palabras
precisas en la lengua de Cervantes para graficar como el quechua, las
poses ridículas en que se invitaban ambas contrincantes. Y de haberlas,
serían impublicables por respeto a nuestra civilización occidental y
cristiana.
Las gentes un tanto serenadas se preguntaban intrigadas
sobre la identidad del personaje que había tranquilizado a la multitud.
Como siempre, todos se atribuían el honor de conocerlo de vista,
solamente de vista. En algún sitio lo he visto a éste decían. Y cada
cual quería que su opinión prevalezca.
María
La Magdalena daba la impresión de ser la antigua amiga del humilde
forastero y cada vez más cerca de él contemplaba arrobada el sereno
rostro del apaciguador. En un momento dado levantó su profunda mirada y
su silueta se destacó dentro del gentío, levantó los brazos, hizo
ciertos movimientos con las dos manos y pronunció algunas palabras como
en latín; se agarró las dos mejillas, se inclinó un poco y lloró. Ya
atardecía.
En Aquia el sol aparece a las 9 a.m., y se oculta a las 3
p.m. Me refiero a la parte urbana que goza, que disfruta de los dorados
rayos solares al mediodía, dando la sensación de ser un “vaso de
oro”.
El apaciguador con pasos firmes
pero pausados comenzó a caminar rumbo al norte, por la calle más larga
y paralela al río, tomando luego el camino hasta Cáyac. La multitud
le seguía en masa, como atraídos por un poder misterioso; y al
recordar la afrenta que sufrió, todos lloraban en señal de desagravio.
A dos Km del pueblo hay un meandro, el río forma un remolino, el agua
presenta hondas espirales antes de seguir por su cauce. Ahí entró el
gringo, palabra con que lo bautizaron, y vieron con estupor que no se
hundía. De pie sobre el agua alzó una vez más los brazos y les dijo:
- Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Después
dio tres vueltas en espiral y al llegar al centro, se hundió
desapareciendo totalmente. En esos momentos se oyó el canto de la
lechuza, que se había posado en la cumbre izquierda y se convirtió en
nieve, dando lugar a la cumbre de Tucu Chira; el huaman voló moribundo
tras del Quicash, donde cayó llorando junto a la laguna de su nombre
Huamanhuegue…
Glaciar Tucu Chira- Aquia (Bolognesi - Ancash)
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El
pueblo de Aquia ha levantado una capilla donde anualmente se celebra
la Misa en honor del Señor de Cáyac. Dice que es muy milagroso, pero
castigador, sobre todo cuando el inadvertido visitante se atreve a
dudar sobre la autenticidad de los rasgos de la imagen.
Años más tarde el caprichoso río cambió un poco su cauce y dejó a flor de tierra un tremendo canto rodado, una piedra donde se aprecia nítidamente la imagen de Cristo Yacente, tal como se lleva en las procesiones de Viernes Santo.
Es pues la tumba de Cristo enb Aquia, la Jerusalén de Ancash.
Años más tarde el caprichoso río cambió un poco su cauce y dejó a flor de tierra un tremendo canto rodado, una piedra donde se aprecia nítidamente la imagen de Cristo Yacente, tal como se lleva en las procesiones de Viernes Santo.
Es pues la tumba de Cristo enb Aquia, la Jerusalén de Ancash.
(*) Ardiendo voy a entrar por tu boca y salir por tu ano (**) voy a hacer besar mi vagina recientemente contactada.
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Un trocito de la novela DEL MISMO TRIGO - Bodas de Oro del Colegio "Coronel Bolognesi" de Chiquián - 2007 - Nalo AB
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..."Más abajo discurre el río Aynin después de haber regado la encajonada joya
bolognesina de Aquia que cautiva a los visitantes con su santuario
erigido al Señor de Cáyac, cuya fiesta se celebra el 3 de mayo. Aquia
tiene una preciosa plaza de armas con árboles bien podados donde
resaltan las figuras de la fauna andina. Asimismo cuenta con una
próspera piscigranja en Racrachaca y la central hidroeléctrica de
Pacarenca. Al igual que Huasta, es un distrito pródigo en productos de
pan llevar, fiestas costumbristas, leyendas, danzas y platos típicos. A
la fiesta en honor a su patrono Arcangel San Miguel de Aquia, que se
celebra el 29 de setiembre acuden muchos hijos aquinos residentes en
todo el mundo, y también cientos de pobladores de Chiquián, Huasta,
Carcas y Huallanca que encuentran mucha hospitalidad durante la
festividad.
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En
Aquia está afincado el nevado de Pastoruri escoltado de puyas, que es
visitado por cientos de turistas diariamente. En su rica superficie
destacan por su belleza las lagunas de Jaracocha, Tancan, Huantuc y
Mishacocha; también cuenta con las aguas termales de Shalanca y los
monumentos arqueológicos de Tallenga (antigua hacienda de la familia
chiquiana Ramos / Ibarra), Quinchapata, Purunmarca, Shulaymarca,
Hualancajirca, Shulca y Pucamachay, entre otras.
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Fue
creada por Ley del 02 ENE 1857 y está ubicada a 3,335 m.s.nm. El
distrito de Aquia (provincia de Bolognesi), cuenta con nueve anexos:
Racrachaca, Pacarenca, Vista Alegre, Villanueva, Uran Yacu, San Miguel,
Suyan, Pachapaqui y Santa Rosa. Limita por el Norte con los distritos de
Chavín (Huari) y Huallanca (Bolognesi), por el Sur con el centro
poblado de Carcas (Chiquián), por el Este con el distrito de Huasta
(Bolognesi) y por el Oeste con el distrito de Catac (Recuay).
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De
los deshielos de sus nevados de Tucu nacen los ríos: Santa y Pativilca,
dos de las más importantes corrientes de agua, que luego de saciar la
sed de los valles interandinos, se confunden con las aguas del litoral
peruano..."
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GALERÍA FOTOGRÁFICA:
"AQUIA Y SU BELLEZA"
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