ORIGEN MÍTICO DE AIJA
Rogger Alzamora Quijano
Tras los collados descubiertos en la majestad del paisaje,
senderos piedra, campos ichu, lagunas, cumbres y parajes,
bajando pendientes de somera calma, brujo encanto y paz invariable,
sembraron con piedras la desafiante cuesta y dibujaron el perro:
un laborioso mapa donde ocasos y albores se bañan en oro.
Al pie de dos celosos imanes de ojos negros,
con el azul intenso aparcado para siempre sobre sus ceños,
el río meditabundo de cabellera plata y rumor bandada
y un paisaje de verdes oníricos acariciados por el viento,
fueron colocados los azulejos de adobe y rojo teja.
Aija, la tierra del genético orgullo y la sapiencia innata.
La culta progenie dispersó la mies generosa hasta los confines.
Dorados trigos, papas violeta, eucaliptos, peces y ganado.
Trazaron sabiamente en las montañas sus veleidosos caminos
que cimbreantes trepan y caen hacia recónditos acantilados.
Desde aquellos primigenios tiempos en la flamante ciudad paraíso
se decretó para cada mediodía una amalgama de humeantes aromas
que danzan su nobleza sobre la ciudad, sólo para dejarse compartir.
Tal fue el legado de los fundadores, que así abolían la mezquindad.
La lluvia derrama su maciza mirada sobre las brumas de invierno.
Con su manto promisorio brama la firme y animosa riada.
Las tierras calman su sed y prometen buenas cosechas,
conforme a los sabios designios de los imperiales abuelos.
Hoy persisten bajo la celosa égida de Santiago el Mayor.
El estío deberá ofrecer su sonrisa -dictaron los patriarcas-;
las montañas entronizarán al soberano sol de los incas
en albas solemnes y mayestáticos crepúsculos;
las praderas se lucirán con las aves en una fastuosa sinfonía
de pleno color y música. Se le llamará: armonía aijina.
El ancho cielo nocturno alberga desde entonces
todas las constelaciones y abruptos laberintos cósmicos.
Es un atlas adonde los viajeros de largo aliento acuden
para no perder el rumbo en las intrincadas sendas,
que siendo osados aijinos, deben acometer en honor a su abolengo.
Así fue como Aija, la noble ciudad, tuvo su origen.
En el lugar propicio para el cultivo del espíritu,
los sueños
y la libertad.
Rogger Alzamora Quijano
Tras los collados descubiertos en la majestad del paisaje,
senderos piedra, campos ichu, lagunas, cumbres y parajes,
bajando pendientes de somera calma, brujo encanto y paz invariable,
sembraron con piedras la desafiante cuesta y dibujaron el perro:
un laborioso mapa donde ocasos y albores se bañan en oro.
Al pie de dos celosos imanes de ojos negros,
con el azul intenso aparcado para siempre sobre sus ceños,
el río meditabundo de cabellera plata y rumor bandada
y un paisaje de verdes oníricos acariciados por el viento,
fueron colocados los azulejos de adobe y rojo teja.
Aija, la tierra del genético orgullo y la sapiencia innata.
La culta progenie dispersó la mies generosa hasta los confines.
Dorados trigos, papas violeta, eucaliptos, peces y ganado.
Trazaron sabiamente en las montañas sus veleidosos caminos
que cimbreantes trepan y caen hacia recónditos acantilados.
Desde aquellos primigenios tiempos en la flamante ciudad paraíso
se decretó para cada mediodía una amalgama de humeantes aromas
que danzan su nobleza sobre la ciudad, sólo para dejarse compartir.
Tal fue el legado de los fundadores, que así abolían la mezquindad.
La lluvia derrama su maciza mirada sobre las brumas de invierno.
Con su manto promisorio brama la firme y animosa riada.
Las tierras calman su sed y prometen buenas cosechas,
conforme a los sabios designios de los imperiales abuelos.
Hoy persisten bajo la celosa égida de Santiago el Mayor.
El estío deberá ofrecer su sonrisa -dictaron los patriarcas-;
las montañas entronizarán al soberano sol de los incas
en albas solemnes y mayestáticos crepúsculos;
las praderas se lucirán con las aves en una fastuosa sinfonía
de pleno color y música. Se le llamará: armonía aijina.
El ancho cielo nocturno alberga desde entonces
todas las constelaciones y abruptos laberintos cósmicos.
Es un atlas adonde los viajeros de largo aliento acuden
para no perder el rumbo en las intrincadas sendas,
que siendo osados aijinos, deben acometer en honor a su abolengo.
Así fue como Aija, la noble ciudad, tuvo su origen.
En el lugar propicio para el cultivo del espíritu,
los sueños
y la libertad.
Provincia de Aija, ÁNCASH - PERÚ