lunes, 2 de septiembre de 2019

NUNATORO - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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NUNATORO
 
 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Mañuco Montoya jamás pensó que terminaría estoqueado por “atrasador” en una fiesta patronal.
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Con el paso de los años resulta irónico imaginar, cómo unos cuantos segundos pueden causar tanta dicha y tanto espanto a la vez. Posiblemente si a todos nos pasara lo mismo, el mundo sería un concierto de cuernos, estocada y muerte de madrugada.

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Fue una tarde de espontáneos, ponchos, trago y pitones afilados. Primero una mirada de reojo, luego unos guiños imantados, de palinca a palinca, hurgándose como palla y camachico bajo el celestino firmamento.

Culminada la corrida se enlazaron en una interminabale huaylishada por las calles vespertinas del pueblo, aprovechando que el longevo mariachi se fue tambaleante a dormir la mona hasta el día siguiente. 
 
Después bailaron chinguirito en mano al son de la banda de Mangas en la casa del Capitán de la fiesta, acariciándose, amándose y saboreándose con los ojos pecadores, zapateando duro y parejo hasta sacarle viruta al piso de aliso: 'mi abuelito con tu abuelita toda la noche canchis, canchis'.
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A la una de la madrugada ya no pueden refrenar las ansias de estar cóncavo y convexto sobre el quicuyo esponjoso, inspirados por la cómplice luna de Racrán, y borrachos de deseo incontenible abandonan la fiesta entre pasodobles, risas, miradas y avellanas. 
 
El viejo mariachi sueña que lo cornean y despierta atormentado a las 2 de la madrugada, la borrachera cede por la angustia, y sale a buscar a su joven consorte con la espada desenvainada.
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Mientras la pareja de sacavuelteros camina hacia la periferia, el rostro radiante del pecado ilumina la vereda de lajas. Él sube los párpados y ve reflejada su sonrisa juvenil en las negras pupilas de la noche... van trémulos, pero temerarios hasta el delirio, oteando por todos lados la imagen del mariachi que ya siente en su frente el nacimiento de una cornamenta patronal.
 


A poca distancia la mano derecha del Nunatoro prepara una estocada certera en el riñón izquierdo de Mañuco Montoya. Tiene los ojos inyectados de rabia por la cornada de fin de fiesta.

Una vez en el ruedo de pircas, "la trampa" se emplaza en el centro del tálamo de quicuyo como verónica en celo...
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Los movimientos de la pareja son chicuelinas con vaivenes clandestinos, como para quitarse el sombrero y ponerse los lentes de aumento... de pronto Mañuco Montoya siente el estoque desgarrando su espalda hasta el duodeno. 
 
 
 
Baja los párpados, y en su agonía se ve caminando de puntillas hacia un ruedo real, donde la suerte suprema acecha, junto a una cruz de madera que señala el lugar de su tumba.
 
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Fuente:

"El Juguete y Otros Cuentos", de Nalo.
 
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