LA ZORRA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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'Así
como los llanques de los arrieros abrieron caminos y brotaron semillas a la vera; también los relatos andinos danzan con la lluvia y
el viento haciendo florecer el dulce canto. Son voces que acarician los
sentidos, donde se hacen camino, luvia, viento, semilla y canto... Nalo AB - Paris, OCT 84'
Caminando empujada por el viento va la vieja zorra en busca de alimento, para llenar de leche su ubre seca. Hace unos meses fue cortejada por un joven
zorro que la abandonó preñada. Ha parido hace dos semanas y sus
cachorros no maman en las últimas 24 horas.
La otrora raposa temida por los rebaños carga doce años sobre su lomo flaco y tiene la mirada opaca. Atrás
quedaron los años de gloria que el hambre desmadeja. Sus dobladas
orejas anuncian que va perdiendo la batalla contra el tiempo.
En
sus años juveniles marcaba su territorio desde las estribaciones del
glaciar Tucu Chira hasta la laguna de Conococha. Durante el día
atravesaba Toca, Recrec, Tinya y Chonta, alimentándose de aves y
roedores. En las noches descendía discreta a los rebaños y sacaba entre
sus fauces un cordero para asegurar su ración de carne. Con
frecuencia caminaba sola, sólo en época de celo andaba con su pareja
de turno hasta el tiempo de cría.
Doce
años trajinando la estepa chiquiana es demasiado tiempo para un animal
de presa. Sus movimientos son cada vez más lerdos, mas sus mandíbulas
siguen fuertes, augurando un par de inviernos de
gracia como
cazadora nocturna.
Baja los párpados y mueve su lengua. Se le está haciendo agua la boca. Abre los ojos y ve que la luna se oculta entre las nubes dejando sombrío el campo de batalla. Aprovecha este momento de suerte y se abalanza sobre el becerro arrancándole un trozo de carne de una dentellada. El puma lanza un zarpazo que la zorra elude.
F
Ayer,
en horas de la tarde, unos pastores la vieron en el bosque de piedras de Alalaj
Machay. Comentan que bajó caminando renga al pajonal donde estiró su
cuerpo enjuto, paró sus orejas como pudo y se sacudió del polvo que
cubría su pelaje, quedando al descubierto una cicatriz enorme en el
vientre de su lucha con un puma de Puscayán.
Entrada la noche su aullido rompe el silencio de los cerros cubiertos de ichu y roquedales. Las huellas de un puma han aguzado sus sentidos y trata de comunicarse con otros zorros que merodean cerca. Sigue
las huellas del felino rozando el ichu con su hocico puntiagudo, y ve tras un peñasco a
un puma de piel aleonada recostado sobre un becerro muerto, iniciando su
festín.
Escruta unos minutos al puma y confirma que es el mismo
depredador que hace unos años dejó la marca de sus filudos caninos en su
vientre. Se
ubica a una distancia prudencial, efectúa un recorrido visual y ve
agazapados a cuatro jóvenes zorros observando
al puma y su presa.
Baja los párpados y mueve su lengua. Se le está haciendo agua la boca. Abre los ojos y ve que la luna se oculta entre las nubes dejando sombrío el campo de batalla. Aprovecha este momento de suerte y se abalanza sobre el becerro arrancándole un trozo de carne de una dentellada. El puma lanza un zarpazo que la zorra elude.
Su
éxito inicial anima a sus jóvenes compañeros y en unos segundos todos
los zorros rodean
al puma. Este se pone de pie ronroneando enérgico. Una breve pausa y los
zorros
inician un sorpresivo ataque, luego otro y otros, liderados por la vieja
zorra. El puma se revuelve en el pasto tratado de
ahuyentarlos en cada acometida, pero la vieja zorra, aprovechando un
descuido
le hunde sus colmillos desgarrándole el lomo. El felino, muy adolorido,
salta sin suerte sobre uno de
los jóvenes zorros y retorna a su presa. Los
zorros se alejan unos metros simulando una retirada, y como si todo
estuviera planificado embisten al puma, mordisqueándole las patas,
el cuello y la cola. Al verse acosado por todos los flancos no le queda
otra salida al puma que huir, perdiéndose en la oscuridad.
Una
hora después del becerro quedan pocos huesos, manchas de sangre en el
suelo y piltrafas de carne colgando en las matas de ichu.
Pronto
llega el alba con un cielo que se muestra aborregado. La vieja zorra
camina despacio con su barriga abultada de carne. A su paso encuentra un
lugar seguro donde digerir y acumular leche en su ubre. Se recuesta y
reflexiona sobre las hebras del que dispone la vida para tejer combates
de esta naturaleza en las mesetas andinas. Siente que sus pupilas se
humedecen recordando el triunfo de hace unas horas y esboza una sonrisa
sintiéndose útil todavía.
Ya
es mediodía, la vieja zorra ha descansado lo suficiente, su ubre está
llena, y emprende el retorno a su madriguera, abrigada por el sol de la tarde que
derrama su lluvia de oro en los pajonales...
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VOCES NATIVAS
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Aborregado:
Nubes que surcan el cielo de grupo en grupo
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Alalaj Machay: *
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Aborregado:
Nubes que surcan el cielo de grupo en grupo
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Alalaj Machay: *
Paraje de roquedales junto a Tupucancha
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Ichu:
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Ichu:
Gramínea de hojas delgadas y punzantes
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Pajonales:
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Pajonales:
Lugar donde crece en manojos la paja brava.
Fuente:
RELATOS DE LA PUNA, de NAB