PABLO MANUJEL CALDERÓN YÁBAR
¡PRESENTE"
Hermano Pablín, tú nunca morirás, vivirás por siempre en el corazón de todos los que te amamos, recuerda que somos una caravana infinita: tu querida esposa e hijos, tíos, hermanos, primos, cuñados, sobrinos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, familiares de hoy, mañana y siempre. Tú estarás presente en cada uno de nuestros latidos como una bendición, porque fuiste ejemplo de vida, ser humano generoso, estudioso, trabajador, inteligente, siempre bendecido por Jesús y entregado a las causas más nobles en bien de los demás.
Agradezco a Dios y a nuestra amada Virgen María por haberme brindado tu calidez durante 65 años. Hijo de padres amorosos: Eni y Pablito. Cierro los ojos y en el écran del recuerdo me veo a tu lado, empujando tu bicicleta nueva por el Jr. Leoncio Prado rumbo al canchón de Jircán, donde nos esperan para estrenarla: Patuco, Mañuco, Ishilín, Cañita, Uyuy, Calocho, Pochito, Ticucho, Anchita y Felipón. También me veo jugando y cantando en Tupucancha una mañanita de enero en los albores del sesenta. Tú, para entrar en calor, cantas fuerte La Calandria como Pedro Infante, mirando Shajsha Machay envuelto en un manto de neblina. Mirtha, Felipe, Durid y yo gozamos escuchándote, tiritando en la tácuna de piedras que nos protege un poco del viento helado de la puna. Esas imágenes queridas palpitan sin cesar en mi pecho desde aquellos sesentas, y así será hasta el último aliento de vida que Dios me dé, hermano mío. Gracias por tu cariño a Lula y por amar a mamá Catita, a mis padres, a nuestros seis hermanos, a mis cuatro hijos y a mis cinco nietos.
Sé que en la Mansión Celestial te han recibido con ternura de arrullo nuestros ángelitos: Eni, Pablito, Catita, Mamamita, Jeshu, Arman, Wilmita, Elizabeth, Elacho, Rococho, Honocho, Puco, Albertina, Betty, Chemo, Apopo, Chanti, Úrsula, Gonzalo, Arquímedes, Milton, Calolo, Goyo, Pancho, Perico, Iván, Tocho, Wily, Adolfo, Rogelio, Cholito Corazón, Marco, Tico, Abilio, Lucho, Loli, Payo, Arturo, Mauro, Hugo, Víctor Rafael, Javi, Alfonso, Gelacio, Carlos, Efrita, Oswaldo....
Gracias por todo tu amor bendito, Pablín.
Con profundo dolor de hermano,
Nalo
PD. Pablin, Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Ingeniería UNI), se venía desempeñando como gerente de la Telefónica en Puerto Maldonado, MADRE DE DIOS cuando enfermó. Deja esposa y dos hijos, ejemplos vivos de su misión ejemplar en la Tierra. Pablín, dueño de un espíritu sensitivo que trasciende lo declarativo, es uno de los protagonistas más entrañables en el arqueo de mis vivencias telúricas en Chiquián del ayer. Oremos por su alma buena.
RECUERDOS
¡HOMENAJE A LAS MADRES DE MI TIERRA!
Por Pablo Manuel Calderón Yabar (Pablín)
Ayer rosas rojas,
hoy blancas con tu partida;
el mañana llegará…
juntos nuevamente.
Como antes…
como ayer…
regalándome la vida
llenándome de amor.
Un plan tengo ya,
un regalo quiero darte,
especial debe ser,
el día es propicio.
Rosal de rosas rojas
injerto de rosas blancas
la tierra es chiquiana
la “tina” con agua santa.
Todo quedó listo
mi sorpresa es rojiblanca
los botones van a rosas
por Bolognesi cojo una.
El aroma de esta flor
se esparce por los cielos
es perfume de agua santa
Juan Pablo (II) las bendijo.
Mi madre huele ya,
el aroma a Santa Rosa
a santa de Chiquián
Juan Pablo (II) las condujo.
“Santa Rosa es la flor,
nuestras madres en el cielo
adivinaron la sorpresa
que festejan muy felices”.
Hay un coro en el cielo
oigo a Tina, Jesús y Catalina…
Paisana, paisano ¡el coro está completo!
Están todas… todas las madres nuestras.
¡No hay motivo de tristeza!
El milagro… se produjo
Hay brindis celestial
¡¡¡Por las madres de mi tierra!!!
CAPÍTULO XXXVI
JIRCÁN:
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Parte 1
Gracias a Dios hermano mío, nuestra infancia en el barrio chiquiano de Jircán fue una etapa maravillosa. ¿Recuerdas?, allí reinaba el juego al aire libre como actividad motora durante los doce meses del año; etapa cuando los tinyacos aún no se habían enamorado de la “Negra Tomasa”, pero ya sonaba en los viejos Telefunken a pilas el corrido mexicano “Si Adelita se fuera con otro la seguiría por tierra y por mar”, en la voz del chivillo estadounidense Nat King Cole.
- “La única riqueza en este mundo son los niños, más que todo el dinero y el poder”
- “Incluso el hombre más fuerte necesita amigos”
- “Un hombre que no sabe ser un buen padre, no es un auténtico hombre”.
Por eso hoy, que la vida empieza a desacelerar su ritmo para los que ya pintamos canas; Hoy, que comienzan a despuntar las arrugas haciendo canaletas horizontales en la frente; hoy, que las calles de Jircán, como las calles de otros barrios chiquianos, están desiertas de niños jugando felices, acompáñame hermano mío en un viaje en el tiempo a través del recuerdo de nuestros juegos favoritos de pequeños alfareros, amantes a ultranza de la Pachamama, juegos gratuitos que nos hicieron muy dichosos, más humanos... porque como rezan estos dos dichos populares: “Lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre” y “Hay cosas que no se pueden comprar con dinero”.
Durante los meses de carnavales en la década de los años sesenta, el SHOGUET, juguete que arroja agua, fue el instrumento de baño a presión en las calles de Chiquián.
El más diestro en el manejo del shoguet fue Patuco Allauca Calderón. Patuco adaptó un inflador de llanta como lanzador de agua. Dicho inflador se le cayó al camión “fantasma” cuando apareció frente a nosotros de manera sorpresiva, obligándonos a torearlo sin poncho ni capote con un ¡Ooooole! pálido y asustado.
Cuando Patuco ponía en funcionamiento su shoguet, bastaba una descarga contra una chica para dejarla empapada de la cabeza a los pies. En cambio de los demás niños consistía en un pedazo de carrizo de 20 centímetros, una coronta o un trapito sujeto a la punta de un alambre y estaba listo para arrojar medio litro de agua de pilón o de canaleta.
Antes de cada gira por otros barrios para chuncar y jugar “choque”, nos aprovisionábamos de lo necesario para efectuar una buena faena. La etapa preparatoria era clave para mantener templado el pulso y no errar en los tiros.
Los domingos y feriados por la mañana, el estadio de Jircán se convertía en el punto de encuentro de la collera del barrio. Allí jugábamos fulbito, a la ronda y dominábamos balones de “pucash” (vejiga de chancho). En este último destacó Ishilín Alvarado, quien fácilmente hacía quince dominadas utilizando muslos, pies, pecho, frente y hombros. Los demás no pasábamos de cinco, por el poco peso del balón y lo dificultoso que era adquirirlos para los entrenamientos.
El balón de pucash fue inventado en tiempos remotos por los griegos. Ellos inflaban la vejiga del cerdo soplando aire con un tubo de madera. Los niños de Jircán utilizábamos una cañita de espiga de trigo.
Añico Carhuachín, gracias a su trompo con punta de formón, tenía como trofeos varias lonjas de madera en los bolsillos. Él, para lucirse, colocaba el trompo en el piso con el clavo mirando al Yerupajá, pisaba la punta sobrante del pabilo con su pie izquierdo y con el derecho le daba una patada al trompo que salía disparado hasta caer bailando sedita. En ocasiones perdía el juego cuando el trompo bailarín aterrizaba en el tejado, rompía el cristal de una ventana o caía al piso, pero sin dar ni una vuelta, quedando expedito para la cocina, su defunción y entierro con gemidos de impotencia, mientras los demás pensábamos: "ojo por ojo, diente por diente, astilla por astilla".
Cierto día estábamos haciendo bailar trompos en la calle del barrio, en eso se acercó un niño recién llegado al pueblo, con un trompito nuevo y una huaraca blaquísima en la mano. Durante largo rato intentó en vano estrenarlo frente a nosotros. Desalentado lo dejó abandonado en un rincón, quizá pensando que el trompito no servía. Shaprita, el amigo más querido de los niños chiquianos, que desde cierta distancia observaba callado, tomó el trompito y lo hizo bailar una y otra vez. El niño le pidió a Shaprita la devolución del empabilado. Así lo hizo Shaprita, y además le enseñó su funcionamiento. El niño se incorporó al juego, y desde aquel día nos visitaba los fines de semana.
Una tarde, cuando varios niños observábamos recostados sobre el mostrador, a los reyes, alfiles, peones, torres y caballos que quedaban en el tablero de ajedrez, alguien interrumpió al “Cholo Machuca” con un pedido; él, sin parpadear, metió a todos los plastificados dentro de una caja negra; luego mediante una venia nos invitó a salir, aseguró la puerta de su tienda con candado y se marchó con las manos en los bolsillos rumbo a Parientana, murmurando no sé qué diablos.
Las veces que no tenía dinero, salía en busca de mi primo Queño Rosemberg Garro. Este buen discípulo de Arguedas prestaba su bicicleta a “todas las sangres” en la plazoleta de Quihuillán, pero por cinco minutos solamente, debido a la cola de pedigüeños que llegaba hasta el barrio de Alto Perú, una pintoresca colina cercana al lugar de diversión.
Otro de los juegos preferidos fue el RUN-RUN. Chancábamos con martillo una chapa de botella de gaseosa o de cerveza. Cuando estaba bien aplanada, afilábamos el borde dentado del disco y con un clavo hacíamos dos orificios centrales sin filos por los que pasábamos una pita de ida y vuelta. Sujetábamos los dos extremos del pabilo con los pulgares, un ligero vaivén hasta que se trence el hilo y en la medida que jalábamos el run-run iba alcanzando mayor velocidad, sonando como hélice de avión. Los más osados competían frente a frente procurando deshilachar el pabilo del oponente hasta romperlo. Los más pequeños, en vez de chapa achatada y afilada, utilizaban un botón de algún abrigo en desuso.
Con el apoyo del carpintero don Helacho Ñato construimos con Ishilín, Mañuco y Patuco una enorme cometa en forma de bandera peruana, la cola fue hecha con retazos de tela que nos proporcionó el sastre "Palermo" un barranquino muy querido por los chiquianos. Ya en el estadio de Jircán, Ishilín y patuco sujetaron la cometa en posición vertical, mientras con Patuco agarrábamos el hilo a una distancia de 10 metros; luego empezamos a correr, y antes de sentir el tirón, ellos la soltaron, elevándose cinco metros y cayó, y así nos pasamos la tarde sin hacerla volar mayor altura. Cansados nos fuimos a dormir. Pasaron los días, hasta que un fuerte viento levantando polvareda en el canchón de Jircán nos animó a continuar. En el primer intento la cometa se elevó hasta que la cuerda de 100 metros quedó bien templada. En vista que temblaba y sonaba fuerte a punto de rasgarse, la dejamos libre, desapareciendo entre las nubes.
Durante los siguientes días de clases escolares no visitamos el estadio, pero el domingo 13 de agosto cuando leíamos en la vereda una revista de vaqueros, nos avisaron que un cóndor “rojiblanco” estaba sobrevolando el cielo chiquiano, levantamos la miraba y de nuestros ojos rojos desapareció la tristeza de los días anteriores. Era nuestra amada cometa patriótica luciendo toda su galanura en el domo azul.
Para practicar mis acrobacias en el estadio de Jircán iba con Tocho y Papi Robles, Enrique Jara, Ancha Núñez, Cuco Lastra y mi primo Miguel Balarezo. El reto en esta temeraria experiencia de vida consistía llevar el triciclo a cierta velocidad con una de las llantas delanteras por la orilla del precipicio que daba al barrio de Tranca. No sé si fue un milagro o la práctica constante lo que evitó un accidente fatal.
Uno que otro sábado preparábamos una PELOTA DE FUEGO, hecha de trapo, fuertemente fajada con alambre. Entrada la noche la sumergíamos en un recipiente con kerosene, de mi casa. Cuando no era posible abastecernos por la presencia de mi mamá, Luchu y Patuco llevaban la pelota a la tienda de doña Dolorita Aguirre, y mientras les despachaba caramelos de leche aprovechaban para hacer reposar la pelota al fondo de la lata de kerosene que estaba pegada a un enorme cilindro. Una vez que la pelota absorbía el contenido la sacaban con disimulo, llevándola cargada hasta la esquina de Leoncio Prado con Dos de Mayo. Allí era encendida y luego pateada por todos hasta el estadio de Jircán.
Descollaron en TUCUPANAHUÍN los hermanos Ticucho y Nicucho Moreno. Ambos Hacían figuras increíbles empleando los dedos, las palmas y las muñecas de ambas manos. El lazo de hilo que usaban era de lana de 150 centímetros, más o menos.
Un día, después de unir siete álbumes en uno con igual número de amiguitos de la cuadra, nos faltó la figura 7 (Flor del Paraíso). Pasé días enteros recorriendo Chiquián, puerta por puerta, barrio por barrio, buscando la esquiva figurita. Quizá a más de uno del pueblo le sobraba el 7, no lo sé.
Agotado de implorar por la bendita figurita tiré la toalla y me puse a llorar de impotencia. Mi mamá que estaba observando el cuadro de angustia desde el balcón, descendió las escalinatas y acunándome en su regazo, me dijo: “Como dice tu abuelita, el que busca encuentra hijito. No te des por vencido tan fácilmente, que la ilusión por encontrar la figurita que te falta nunca la pierdas. Ella te aguarda en algún lugar del mundo, porque los sueños se hacen realidad cuando median el empeño, la esperanza y la fe”. Dicho y hecho, 15 años después encontré en el Cusco la figurita soñada.
Las armas artesanales para nuestros juegos, además del shoguet y el run run, fueron:
2. Una liga de medias era enganchaba entre el pulgar y el índice de una de las manos y se utilizaba como proyectil un papelito enrollado y doblado como bumerang. Esta arma arrojadiza es la prima más humilde de la hondilla.
3. Durante las procesiones de Semana Santa, se hacía una bola con las lágrimas de las velas, poniendo en su interior la punta de una pita. Una vez dura se arrojaba la bolita en la cabeza de algún niño que caminaba dormido. Era una forma muy sugerente para que el dormilón no se vaya de bruces en una canaleta de vereda.
4. En ocasiones se confeccionaban “matacholas”, con medías rellenas con talco o harina para pan. Estas competían con los cuilumpis (bellotas de papa) durante los carnavales.
6. También jugábamos a regir con JAN KEN PON (YAN KEN PO), piedra, papel o tijera.
Bueno, es lunes 1º de abril de 1963, ayer culminó las vacaciones de la Primaria. La olla está hirviendo sobre el primus. Adentro el rico kuaquer con manzana está a punto de dicha plena esperando el primer sorbo. Ya falta media hora para asistir a la inauguración de clases en el Primer Año de Secundaria en el “Coronel Bolognesi” de Chiquián. Después de la ceremonia desfilaremos al aula haciendo sonar nuestros uniformes almidonados. Alguien que levantaba la mano en la Primaria para pedir permiso y salir corriendo para pichir bajo el arrayán de doña Pancha, también achicará la bomba en la Secundaria, pero está vez sobre los manojos de acelgas a orillas de Yarush.
Ha sido un corto viaje por el túnel del tiempo, y en tanto el tren de la vida sigue su curso inexorable, sólo queda el dulce aroma del recuerdo de un Jircán hermoso, que en su plaza multiuso: tardes de toros, de hinkanas, huertros de Judas, reparto de agua, reuniones para tareas comunales, ensayos para los desfiles, así como actividades deportivas y recreativas, acogió día a día al pueblo chiquiano en el siglo XX.
En la actualidad el canchón de nuestro amado barrio, sólo abre sus puertas cuando retumban las avellanas de pólvora y carrizo o suena la tarola anunciando la fiesta patronal, para el Huerto de Judas o alguna feria provincial, el resto del año para cerrado.
Hoy, en el Tercer Milenio los niños del mundo juegan solos, cada quien en un metro cuadrado de espacio y 500 mega bites de memoria. ¿Qué vendrá después?, no lo sé.
Barrio de mi querencia
donde la canga y el shoguét,
fueron los juegos preferidos de mi niñez,
con gritos, hurras y risas rimando por doquier.
Leoncio Prado, Tarapacá, Bolívar y Figueredo,
cuatro cordones umbilicales de unión familiar;
noches de cuentos y leyendas de vereda
que acunaron mi traviesa infancia.
Allauca, Palacios, Blas, Moreno, Núñez,
Alvarado, Valverde, Soto, Carhuachín
Rivera, Valderrama y Calderón
son íconos que no morirán.
Lugar de bandas y huaylisheadas,
tardes de fútbol, de toros y avellanas;
el Yerupajá, el Jirishanca y el Carnicero
son tus blancos picachos que besan el cielo.
Paso obligado al Camposanto,
donde finaliza la jornada vital
y hallan morada las almas buenas
en tumbas orladas de azucenas...
Caballito de palo
que corres contento
con tu jinete Nalo
y tus estribos al viento.
Caballito de madera
de una humilde escoba,
saltando vas por la pradera
donde todo es risa y vida.
Subes y bajas las colinas
con tus riendas de chiligua,
saltas arroyuelos y pircas,
nunca dejas de trotar...
Hoy quiero verte en Jircán
para ponerte tu montura
y pasearnos por Quihuillán,
como 'Pegaso' a gran altura .
Y así surcar el bello cielo,
entre hermosos aerolitos,
lazando estrellitas al vuelo
para ya no estar solitos.
Nalo Alvarado Balarezo - Chiquián, 1964
Eres pequeño, peso pluma, color verde tarapaqueño,
hay amarillos aliancistas y guairuros cahuidistas;
velero inquieto, buen amigo de mi infancia,
que bogas dichoso por las aguas de Yarush.
Te construyen Perico, Efrita y Felipón,
con hojas de afeitar y anilina full color.
con brújula y pasajeros invisibles.
partes del puerto Grau rumbo a Quihuillán,
sin radar ni timón, con las carabelas de Colón.
Atraviesas sin peligro Tacna y San Martín;
pero en Bolognesi tu destino lo decide Hualín,
un hondillazo fiero y deja de latir tu corazón,
entre risas de ichicqulgo y lágrimas de emoción.
Bajas por las olas cantarinas jugando y soñando;
formando espuma en tu romance con las acelgas
que danzan en el remolino y la hierba que sueña
beber el agua que corre, para dar hojas nuevas.
Atraviesas ligero el puente de “Chushu Victor”,
pasas el patio de “Uchcu Pedro” y Leoncio Prado,
llegas a la fragua de Lapicho, Jupash y Espinar,
donde el ocaso juega canga en las riberas.
Sudo frío, ya te acercas al puente de Cachay,
esquivas trapos viejos, ramas y algo más.
Los ojos del túnel arquean sus cejas.
En la oscuridad aguarda un pishtaco.
Cruza un chivillo en trémulo vuelo
anunciando que no saldrás vivo del agujero.
Siento el llanto del agua que intenta remolcarte,
mas tu ancla cae junto a tus hermanos de infortunio.
Cierro los ojos por tu partida; el tiempo se detiene,
mi alma se hace trizas, la luna llora en el charco.
A mi lado un toro rumia arrodillado en el pasto,
mis zapatos mojados anuncian ¡neumonía!
Nalo Alvarado Balarezo - Yarush 1972
Novela DEL MISMO TRIGO, cuarta edición artesanal. Encuentro en Jircán
.Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Los mejores tinyaqueros de Shulu fueron: Ishico Samamé, Gonzalo Calderón, Lucho Aldave, Coqui Alarcón, Javier y Diógenes Bolarte, Leo Lastra, Darío y Julio Eloy Gamarra, Adrián Abarca, Lucho Rueda, Wili Barba, Acucho Zúñiga, Javier y Edgar Barrenechea, Abchu Chávez, Chanti Gamarra, Enrique Jara, Felipe Alvarado, Lalo Dextre; Carlos, Alberto y Oshva Reyes, Chiflo Espinoza, Iván Damián, Alfonso Aranda, Ecush Ñato, Lucho Santos y Martín Robles. Por su corta edad: Lucho Barrenechea, Rogelio Ibarra, Oshca Santos, Miguel Balarezo, Milton Gamarra, Edgar Carrillo, Nando Alarcón, Ulises Zúñiga, Vladi Reyes, Pablín Calderón y Pishuquito Díaz, integraban el confitado grupo de los “observadores de pañal”.
En el descampado solar de Cruz del Olvido la competencia era reñida, ya que estaba frecuentado por un batallón de niños que vivían en Huarampay, Jircán, por el mercado de abastos, Puente Cantucho, Capulipata y junto al Coso (recinto de encierro de reses y burros dañeros). Los más afamados tinyaqueros de este parque fueron: Carlos y Guillermo Palacios, Chanti Yabar, Lloqui Allauca, Achena Gamarra, Rodolfo Jara, Lucho y Chechi Alva, Nica y Yoga Rivera, Wilber Padilla, Pedro Miranda, Añico Carhuachín, Lucio Castillo; Jaime y Marco Chirinos; Carlos y César Ramírez; Gelacio y Rodi Valderrama, Papi Robles, Rodolfo Minaya; Juvilio y Paco Alvarado, Javi Zubieta, Lucho y Loli Romero, Eusebio Calixto Huerta, Elías Conde y el famoso Miguel “cuye” Ramírez, quien hacía volar hasta diez tinyacos al mismo tiempo, sujetándolos como marionetas voladoras en las falanges de sus pispados dedos.
Similar panorama presentaba Lirioguencha, que estaba copado por los infantes de Umpay, Chinapila, Oropuquio, Cochapata y del Cercado. En este lugar tuvieron mejor suerte los hermanos Alberto y Goyo Celis; Carlos Gamarra, Poco Valerio; Ricardo y Rubén Jaimes, Miqui Ramírez, Santiago Yabar, Jorge Chávez; César y Lauro Rosales; Pepe y Lucho López, Lucho Saldívar; Coro y Coti Romero; Pancho y Miguel Durand, Rodolfo Vásquez, Pacho Díaz, Carlos Lara, el Chino Pineda, Walter Vásquez, Raúl Márquez, Alfonso Fuentes, Román Palacios, Edgardo Escobedo, Diego y Víctor “ trucha” Moran; Pedro y Neptalí Cuevas, Julio Álvarez, Chanti Pardo y José Ramos. Este último fue el más requerido para aliviar a los aguijoneados.
Atrapar tinyacos en Tranca, camino hacia Alto Perú, fue considerada “Caza de aventura”, por lo accidentado del terreno y sus elevados arbustos donde estaban agazapadas incontables plantas de ortiga y hualancas (cactáceas llenas de espinas). Sin embargo los niños que vivían en los alrededores se las ingeniaban y capturaban por lo menos media docena por persona cada fin de semana. Allí destacaron: Segundo “campanerito” Palacios, Pricilio Ñato; Mañuco e Ishilin Alvarado, Queño Rosemberg, Salvador Minaya, Manuel Vía, Alejandro Toro; Nico y Carlos Cerrate; Antonio y Gelacio Tafur; Pocholo y Dante Gamarra, Perico Rivera; Marco y Tico Ibarra, Bruno Blas, Cashtu Rivera, Lizardo Garro, Emir Sánchez; Milo y Edgar Alvarado, Loncho Bolarte y “Pepe” Perfecto Calderón.
“Cholito corazón” (Miguel Barrenechea Ibarra), muy seguido andaba con dos o tres shulacos jóvenes en el bolsillo. Nunca lo vi con uno rucu (viejo), dado que estos últimos salían de sus agujeros con sumo sigilo y ante el menor movimiento o ruido desaparecían. No sé si Cholito los compró o los capturó, lo que sí me enteré de sus labios en Buenos Aires, después de no verlo por más de 20 años, es que su envidiable puntería lo aprendió de su primo Milo Barrenechea Olivera, dos promociones antes que la nuestra, quien con el popular “Mono” Antuco Bravo Olave, fueron los más diestros banderilleros de shulacos del Pesebre chiquiano.
En cuanto al barrio de Umpay, Carlos Lara fue el más ducho. Un día de fines de abril de los ochentas cuando comentábamos sobre sus trofeos de caza menor, Carlos me mostró la mano donde aparecía la marca que le dejó la mordedura del shulaco más codiciado del oconal de Umpay. Según me comentó, éste tenía un llamativo color tornasolado y su cuerpo estaba cubierto de brillosas escamas que lo diferenciaba de los demás shulacos.
- ¡Quién ha tenido esta idea, debe ser un genio!!!
Al escuchar el elogio, el viejo shulaco no pudo contener su vanidad, y abriendo la boca lo más que pudo exclamó a todo pulmón desde arriba:
- ¡La idea es mía, sólo mía, soy un genio, nadie como yo...! –mientras exclamaba iba descendiendo en caída libre, hasta que finalmente aterrizó de cabeza sobre una roca...”.
Los ulteros más promocionados fueron: Tocho Robles de Jupash, Felipe Alvarado de Jircán, Uchcu Pedro “chico” de Alqococha, Diógenes Bolarte del 'Culto', Efra Vásquez, Ecush Ñato y Cuco Lastra de Agocalle.
Solamente los sábados por la tarde interrumpíamos este “pitufo hobby”, porque los adolescentes: Antuco Bravo, Cancho Ramos, Pocho Cano, Tito Chávez, Alcalá Garro, Milo Barrenechea y el “cura” Pogoncho Padilla, nos obligaban a salir del corral para ponerse a torear y a montar becerros al estilo rodeo mexicano. Los chiuchis los observábamos desde las paredes de tapias, sentados en butacas de tierra, adornadas con hualancas, vidrios y pencas (cabuya de hojas carnosas y espinosas).
Durante la faena de los novilleros, los gimnastas Roby Alva Ibarra y Carlos Alarcón Cámara, descansaban balanceándose como quirópteros en la barra tubular instalada para las clases de Educación Física del colegio 'Coronel Bolognesi'.
Al mediodía nos dábamos un ligero baño con unas brazadas de obsequio junto al huaro que atravesaba como puente colgante el río, luego saboreábamos nuestro refrigerio e iniciábamos el regreso con una docena de truchas por persona si la faena era regular. Si era buena nos alcanzaba para compartir con los vecinos, pero si resultaba pésima nos contentábamos con una porción de pescado frito en el mercado de abastos del pueblo o en el baratillo.
Usualmente, si la pesca era mala, Anchita ingresaba al fundo de su papá y salía con una alforja de olorosas limas y manzanas. Ya con el ánimo en alto y la barriga llena, efectuábamos el empinado ascenso hasta Jircán.
Si la estación mostraba las chacras de Capulipata, Macpúm y Rumichaca cargadas de muchqui, shuplac, ñupu, capulí cimarrón y purojsha, los “menudos” hacíamos "nuestra plaza, de la chacra a la boca”. En épocas de “vacas flacas” los solidarios hermanos “oso” de Matara nos abastecían de estos manjares, previa entrega de un par de bizcochos, como trueque.
Las veces que queríamos saborear manzanas, limas y llacones (yacones), el punto de llegada era el aromático Chinchupuquio, huerto florido donde la buena señora Liuca Gálvez Robles nos permitía “pañar” de sus árboles frutales hasta llenar nuestros bolsillos, más el espacio entre la camisa y la barriga.
Normalmente los pequeños depredadores abastecíamos nuestros bolsillos con habas y un manojo de caña dulce para consumir durante el retorno. Inclusive algunos más osados escondían debajo de sus ropas una calabaza aparentando un embarazo.
Pero no solamente los humanos hacíamos “safari andino” sino también las reses, caballos, chanchos y burros “dañeros”, que al ser sorprendidos por los dueños de los sembríos, caminaban jalados de las orejas hasta al Coso para que cumplan corta penitencia.
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CHACUITA
atraviesas el rudo pajonal,
hundes el pico en parda tierra
buscando ansiosa tu alimento.
Serpeas manojos de ichu,
huagoros y escorzoneras,
caminado vas a la laguna
para calmar tu sed de altura.
Deliciosa carne tu piel esconde
camuflada en grisáceo plumaje,
que la sabia Naturaleza hizo:
de arcilla, cobre y ceniza.
Yergues tu cerviz vigilante
y hurgando tu cuello estiras
para visualizar en tus retinas
al cazador oculto en la neblina.
Si percibes riesgo distante,
huyes cortando el viento
y te acurrucas en la paja brava,
disimulando tu tormento.
Pero si el peligro es latente,
abres rauda tus alas al cielo,
trinas fuerte un trémulo canto
y emprendes corto vuelo.
Nalo AB - DIC 1982
Después de plantar sobre las pircas decenas de palos de magueyes secos y carrizos a lo largo de uno de los corrales, los unimos con hilos tensos formando una gran malla. Una vez fabricado el gigante pentagrama espantamos a las torcazas que estaban comiendo en el interior del corral, logrando que algunas cayeran atrapadas.
Un trocito de la novela autobiográfica de Nalo AB (DEL MISMO TRIGO).
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.
Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar;
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.
Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.
Nalo AB - 15651
Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.
No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio de Jircán colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.
Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...
Tulpajapana, 02 NOV 2003
“Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Albert Einstein (Mi visión del mundo)
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- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?
- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.
Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó, que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
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“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
Doña María Gamarra de Calderón, quien retornaba del mercado de abastos, acercándose a los dos señores, les comunicó muy apenada:
- Mañuquito, Tiuchito, ha muerto nuestro amigo Shaprita.
Oír el sobrenombre, tantas veces escuchado en Chiquián y los pueblos aledaños, hizo llaga en mi alma para siempre, al interpretar en carne viva el mensaje del poeta metafísico John Donne, pues mi querido amigo Manuel Ñato Allauca partió antes de tiempo. Ser humano muy laborioso fue Shaprita, cuyo aporte era de suma importancia para el pueblo, sobre todo su fraterno afán de fecunda generosidad con los turistas, las amas de casa y los niños que lo teníamos como valioso ejemplo de vida. Dos horas después arribaron mi padre y su compadre Segundo, se habían quedado varados cerca del puente Mellizo (Mayorarca), por la rotura del eje delantero de un camión minero, en una angosta pendiente. Al día siguiente, miércoles 18 de octubre de 1961, el pueblo chiquiano decretó tarde no laborable para acompañar al paisano querido hasta su última morada, al compás de la Marcha Fúnebre de Morán, entonada por la banda de músicos de la solidaria familia Aldave Montoro. Ese día, hasta los niños vestimos de luto.
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Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
La puerta de la vida se cierra, la sangre detiene su curso y el alma vuela como hoja quebradiza en el éter. Abajo los cardos siguen floreciendo en la redondez del mundo.
Todo acaba tras el último aliento, sólo lágrimas de congoja y plegarias a Dios corren en pos de la Resurrección.
Después quedan los recuerdos, y poco a poco el viento del olvido va borrando del mapa el único camino que no conduce a Roma, sino a la tumba.
Ignoro quién sobrevivirá y quién será el ausente en aquel momento. ¿Lo sabes tú?.
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Son las 8 de la mañana y viene a mi mente la imagen de mi primera biblioteca, y con los apuntes de mis viejos cuadernos “Minerva”, escribiré en Lima sobre ella.
Cuando pregunté a los taxistas iqueños por la situación de la laguna, las respuestas fueron las mismas, hasta parecían calcos: todos guardaron silencio.
El 15 de enero último visité Ica para acompañar a mi amigo Luis Abad Guzmán a donar libros a una escuelita primaria de San Andrés. Él es ingeniero y trabaja las tierras iqueñas desde hace 15 años..
La paz en San Andrés es indescifrable. Caminar escuchando el arrullo del vaivén de las olas y oteando pequeños botes con sus remos como manos curtidas reposando de la dura pesca artesanal, es colmar de embeleso el alma..
Contemplar a decenas de bronceados pescadores de pantalones cortos, anudando con sus dedos el lino de su red, es un mágico paseo turístico, sobre todo para un visitante criado en ambientes andinos de fisonomía diferente.
Me deleité también con la fila de palmeras que vigilan la zona, cual centinelas moviendo sus ramas al compás de la brisa, y cientos de gaviotas cantando a gritos cada vez que se zambullen por un preciado bocado.
Es decir, todo hermoso y tranquilo, hasta que por fin llegamos a la escuelita, que de solamente mirarla me dio la impresión de estar viendo mi querido 378 de Chiquián. Coincidentemente ambas son de estructura humilde: pisos de tierra regados con sudor de estudiante y ventanas con marcos de adobe y sin cristales que amparen del frío.
Mientras Luis entregaba los libros remonté con el pensamiento los umbrales del tiempo hasta mi época escolar en Chiquián: vi a mi mamá Jesús acompañándome al 378. Escuché su voz: "¿hiciste la tarea?, ¿cuándo es el paso oral?,”, seguido de: "¡tienes que portarte bien!, ¡que la escuela pase por ti y no que pases por la vereda solamente!...". Tiernos recuerdos y gratas enseñanzas maternales, que hoy intento trasmitir a los niños campesinos.
También me vi parado en el patio de tierra del 378, festoneado de eucaliptos. Del fondo del tiempo vino la voz acompasada del maestro Eleodoro Gamarra Salinas preguntando a los alumnos del 5º Grado: “Si tienen una bolsa con 78 bolas rojas, 49 bolas negras y 13 bolas verdes ¿cuánto es el mínimo de bolas que deben sacar para estar seguros de que han sacado 3 bolas de diferentes colores?”.
En el aula (Transición) del maestro Eduardo Aldave Reyes, cantan en voz alta: “dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, ocho y ocho son dieciséis”. En el salón del amauta Pedro Gutiérrez trinan a su antojo los pichuichancas, aprovechando que el “profe” ha ido por un saludable “calientito” donde Rucu Feliciano.
Después, silencio total en las aulas. Luego en el patio los maestros gritan: "¡en columna, cubrir!, ¡descanso!, ¡atención!, ¡saque pecho alumno!, ¡nadie se mueva!", una breve recomendación de nuestro director Fabián Cano Osorio... y "¡paso de desfile, marchen!: “378 de Chiquián marcha con altivez, llevando siempre el compás uno, dos y tres”....
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Revisando los libros de la escuela de San Andrés, llamó mi atención la existencia de textos universitarios... al preguntarle a Luis, me contestó: “acá todo vale, nada se deshecha y pueden venir a leer todos los habitantes”... sólo me restó decirle emocionado: “los donantes son dignos herederos de Valdelomar, lástima que se fue a los 31 años de edad, sino las maravillas que hubira hecho, no sólo por Ica, su ciudad natal, sino también por la literatura peruana y mundial”. El profesor encargado de la recepción de libros, al escuchar mis palabras, dijo: “el 16 de abril celebramos su natalicio, no así el día en que murió, que fue el 3 de noviembre de 1919 en Ayacucho, porque es una fecha dolorosa”.... "¡Si claro, entiendo, fue en un viaje al interior haciendo su labor como diputado!", le dije. “Veo que conoce este acontecimiento”, subrayó. “Por su puesto maestro, la oscuridad le jugó una mala pasada, cayendo a un montículo de piedras que le fracturó la espina dorsal, falleciendo a los 3 días, después de una penosa agonía. Se sabe que llamó a su mamá Carolina en su delirio".
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La letrilla de la pluma de Valdelomar, fue difundida en la Sección “Palabras” del diario “La Prensa” del 20 de agosto de 1915, integrando el artículo “LOS DOS PROVISORIOS”. Al pie de la misma, el fragmento de la carta en prosa escrita por Valdelomar a su amigo Alberto Hidalgo:
“El de Huaraz”
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.El connotado y notorio
Perentorio
Transitorio
Provisorio
De Huaraz,
al golpe de una yegua
que, sin tregua
legua a legua
va tragándose al azar
ha pasado
-¡desdichado!-
por las puertas de Chiquián…
Casi mustio por el dolo
casi solo,
con un cholo
que le sigue por detrás
va fugando en marcha dura
Triste y muda
Sin ayuda
de alma alguna de esta viuda
(que una viuda de Huaraz)
que mohíno
repentino
ha tenido que emprender,
sin tener otras ventajas
que las bajas
y las bajas de las cajas
que ha podido sorprender…
Va impalpable, como un duende…
(ya se entiende
si Ferreccio lo sorprende
lo que ocurre a la sazón),
va viajando,
Galopando
reventando,
caminito de Monzón…
Desde allí quizá genial
toma rumbo hasta el Brasil;
desde allí quizá… quizá,
sabe Dios dónde irá…
Pero doquier que vaya
(si antes no le pone a raya
la fuerza que va tras él),
tras su campaña brillante,
más la viuda acompañante,
y el dinero resonante,
hará un sonante papel…
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Carta al poeta Alberto Hidalgo
“Hermano: estoy enfermo de vida solitaria;
solo, entre tanta gente de idealidad precaria,
Intermitente espíritu y alma universitaria.
Yo me siento morir entre esta hora vana;
mi talento es para ellos como una flor malsana,
los que ahora me condenan,
me aplaudirán mañana…
Yo les he dado todo: el verso cincelado,
la noble prosa fuerte, el comentario alado.
tal hizo Prometeo. ¡Y estoy encadenado!
Alberto, nadie puede comprender lo sutil
de mi alma cristalina, abnegada, infantil:
yo he nacido en el campo y he nacido en abril.
Nadie ha de comprender con qué emoción secreta
las más puras bellezas mi espíritu interpreta,
tú lo comprendes porque tú eres poeta.
Los versos que tu fina lírica copa escancia
han dejado en mi alma la exquisita fragancia
de un perfume de abril y un recuerdo de infancia.
La cabalgata heroica de tus versos se extienda
por el campo en botón. En mi lírica tienda
encontrarás cobija, después de la contienda.
Triunfarás porque llevas una estrella en la frente,
porque lleva el cinto el acero pendiente,
porque sabes cantar lo que tu alma siente.
Desdeña toda loa. Toda lección desdeña.
¡Vive, canta, medita! Tu noble verso sueña;
sólo enseña el Dolor. Lo demás nada enseña.
El Dolor –viejo amigo ¡- el dolor –camarada!
él dejará tu frente febril, amplia y surcada;
mas te dará su invicta, fuerte y mágica espada.
Te asaltará la envidia, cruel y traidoramente.
El coro de hosannas sentirás, de repente
el trágico y rastrero silbar de la serpiente.
Audaz, sombría y trágica, tenebrosa e inquieta,
la envidia te persigue, te busca, te asaeta
y sin embargo un día te corona poeta.
Entrega toda tu alma a la pasión más fuerte;
derrocha tu salud; tu ingenuidad convierte
en un hondo placer, porque vendrá la Muerte...
Vendrá la Muerte un día con su hoz enarcada,
te tenderá los brazos al final de la jornada
y es necesario, Alberto que no se lleve nada…
Placer, vino, mujeres; goza tu juventud;
corona de racimos báquicos tu laúd,
porque abierto y sombrío nos mira el ataúd.
Sostén que sólo es bueno lo grato. Desiste
de la Moral que deja nuestro espíritu triste.
¡De placer sólo se viste lo que existe!.
Ala lírica hermana: a través del camino,
bajo la noche azul, serena y constelada,
cuando los dos hayamos derrotado al Destino
¡el bronce premiará nuestra heroica jornada!.
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Él, orgulloso de su biblioteca me dio un índice en orden alfabético, haciéndome la advertencia: “revisa todo lo que quieras primo y ponlos en su mismo lugar; y cuando pases de página no mojes tus deditos”. Ya en casa pinté de blanco varias cajas de madera que mi papá tenía en un depósito, y uniéndolas hice mi propia biblioteca.
También recordé la vez que le mostré a Pablín una matraca de madera que mi abuelita Catita me regaló en Navidad. Pablín quedó observando unos minutos la matraca, y al día siguiente apareció con una más grande, diciéndome: “esto es para Felipón, dile que lo he hecho con mucho cariño”. Un constructor nato desde sus tiernos años.
Un día, cuando estaba con Pablín junto a su biblioteca, llegó su papá Pablo, me abrazó y acariciándole el cabello, me dijo: “que te parece mi cabeza de acero, sé que será alguien en la vida”, y mi tío no se equivocó, pues Pablín es uno de los principales ingenieros electrónicos de la Telefónica, Nancy su hermana menor también es ingeniero y tiene un próspero negocio de bombas hidroneumáticas, ambos son de la UNI y la mayor, Durid Berenice, es médico cirujano; es decir, buenos frutos de una humilde maestra rural y de un criandero de ganado lanar en la manada de Sapahuaín, cercana a la laguna de Conococha. Mis tíos, Pablito y Eni, me enseñaron de niño a querer y a respetar a la Madre Naturaleza, y fueron con mis padres Armando y Jesús, y mis abuelitas Catita y Victoria, los seres humanos que guiaron mis pasos por los caminos de la narrativa campesina.
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Primos Pablín Calderón Yábar y César Perfecto Calderón Gálvez; amigos Ofo Núñez Aranda, Nel Colchado Vidal y Rubén Calixto Palacios Candia.
Mañana domingo 7 apagan velitas Felícitas Aquelina Martel Díaz, José Tomás Maturana Espejo, Lucho Béjar García (Tacna) y Edgar Peralta Lino (Huacho). Que Dios los bendiga hoy y siempre para felicidad de la familia chiquiana.
Nalo, a nombre de la familia Alvarado Balarezo
La Vergne, 06 de marzo de 2021
Han pasado dos décadas desde aquella visita a La Huacachina". A diferencia de aquel entonces, fresco aire acaricia a los visitantes. Todo ha sido remozado y luce el esplendor que nunca debió perder
Imágenes: NAB .