domingo, 31 de mayo de 2020

31 DE MAYO DE 1970 - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

Huaraz - Foto 254278 - Perú Terremoto - 31 de mayo de 1970
 
 
31 DE MAYO DE 1970

"A la Memoria de mis amigos:
Bernardo Escobedo Luna y
Javier Barrenechea Ibarra"


Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

En las primeras horas de la tarde del domingo 31 de mayo de 1970, se disputó el partido inaugural de la Copa Mundial FIFA MÉXICO 70, entre el país anfitrión y la URSS, culminando, como dicen los charros: "cero a cero, sin balas ni lágrimas". El partido, bajo fuerte sol, fue estimado por los expertos como tenso y de poco lucimiento ofensivo, el empate les venía de perilla a ambos equipos y optaron por mantenerlo así, hasta el pitazo final, ante 107 mil espectadores que colmaron el Estadio Azteca. MÉXICO 70 fue el primer mundial de la historia con tarjetas, cambios, balón blanco y negro y TV a color, toda una revolución futbolera en la tierra de Moctezuma Xocoyotzin.

El reloj de la sala marcaba las 3.22 p.m. en Lima, PERÚ. Mi papá Armando, mi hermano Felipe y yo veníamos comentando el buen juego defensivo de Evgeni Lovchev, jugador del Spartak de Moscú, también de la "palomita" rasante del mexicano Horacio López Salgado, neutralizada por Anzor Kavazashvil, portero de la URSS que dejó en la banca al legendario Lev Yashin; de pronto se escuchó ladridos en el vecindario. Mi mamá entró a la sala persignándose y murmurando "algo va a pasar", un minuto después empezó el terremoto que el mundo nunca olvidará. Tuvo como epicentro el Océano Pacífico, frente a las costas de Chimbote y Casma.

Fue terrible - Recuerdos


3.23 de la tarde, primero un rumor sordo seguido de un tosco remezón, como mazazo en el pulmón. Luego una sacudida violenta, feroz, atronadora, cuesta mantenerse en pie, la casa cruje y vibra interminable... La familia en pleno sale despavorida a la calle "en fila india", ídem los vecinos, uno sin zapatos ni medias, otro en paños menores, es la primera vez que veo sin maquillaje, peinado ni tacos a una dama de toalla al cinto, que alborota corazones de lunes a viernes en el paradero Augusto B. Leguía de la línea 23. En el centro de la calle de tierra está mi amigo Wagner Padilla Vásquez, implorando contrito al cielo, con Ray-Ban oscuro y todos los cabellos en su sitio, viste impecable terno dominguero y calzados de charol, apto para un lonche en el Crillón. Los jirones Aquia y Pacllón del barrio Zarumilla se colman de pavor, Padre Nuestros y lágrimas. El camión rojo de papá parece poseído, trepida sin cesar como zarandeado desde arriba por manos invisibles. Han pasado 45 segundos, pero parecen mil, el sorpresivo terremoto grado 7.9 hace que los segundos parezcan minutos en mi mente atormentada, sin saber que lejos de allí, en mi amado Áncash, se está produciendo una catástrofe de efectos siderales.

La noche del 31 de mayo de 1970, sin conocer la verdadera magnitud del desastre retorné a la EO CINPIP donde cursaba el Tercer Año, pues aquella noche los noticieros limeños no informaron acerca del cataclismo en la sierra ancashina, sólo referencias de lo ocurrido en los pueblos del litoral peruano. Perú jugaba el martes 2 de junio contra Bulgaria, habíamos eliminado del mundial al equipo argentino, no estaban las poderosas escuadras de Francia, España ni Portugal; teníamos los mejores jugadores del planeta, el triunfo estaba garantizado, y dormí tranquilo, soñando con la bicolor.

El 01 junio de 1970 pasé en la escuela sin contratiempos, pero al día siguiente recibí la visita de papá. Me dijo: "Tu abuelita Catita, los amigos, vecinos y familiares que viven en Chiquián están bien; sin embargo dicen que los pueblos del Callejón de Huaylas fueron demolidos el 31 de mayo, también mi Cajacay querido”. La revelación me dejó destrozado. En ese momento comprendí que el dicho popular "No tener noticia es buena noticia" no siempre se cumple con rigurosidad, tampoco el dicho "las malas noticias llegan volando y las buenas cojeando".

Horas más tarde, después de Un Minuto de Silencio por el Terremoto,  se enfrentaron Perú y Bulgaria en el Estadio Nou Camp de la ciudad de León en el estado mexicano de Guanajuato. Perú jugó de rojo con un crespón negro en la manga izquierda como señal de luto. Tras ir perdiendo por 2 a 0, Perú remontó el marcador, venciendo 3 a 2 con goles de Alberto Gallardo, Héctor Chumpitaz y Teófilo Cubillas, logrando su primer triunfo en la historia de los mundiales. El jugador cañetano José Fernández Santini comentó así, el suceso que palió el duelo del pueblo peruano: "Fue durante el entretiempo, estábamos perdiendo ante Bulgaria. Ingresó emocionado al camarín don Javier Aramburú Menchaca que era dirigente, y mostrando el puño, nos dice: 'Muchachos, sé que ustedes están acongojados por el terremoto de hace dos días. Acaban de enviar este puñado de tierra desde Lima, es de los escombros, les pido que salgan a ganar, para que este triunfo se lo dediquemos a nuestra gente que sufre'. Todos nos abrazamos y prometimos ganar como sea y cumplimos, volteamos el partido guiados por "Didi". Después nos enteramos que la tierra había sido recogida por don Javier de un terral cercano al Estadio Azteca".

Al culminar MÉXICO 70, el peruano Teófilo Juan Cubillas Arizaga, fue distinguido por la FIFA como el mejor jugador joven del mundial, al compás de la canción Perú Campeón, y Brasil se consagró Tricampeón del Mundo, ganando en propiedad el Trofeo Jules Rimet (21 de junio de 1970).

El viaje

Después del partido Perú Bulgaria se me acercó en el Patio de Honor de la EO CINPIP el Oficial Segundo (Teniente) Chavarría, comentándome que el Inspector General Belisario Caballero, hijo caracino, estaba gestionando permisos para que los cadetes ancashinos entierren a sus muertos. Al día siguiente me otorgaron el ansiado permiso. No había forma de ingresar a la sierra ancashina por la rutas de Conococha ni de Punta Callán, menos con el "trencito chimbotano" hasta Huallanca (Hidroeléctrica del Cañón del Pato), las vías habían colapsado en varios tramos. Gracias a Dios abrieron dos puentes, uno marítimo hasta Chimbote y otro aéreo hasta el Callejón de Huaylas, opté por el segundo. En el aeropuerto fui atendido por el Comandante FAP Carlos Freyre Graziani, quien al verme desesperado por viajar ofreció ayudarme. "Sólo algo ligero como equipaje", me recomendó. Al día siguiente retorné de madrugada, no logré cupo hasta el mediodía. 20 horas después estaba sobrevolando en helicóptero suelo limeño y ancashino. Un tripulante "samaritano" me cedió su asiento junto a la ventana, por ratos la nave parecía suspendida en el éter, sobre todo cuando el traqueteo de las hélices se tornaban "pajita". Luego de unos días retorné a Lima. Lo primero que hice fue agradecer en persona al Comandante Freyre por su invalorable apoyo. Él escuchó con atención mis peripecias. Lo noté emocionado con la crónica de viaje. También lo visité dos años después por su ascenso a Coronel FAP, luego cuando egresó del Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), en diciembre de 1975. La sorpresa llegó con pies alados: un caluroso día de febrero del 76 me llamó por teléfono, invitándome a prestar servicios en el Comité Nacional Defensa Civil, en aquel entonces con sede en el edificio del MININTER, el Coronel Freyre había sido designado por el gobierno  como Secretario Ejecutivo del CNDC (SIDECI). Días después, oficio de incorporación en mano, me presenté a su despacho, y esa misma mañana me integré al Centro de Operaciones de Emergencia de Defensa Civil, a cargo de OA4R  y coordinador con Radio Club Peruano, el Instituto Geofísico del Perú, las prefecturas departamentales, gobernaciones, etc. El Manual de Defensa Civil, elaborado durante la gestión del Coronel FAP Carlos Freyre Graziani, contiene las experiencias que dejó el terremoto y aluvión del domingo 31 de mayo de 1970. También en su gestión se adquirió el edificio que actualmente ocupa el máximo organismo del Sistema de Defensa Civil del Perú.

Los hombres también lloran...


Iba contemplando apocado el Mar de Grau, recordando en el helicóptero mi último viaje de Chiquián a Lima, a fines de marzo de 1970. La vía afirmada Incahuaganga/Paramonga, entre Vinuc y Trinchera, estaba bloqueada por derrumbes insalvables, el término de mi visita se acercaba inexorable y no podía arriesgarme a retornar fuera de la fecha establecida en la Papeleta de Vacaciones. Convencí a mi amigo Domingo "Keclin" Carbajal Malquí y partimos de madrugada de la Plaza Mayor de Chiquián con destino a Huallanca en su góndola azul, con escala en  Conococha, Catac, Utcuyacu, Ticapampa, Recuay, Huaraz, Marcará, Carhuaz, Mancos, Ranrahirca, Yungay y Caraz, lugares paradisíacos que ambos conocíamos bien. Todos los pueblos del Callejón de Huaylas lucían hermosos, llenos de vida, insuflando mi alma de dicha plena en cada recodo con vista al imponente Huascarán, sólo los 35 túneles perforados a pulso en la pared vertical Oeste del Cañón del Pato, de una carretera muy ceñida, con abismos de vértigo hasta el atronador río Santa, hicieron que lleve el corazón, el  alma y el timón en la mano, pues Domingo me cedió la "caña" en Caraz y se echó una siesta rutera en la última fila de asientos de la góndola cuadrada. Después de cuatro horas de estar aguardando en la estación de Huallanca, cientos de pasajeros partimos en tren rumbo a Chimbote, y de allí en bus hasta Lima. 

* * *

De pronto apareció ante la vista de los ocupantes del helicóptero los pueblos del Norte Chico, visiblemente afectados; desde las costas de Pativilca se notaban las siluetas de Huarmey, Casma y Chimbote, mostrando muy poco los efectos del terremoto. Ya sobrevolando el altiplano ancashino se podía distinguir desde el aire: Tupucancha, Conococha, la Pampa de Lampas, Romatambo, Cátac y Ticapampa, desde este último lugar hasta lo que quedaba de Yungay, y sobre los terrenos colindantes con la provincia de Huaylas, una densa nube oscura a lo largo del Callejón de Huaylas impedía el aterrizaje de las naves en las zonas afectadas, complicando el rescate de los sobrevivientes; del cielo solamente bajaban paracaidistas, prendas de abrigo, víveres, medicinas y equipo médico, por lo que el piloto buscó un lugar adecuado y descendió. La caminata fue larga y extenuante hasta Huaraz. Desde una altura considerable, oteando lo poco que se veía del Huascarán, imploré a Jesús de Nazaret y lloré. Las operaciones de búsqueda y rescate se venían llevando a cabo con premura, sobre todo el recojo de cadáveres para darles cristiana sepultura, cuanto antes. En Huaraz perecieron más de diez mil personas. Como siempre, en cada acto el ancashino mostraba ese espíritu estoico que lo caracteriza frente a la adversidad, solidario, sereno, fraterno, respetuoso de las Leyes de la Naturaleza y de sus apus, trabajador infatigable, voluntarioso más que comedido por algún interés; claro, sentimental hasta el tuétano, no todo es perfecto en esta vida.

El Callejón de Huaylas es un valle estrecho y alargado de 174 kilómetros de longitud, que se inicia en la laguna de Conococha y termina en el Cañón del Pato, siguiendo el curso del río Santa que corre caudaloso de Sur a Norte, entre la Cordillera Negra al Oeste y la Cordillera Blanca al Este, esta última con varias cimas de granito superiores a los 6 mil metros de altitud, cubiertas de nieve y hielo macizo, entre las que destaca el bicéfalo Huascarán (Mataraju), con una elevación de 6768 m.s.n.m., siendo la montaña más alta del Perú, y según muchos entendidos, la segunda más alta del mundo, sólo superada por el volcán Chimborazo, si la medición se realiza desde el centro de la Tierra, sobrepasando en 1900 metros la altura al Everest, además de estar en una parte de la superficie terrestre con la menor fuerza de atracción gravitacional.
 
 


Del acogedor Huaraz que conocí de niño, y cuyas calles limpias anduve lo suficiente de adolescente, sólo estaba de pie el Jr. José Olaya y se improvisó un hospital de emergencia en el Hotel de Turistas; todo lo demás estaba en ruinas, como si los caballos de los Hunos comandados por el bárbaro Atila hubiesen arrasado todo a su paso asolador: caminos, puentes, carreteras, calles, escuelas, negocios, casas, etc. Recuerdo una bella casona donde me alojaba en el barrio de Belén, de ocho metros de alto hasta la cruz del tejado central, un patio hermoso lleno de flores multicolores con cientos de pajarillos canoros, el terremoto dejó sus paredes de cincuenta centímetros de alto en promedio, el enorme portón y las 12 puertas de caoba no estaban por ningún lado, seguramente ya eran ataúdes; allí, entre los escombros encontré mis tres primeros hallazgos: dos zapatos pequeños del pie izquierdo y lo poco que quedó de una muñeca de porcelana entre los adobes tirados en el piso, nunca ubiqué a sus dueños. Llegó la primera noche entre ayes y oraciones, Huaraz seguía temblando, yo también, nadie en su sano juicio podía conciliar el sueño sin frazada, con un cabito de vela en la mano a punto de derramar su última lágrima, menos todavía a la intemperie. Un ojo abierto y el otro cerrado, no quedaba otra forma de descansar un poco. No había qué comer ni agua potable para beber, menos una cama donde dormir.  Tener un ripio en el bolsillo no garantizaba un pan con emoliente, no había dónde comprar, con el hedor a tánatos en los bellos nasales que el sentido del olfato no amortigua, porque el cerebro es quien manda. La mañana siguiente me topé en la Plaza Mayor con un trovador con fuerte vocación por el caliche y la filosofía popular, venía tarareando "canta y no llores". "Si buscas a alguien y no lo encuentras, es porque tenía orden de captura del cementerio", me dijo orondo. Y continuó hablando: "El mejor socio de la muerte es el terremoto que le provee de un montón de gente en el mundo entero. Nadie escapa a su destino, porque el destino como gemelo de la muerte a todos en algún momento nos alcanza; me salvé del aluvión del 41 y del terremoto del 31 de mayo último, se me va acortando la soga, de repente muero ahorcado como Judas", y se marchó tambaleante hacia el barrio de La Soledad.  Mi papá también se salvó de morir en el aluvión del 13 de diciembre de 1941 que destruyó la tercera parte de la ciudad de Huaraz, sepultando a 1800 personas, dejando 400 heridos y 1500 familias sin techo. Del Palcaraju se desprendió un enorme bloque de hielo cayendo a la laguna Palcacocha desbordándola sin misericordia.

Según testigos presenciales, el terremoto del 31 de mayo de 1970 no causó grandes daños materiales en Yungay y Ranrahirca. En Yungay la mayoría de las casas señoriales y sus calles bien trazadas habían quedado a buen recaudo. Durante el terremoto el sol brillaba en un cielo azul intenso. La desgracia vino después de un breve lapso de silencio, se desprendió el pico norte del Huascarán provocando una ola gigantesca de hielo, agua, arenilla, pizarras, lodo, piedras de hasta 800 toneladas, arboles y todo lo que la avalancha encontró en su camino de destrucción y muerte, formando un kilométrico abanico aluvial con sonido ensordecedor, corriendo endemoniado a más de 350 km/h ladera abajo, sepultando a Yungay y Ranrahirca. Dicen, que la cresta de la tromba asesina superó los sesenta metros de altura, que por poco se lleva el cementerio. Prácticamente el aluvión se tragó dos pueblos hermanos en un par de minutos. No más de quinientas personas se salvaron de morir en Yungay, la mayoría niños que disfrutaban del circo Verolina en el estadio Fernández. Al escuchar gritos de socorro ¡aluvión! ¡aluvión!  los pequeños salieron de la carpa de lona, unos corrieron hacia el cerro Atma y vivieron para contar al mundo el infierno que vieron con terror desde la cima convulsa, los que corrieron con dirección a sus casas murieron atrapados por el alud. El estadio fue arrasado. Personas que estaban visitando la tumba de sus muertos y los pobladores que lograron subir corriendo hasta el cementerio empinado también se salvaron. Además del Cristo Redentor y las tumbas que respetó el aluvión, quedaron visibles cuatro palmeras de las 36 que orlaban la Plaza Mayor de Yungay. Parte del campanario de la iglesia y la estructura de lo que fue un ómnibus de la empresa de transportes Áncash emergieron conforme se fue secando el  lodo, junto a enormes moles de granito que rodaron en estampida desde la cordillera. Ese 31 de mayo de 1970 oscureció por primera vez a las cuatro de la tarde en Yungay, en Ranrahirca era la segunda vez en una década que anochecía temprano. Muchos niños yungainos huérfanos fueron adoptados por extranjeros caritativos. No hubo nada que reconstruir y todo el perímetro de lo que fue la ciudad más bella del Perú se convirtió en camposanto. 25 mil personas perecieron en Yungay y Ranrahirca, quizá menos o más, nadie sabe con exactitud. No es menos valioso recordar que ocho años antes, a  las 6.5 de la tarde del 10 de enero de 1962 un aluvión afectó el área urbana del pueblo de Ranrahirca. Aquel día de enero también fueron borrados del mapa los pueblos de Shacsha, Huarascucho, Yanama Chico, Armapampa y Uchucoto. El desprendimiento de una cornisa de hielo del nevado Huascarán causó la desgracia, matando a 4 mil habitantes.

Durante un Curso de Promotores de Defensa Civil nos alcanzaron estas dos informaciones:

1. "En 1962, los científicos estadounidenses, David Bernays y Charles Sawyer, habían informado de la existencia de un enorme bloque vertical de roca, cuya base estaba siendo socavada por un glaciar, lo que podría causar que cayera, arrasando Yungay.  Según Sawyer, cuando informaron de este hecho en el periódico Expreso (27 de septiembre de 1962), el gobierno peruano les ordenó que se retractaran, bajo amenaza de prisión; los científicos huyeron del país. A los ciudadanos se les prohibió hablar de la inminente catástrofe. Ocho años más tarde, la predicción se hizo realidad".

2. "El 6 de enero de 1730, un violento terremoto produjo alud desde el nevado Huandoy hacia una laguna glaciar, lo que produjo un aluvión que desapareció el pueblo de Áncash, localizado aguas arriba del río Áncash a 4 km al norte de la actual ciudad de Yungay. Aquel día la población festejaba la epifanía del Señor y el cumpleaños de su alcalde. Desaparecieron 1500 personas".

 
Varios pueblos de la costa y la sierra ancashina sufrieron los estragos de la hecatombe, ídem Lima Metropolitana, el Callao y los pueblos de Lima provinciana, La Libertad, Lambayeque, Piura, Tumbes, Cajamarca, Iquitos, Moyobamba, Pasco y Huánuco, inclusive algunas zonas de Ecuador y Brasil, pero ninguno de ellos en extrema crueldad como Yungay, Ranrahirca y Huaraz. Por cosas del destino, en el Jr. Áncash del Cercado de Lima, el 31 de mayo de 1970 se desplomaron muchas casonas antiguas de adobe y quincha. Miles de fotos en diarios y revistas nacionales e internacionales ponen de manifiesto la dimensión de la tragedia ancashina. Ese día también colapsó el ferrocarril Chimbote/Huallanca. No volvió a funcionar más. Cabe recordar, que por Ley del 8 de noviembre de 1864, se autorizó los estudios para la construcción del ferrocarril Chimbote/Huaraz, proyecto que con el tiempo se ampliaría hasta Recuay, para garantizar el traslado de mineral hasta Chimbote. Pasaron decenas de años y el ferrocarril sólo llegó hasta Huallanca, quizá los durmientes y rieles treparon por algunos túneles de la pared Este del Cañón del Pato (de Norte a Sur), no me consta, pero según fuentes diversas, el tren no pasó de Huallanca, como sí pasaron las voladas modelo "pastor mentiroso": ¡ya llega la locomotora a Caraz! ¡Ya se acerca a Yungay! ¡está por llegar a Carhuaz! ¡Faltan pocos metros para Huaraz! ¡ya está en Recuay", lo cierto es que primero llegaron "los goles de Cubillas".
 
Según información disponible, la catástrofe del 31 de mayo de 1970 cobró la vida de más de 75 mil personas, 150 mil heridos, 25 mil desaparecidos y un millón de damnificados a nivel nacional, marcando un duelo sin precedentes.

Han pasado diez años de lo que vi, oí y sentí en el Callejón de Huaylas, y todo está en mi mente como si fuera hoy, nada he podido borrar, como está metida en mi corazón la imagen sagrada del colegio Santa Inés de Yungay, donde me alojaron con cariño durante un viaje de excursión escolar. Gracias Dr. Francisco Fernández Ortiz, director del colegio Santa Inés de Yungay en aquella excursión memorable, otrora uno de los mejores directores del Colegio Coronel Bolognesi de Chiquián donde estudié.

 Perú y el mundo se ponen de pie


La ayuda humanitaria no tardó en llegar del mundo entero: médicos, enfermeras, estudios de impacto, donaciones, acciones de asistencia y rescate, socorristas civiles y uniformados, y voluntarios por doquier llegaron de todas partes del Perú y del planeta, convirtiendo a Yungay en "La Capital de la Solidaridad Internacional". ASER con su Comité Nacional de Emergencia, la Cruz Roja Peruana y la Junta de Asistencia Nacional (JAN), cargaron sus pilas sin demora para no apagarse en el primer intento. El apoyo siguió llegando en la Segunda Fase, la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación hizo su parte.

Por Decreto Ley No. 18360 del 10 de Junio de 1970, a diez días del desastre, se crea la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona afectada por el Terremoto del 31 de 1970 (CRYRZA). Oportuna decisión.

El 18 de julio de 1970, un avión Antónov de la Unión Soviética que transportaba alimentos y medicamentos para los afectados por el terremoto del 31 de mayo desapareció con sus 16 tripulantes y seis médicos en el océano Atlántico, 47 minutos después de despegar de Keflavík (Islandia). Oremos por sus almas buenas.

Por Decreto Ley 19338 del 28 de marzo de 1972 fue creado el Sistema Nacional de Defensa Civil (SINADECI), como consecuencia del terremoto del 31 de mayo de 1970, bajo el lema "Más vale prevenir que lamentar".

Por Decreto Ley Nº 19967 del 27 de marzo de 1973 se crea el Organismo Regional para el Desarrollo de la Zona Afectada por el terremoto del 31 de mayo de 1970 (ORDEZA).

"Nunca es tarde para recordar:
que todos somos vulnerables,
y que la prevención salva".

Aralba.

Lima, 31 de mayo de 1980
 
Yungay - Foto 254299 - Perú Terremoto - 31 de mayo de 1970