Danilo Sánchez Lihón
“¡Constructores
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros haríais la luz”.
César Vallejo
1. A fin de seguir
luchando
–
Ayer que le vi, don Santiago Antúnez de Mayolo, realmente qué bien le
asienta el casco y el overol de la fábrica ALIOTH, de Basilea, Suiza.
–
Gracias, Marcel, muchas gracias. Usted es un hombre de veras bondadoso.
Este gesto de invitarme a comer en su casa, estando su esposa enferma y
hospitalizada y teniendo que preparar usted mismo la comida, en verdad
me conmueve y enaltece.
– Es la admiración que ha despertado en mí una persona extraordinaria como usted, don Santiago.
–
Este agasajo, Marcel, será un recuerdo que me acompañará siempre como
una expresión de un significado muy hondo para mí, además pensando en la
razón aparentemente anómala, por la cual nos hemos conocido.
– Sí. Y que al principio me sorprendió mucho: pagarme para reemplazarme un mes en el trabajo.
–
Con lo cual ha corrido usted sus riesgos, Marcel, hecho que tendré en
cuenta para darme fuerzas a fin de seguir luchando y no desmayar en el
trabajo.
2. Asumir
en la vida
–
Don Santiago, es a usted a quien yo agradezco y admiro. Y nunca
olvidaré su ejemplo, el de un hombre consagrado a sus ideales.
– Gracias.
Y siempre me haré la ilusión de conocer su tierra y su cultura, el Perú, que aquí relumbra como un país de fábula.
– ¿Sí? ¿Sigue aun teniendo vigencia esa expresión?
–
¡Sí! Es común oír decir entre nosotros “Vale un Perú”, para expresar
que estamos ante una promesa muy grande, sustantiva y transformadora.
–
Ojalá que algún día tenga ese honor, Marcel, de recibirlo a usted y a
su familia en mi país; pues, cuando se le ocurra viajar, por favor me
avisa.
– Gracias, don Santiago. Muchas gracias.
–
Aquí le dejo mi dirección, porque debo compensarle todo lo que usted ha
hecho por mí, puesto que no deja de tener osadía y riesgo y que a veces
es necesario asumir en la vida.
– Todo por mi familia.
3. Digno
de apoyo
–
Y considero como un enorme privilegio el que yo haya podido ingresar,
durante un mes, a sustituirle con su tarjeta de trabajo, su overol, su
casco y sus botas, favorecido por el gran parecido que tengo con usted.
–
Cuando me lo planteó me asusté, le confieso. Y lo tomé con mucho
recelo, porque, imagínese: ¿Quién paga para trabajar? ¡Nadie! ¿Hay
alguien en el mundo que proponga a un desconocido pagarle mil francos
por sustituirlo trabajando un mes en una fábrica? ¡Nadie!
–
¡Pero yo, sí! Es que quiero decirle que yo solicité antes a los
directivos de la fábrica ingresar a conocer los procesos que aquí se
aplican y no les importaron mis títulos ni las recomendaciones que traía
de mis profesores y de la Sociedad de Industriales de Suiza, su país.
–
¡Claro! Usted, sí, me ha pagado por remplazarme en la fábrica. Me
ofreció una compensación y ha cumplido. Pero, ¿a quién se le ocurre? Uno
duda y se pregunta: ¿Qué quiere este señor? ¿Qué hay detrás de todo
esto? ¿Cuál será su intención? ¿Qué propósitos persigue? ¿Quizá es un
espía?
4. Aprender
todo
–
Pero cuando me mostró su documentación, sus estudios y, sobre todo,
cuando me explicó cuál era su motivación ya entendí claramente y me
pareció digno de apoyarle.
– Le soy sincero que lo que más me preocupaba es lo que le podía pasar a usted.
–
La situación de mi esposa a la cual amo inmensamente me hizo correr ese
riesgo, mi anhelo de salvarla. Al final pensé que a cualquiera que le
hubiera explicado el hecho, y con la documentación del hospital, me
hubiera entendido.
–
Es que la experiencia de trabajar en una fábrica enseña mucho, oiga
usted. Y no siempre la valoramos como una calificación importante en
nuestras vidas.
– Se cumple en trabajar, pero no se valora, y más bien se lo considera un castigo.
– Sin embargo, ¿cuántos no quisieran aprender todo lo que se puede conocer laborando en ellas?
5. Tres
metas
–
Es que la mayoría lo toma como un trabajo rutinario, para proveerse de
un sustento y de otros recursos y nada más. Solo usted, que se ha
propuesto metas muy altas qué cumplir y valiosas para su país, como es
construir estas fábricas, lo asume de otro modo y lo valora, ¿no es así?
– Así es. Tres metas, me he propuesto cumplir regresando a mi país...
–
Pero antes de que continúe don Santiago, permítame preguntarle: tengo
un buen vino francés que guardo desde hace buen tiempo. ¿Será posible
que lo sirva?
–
Bienvenido sea el vino, Marcel. Y le estaba diciendo que esas tres
metas son: luz eléctrica para los pueblos, acero para la industria y
fertilizantes para alcanzar una alta producción agrícola.
– Clarísimo.
–
En esos tres campos quisiera tener los más avanzados conocimientos que
hay en el mundo y los logros más convenientes para mi país.
6. País
glorioso
– Ya ve. ¿No le decía? Todo lo tiene claro. Y es usted un visionario, don Santiago. ¡Salud!
–
¡Salud, Marcel! Le aseguro que tan pronto regrese al Perú voy a poner
toda mi alma en conseguir logros muy concretos en estos tres rubros. Y
yo le estoy muy agradecido a usted, amigo, por la oportunidad que me ha
dado en sustituirlo.
– De nada, don Santiago. Ya le digo, al contrario.
–
Se lo agradezco de veras y en nombre de mi terruño, porque yo quiero
decirle que todo mi trabajo lo inspira el amor a mi lar nativo, que es
Aija; todo lo inspira mi tierra querida.
– ¡Aija! Lo voy a grabar aquí en mi alma con letras de oro.
–
Y he llegado a otra conclusión, mi querido Marcel, cuál es que el Perú
fue hecho como un reto para los ingenieros, a fin de que la ingeniería
ponga allí su cuota de inteligencia, de ingenio y sacrificio para hacer
de él el país glorioso como fue y otra vez debe volver a serlo en el
futuro.
7. La gente
que más quiero
– ¡Caramba, si hubiera más personas como usted, don Santiago!
–
Es el anhelo de servir a mi lar nativo el que me alienta, me da el
tesón, la constancia y el esfuerzo en el estudio y la vergüenza para
haber hecho, entre los dos, el plan que hemos llevado a cabo.
– Y al servir a su país servir a la humanidad.
–
Pensar en su desarrollo hace vibrar mi pecho de emoción profunda.
Siempre Aija ha sido mi inspiración, mi refugio y mi consuelo y el Perú
mi compromiso. Todo lo hago por mi pueblo. Jamás me interesa el dinero. Y
yo pienso vivir siempre pobre. Además, eso es lo que he jurado.
– ¿Usted ha jurado ser siempre pobre, don Santiago?
–
Sí, siempre, Marcel, porque llenarse de bienes o dinero es miseria.
Pero, así como eso, a la vez he jurado estar consagrado permanentemente
al trabajo.
– ¿Así?
–
Porque, ¿de qué vale, Marcel, jurar pobreza si vamos a ser holgazanes?
Pobreza, además, como solidaridad con la gente la sufre que es la que yo
más valor le otorgo y que es la que más quiero.