sábado, 24 de diciembre de 2016

TRAS LAS HUELLAS DE UNA LEYENDA: LA FLOR DE LA CANTUTA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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TRAS LAS HUELLAS DE UNA LEYENDA: 
 
LA FLOR DE LA CANTUTA 
 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
El domingo 23 de diciembre de 1962, salí a las 9 de la mañana de Chiquián con uno de los camiones de la familia para pasar la Navidad en Tupucancha con mi abuelita Catita Calderón. 
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Hora y media después estábamos cargando reses en el paraje de Mojón, a 4,190 m.s.n.m., con el viento de la puna peinando los cerros de ondulante ichu. A corta distancia los destellos del sol matinal bañaban de luz los picachos del glaciar Tucu Chira.

Culminado el embarque proseguimos el viaje por la encalaminada pista de cascajo de la Pampa de Lampas, arribando al pequeño poblado de Conococha al mediodía.

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En Conococha almorzamos bajo un techo de paja con el chofer Teobaldo Padilla (Pecho), el dueño de las reses Teobaldo Suárez (tío Baldo) y el ayudante Baldomero Ramírez (Hualu). Este último me obsequió un tucumán de lana que me puse en su presencia como muestra de agradecimiento. Después del almuerzo bajé mis pertenencias del camión, que continuó su marcha hacia Lima.
 
Equipaje al hombro empecé el descenso caminando por una explanada de lajas que bordea la laguna de Conococha. Luego trepé un sendero empinado hasta coronar la parte más alta de la ruta (4,200 m.s.n.m.). Allí me puse a descansar. 
 
Sentado en una piedra contemplé la inmensidad de la llanura, donde el trío de gigantes: cielo, agua y tierra, me hicieron sentir la fuerza inconmensurable de la puna. En este desolado paraje donde es difícil que sobreviva el mal, el viento helado ingresaba a mi piel traspasando el tejido de lana que tenía puesto. Los rayos solares caían famélicos al pajonal.
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Ya llevaba media hora descansando. Instantes después el sol se ocultó, y la neblina empezó a descender cubriendo los cerros de paja y rocas calvas que le daban aires misteriosos al vaporoso paisaje.
 
Al cabo de unos minutos parecía flotar sobre un vellón inmenso. Me puse de pie y reanudé la marcha, escrutando paso a paso las huellas dejadas por las recuas de carga. "Qué lejos quedó la mañana cuando en Mojón seguí con la mirada el paso de las nubes viajeras sobre el Tucu Chira" -pensé, al no distinguir nada a través de la densa neblina. 
 
Cuando caminaba tanteando el rumbo sentí sed y bebí un par de sorbos de agua, que a mi paso por la laguna envasé en una botella de Concordia. Nunca imaginé que el líquido elemento supiera tan delicioso en circunstancias hostiles.
 
Después de orillar los roquedales de Shajsha, donde se encuentra la "Cueva del Bandolero", por fin pude apreciar a un kilómetro de distancia la silueta añorada de la manada de Tupucancha, con sus enormes corrales de piedra, la casa de paredes albinas y tejas grosellas que la llenaban de vida.
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Faltando cien metros para llegar a la casona, vinieron a mi encuentro dando brincos y ladridos los perros pastores “Vilka” y “Zambo”, viejos amigos a quienes veía después de once meses. En momentos que acortábamos la ausencia con abrazos y lamidos, salió de la cocina mi abuelita Catita, seguida por una joven señora de faldellín negro y dos “niñas” con polleras floreadas y shucuy de pellejo de carnero. Las dos pequeñas tenían los pómulos rojos como manzanas y ondeaban al viento sus trenzas entrelazadas con hilos de lana. 
 
Una hora después, en circunstancias que festejábamos el encuentro con panes y bizcochos, que mi abuelita Victoria Montoro me obsequió en Chiquián, hizo su aparición una "niña" más. Por su estatura inferí que se trataba de la mayor. Tenía más o menos mi edad y talla: un metro con cuarenta centímetros y medio. Hasta me emocioné al verla, pero después que su mamá lo llamó Nicéforo, mis ilusiones quedaron regadas en el piso. Finalmente las “otras dos” también resultaron ser 'santos varones'. En ese entonces era costumbre en la puna, vestir a los chiuchis con polleras hasta los diez años, edad en que celebraban el rutuchi o quitañaque (ceremonia ancestral del primer corte de pelo). 
 
Con el ocaso llegó arreando el ganado lanar el pastor Moreno, esposo de la joven mujer y padre de los tres niños. Me dio un apretón de manos como bienvenida, que por poco hace machihembrar mis delgadas falanges. Luego metimos las ovejas y las reses a los corrales e ingresamos a la cocina para merendar. Como postre les comenté sobre mis compañeros de la Escuela Primaria 378 de Chiquián. Hasta por un momento escuché resonar en mis oídos el eco de las risas de Miguel Barrenechea, Antonio Núñez y Máximo Alarcón, con quienes iba a la hora del recreo a la plazoleta de Quihuillán a trepar, hasta blanquear los ojos, el asta tubular del monumento a Bolognesi. Al concluir mi relato, la mamá de Nicéforo nos narró esta leyenda sobre la “FLOR DE LA CANTUTA”, que según nos comentó, aprendió de una ancianita del pueblo de Cuspón:
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“Cierta vez, una viejecita a quien de cariño llamaban Pancha, y su nieta salieron de Roca llevando semillas de papa para venderlas en Matara. Cuando estaban cerca del pueblo se sentaron a descansar. La abuelita se quedó dormida por unos instantes. Al despertar vio a la niña contemplando las flores que orlaban el camino. Se acercó y le dijo:

- ¿Te gustan las cantutas hijita?, son lindas y perfumadas.

- Si abuelita, mira que bello color rojo tienen..
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- Ese color es por la sangre de una niña pequeñita como tú, que se marchó de este mundo hace mucho tiempo.
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- ¿Cómo ocurrió abuelita?.
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- Hijita, a mí también me contó mi abuelita. Ella decía que hace muchos años una huerfanita muy bonita fue raptada por un zorro viejo. Sus abuelitos, con quienes vivía, corrieron para pedirle ayuda a un cóndor que habitaba las alturas de Carhuaspunta..
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El ave sobrevoló el lugar logrando ver al zorro devorando a la niña, y descendió lo más rápido que pudo, arrebatándole los restos sangrantes de la pequeña. Con el paso de los días germinaron bellas flores de la cantuta en los lugares donde cayeron las gotas de sangre.
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- ¿Y qué pasó con el cóndor y el zorro, abuelita?

- Ah, el cóndor contó lo sucedido a los animales más pequeños, aconsejándoles alejarse del peligro. Desde aquel entonces el zorro vaga solitario por las altas punas al acecho de una oveja descarriada.

- Una última pregunta abuelita ¿y qué pasó con los abuelitos de la huerfanita?

- Con ellos, ...”. 
 
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Cuando nos iba a relatar lo ocurrido con los abuelitos, ladraron los perros y salimos al corral de las borregas, temerosos de la presencia de algún zorro. Felizmente se trataba de un comerciante “shilico” que pedía alojamiento.

Esa noche, vísperta de Navidad, me quedé dormido contento de haber hecho nuevos amigos en un rinconcito de la puna, donde el frío cala hasta el tuétano, pero también donde la solidaridad de los seres humanos abriga los corazones haciéndonos convivir como hermanos... 
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VOCES NATIVAS

Cantuta:


Flor sagrada de los Incas.

Shilico:

Natural de Celendín - Cajamarca

Chiuchis:

Niños

Faldellín:

Vestido de mujer andina.

Matara:

Paraje, hábitat de los bosques de ccantuhuaytas.

Mojón:

Paraje chiquiano, a 4,150 m.s.n.m.

Recuas:

Acémilas de carga

Shucuy:

Mocasines de piel de oveja.

Tucumán:

Gorro de lana con orejeras.

Tupucancha:

Manada de reses y ovejas 
 
Huaraz, DIC 1981

Bosque de cantutas
Cuspón (Bolognesi - Ancash) - Fotos: Marco Calderón Ríos