viernes, 23 de diciembre de 2016

NAVIDAD EN CHIQUIÁN - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)



Nashville, 23 de diciembre de 2016
 
HOLA SHAY: 
 
DICIEMBRE, mes del Ahorro, de la Primera Comunión, de la Navidad y de la esperanza por un año venidero más próspero y más humano. Mes del reencuentro y de los logros de fin de año, pero también de agridulces partidas en la búsqueda incesante de la tierra prometida, lejos de la Patria chica. 
 
Cómo no recordar aquellos tiempos "bíblicos" de los gratos sesentas, donde los vientos navideños asomaban con las primeras lluvias en diciembre, lluvias recibidas con alegría contagiante por el pueblo chiquiano.
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Día tras día los tesoros ocultos por el sol primaveral se ofrecían visibles a los ojos, como una munapada de los regalos que soñábamos recibir del gordito Papa Noel. Los arroyuelos subían su torrente hasta desbordarse, inundando el jirón 28 de Julio (Agocalle), desde Lirioguencha hasta Quihuillán. Llega a la memoria el recuerdo de un niño limeño, de origen chiquiano, que visitó por primera vez la tierra de Luis Pardo a mediados de diciembre de 1961. Al ver inundarse el famoso "AGOCALLE" salió volando como alma en pena, gimiendo y gritando como loco: ¡DILUVIO, DILUVIO, DILUVIO...!!!!

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Los vecinos de la "Venecia chiquiana" salían presurosos, lampa en mano, para proteger con ripio: puertas, callejones y zaguanes, evitando que los jacas se ahoguen en los cuyeros. Otros samaritanos sacaban listones de madera y los ponían cual huaros tembleques al ras del agua que bajaba incontenible. Todos los chiuchis, ñatos de risa por la llegada de la esperada lluvia, chapaleábamos de orilla a orilla con los zapatos aquinos que imploraban por una hilera de estaquillas a Rucu Feliciano; o trepados sobre zancos hechos a pulso evitábamos una neumonía fulminante que nos mande a la otra.
 
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Con el paso de las semanas los primeros capullos de las flores silvestres nos prestaban sus alas de fantasía para soñar despiertos con Afrodita de Cutacarcas. En el horizonte azul la blancura del Yerupajá insuflaba de gozo el tierno corazón. Aquellos benditos días de diciembre avivaban la lozanía de las mejillas pispadas; los chacareros reían viendo sus sembríos esmeraldas, y las serenatas afinaban sus cuerdas de acero a la espera de las musas de kikuyo que llegaban de Lima, Barranca, Huacho, Trujillo y del Callejón de Huaylas, al término de sus estudios secundarios o superiores.



Ingresar a las cocinas y oír el ronroneo mañanero de las teteras jugando con el agua bullente para el "cafecito de cebada", que con dos cucharadas de azúcar rubia y un pan de punta, era el deleite de grandes, maltones y chicos. En las noches de diciembre la luna lunera cascabelera era tan clara que el humo blanco de los fogones crepitantes parecían velos de casamentera buscando un sorbo de oxígeno en el cielo chiquiano.
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En mi particular caso, muy pocas navidades pasé en el pueblo de Chiquián aquellos benditos sesentas de pilones esquineros y abrazos al vuelo. La mayoría de las veces celebré el nacimiento de Jesús con mi familia y los pastores en Tupucancha, pero de las que viví en "Espejito del cielo" de Hualín y su triángulo, recuerdo que una semana antes de la Noche Buena los niños asistíamos con nuestras mascotitas para que reciban las bendiciones del sacerdote durante la Misa de Gallo.
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Al primer repique de campanas, con Anchita, Patuco y Arti pasábamos la voz a la collera del barrio que no había pegado las pestañas aguardando inquietos el gran momento. Unos caminaban dormitando con sus huachis, perros, gatos y conejos a cuestas, otros con palomas, chacuas, cariocos, gallinas ponedoras y culecas; aunque no faltaban los que cargaban cuyes o llevaban empujando algún orejudo que salió con más de tres rojos en la libreta.
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Recuerdo que muchos chiuchis nos apretujábamos debajo de las andas para dormir abrigados por nuestros animalitos, entre balidos, cánticos, ladridos y ronquidos, mientras otros más audaces atrapaban murciélagos al vuelo en los recovecos oscuros que conducían al depósito de las imágenes de los apóstoles, fabricados por Lolito Rivera, con yeso, pintura y palos de maguey.
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La construcción de los nacimientos familiares corría a cargo de los niños. Las imágenes de San José, de la Virgen María, del Niño Jesús, de los Reyes Magos, de Papá Noel, los animalitos y los juguetes eran adquiridos por nuestros padres de los mercachifles y de las tiendas de los paisanos: César Machuca, Faustina Romero, Asunción Aldave, Crisólogo Ramírez, Orfila y Zalatiel Cachay, Gliceria Espinoza, Carlos Bisetti, Juan Alva, Lucho Castillo, Zenobio Alarcón, Manzueto y Abundio Santos. De la tienda de la familia Huerta, de los recordados camiones "San Martín", comprábamos a 10 por un sol: pitos en formas de aves y ollitas de barro pintadas de colores que reposaban sobre paja brava en enormes cuntus cocidos al horno. 

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El piso de "champa" lo traíamos del Pesebre y del oconal de Umpay en pequeños bloques de tierra húmeda con algunos gusanos de yapa. De sólo pensar en los resbalones que nos dábamos en los caminitos empinados de Shapash, Paucaracra y Racrán, cuando íbamos a traer arcilla de las "minas" para fabricar ollitas y carritos navideños con llantas de chapa de cerveza y gaseosa Concordia o Triplecola, me veo con la ropa cubierta de lodo, esperando el shilpi y la amenaza de ser conducido de grado o fuerza al reformatorio limeño junto a mi primo Calolo Ramírez.
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Conseguíamos musgo en Tranca y sacuaras en los escarpados de Shapash, y hacíamos germinar trigo en pequeñas latas vacías de conserva, para darle un toque de naturaleza viva al Nacimiento. La construcción de puentes con carrizos no se dejaban esperar; también cascadas, cerros, jalcas, quebradas, glaciares y valles en miniatura con ríos y puquiales pintados de celeste sobre papeles de bolsas de azúcar; pocitas de agua teñidas con “Azul Brasso” donde flotaban patitos y peces de plástico y maguey seco. Asimismo forrábamos cajitas de fósforos con papel de regalo, fabricábamos estrellas con papel lija y como nieve utilizábamos algodón artificial que picaba como ortiga.
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Los regalos nos entregaban la mañana del 25, después de llevar al Niño a la iglesia para su adoración por los Negritos. El cura y sus asistentes invitaban chocolate caliente, tajadas de panetón y bizcochos en forma de Cristo, animalitos andinos y muñecas, que donaban las panaderías chiquianas.



Los varones recibíamos pequeñas matracas de madera, trompos, boleros, carritos, yoyos, bolas de cristal, cartucheras, también mallas, raquetas y pelotitas de pimpón, rifles con balas de corcho sujetas a un pabilo, pelotas, soldaditos de plomo, caballitos y vaqueros de plástico, ropa y zapatos aquinos ecológicos. Las mujercitas recibían muñecas, ollitas y cocinitas de aluminio, panderetas, juegos de yases, binchas de plástico de diferentes colores, mini juegos de té de loza china, vestidos y zapatos “caramelo”.
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Todos los 6 de enero realizábamos la “Bajada de Reyes” para contar con un "sencillo" y adquirir nuevas imágenes sacras y los animalitos necesarios para el año siguiente... qué tiempos aquellos, tan diferentes en filosofía de vida de las grandes urbes. En nuestro terruño era una verdadera fiesta del pueblo, como sólido puente de unión y hermandad cristiana, que va perdiendo consistencia por la azuela de la globalización.
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 LOS RECUERDOS
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
 
.Muchos años dejamos correr,
olvidándonos de aquel ayer,
de pronto con pena vemos caer,
gotas acerbas que horadan el Ser. 
 
Son lágrimas penitentes
que de las grutas del alma
bajan directas al corazón,
jamás bañan las mejillas.

En tanto oír una vieja canción
o leer bajito un poema de amor:
son momentos de añoranza, 
gratas horas para recordar.
 
 Evocaciones del ayer
que nos hacen suspirar;
una imagen distante,
un intenso palpitar. 
 
Así vemos el tiempo pasar:
unos al compás del reloj,
otros aguardan la noche
para volver a soñar.
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AIRES NAVIDEÑOS EN CHIQUIÁN

DICIEMBRE DE 2013

Imágenes: Nalo Alvarado Balarezo
 
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