EL PONCHITO DE NAVIDAD
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Tan pronto culminé el Segundo Grado de Primaria en Chiquián, viajé a Tupucancha, escenario de mis vacaciones escolares.
Cuando recogía flores de achupalla en el paraje de Shajsha para el nacimiento navideño que estaba construyendo junto al puquial, escuché un sollozo agudo que venía de una oquedad rocosa. Me acerqué. En el interior un zorrito pequeño estaba tiritando echadito, sin fuerzas para levantarse. Tenía una patita lastimada. Le puse mi ponchito, cogí unas matas de paja y cubrí su cuerpecito helado. Froté su frente intentando aliviar su dolor, y me marché, dejando un pan junto a su boca.
Llegué a casa entrada la noche.
Antes de merendar mi abuelita Catita me preguntó por el ponchito. Aduje que lo había dejado olvidado en una cuevita de Shajsha, y que retornaría temprano a recogerlo.
Después del desayuno salí de Tupucancha con mi abuelita. Ella intuyendo algo decidió acompañarme a Shajsha.
La oquedad donde dejé al zorrito estaba vacía. Del ponchito: ni una hilacha. Mi abuelita, observando el montículo de paja, me miró extrañada, pensativa...
A punto de retornar a casa avistamos al zorrito. Estaba rengueando cuesta arriba con mi ponchito puesto. El animalito se paró y volteó la mirada hacia nosotros. Luego se internó en los roquedales. Finalmente mi abuelita sonriendo me dijo: “Tu amigo está contento con el ponchito que le has obsequiado por Navidad. Vámonos a casa, no lo molestemos”.
Al despertar el 25 de diciembre encontré bajo la almohada un ponchito nuevo.
Cuando recogía flores de achupalla en el paraje de Shajsha para el nacimiento navideño que estaba construyendo junto al puquial, escuché un sollozo agudo que venía de una oquedad rocosa. Me acerqué. En el interior un zorrito pequeño estaba tiritando echadito, sin fuerzas para levantarse. Tenía una patita lastimada. Le puse mi ponchito, cogí unas matas de paja y cubrí su cuerpecito helado. Froté su frente intentando aliviar su dolor, y me marché, dejando un pan junto a su boca.
Llegué a casa entrada la noche.
Antes de merendar mi abuelita Catita me preguntó por el ponchito. Aduje que lo había dejado olvidado en una cuevita de Shajsha, y que retornaría temprano a recogerlo.
Después del desayuno salí de Tupucancha con mi abuelita. Ella intuyendo algo decidió acompañarme a Shajsha.
La oquedad donde dejé al zorrito estaba vacía. Del ponchito: ni una hilacha. Mi abuelita, observando el montículo de paja, me miró extrañada, pensativa...
A punto de retornar a casa avistamos al zorrito. Estaba rengueando cuesta arriba con mi ponchito puesto. El animalito se paró y volteó la mirada hacia nosotros. Luego se internó en los roquedales. Finalmente mi abuelita sonriendo me dijo: “Tu amigo está contento con el ponchito que le has obsequiado por Navidad. Vámonos a casa, no lo molestemos”.
Al despertar el 25 de diciembre encontré bajo la almohada un ponchito nuevo.
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Fuente:
Relatos de la Puna.
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