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RACRÁN
RACRÁN
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. Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
A la Memoria de mis amados padres, Armando y Jesús
A la Memoria de mis amados padres, Armando y Jesús
“Pisando suelo conocido no caerás”.
Armando Alvarado Montoro
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“Imita a los pájaros y no destruirás al mundo”.
Jesús Balarezo de Alvarado CHIQUIÁN, como imperio del aire fresco, goza de una riqueza natural incomparable. Suelo bendito, otrora epicentro de cultivo y pastoreo comunal a gran escala, sigue esparciendo a raudales el sonido de su fauna y el aroma de su flora pletórica de vida, que tonifican la mente, el alma y los músculos, en un pacto de lealtad y buena vecindad con la Madre Naturaleza, sobre todo en las quebradas y laderas alejadas de los emporios mineros, espacios inmaculados que conservan su esencia nativa, como herencia de vida para las futuras generaciones.
Pero Chiquián no es su panorama seductor, solamente. Su mejor carta de presentación es la defensa irrestricta del ecosistema. Además cuenta con variadas opciones para disfrutar a manos llenas de un turismo vivencial sin cotejo.
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Aquí están los mejores tejedores del mundo. Los cálidos frutos de sus telares cubrieron la piel morena de los aguerridos patriotas que se fajaron a puño y varazo limpio en las contiendas de Junín y la Pampa de la Quinua donde se logró la Independencia; y el poncho chiquiano, fue el soporte sobre el que se firmó la Capitulación de Ayacucho, como aparece en un lienzo del pintor huancavelicano Daniel Hernández Morillo.
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Cuenta
también con recetas milenarias para todos los gustos y sabores,
delicias campestres que engalanan las fiestas patronales de Santa Rosa
de Lima y de San Francisco de Asís, respectivamente; mas si de caminar se trata, y el
hambre impacienta a las tripas, no hay nada como un puñado de cancha
con su trocito de queso, producto bandera elaborado por manos
hacendosas con la leche más saludable del planeta. Para calmar la sed
hay abundante chicha, fermentando ansiosa de desbordar los cuntus. Y si el paladar se inclina por un potaje para chuparse los dedos, basta visitar el "Rincón del Recuerdo".
Es decir, Chiquián es la Obra Maestra del Creador. Intente no quedar boquiabierto con el magnetismo de sus tardes de arrebol, y no podrá. Tampoco tiene que pellizcarse pensando que el hechizo de su policromía crepuscular constituye un sueño de floripondio, pues es realidad palpable hasta para los más incrédulos. Parajes sin igual que engalanan la cuna del revolucionario social Luis Pardo y de nuestro recordado “Shapra” (Manuel Ñato Allauca), el cicerone andino con el mejor floro del hemisferio sur, en proyección cilíndrica.
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Uno de estos hermosos parajes es RACRÁN, ubicado a unos metros del hanabarrino
Umpay. Dos caminitos suspendidos en el alero de los años nos llevan a
disfrutar de un escenario natural acogedor, un mirador para deleitarse
con los encantos de Chiquián y disfrutar la magia del glaciar Tucu, que
corona de albura la collana de Lampas y la encajonada joya de Aquia,
dominio ancestral de los vigorosos Rimay Cóndor. Sin duda un destino
invalorable para un safari fotográfico de novela.“Jeshu, caminando por Racrán he sentido tu fragancia. He visto tus pupilas de paloma en las cantarinas aguas de Putu, desde ahí te he escuchado silbar con el viento en Chaquinani…”, dice mi padre en una carta dirigida a mi madre a dos días de pedir su mano.
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Mamá, de abriguito, y papá de sombrero negro, con sus amigos chiquianos
Porque Racrán es un edén para los enamorados apasionados, invisible a la mirada paterna y de los celosos hermanos de la doncella. Allí se han tejido muchas historias de amor bravío. En una oportunidad me comentó el patriarca oropuquino Pedro Loarte Cano, amigo personal de Luis Pardo a quien acompañaba con su mandolina, que nuestro bandolero romántico visitaba frecuentemente Racrán con su amada, para contemplar la belleza de Chiquián, y que recostado en un árbol centenario le cantaba huaynos y yaravíes, y sólo Dios sabe, si fue en este punto de encuentro donde escribió su premonitorio himno “EL CANTO DE LUIS PARDO”, convertido después de su muerte en el vals “LUIS PARDO”, canción peruana conocida también como “LA ANDARITA”.
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El paraje de Racrán está engastado en la orilla sur de lo que en la época de Pisanamaría fue Sequiancocha, y recuesta su pródiga inmensidad bajo las égida fraterna de las laderas verticales que trepan cual enredaderas al apu Capillapunta. Su amada Cochapata posa su sedosa cabellera en el hombro derecho, y los bordes de su faldellín turquesa acarician las pircas eternas de Racrán. Desde allí se escucha con claridad meridiana la dulce voz del viento que baja del enhiesto Jaracoto, y de las canoras aguas de la cascada de Putu. Una combinación perfecta de la melodía terrena.
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La
última vez que visité Racrán fue en Semana Santa, de hace unos años,
cuando todavía no se ablandaban mis bíceps ni se acalambraban mis
pantorrillas. Llegué con el alba, máquina fotográfica en mano. Las
calles chiquianas estaban desiertas de fieles devotos. Fue Jueves
Santo, recuerdo. No arribé con la agilidad de un impetuoso potrillo, sino con la
precaución de un asustado caminante, pues de niño, cuando cubriendo mi
rostro con mi ponchito paseaba ufano por estos dominios buscando una tierna chacuita,
un cachorrito de medio mes de nacido empezó a ladrar sin pausa ante mi
fantasmal presencia; luego se abalanzó inmisericorde hundiendo sus
caninos de antacasha en mi huesuda canilla derecha. Ahí comprendí que el dicho “Perro que ladra no muerde” alude al humano hablador, no tanto a su fiel amigo ladrador.
En los primeros minutos del día se aprecia desde Racrán, cómo la torre de la iglesia matriz de Chiquián se va incorporando al paisaje, junto a los velos de humo, que con el viento a su favor se elevan de los fogones que van cociendo lentamente el pari, el pojti y la lahuita de Semana Santa. Al mediodía, cuando el sol cae en plomada, este mismo viento se queda dormido bajo la comba azul de la quietud. Es cuando el aroma rural nos llena de una paz desconocida para los sentidos urbanos. Luego viene la hora de contemplar el atardecer, con ese sabor a nostalgia que en la brevedad del tiempo desgrana el ocaso. Después cae lentamente la sotana de la noche hasta cubrir Jircán. Ya los pichuichancas, cuculíes y torcazas retozan en las copas de los hospitalarios alisos, molles y eucaliptos. Es momento de aguzar los sentidos y tensar los nervios, pues un inesperado canto sonoro del agorero pacapaca puede erizar la piel y despertar el recuerdo de aquellas narraciones ancestrales de almas penitentes, que solíamos contarnos de chiuchis en las veredas de lajas del barrio.
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Ir
a Racrán caminando por una calle sin asfalto todavía, es vivir una aventura
diferente, en un ambiente rebosante de colorido follaje, muy cerca de
las rutas turísticas habituales del pueblo. Es empezar la mañana con un
sorbo de aire puro; sólo es cuestión de levantarse antes de que el
gallo del vecino cante 3 veces y cuando los candiles empiezan a
iluminar las casas de los jornaleros que se preparan para emprender la
faena diaria. Basta sentarse con tranquilidad sobre el mullido kikuyo
y disfrutar del paisaje silvestre, experimentando los prodigios de la
Naturaleza. Una oportunidad para desconectarse del tedio que impone la
rutina, poniéndole chispas a la vida con los componentes del ensueño.
Visiten con sus warmis o sus enamoradas este mítico remanso de
las caricias tiernas y los besos dulces como los caramelos de leche de
tía Dolorita, como los adoquines de “Cholito Nava”, como las chaposas
manzanitas de Chinchupuquio, como las mashuitas con sabor a miel de Tulpajapana, como el ñupu de Matara, como el chumpac de los tinyacos, como las guayabas del caluroso Llaclla, como las oquitas de Ninán
y Cucuna... Es la mejor receta para un día de salud plena en aras del
crecimiento espiritual; ya que, como me decía mi abuelita Catita: “Levántate
más temprano, hijo. No seas flojo, camina hasta la cascada de Putu y
bebe de sus aguas frescas. Te aseguro que volverás sabio; y no olvides
mirar con fe la Cruz de Capillapunta, pues de ahí despunta la Luz del
Nazareno que ilumina nuestras conciencias. Ya algún día tendrás tiempo
suficiente para dormir el sueño eterno bajo una lápida de piedra que indica el lugar donde reposan tus huesos”.
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CHIQUIÁN: PARAJES EN ESPIRAL
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
CHIQUIÁN: PARAJES EN ESPIRAL
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Tierra bendita: corazón amigo,
en las mañanas, sembrando trigo,
por las tardes, buscando abrigo
ya en las noches, sueño contigo.
Caranca: mil latidos en concierto,
todo es belleza, a cielo abierto;
el albo Huayhuash, abre su puerta,
al mágico Chiquián que está de fiesta.
Huancar: umbral de verde estampa ,
con sus ojos de roca, mira la pampa;
miles de eucaliptos, besan el cielo,
donde el cóndor cruza, en alto vuelo.
Parientana: perfumada de frescura;
maestros y alumnos, destilan cultura,
el coloso Yerupajá contempla risueño,
con su blanca mirada de ensueño.
Chicchó: arbolito de manzana,
canta un huínchus por la mañana;
un tierno shulaco sale reptando,
dos banderilleros le están apuntando.
Jaracoto: trina el pichuichanca;
cien chiuchis cantando izan la bandera;
es muy hermosa nuestra rojiblanca,
que flamea contenta en la ladera.
Capillapunta: fiel centinela.
Altar glorioso, cruz de madera;
alumbra fuerte el sol, no una vela,
desde la cumbre hasta la pradera.
Umpay Cuta: maíz maduro;
el gran bandolero saluda al turista;
con su caballo, pisando seguro
y su estampa que a todos gusta.
Lirioguencha: estadio moderno,
con su verde gramado tierno.
Unos miran desde las tribunas
otros sin boleto, desde las alturas.
Cochapata: huarastucoj y nunatoro,
con roncadora de pellejo de perro;
brotan del píncullo melodías de oro
desde las faldas, hasta aquel cerro.
Putu: misterio y hermosura;
el agua cae desde gran altura,
riendo dulce, cristalina y pura,
regando feliz, la tierra dura.
Oropuquio: cuna del Sport Cahuide
caminitos estrechos que nadie mide;
chinguirito y arpa, todos imploran,
callecitas de piedra, los tacos lloran.
San Juan Cruz: tributo a Dios;
los peregrinos suben jadeantes,
besan el Madero y dicen !adiós¡,
cerro bendito, de mil caminantes.
Mishay: culto al Divino Maestro,
que hace del alumno, un hombre diestro;
pródiga cantera de sabiduría andina,
que brinda cultura, a la estudiantina.
Puente Cantucho: cálido hospicio,
para el visitante y el arriero misio;
Cuspón y Roca, besan tu suelo
y calman su sed en el arroyuelo.
Tulpajapana: bordeando el cementerio.
Lugar sagrado donde reina el silencio;
sobre sus entrañas la Gruta florece,
a su alrededor todo reverdece.
Cruz del Olvido: triste destino;
oración y banda, funeral andino,
paso obligado al Camposanto,
camino de espinas del que quiso tanto.
El coso: penal de inocentes prisioneros.
Reses, caballos y burros dañeros,
dormitando cumplen su condena,
por saciar su hambre en chacra ajena.
Jircán: tardes de toros y de fútbol,
bailan huaynitos los caballos moros.
bajo tus palincas un choborra canta;
Huerto de Judas de Semana Santa.
Tranca: pencas y hualancas,
escoltan el gallardo paso del 351;
camino de herradura a Ninán y Cununa
entre tramo y tramo me como una tuna.
Chivis: bosque encantado;
mil zambullidas y un clavado,
entre pitadas, humo y anisados,
niños de estanque tiritan asustados.
Shapash: sacuaras y tibio baño;
no hay duchas, saunas ni caño;
se baja en picada por la pendiente,
con agua corriente se baña la gente.
Aynín: río de vida y encanto,
miles de truchas, ondinas no tanto;
niños excursionistas en sus riberas,
con sus maestros de clases primeras.
Chinchupuquio: huerto florido,
donde el Sol se queda dormido;
dulces manzanas y melocotones,
gigantes yacones para los glotones.
Quihuillán: homenaje a Bolognesi.
Tiernos amores de ensueño y encanto
tras una promesa, triste despedida;
una torcaza queda herida.
Usgor: aguas que caen rimando,
siete ichicqulgos están llorando,
diez trovadores componen versos,
para sus musas de rostros tersos.
Uyu: sembríos esmeraldas y aguacero;
chacras, alfalfares, yuntas y arados
llegan los gañanes con el lucero,
su semilla santa y sus cayados.
Conchuyaco: 'Señor del Camino',
siempre cuidando el destino,
de los choferes y pasajeros,
del jornalero y los arrieros.
Fragua: mirador ecológico,
lugar ideal para un zoológico;
flores silvestres y pájaros canoros,
despiertan el alma con trinos sonoros.
Jupash: el agua lava y tropieza
con pencas y mazos de gran rudeza
formando un concierto de alba limpieza
fregando mugre de pieza a pieza.
Yarush: barquitos de maguey,
sueños de marineros que no morirán;
sus puentes lloran cuando pasa un buey,
desde Umpay Cuta, hasta Maraurán.
Shulu: mini safari urbano,
todos acuden desde temprano,
los tarapaqueños atrapan tinyacos,
los aliancistas cazan shulacos...
Agocalle: Venecia Chiquiana,
con zancos andando no parece enana,
los calzoncillos lloran con el chapuzón
de los que naufragan como Alonso Pinzón.
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Caranca: corva su belleza como una ceja
para llenarnos de embeleso viendo Chiquián,
y acompaña nuestro llanto en cada despedida.
Y así: Sunoc, Tanaz, Cushish, Quinchayoc, Capulipata
Purampún, Yucyushtana, Cascas, Común, Calapata,
Macpún, Huanturma, Chipiaj, Paucaracra, Chaclapata
Raquinapampa, Unsucocha, Huayalpampa y Racrán,
mientras los tengamos en mente, !FLORECERÁN!.
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Racrán
y los demás parajes chiquianos seguirán floreciendo, mientras los
niños y jóvenes alfareros y los poetas de tierra adentro alienten y
ayuden a nuestros buenos comuneros a cultivar las chacras comunales que
están abandonadas desde hace más de 3 décadas, y sientan el aroma del
choclo y la caña en su piel, la tersura de las habas tiernas que pronto
serán panco, shinti o shacui, y la bondad del trigo en las mesas humildes, en las que nunca debe faltar el dulce zanguito y la machca fraterna.
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Seguirá
floreciendo también, mientras nuestro pueblo continúe escuchando el
eco de la roncadora de Antonio Padua llamando al riego hermano.
Mientras los chiuchis sigan bailando alegres en las faldas de
Cochapata con sus atuendos de viejitos y su bastón de guarango.
Mientras los amores cautivos continúen sorteando shinuas y hualancas
en los alfalfares en punta. Mientras los alumnos no vayan a los campos a
derribar árboles para la yunza ni a traer leña, solamente, sino
también a plantar árboles por millares y a leer lo que la Naturaleza
pone al alcance de los ojos humanos, porque CHIQUIÁN es una de las páginas más hermosas del GRAN LIBRO DE LA VIDA.
Fuente:
Apuntes chiquianos, de Nalo Alvarado Balarezo
RECUERDOS
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La Vergne, 25 de octubre de 2011
HOLA SHAY:
El 25 de octubre del 2010, mi amigo, mi hermano, mi amado papá Armando Alvarado Montoro, emprendió el gran vuelo cuando clareaba el alba. Desde aquel aciago amanecer, extraño sus palabras de aliento, sus relatos de tierra idolatrada, su chispa contagiante, su jovialidad, su mirada cristalina, sus ilusiones, su amor por la vida, su ilimitada reverencia a la Naturaleza, siempre planificando e impulsando el mañana de los seres que amaba: paisanos, vecinos, amigos y familiares. Siempre soñando con un Bolognesi próspero y unido, con un Áncash pletórico de vitalidad, con un Perú de ensueño, con una Pachamama venerada por todos sus hijos.
Aquel ser humano que no se cruzaba de brazos, ni siquiera los fines de semana, aquel esforzado trabajador del volante que mantenía los ojos bien abiertos cuando nosotros dormíamos, aquel navegante andino que calmaba su sed con el agua pura de los glaciares, aquel ferviente lector que amaba a los libros y cuadernos con la misma fuerza telúrica que amaba a los niños, a los jóvenes y a los adultos, aquel padre amoroso que bullía de alegría cada vez que nos sostenía en brazos, pero que sangraba por dentro cuando tropezábamos de pequeños y también de viejos, se marchó en silencio, sin un gemido, dejándonos el mejor legado del mundo: su ejemplo de vida. Aquel día sentí con mayor intensidad la fragilidad de la existencia terrena, tan corta como la vida de aquel pichuichanca herido que con papá, mamá y mis hermanos curamos en el patio de la casa, y que de gratitud alegraba nuestros días cantando en el tejado, hasta que un aleve disparo de un cazador malo extinguió su latido.
Cómo olvidar sus caricias cuando llegaba de madrugada, sus labios en mi frente, sus manos alisando mis cabellos. Yo me hacía el dormido, al igual que mis hermanos, pues lo estábamos esperando, leyendo o contándonos historias de pioneros. Recuerdo aquellos domingos cuando las calles chiquianas se llenaban de niños, padres y abuelitos, todos íbamos a la iglesia tomados de la mano, con los zapados bien lustrados, peinados y risueños a orar y pedir bendiciones para nuestro pueblo.
Muchas veces, sin que lo notara, lo vi orar y llorar a solas al fallecer un amigo, un familiar o un paisano querido. Recuerdo su congoja cuando partieron sus entrañables amigos y guías: Lucho, Félix, Bernardo, Lolito, Florentino, Abraham, Isidro, Andrés, Maurelio, Eulogio, Braulio, Policarpo, Ignacio, Pascual, Benigno, Honorio, Juan, Teodoro, Accepio, Fidel, Arcadio, Filomeno, Leonardo, Jacobo, Teófilo, Jorge, Segundo, Benjamín, Carlos, Bonifacio, Alejandro, Alberto, Panchito, Factor, Pedro, Perfecto, Icha, Mateo, Teobaldo, Aparicio, Glorioso, Virgilio, Calixto, Crisólogo, Mario, Antonio, Juan, Marcos, Cesareo, Agripino, Mauricio, Ambrosio, Abilio, Matías, Hermenegildo, Casimiro, Julio, Toribio, Elías, Amancio, Anaya, Armando, Bartolomé, Teodomiro, Zenobio, Miguel, Tolomeo, Claudio, David, Baldomero, Danielito. Gregorio, Melchor, Germán, José, Hernán, Valerio, Cástulo, Víctor, César, Ernesto, Eusebio, Alfredo, Arturo, Guillermo, Rubén, Manuel...
Su obra titánica, aun en ciernes, de brindar amor y sólo amor sincero a todas las personas. Su humanidad y sencillez son para nosotros, sus hijos, nietos y bisnietos, dos grandes espejos donde mirarnos, bruñidos cristales que forjan la fuerza incoercible del amor.
Su mirada dulce y serena, aquella ternura que vivía y dejaba vivir en paz a los demás. Ternura que hoy está en el sol que abriga la tarde y en el aire que mece el trigo de nuestros campos amados. Nunca una mirada de rencor, un verdadero constructor de afectos, un visionario que reía de felicidad con el éxito de todos.
Aquel lugar ventilado de la sala, junto a la ventana, donde solía leer y compartir con suma dicha sus experiencias de vida con todos los que lo visitaban, está inmensamente vacío desde su partida, lugar sagrado donde ahora se concentra el reino infinito de Dios.
Aquí, desde la ventana de la habitación escucho cantar al viento, amigo inseparable que me trae los dulces aromas y los sones del Perú profundo. Elevo la mirada y entre las nubes está al volante de su camión azul, surcando los caminos del Edén.
HOLA SHAY:
El 25 de octubre del 2010, mi amigo, mi hermano, mi amado papá Armando Alvarado Montoro, emprendió el gran vuelo cuando clareaba el alba. Desde aquel aciago amanecer, extraño sus palabras de aliento, sus relatos de tierra idolatrada, su chispa contagiante, su jovialidad, su mirada cristalina, sus ilusiones, su amor por la vida, su ilimitada reverencia a la Naturaleza, siempre planificando e impulsando el mañana de los seres que amaba: paisanos, vecinos, amigos y familiares. Siempre soñando con un Bolognesi próspero y unido, con un Áncash pletórico de vitalidad, con un Perú de ensueño, con una Pachamama venerada por todos sus hijos.
Aquel ser humano que no se cruzaba de brazos, ni siquiera los fines de semana, aquel esforzado trabajador del volante que mantenía los ojos bien abiertos cuando nosotros dormíamos, aquel navegante andino que calmaba su sed con el agua pura de los glaciares, aquel ferviente lector que amaba a los libros y cuadernos con la misma fuerza telúrica que amaba a los niños, a los jóvenes y a los adultos, aquel padre amoroso que bullía de alegría cada vez que nos sostenía en brazos, pero que sangraba por dentro cuando tropezábamos de pequeños y también de viejos, se marchó en silencio, sin un gemido, dejándonos el mejor legado del mundo: su ejemplo de vida. Aquel día sentí con mayor intensidad la fragilidad de la existencia terrena, tan corta como la vida de aquel pichuichanca herido que con papá, mamá y mis hermanos curamos en el patio de la casa, y que de gratitud alegraba nuestros días cantando en el tejado, hasta que un aleve disparo de un cazador malo extinguió su latido.
Cómo olvidar sus caricias cuando llegaba de madrugada, sus labios en mi frente, sus manos alisando mis cabellos. Yo me hacía el dormido, al igual que mis hermanos, pues lo estábamos esperando, leyendo o contándonos historias de pioneros. Recuerdo aquellos domingos cuando las calles chiquianas se llenaban de niños, padres y abuelitos, todos íbamos a la iglesia tomados de la mano, con los zapados bien lustrados, peinados y risueños a orar y pedir bendiciones para nuestro pueblo.
Muchas veces, sin que lo notara, lo vi orar y llorar a solas al fallecer un amigo, un familiar o un paisano querido. Recuerdo su congoja cuando partieron sus entrañables amigos y guías: Lucho, Félix, Bernardo, Lolito, Florentino, Abraham, Isidro, Andrés, Maurelio, Eulogio, Braulio, Policarpo, Ignacio, Pascual, Benigno, Honorio, Juan, Teodoro, Accepio, Fidel, Arcadio, Filomeno, Leonardo, Jacobo, Teófilo, Jorge, Segundo, Benjamín, Carlos, Bonifacio, Alejandro, Alberto, Panchito, Factor, Pedro, Perfecto, Icha, Mateo, Teobaldo, Aparicio, Glorioso, Virgilio, Calixto, Crisólogo, Mario, Antonio, Juan, Marcos, Cesareo, Agripino, Mauricio, Ambrosio, Abilio, Matías, Hermenegildo, Casimiro, Julio, Toribio, Elías, Amancio, Anaya, Armando, Bartolomé, Teodomiro, Zenobio, Miguel, Tolomeo, Claudio, David, Baldomero, Danielito. Gregorio, Melchor, Germán, José, Hernán, Valerio, Cástulo, Víctor, César, Ernesto, Eusebio, Alfredo, Arturo, Guillermo, Rubén, Manuel...
Su obra titánica, aun en ciernes, de brindar amor y sólo amor sincero a todas las personas. Su humanidad y sencillez son para nosotros, sus hijos, nietos y bisnietos, dos grandes espejos donde mirarnos, bruñidos cristales que forjan la fuerza incoercible del amor.
Su mirada dulce y serena, aquella ternura que vivía y dejaba vivir en paz a los demás. Ternura que hoy está en el sol que abriga la tarde y en el aire que mece el trigo de nuestros campos amados. Nunca una mirada de rencor, un verdadero constructor de afectos, un visionario que reía de felicidad con el éxito de todos.
Aquel lugar ventilado de la sala, junto a la ventana, donde solía leer y compartir con suma dicha sus experiencias de vida con todos los que lo visitaban, está inmensamente vacío desde su partida, lugar sagrado donde ahora se concentra el reino infinito de Dios.
Aquí, desde la ventana de la habitación escucho cantar al viento, amigo inseparable que me trae los dulces aromas y los sones del Perú profundo. Elevo la mirada y entre las nubes está al volante de su camión azul, surcando los caminos del Edén.
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A
nombre de mis queridos hermanos y familiares, nuestro eterno
agradecimiento a todos los seres humanos que le brindaron cariño a papá
Armando y expresaron su solidaridad durante los funerales y Misa de Mes.
Hoy participaremos de la Misa de Honras conmemorando el primer año de
su encuentro con el Señor, a las 7.30 pm en la parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús - 2710 Old Lebanon Rd. Nashville, TN 37214 - USA.
Nalo
Nuestra amada cuadra del barrio de Jircán
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EL PEQUEÑO ARRIERO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
EL PEQUEÑO ARRIERO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
'Padre
mío, no habrá distancia que nos pueda separar, ni otras prioridades que
logren evitar que este día, como ayer, nos volvamos a encontrar…. NAB 15 SET 2005.'.
De niño y de joven muy poco advertí la ternura de papá, pues mi condición de varón me predisponía a negar lo que pudiese constituir flaqueza de espíritu; es decir, sentimientos que atribuía como patrimonio de mi mamá. Hasta me preguntaba: ¿acaso un paisano de Luis Pardo tiene derecho a ser sentimental?, !Nooo manan imaipis!, ese derecho es de las mujeres. De pronto tuve en mis brazos a mi primera hija, tan frágil que parecía que se me iba a escurrir de las manos. Así experimenté por vez primera ese sentimiento: ¡me había convertido en papá!. Cuando mis hijos crecieron vi en sus ojos las mismas preguntas que me hice de niño, y seguramente las mismas preguntas que mi papá se hizo frente a mi abuelo Felipe, quién partió al lado de Dios muy joven aún.
Hoy, años después, creo sin dudar, que cuando uno tiene hijos recién comprende a su padre. Los consejos, la mano firme y la mirada severa que en algún momento de mi juventud me causaron malestar, empezaron a tener sentido; pero como en aquellos años, dichos modelos no se ajustaban a mi manera acelerada de vivir, recién con el nacimiento de mis hijos los aquilaté y adopté como propios, porque de ese amor puro, oculto tras el gesto serio de mi viejo, surgió el ejemplo en toda su grandeza, mostrándome el otro perfil del sentimiento: el amor que alerta, que modera, que enseña, que quizá silencia las manifestaciones más sutiles, pero que está ahí, como un ángel guardián, dispuesto a todo, por mitigar el sufrimiento del hijo.
Y así vienen nuevos eslabones, los hijos nos convertimos en padres, abuelos y con el tiempo en bisabuelos y tatarabuelos, si Dios nos alarga la vida. Las mismas dudas, el mismo temor de no saber si aquello que estamos ofreciendo a nuestros hijos es lo más adecuado. Sólo sé que les estoy brindando mis mejores sentimientos, aquel que aún tropieza al tratar de llegar a ellos, y que todos conocemos como: AMOR.
Sé que tu amor es igual o quizás mayor al que narro de mi propio existir, porque el ser humano nace con la Bendición Divina para ser un buen padre.
A estas alturas de mi vida pensar en Chiquián, en sus hijos y en los hijos de sus hijos, es retrotraer el tiempo y sonreír recordando a los amigos y amigas de mi generación que avanza de puntillas el sendero de la tarde; pero también para agradecer con veneración a todos y cada uno de los seres humanos que con su ejemplo moldearon mi personalidad y me guiaron por el empedrado camino de la vida.
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Mi
papá Armando nació el 15 de setiembre de 1923 en un dulce hogar forjado
con harina de Huaraz y levadura de Huacho, en el apacible pueblo de
CAJACAY, un acogedor rincón andino a 2,600 metros sobre el nivel del
mar, al que los lugareños han bautizado con orgullo: “Atenas de Ancash”
por la geografía en que reposa su estructura urbana y la reconocida
inteligencia de sus hijos predilectos, quienes año tras año corren
presurosos al llamado del Santo Patrón San Agustín y a orar al milagroso
Señor de Chaucayán.
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A
los ocho días de nacido fue bautizado en la Capilla de Cajacay, siendo
su padrino don Antonio Sotelo. La ceremonia se llevó a cabo de manera
anticipada, como una forma de adelantarse al Mandato Supremo del sueño
eterno, ya que nació delicado de salud y con peso pluma.
Unos días después se trasladó a Chiquián con mi abuelo Felipe Alvarado
Garro, mi abuelita Victoria Montoro Ramírez y mi tío Rómulo Alvarado
Montoro de dos añitos de edad en aquel entonces.
*
Ya
en Chiquián les fue difícil integrarse al pueblo, que venía atravesando
una crisis de convivencia pacífica. El germen de la política barata, la
prepotencia y del abuso azotaba a los núcleos familiares que para
subsistir se agrupaban en argollas y componendas que culminaban en
traicioneras escaramuzas con contusos y heridos. Es así qué, ante la
imposibilidad de pertenecer a un bando político sin generar malos
entendidos con los otros, este pacífico grupo conformado por papá, mamá y
los dos pequeños, optó por retornar a Cajacay, donde durante diez años
se dedicaron a las labores de zapatería y panadería.
Barrio Cinco Esquinas (actual)
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En
sus pocos ratos libres de niños trabajadores y estudiantes de Primaria,
Rómulo y Armando hilvanaban sus sueños en las veredas de lajas y las
calles polvorientas de su modesto barrio de Cinco Esquinas de Cajacay,
ya sea jugando calachaquis al fútbol con pucash de
chancho o a los vaqueros con caballos de madera y riendas de elástico,
"matagente" con pelota de trapo, trompo de eucalipto, bolero de
huarango, canga de aliso, chuncando con pushpus bayos y pintos o fabricando carritos de madera y hojalata o espantando pajaritos y shulacos en las chacras del lugar.
Con el paso de los años Cajacay resultó un mercado pequeño para los sueños de la familia, por lo que retornaron a Chiquián, iniciando una modesta, pero pujante empresa panificadora donde los hermanitos Rómulo y Armando inauguraron el primer negocio ambulatorio de la zona, ofreciendo de puerta en puerta sus semitas, jaratantas y bizcochos, que en poco tiempo fueron los preferidos de los amigos chiquianos, huastinos, aquinos, carcacinos, llaminos, corpanquinos y roqueños. Pero esos sueños de pequeños vendedores de ilusiones, a veces era despertado por el chasquido de algún fuete que un notable del pueblo de Chiquián hacía resonar sobre sus cabezas, haciendo caer al piso sus canastas con panes. Gracias a Dios, estos abusos no los amilanaron y siguieron labrando su futuro con la frente en alto.
Con el paso de los años Cajacay resultó un mercado pequeño para los sueños de la familia, por lo que retornaron a Chiquián, iniciando una modesta, pero pujante empresa panificadora donde los hermanitos Rómulo y Armando inauguraron el primer negocio ambulatorio de la zona, ofreciendo de puerta en puerta sus semitas, jaratantas y bizcochos, que en poco tiempo fueron los preferidos de los amigos chiquianos, huastinos, aquinos, carcacinos, llaminos, corpanquinos y roqueños. Pero esos sueños de pequeños vendedores de ilusiones, a veces era despertado por el chasquido de algún fuete que un notable del pueblo de Chiquián hacía resonar sobre sus cabezas, haciendo caer al piso sus canastas con panes. Gracias a Dios, estos abusos no los amilanaron y siguieron labrando su futuro con la frente en alto.
De 1933 a 1937, con los bolsillos repletos de esperanza, el todavía pequeño Armando, a quien ya sus amiguitos habían bautizado con el sobrenombre de Chuqui, por su habitual uso de sombrero de paño huarino, ayudó a su papá Felipe en el transporte de productos alimenticios de Barranca a Chiquián a lomo de burro. Estos viajes duraban entre cuatro y cinco días de ida y nueve días los de retorno. Dichas expediciones lo hacían con 25 animales de carga y cuatro arrieros como mínimo, entre los que destacaban los chiquianos Marcos Ñato y Mauro Ramírez, algunas veces por las rutas de Ocros y otras tantas por las de Cajacay, ruta del bandolero romántico.
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Cada
viaje era una odisea interminable; un día en el solitario Chonta, otro
en Raquia, otro en Chasquitambo, luego en Huaricanga y por fin Tunán,
última pascana del periplo, donde aguardaban pequeños camiones para
trasladarlos a Barranca.
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Los
días de lluvia el lodo les llegaba hasta las rodillas, patinaban sus
pies y los llanques impregnados de barro pesaban kilos; muchos ponchos
de agua raídos y rotos por las espinas y las filudas piedras, amén de
las luxaciones de tobillos donde el joven “Muchqui Valerio” hizo sus
primeras prácticas con emplastos de pollo tierno, llantén, achupalla y
ron alcanforado.
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Iniciaban
su viaje contemplando los potreros chiquianos y las chacras de dorados
trigales simulando ponchos que el viento cardaba a su paso. A estas
alturas el clima aun es templado. Luego viene la inmensa Pampa de Lampas
Alto, ya hace frío, el ichu silba huaynos tristes y el viento baila con
los pajonales; después cerros con abundante vegetación perfumada de
flores silvestres escoltan el paso de los arrieros, mientras los
riachuelos Macocha, Vado, Cajacay y Marca se van ensanchando
sirviéndoles de guía en la dura travesía.
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Durante
la caminata, Armando iba cazando tortolitas, torcazas, tupuc chiquitos,
chacuas y vizcachas que cocinaban en improvisados fogones y consumían
con sabor a gloria durante el lento y difícil viaje, que más de las
veces era interrumpido por algunos malos imitadores de bandoleros,
amigos de lo ajeno, quienes con la cómplice sorpresa de un zarpazo les
arrebataban sus pertenencias, cubriéndose el rostro con pañuelos
empapados de cobarde sudor frío.
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Siguiendo
la ruta del camino de herradura van apareciendo bosques de enormes
moles pétreas aceradas donde el viento cambia de dirección de un momento
a otro. Para cortar camino, bajan a través de angostas cornisas que el
tiempo ha tallado en granito; luego vienen cerros escarpados, en cuyas
bajadas peligrosas los burros pierden el control golpeándose contra las
paredes de los desfiladeros. Muchos cuadrúpedos quedan muertos a la
intemperie con las patas mirando el firmamento, aptos para el festín de
los zorros y las aves de rapiña.
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Horas
más abajo aparece el sinuoso río Fortaleza. Allí se observan abundantes
columnas de cactus con brazos enanos y espinas que apuntan al cielo
azul como dedos gigantes arañando el aire quieto de la quebrada.
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En
el lugar el clima es cálido y abrigador, la modorra hace presa del
sufrido caminante y el sueño parece que se va y retorna en un vaivén
incesante que enerva la resistencia física.
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También
está presente el miedo a la culebra coralillo y a los mosquitos, y
pronto la cabeza afiebrada martilla: ¡paludismo!, entonces la mente
apura, aunque los ojos se cierren... Y así van pasando Colquioc, entre
arbustos, sauces, algarrobos, pacaes, papayas, paltos, yucas y
cañaverales...
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Después,
y sólo después de tanto caminar venía la añorada planicie costeña. A la
distancia la chimenea de Paramonga les daba la bienvenida arrojando
humo negro al cielo gris. De ahí para adelante, si no encontraban un
camión, atravesaban caminando Cerro Blanco y luego a torear los carros
en la carretera Panamericana Norte y buscar un lugar donde asearse para
arribar a Barranca con aroma a jaratanta; hospitalaria ciudad limeña que
hoy está poblada por provincianos de los departamentos norteños. En
Barranca, “Capital de la Solidaridad”, permanecían un par de días
repartiendo encargos a los paisanos residentes, y adquiriendo productos
para el retorno lento y pesado a Chiquián, que los vería llegar después
de 17 días de penitencia.
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En
estos últimos tiempos, cada vez que contemplo desde el balcón de los
recuerdos aquellos abruptos desfiladeros por los que mi abuelo, mi padre
y sus
amigos arrieros surcaron a pie para llevar un pedacito de la Costa a
Chiquián, en aquel entonces: 'puerto' de los pueblos aledaños, ahora,
'lugar de paso', elevo una oración por los viejos caminos perdidos en el
tiempo, pero que se levantan como señales perpetuas de fatiga y
lágrimas, conservando para siempre las energías de tantos viajeros que
palmo a palmo cubrieron largas distancias con sus pesadas cargas a
cuestas, dialogando a su paso con humildad y sencillez con la Madre
Naturaleza que les daba todo el abrigo de sus entrañas...
En sus vacaciones escolares, Armando fue testigo de cómo pieza a pieza armaron el primer vehículo automotor en Chiquián, un camión que llegó por partes a lomo de mula. Esta hazaña sin precedentes en la zona fue realizada por la Municipalidad Provincial de Bolognesi con el apoyo mecánico de don Benjamín Robles Valverde, quien desde hacía unos años venía trabajando como chofer profesional en Cerro de Pasco y las haciendas “Rontoy” y “Alpas” del norte chico. La caseta fue fabricada con clavo, madera de eucalipto y pintura al duco. Fue también don Benjamín Robles, quien con dedicación y cariño enseñó a manejar sin cobrarles ni un puñado de cancha a muchos chiquianos, entre ellos a Armando, con clases de reparación y mantenimiento de yapa. Con el tiempo llegaron los camiones de la familias Roque, Moncada, Alvarado, Aranda, entre otros comerciantes chiquianos, estrechándose de esta manera el tiempo y la distancia entre Chiquián y sus hijos residentes en Huaraz, Barranca, Huacho y Lima, con servicio adicional de pasajeros y encomiendas a domicilio, ya que en ese entonces no circulaban por la ruta omnibuses, camionetas ni automóviles.
En sus vacaciones escolares, Armando fue testigo de cómo pieza a pieza armaron el primer vehículo automotor en Chiquián, un camión que llegó por partes a lomo de mula. Esta hazaña sin precedentes en la zona fue realizada por la Municipalidad Provincial de Bolognesi con el apoyo mecánico de don Benjamín Robles Valverde, quien desde hacía unos años venía trabajando como chofer profesional en Cerro de Pasco y las haciendas “Rontoy” y “Alpas” del norte chico. La caseta fue fabricada con clavo, madera de eucalipto y pintura al duco. Fue también don Benjamín Robles, quien con dedicación y cariño enseñó a manejar sin cobrarles ni un puñado de cancha a muchos chiquianos, entre ellos a Armando, con clases de reparación y mantenimiento de yapa. Con el tiempo llegaron los camiones de la familias Roque, Moncada, Alvarado, Aranda, entre otros comerciantes chiquianos, estrechándose de esta manera el tiempo y la distancia entre Chiquián y sus hijos residentes en Huaraz, Barranca, Huacho y Lima, con servicio adicional de pasajeros y encomiendas a domicilio, ya que en ese entonces no circulaban por la ruta omnibuses, camionetas ni automóviles.
En enero de 1939, Armando viajó a Huaraz, tierra de sus abuelos maternos, donde estudió del Primero al Tercero de Secundaria en el Colegio Nacional 'La Libertad'. A fines del 40 el aluvión que cubrió de piedra, lodo y árboles caídos dicha ciudad, lo arrastró hasta Lima siendo matriculado en el Colegio Nacional 'Nuestra Señora de Guadalupe', en cuyas aulas estudió el Cuarto y Quinto de Secundaria, junto a sus compañeros con quienes atravesó momentos de angustia en aquella fatídica noche donde la furia de la naturaleza serrana enlutó a miles de hogares huaracinos.
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Al
culminar sus estudios y en momentos que se encontraba inscribiendo para
postular a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, su amigo
chiquiano José Bolarte Pardavé, le comunicó la noticia de que su papá
Felipe se encontraba mal de salud en Chiquián y solicitaba su presencia;
quedando truncos sus sueños de convertirse en abogado. En esas penosas
circunstancias su hermano Rómulo quien había ocupado un lugar
privilegiado en su aula del Guadalupe, postulaba a la Escuela Militar de
Chorrillos, donde luego de estar a la vanguardia en los exámenes, como
por arte de magia ocupó el puesto 51 de 50 que lograron su ingreso.
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Como no todo es felicidad en la vida, su papá Felipe, quien pocos años atrás había sido Inca en la Fiesta de Santa Rosa, falleció el 5 de agosto de 1945 y Armando tuvo que radicar en Chiquián para ayudar a su mamá Victoria en la empresa panificadora y el transporte de camiones; mientras Rómulo, apenado por la muerte de su papá y por su frustrado deseo de convertirse en militar, se internó en el valle del Fortaleza donde arrendó el fundo Hornillos dedicándose a la producción de cereales y a la caza de camarones; años después abrazaría la profesión de ingeniero agrónomo.
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Mamamita
Victoria, abuela heroica, nos diste como legado un padre sencillo y
ejemplar; nuestro mejor alimento fue el pan bendito que nos obsequiabas
cada mañana. Dedicaste tu vida al trabajo honrado, olvidándote de
la alegría de las fiestas. El cine y otras diversiones no existieron
para ti; nunca te vimos llevar joyas ni maquillaje. Ni un día de reposo
en la noble tarea de amasijo, ni siquiera el que te obligaba tu religión
evangélica, siempre laborando infatigable, bello signo de tu paso por
Chiquián que anidó tus grandes sueños de paloma. Recuerdo tu horno
impecable, con palas de madera y tus estantes repletos de latas
lustrosas donde dormían las semitas y los ricos bizcochuelos. También
recuerdo a tus risueños panaderos Honocho, Policarpo y Rococho, a
quienes poco a poco vi envejecer con sus rostros tallados por el tiempo y
el sudor del trabajo honesto. La práctica piadosa fue el bálsamo para
tu alma y cuerpo; fue un sublime ejemplo de entrega que nos enseñaste
desde niños: ¡dar, siempre dar, fue tu consigna siguiendo el ejemplo de
Jesús¡; hoy tus oraciones y tus cánticos con trompetas que resuenan en
el cielo nos arrullan como poemas celestiales. Por todo ello, nunca
podré agradecerte por el gran padre que nos diste y porque en tu casa
chiquiana estudié mis cinco años de Educación Secundaria.
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Así
continuó Armando su vida en los cuarentas: fiestero, chupacaña,
futbolista y camionero, entre Chiquián, Huaraz, Barranca, Huacho y Lima,
siempre procurando el bienestar, no solamente de sus numerosos
hermanos, sino también de los chiquianos y los amigos de los pueblos
vecinos, con quienes siempre fue solidario y leal compañero a cambio de
una linda amistad y cariño sincero que mantuvo, mantiene y mantendrá.
Una vez le pregunté si sus compañeros de viaje pagaban pasaje. Él,
risueño como siempre, me dijo: 'el servicio de pasajeros de panagra
(baranda) no, pero el transporte de carga sí, sino me iba a la quiebra'.
¡Y qué hay de los pasajeros de caseta!, le retruqué. 'También gratis,
porque ahí sólo viajaban mujeres y chiuchis', me dijo contemplando el
horizonte con sus ojos brillantes...
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En
1948 contrajo matrimonio con Teresa Jesús Balarezo Calderón, con quien
tuvo siete hijos: Mirtha Victoria, Arnaldo Armando (fallecido), Armando
Arnaldo, Felipe Segundo, Catalina Teresa, Elizabeth Victoria (fallecida)
y Edith Victoria. Desde los cincuentas a los setentas se dedicó en
cuerpo y alma a supervisar los negocios de su mamá Victoria, a
administrar una tienda comercial y al transporte de ganado, productos de
pan llevar y minerales hacia Lima, y de retorno a Chiquián, productos
manufacturados de la Costa para abastecer las tiendas de la localidad y
las poblaciones cercanas; todo ello, atravesando la difícil geografía
ancashina, que para ese entonces sólo contaba con una vía de penetración
afirmada y encalaminada, donde las ruedas traseras del camión, de vista
a los precipicios, salían sobrando.
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También se dedicó a compartir con sus compañeros del Tarapacá la responsabilidad de organizar la fiesta de Santa Rosa en la década del cincuenta, participando como Capitán, Abanderado y Acompañante, con un chinguirito en una mano, con una cerveza en la otra y una palla en cada brazo durante las pinquichidas y las huaylisheadas que se desarrollaban de Umpay a Quihuillán y de Jircán a Shulu; aunque no faltaban las serenatas con arpa y violín, techas de casas con huarastucoj, pinkullo y roncadora, así como los felices encuentros nocturnos en el “Video Pub” de Penco donde Bellota, Jacinto Palacios y Cañita cantaban tangos gauchos, boleros cantineros y huaynos llorones con guitarra y cucharas.
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Asimismo
fue Gobernador, Sub Prefecto, Comunero y uno de los más entusiastas
fundadores del ecológico Tarapacá de sus amores, equipo de fútbol donde
militó por muchos años con su zurda prodigiosa, ganando trofeos a lo
largo y ancho de Áncash y los pueblos colindantes de Huánuco, junto a
sus compadres de la verde, el chinguirito y la cerveza al polo; sólo que
de las copas ganadas nadie sabe dónde están, seguramente algunas
sirvieron de tiestos, otras de ollas y tal vez una que otra de bacinica o
tal vez un buen samaritano las donó a algún equipo anémico de triunfos,
todo es posible en la “Incontrastable Villa”. En una oportunidad le
pregunté si su equipo ganaba todos los partidos. 'Es una ofensa que preguntes eso hijo, pregúntame por cuánto era la goleada', me dijo y lanzó una carcajada a la brisa del recuerdo.
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Como
experimentado lazador de toros para transportarlos a la costa, ingresó
muchas veces a los ruedos de los pueblos de la provincia, saliendo
victorioso, hasta que una tibia tarde taurina de Santa Rosa (3 SET 63)
fue gravemente herido en el cuadrilátero de las mil palincas de
Chiquián, y elevado al cielo eternos segundos por los chuecos pitones de
una vaca machorra de Jahuacocha que lo encontró en su loca carrera
mirando distraído a una palla de Obraje. Lo curioso de aquella tarde de
vacas locas, no de arena, ni de cal, sino de tierra que raspaba como
lija, estuvo más sobrio que nunca, pues desde el primero de enero de
1960 para adelante nunca más se metió un trago a excepción de un
caramelo de licor y otro de menta para endulzar los sentidos. Desde
aquel entonces colgó el poncho y la bufanda en la plaza de toros de
Jircán. Hoy torea a los bravos en el plato, bien condimentado,
encebollado, con abundantes papas fritas y dos huevos montados sin sus
yemas, para evitar el colesterol elevado.
En agosto del 64, después de una semana de cólicos estomacales fue internado de emergencia en la clínica Good Hope. Allí los médicos lo desahuciaron debido a una severa septicemia producto de una apendicitis que lo consumió segundo a segundo hasta llegar a pesar 39 kilos pijama y todo; pero para asombro de los galenos, cuando ya elucubraban con una inminente necropsia, se levantó como el Ave Fénix y a los dos días reapareció en Chiquián manejando su carro azul. Sus amigos al verlo no lo reconocieron, porque parecía una calavera parlante al volante. Un año después, en ese mismo vehículo, fue hallado inconsciente lejos de la carretera en Pampas Chico cerca de Conococha (4,100 m.s.n.m), sentado con la cabeza pegada al timón, al lado de su amigo Turco. El lento envenenamiento subiendo Raquia, Vinuc, la curva de Huambo, Incahuaganga y Chojlla, fue ocasionado por la rotura de la matriz del tubo de escape del motor, de donde salió monóxido de carbono e ingresó a la caseta dejándolos morados con aroma a panteón... al cabo de unas horas de cuidados intensivos, asistidos por las manos generosas de Víctor Tadeo Palacios, reaccionaron ambos y continuaron el viaje vivitos y coleando. Lo anecdótico fue que no se acordaron de nada y esa misma noche retornó a Lima con cien sacos de mineral del profesor Manuel Roque Dextre y veinte chipas con quesos de Tallenga de la familia Ramos Ibarra.
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A mediados de los setentas se trasladó a la ciudad de los reyes, donde impulsó la formación de empresas de transportes de pasajeros en Lima, Callao y Ancón, con su hermano Santiago y su primo Pancho Alva, actividad que cumplió hasta 1995 en que fue atraído por el aroma a tierra mojada por la lluvia y a musgo verde de la cascada de Putu, retornó a Chiquián para cumplir uno de sus más bellos sueños, reconstruir con ayuda de su esposa Jesús y su hijo Felipe, la casa materna que mamamita Victoria construyó con mucho sudor y prestó de todo corazón por más de 30 años y que fue casi devastada por los tinyacos del Coronel Bolognesi y los shulacos del Instituto Agropecuario, así como por los detenidos del Puesto de la Guardia Civil y los internos de la Cárcel de Chiquián, que habitaron la casona.
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Desde
el viaje eterno de su esposa Jesús el 20 de febrero del 2002, radica
entre Lima y Chiquián. En Lima como consejero espiritual de sus hijos,
nietos y bisnietos, también como lector de la sección modas y pasarela
de los diarios matutinos, y en las noches como comentarista familiar de
reportajes televisivos de la política chicha y la farándula chola. En
Chiquián administra media docena de chacras con muros de piedras y
hualancas y un próspero hospedaje popular estrellado, que más que
ganancias le da satisfacciones por los servicios prestados a los
sufridos viajeros que hacen escala en 'Espejito del Cielo'.
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'Don
Arman', como te llamamos de cariño, en este bello día cumples 83
setiembres primaverales, eres el segundo hijo del matrimonio chiquiano
Alvarado Montoro, de cuyo sólido tronco también nacieron los finaditos
Rómulo, Ela, Telmo el crespo, Hilda, Medardo, Telmo el lacio, Adolfo y
Betty. Hoy nos acompañas en este amado mundo con tus queridos hermanos:
Chela, Abel, Edivia, Chanti e Imicha. Un fuerte abrazo papá, te queremos
mucho.
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A
NOMBRE DE TUS AMIGOS, HIJOS, NIETOS Y BISNIETOS. MUCHAS GRACIAS POR TU
EJEMPLO Y TU CALOR COTIDIDANO, CUAJADO DE DATOS SOBRE TU LARGO ANDAR
BOLOGNESINO CON LOS QUE ALIMENTO MI AUTODIDACTA PLUMA. QUE DIOS TE COLME
DE BENDICIONES'.
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Nalo
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15 SET 2005
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Cajacay
GRACIAS AMIGOS
GRACIAS AMIGOS