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NOCHE DE GARAGALLOS
Por Dimas Minaya Copertino
En Llaclla (Bolognesi, Áncash),
tierra de garagallos, afincada a orillas del río Pativilca, bajo la sombra del leal Ojshajirca,
empieza atardecer. Los
garagallos se concentran en el campo deportivo para disputar un partidito de
futbol. Horas después retornan sedientos al pueblo. Frente a la tienda de Don
Papito, sentados en la vereda a la espera de una helada, uno de ellos pide una
negrita, otro un parcito de rubias, y empieza el full vaso. Más tarde, ya
picaditos, sienten que algo falta para coronar la noche. Como de costumbre, el más
trejo pregunta:
- ¿Y el caldo?
- Todavía es temprano -aconseja el más sobrio, y continúan libando contentos.
Pronto llega el “más tarde” y salen en
busca de gallinas ajenas. Uno de ellos se rehúsa. Al costado alguien susurra: “mejor que no vaya, él tiene gallinas y patos, vamos a su casa y lo jodemos”. Al poco rato
llegan con una gallina y un pato dentro de un costalillo. El que se quedó comenta emocionado: “el pato está gordo
como para un cebichito y la gallina para un caldo sabroso, vayan a traer un buen
arroz “saman” de la tía Reida”, y como buen cocinero se pone a pelar con agua caliente
las dos aves.
Todo lo tenían bien planeado estos jijunas. Ya las ollas burbujean al
compás del arpa, los garagallos cantan roncos y beben hasta el amanecer esperando el
caldo de gallina y el cebichito de pato ajeno, gozando como pagados.
Al
despuntar el nuevo día la mujer del garagallo “cocinero” se levanta para dar de
comer a sus aves, percatándose que le falta el pato más gordo y la
gallina ponedora, ¿a dónde se habrán ido? ¿por dónde andarán?. Busca por todos
lados, y nada. “Oye, ¿has visto al pato gordo y a la gallina ponedora?”, le
pregunta a su esposo. “No sé, por ahí deben de estar”, responde y sale a la
calle a indagar; en eso se acuerda que después del partidito y las primeras chelas, peló
y cocinó un pato gordo y una gallina ponedora.
En muchos lugares,
un caldito de gallina o un cebichito de
pato, son los potajes preferidos durante las amanecidas con arpa y trago. Y
aquella noche de jarana no iba a ser la excepción.
Fuente:
Fina cortesía del historiador chiquiano Filomeno Zubieta Núñez.