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LUIS PARDO: Aquel 5 de enero
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Como el cóndor alzaste vuelo
batiendo incólumes tus alas;
abajo los cuervos quedaron:
¡revoloteando en el suelo!.
Tu Chiquián se ahogó en llanto,
no cantaron los pájaros
ni doblaron las campanas,
¡de dolor!, por el hijo amado.
Fuiste indómito en el amor,
buen amante y compañero,
que hasta a la Muerte hiciste delirar,
sobre el lecho de un río embravecido.
Pero no sufras más, Bandolero,
que tu Andarita no está solita,
ella florece con el viento,
el Sol y la lluvia.
Hoy, un siglo después
sigues cabalgando bajo la Luna,
cuando el pueblo duerme,
ahí, donde retumba el trueno.
Ya un día no muy lejano
¡estaremos frente a frente!,
tú me extenderás la mano,
yo te daré un abrazo de hermano.
Chiquián, 5 ENE 2009
LA JARRITA DEL BANDOLERO
Los hombres de la puna tienen la piel curtida por el viento que se cuela por todos lados, sin embargo llevan en el alma el calor de la hospitalidad y la paciencia infinita de tanto agradecer a Dios, contemplando en silencio su Creación. Es que saben, quizá como nadie, que los horarios dependen de factores imposibles de controlar sin dañar el ambiente, y que más vale adaptarse y aprender de ellos, que intentar alterarlos. En suma, como dicen los entendidos, mucho de esta sabiduría reside en cientos, sino miles de años de aprendizaje –a menudo cruel y duro- acerca del sutil lenguaje de los elementos, que integra la Cosmovisión Andina. Un idioma que sólo captan los que habitan estos silentes paisajes, no aptos para aquellos que todavía no han aprendido a respetar los designios de la Madre Naturaleza y las leyes del Cosmos.
La Puna es inmensa, generosa y limpia. El color de los pastizales muda del amarillo de la estación seca, al verdoso en los meses de lluvia (diciembre / abril). Es raro ver casas agrupadas dentro de un mismo paraje, y siempre buscan la compañía de las lomas y peñolerías, de los arroyuelos, los caminos y los puquiales. Es un reto interminable del hombre de ichu frente al desamparo estatal, la soledad y la escarcha.
En estos lugares no hay nada como una choza para protegerse: muros de piedra y techo de paja, una puertita por donde ingresar encorvado y una pequeña ventana para que escape el humo del fogón y se filtre el aire necesario que alimente el fuego de la crepitante boñiga.
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Entonces: ¿Cómo no volver tras las huellas de Luis Pardo?, ¿cómo no retornar a este mítico paraíso salvaje cada vez que se acelera el corazón?, ¿cómo no querer subir los cerros morenos para explorar desde lo alto los caprichosos perfiles de los roquedales de Shajsha?, ¿cómo no querer pulsar las viejas guitarras de los crianderos y tener entre las manos los pincullos de los esquivos pastores?... ¡cómo no querer volverrrr!, grito fuerte, y el eco de mi voz se multiplica en la lejanía...
***
Aquel día de carnavales de 1960, la manada de Tupucancha amaneció festiva. La tarde anterior había terminado de construir un circuito carretero junto al puquial que serpenteaba manojos de ichu, huamanripa y escorzonera, y el pequeño puente hecho con pedazos de teja, barro y listones de carrizo, estaba listo para ser estrenado. Sólo faltaba echarle agua al corto arroyuelo y después jalar con hilo de lana mi carrito de lata por la zigzagueante vía de 10 centímetros de ancho, incluida la cuneta.
- Mamá Catita ¿me puedes prestar la jarrita? –le dije a mi abuelita, señalando un recipiente de arcilla que estaba descansando sobre un aparador de madera.
- Para qué la quieres hijito.
- Para echar agua al arroyito que he construido junto al puquial, mamita.
- No hijito, es la jarrita donde mamá Lipuquita invitaba leche a Luis Pardo, mejor llévate este balde.
Así comenzó la historia de la jarrita. Desde aquel entonces, cada vez que visitaba Tupucancha, no había día que no me detuviera, aunque sea por unos segundos, a contemplarla; hasta que una mañana de fines de marzo de 1963, en circunstancias que me despedía de la puna al culminar mis vacaciones escolares, mi abuelita me dio una grata sorpresa.
- Cuídala hijito –dentro de una caja de cartón, protegida con lana de oveja, reposaba la jarrita.
Ya en Chiquián la guardé en el velador de mi dormitorio, y allí permaneció, año tras año, acariciada por el tiempo y mi persistente recuerdo. Desde ese día, cuando visitaba 'Espejito del cielo' en las fiestas patronales, abría el velador para volverla a contemplar, y sin darme cuenta, se fue convirtiendo en una obsesión, hasta que una fría noche de mayo visitó mi casa de Chiquián Roberto “Sopón” Barrenechea Martel, un viejo amigo de andanzas en mis épocas adolescentes. Conversamos de todo en penumbra, especialmente de la jarrita y de las bondades de su fundo “Pancal”, antigua propiedad de la familia Pardo Novoa.
Durante la amena charla, Sopón me comentó, que tenía dos lajas del corredor de la casa por donde caminó el bandolero e inclusive poseía una piedra, con el que según él, Luis Pardo cazó un venado a 50 metros de distancia. Llegada la medianoche se despidió, asegurándome traer al día siguiente las dos lajas y la piedra cazadora, para que junto con la jarrita la llevemos al museo del pueblo.
En vano esperé tres días, que me parecieron eternos. Al estar próximo mi viaje de retorno a Lima y, en vista que Sopón no regresaba, tomé la jarrita, más una olla y un porongo de la época de los “gentiles”, que estaban guardados en el altillo de mi casa, y con mi frágil carga al hombro enrumbé hacia el museo. En momentos que tocaba la puerta hizo su aparición “Muñequita”, una mujer entrada en años para quien el tiempo no pasa, y muy famosa en Chiquián por su coraje frente a los toros bravos en las corridas de setiembre, quien al ver los recipientes dio media vuelta y sin levantar la mirada se fue caminando de puntillas pegadita a la pared.
Convencer al administrador del museo para que reciba "los tesoros" no fue nada fácil. Tuve que relatarle una y otra vez la historia de cada uno de ellos. Cansado de gastar palabras por más de una hora, le pedí que conserve las piezas en su poder, y que si era necesario las sometan a datación con carbono 14. Firmé un papel como constancia y me marché satisfecho del lugar.
Ya cuando me encontraba a dos cuadras de mi casa, una vecina me dio el alcance alertándome que “Muñequita” le había contado a mi papá Armando, que me había visto regalando los utensilios de cocina de la familia.
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No supe más de las dos lajas y de la piedra cazadora, pero hace un tiempo visité el museo en plena lluvia y hallé la jarrita convertida en florero, la olla estaba recibiendo las lágrimas de una gotera y del porongo, mejor no les cuento...
y
f
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HIMNO A LUIS PARDO
Florece en la tierra una bella historia,
http://naloalvaradochiquian.blogspot.com/2011/12/shaplaco-y-el-bandolero-apuntes.html
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