viernes, 3 de diciembre de 2010

DON JULIO CARHUACHÍN, EL MAESTRO DEL VIOLÍN - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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DON JULIO CARHUACHÍN, EL MAESTRO DEL VIOLÍN
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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A las 5 de la tarde del lunes 27 de agosto de 1973, el mirador de Caranca nos abrió el telón del paraíso: CHIQUIÁN, de pronto las ventanillas del ómnibus de la empresa TUBSA se cubrieron con cortinas de polvo, que la góndola azul de "Keclin" (Domingo Carbajal Malqui) iba dejando a su paso con destino a Huaraz. Al fondo, un bello Sol escarlata le regalaba sus últimas caricias al imponente Yerupajá que nos daba la bienvenida.
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En la Plaza de Armas de Chiquián el ómnibus detuvo su marcha. Descendí dándole una palmada en el hombro al chofer Leonardo Aldave. Al final de la escalinata esperaba sonriente mi tío Apacho (Aparicio Vicuña Calderón). Unas horas más tarde, ya en casa, cuando el cansancio cerraba mis ojos, me dijo:
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- Bueno Nalito, mañana vengo a las 10 para ir a Macpún.
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Una vaca dañera había derribado la pirca de entrada a la chacra de la familia y el "flaco" me pidió que lo acompañe. A las tres de la tarde terminamos de repararla y nos sentamos a la sombra de un viejo quenual a dar cuenta de lo que restaba del fiambre. A la hora y media de estar descansando, un fuerte viento empezó a azotar los árboles.
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- ¿Escuchas hijo?
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- Si tío, es el ruido del viento sacudiendo el follaje.
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- No hijo, escucha sobre la copa del árbol –se paró y trepó sujetándose de las ramas. Luego me mostró un nido con pichones y lo devolvió a su lugar.
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- Vamos a la casa hijo, extrañan a su madre.
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Cuando cerrábamos la puerta para retornar al pueblo, una paloma cuculí se posó en el quenual. Había estado esperando impaciente nuestra partida; y yo, pobre mortal acostumbrado al ruido ensordecedor de las calles de Lima, no percibí el gemido en el nido, solamente el rugido del viento que soplaba sin cesar.
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Después de una hora de camino llegamos a Paucaracra, cuando la oscuridad se apoderaba del paisaje chiquiano. De repente apareció en el lugar la comparsa del Inca (Jorge Anzualdo). Junto a Rumiñahui (Teodoro Ñato) caminaba doña Honoria Ramírez apurando a las pallas. Al lado derecho de la orquesta de cuerda iba don Julio Carhuachín tocando su violín. En eso mi tío me preguntó:
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- ¿Escuchas cantar a los grillos?, son los violinistas de la naturaleza.
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- No tío, solamente escucho la orquesta que se aleja -se acercó a un grupo de rocas, movió una piedra pequeña y levantó un grillo.
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- Tío, saquémosle las piernas, su grasita es buena para la "mira".
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- No hijo, eso no se hace con los animalitos de Dios, ¿a ti te gustaría que te arranquen las piernas? -y continuamos nuestro camino.

Así acostumbra el "flaco Apacho" a brindarnos lecciones de vida a sus sobrinos. Es un ser humano que ha aprendido a escuchar la voz de la naturaleza en plena tormenta cósmica.
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Un día después (30 de agosto), vino a mi casa el "flaco” para ir a la iglesia del pueblo. Ya durante la procesión, cuando me encontraba tomando fotos parado sobre una banca, me dio una moneda antigua diciéndome:
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- Tírala al piso, entre la gente.
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Así lo hice y para mi sorpresa, al escuchar el sonido de la moneda, los varones palparon sus bolsillos y las damas sus carteras. Don Julio Carhuachín y dos o tres personas más, entre ellas el Capitán de la fiesta Elías Landauro Domínguez, siguieron caminando imperturbables. “La mayoría tenemos en mente las monedas”, pensé.

También me puse a cavilar sobre lo diferente que se les veía a los paisanos durante la procesión: trajes estilo sastre, peinados bombeé, maquillaje y tacos aguja las mujeres; terno y corbata, bien afeitados y peinados con gomina, los hombres. En cambio en la Salva se les veía más bajitos con zapatillas. Un turista difícilmente podría darse cuenta que aquellas personas con poncho que bailaban al son de la banda, entre avellanas y trencitos jaraneros, son las mismas que acompañan la procesión con paso lento y mirar compungido.
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Don JULIO CARHUACHIN ÑATO,. quien nació en Chiquián un día como hoy del mes de diciembre de 1918, es un ser humano muy querido y respetado en Jircán. Maestro de música, carpintero, chacarero y criandero en sus años mozos, pero sobre todo un vecino ejemplar. Su patio fue el lugar preferido para los ensayos nocturnos de las pallas y las danzas de los diablitos y negritos, a las que asistíamos felices los niños del barrio.
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Muchas veces lo contemplábamos tocando diferentes instrumentos musicales en su casa; en otras, acompañando con guitarra a don Lorenzo Padilla (arpista). Infaltable en los responsos y las estampas costumbristas con su sonoro violín. Un buen número de músicos bolognesinos han bebido de su arte en su residencia de Leoncio Prado.
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Viene a mi mente las veces que lo veía a través de los listones de madera de su portón, construyendo instrumentos de cuerda y alisando la cinta de crines de su violín. Su paciencia infinita y su amor por lo nuestro, es un bello ejemplo que seguimos los que compartimos su amistad y afecto.
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Huaraz, 3 de diciembre de 1981
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Chiquián

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