jueves, 3 de junio de 2010

3 de junio. Muere el sabio Julio C. Tello. Plan Lector

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INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA


INLEC DEL PERÚ Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina

3 DE JUNIO

¡SOY INDIO! OSTENTABA JULIO C. TELLO

11 DE ABRIL, 1880 / 3 DE JUNIO, 1947


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

LOS CINCO SOLES DE LA IDENTIDAD


Por Danilo Sánchez Lihón


1. Por algo le decían “Sharuco”

– ¡Soy indio! –Exclamaba el sabio y eminente arqueólogo, antropólogo, historiador, geógrafo, etnólogo, lingüista y dibujante Julio C. Tello al inicio de sus clases en la Universidad de San Marcos, la Universidad Católica, o donde fuera que disertara.

¿Por qué lo decía? ¿Por autoafirmación? ¿Por orgullo? ¿Por mecanismo de defensa, o por qué?

Muchos lo tomaron como una extravagancia innecesaria, pues bastaba con mirarlo para pensar inmediatamente que nadie más típico que él para ser identificado lo que en el Perú entendemos como el prototipo de alguien a quien identificamos como ¡un indio!

La única rareza es que él era una eminencia, un sol esplendente en el universo de la ciencia y las humanidades, un cerebro que se hizo admirar en Harvard y Cambridge donde obtuvo sus doctorados.

Se hizo admirar en Berlín donde sustentó ponencias.

Se hizo admirar en Roma en donde desarrolló conferencias deslumbrantes sobre las culturas aborígenes del Perú.

Por algo desde niño le decían “Sharuco” que quiere decir “arrollador”; uno de los pocos hombres a quienes de manera natural se lo identifica como “El sabio Julio C. Tello”.


2. No dejó de ser nunca Campechano

Era cetrino, bajo y grueso; de rostro apiñado como nuestras rocas y montañas; de nariz y pómulos salientes, frente amplia y prominente, ojos apretados y escondidos, como si salieran desde el fondo de un puño.

Su pelo era duro y lacio como la cabuya de las pencas de nuestra serranía. Su vestir común y corriente, hasta se podría calificar como descuidado en su atuendo, como cabe en quien se siente estar en las alturas y sobre toda apariencia.

Acentuaba las eses al hablar y su tono era dulce, quebrado y garrapatiento, como lo es en todo quechua-hablante y más en quien afirmaba que pensaba en quechua y, para hablar, se traducía así mismo.

Este hecho se notaba más cuando intervenía en la Cámara de Diputados donde no dejó de ser campechano y cuantas veces pudo profirió, al igual que al iniciar sus clases en las aulas universitarias:

– ¡Soy indio!


3. Pleno de obsecuente respeto

Fundó el Museo de Arqueología y Antropología en donde pidió que se le enterrara. Y esto fue acatado como una orden. Se le concedió ese insólito privilegio que a nadie se le otorga, luego de morir el 3 de junio del año 1947.

Desposó a una mujer bella, leal y fervorosa, identificada totalmente con su obra, de nacionalidad inglesa, llamada Olive Mabel Cheesman, a quien conoció en Brenford, cuando estudiaba en Cambridge.

Por sus descubrimientos de las Necrópolis de Paracas, en 1925, y la exposición de los fardos funerarios de esa cultura, que conmocionaron al mundo, tuvo reconocimientos no solo en los niveles de la educación, la ciencia y la cultura sino de la opinión pública en general.

Coherente con ello el Concejo Municipal de Nazca favorecida por sus descubrimientos acordó otorgarle Medalla de Oro, Diploma de Honor y una Resolución en que se le reconocía como Hijo Adoptivo de esa calurosa ciudad.

La decisión del Concejo se le hizo saber a través de un oficio laudatorio, gesticulante y pleno de obsecuente respeto. Y se coordinó directamente con él la fecha en que viajaría a Nazca para participar de la ceremonias solemnes en que se le impondrían tales distinciones.


4. ¿Qué, señor?

Así Nazca quería expresar públicamente, mediante una ceremonia cívica apoteósica el merecido homenaje y tributo a quien hizo de Paracas un lugar de atracción mundial de turismo cultural más concurridos y admirados de este lado del océano Pacífico.

Para ello el sabio tomó un ómnibus y llegó temprano a esa ciudad a la vez fresca y añeja, transparente y vetusta. En la esquina de la plaza de armas divisó a un emolientero y se le antojó tomarse un combinado de cebada, cola de caballo, boldo y linaza.

Estando allí, ya servido su vaso que tenía en una mano, se acerca uno de los señorones del lugar, blanco, alto y de ojos azulados, quien se queda mirándolo de arriba para abajo y le dice:

– Oye tú, indio, necesito mi caballo. Y ya que estás desocupado quiero que vayas a traerlo de mi hacienda.

– ¿Qué, señor? –contestó don Julio suspendiendo la delectación de su compuesto y pasándose la mano por la comisura de los labios.


5. Nunca he pagado ese precio

– Vas a ir y hablas con el mayordomo que se llama Joaquín. Y te voy a dar una nota donde le ordeno que envíe contigo ya ensillado mi caballo. ¡Anda pronto!, que tengo que salir en la tarde para Acarí.

– ¿Y dónde es su hacienda, señor?

– ¿Y de dónde eres tú que no conoces cuál es mi hacienda? ¿No sabes quién soy yo?

– Disculpe señor. Es que yo soy de Huarochirí.

– Ya veo que no eres de aquí, por eso no sabes quién soy, –le dijo de modo indulgente–. Pero bueno, averigua y has lo que te mando.

– Y, ¿a qué hora estaré de regreso con su caballo?

– De aquí a Cantayo te echará una hora de camino. A las once ya estarás de regreso.

– Entonces, no puedo, señor.

– ¿Qué indio? ¡Cómo te atreves a desobedecerme! Te voy a pagar dos soles para tu coca.

– No, no puedo, señor.

– Tres soles te voy a dar. Mira que nunca he pagado ese precio.


6. Estos indios que ya no obedecen

– No puedo. No me alcanza el tiempo, señor.

– ¿Qué? ¡Te voy a dar cinco soles, indio!

– No puedo.

– ¿Sabes qué es cinco soles? Con cinco soles puedes comer todo el día.

– Pero tengo qué hacer.

– Y, ¿qué tienes que hacer, indio?, –le preguntó lleno de curiosidad e insolencia, mirándolo otra vez de arriba para abajo.

– Tengo que asistir a una reunión.

– ¿Qué? ¿Te estás burlando de mí, insolente? Agradece que no haya traído mi fuete. Agradece que no seas de aquí indio bruto. Pero sí te puedo hacer poner en un calabozo.

Y lo miró con desprecio.

– Por eso el Perú anda atrasado, –masculló al final– ¡por culpa de estos indios que ya no obedecen!

Y se fue bufando.


7. Gloria de la arqueología

El más asustado y que temblaba de miedo era el emolientero quien al principio se había encogido y después, temeroso como si fuera a llover lava ardiendo, se fue a parar temblando en una esquina.

El hombre blanco se fue.

Y don Julio sin decir nada terminó de sorber calmadamente su emoliente.

A esa hora ya pasaban los estudiantes con sus uniformes de gala, algunos con bastones y estandartes para el desfile en honor al sabio Julio C. Tello.

A las 9 de la mañana empezaron a pasar autoridades e invitados en traje de etiqueta a la ceremonia solemne que iba a llevarse a cabo en el Salón Consistorial del Municipio que lucía todos sus emblemas y banderas.

Y afuera estaba el toldo rojiblanco con las sillas encintadas y puestas las escarapelas a lo largo y alto de los parantes y travesaños.

A las 9.30 las escoltas de alumnos de los principales colegios con sus bandas de guerra ya estaban emplazadas y listas para el desfile frente a la tribuna alzada ante el Municipio Provincial. ¡Se homenajeaba a la gloria de la arqueología nacional y erudito en tantas otras materias científicas!


8. Antes y después de él

Don Julio arrellanado en el sillón central de la mesa de honor escuchó los discursos que se leían como si fueran parte de la etopeya de un personaje al cual él conocía lejanamente, pero que no era él mismo.

Se destacaron sus méritos de surgir desde un hogar campesino y humilde elevándose a las cimas de la realización científica.

Se refería que se graduó de médico cirujano.

Que junto a Ricardo Palma viajó a Inglaterra.

Que con mente brillante y dotes de investigador consumado, contrapuso a la tesis inmigracionista de Max Uhle la tesis autoctonista del origen del hombre de América.

Que construyó una explicación coherente de la civilización incaica y también de la anterior a los Incas.

Que no solo entendió y dio a conocer en ambos casos las bases de su organización social y económica sino de su cosmovisión del mundo.

Que hay una arqueología antes de Tello y otra después de él.


9. Le pido mil perdones

Luego fue anunciada la imposición de la Medalla de Oro y se convocó al Alcalde Honorario de la ciudad, quien avanzó y don Julio tuvo que ponerse de pie.

Era el señor del caballo quien casi se cae de espaldas del susto y sobresalto cuando reconoció al hombrecito a quien había insultado por la mañana y estuvo a punto de fuetearlo si es que hubiera tenido su rebenque colgado al cinto.

Trastrabilló y hasta sintió vértigo y desmayo.

Don Julio, para circunstancias como esta solía poner un rostro hierático.

Ya repuesto el personaje se inclinó respetuoso y le rogó suplicante:

– Le pido mil perdones y disculpas doctor por lo sucedido esta mañana. ¡Si hubiera sabido que era usted don Julio C. Tello! –alcanzó a musitarle con voz contrita y dolida.


10. El trago amargo y dulce de la identidad

Le conmovió a don Julio la sincera humillación del hacendado y a modo de superar la situación le dijo:

– Estos compromisos siempre quitan tiempo señor... Porque me hubiera gustado traerle su caballo y ganarme esos cinco soles que me hacen falta.

Después empezó su discurso diciendo:

– ¡Soy indio!

Pero esta vez casi le había tocado probar, en la mañana de aquel día, el trago amargo y dulce de la identidad.

Y recibir los fuetes en la cara, los hombros y la espalda, sin que nadie hubiera podido salvarle, menos el emolientero muerto de pánico y no por la agresión sino por la cólera del señor.

Tampoco hubiera tenido tiempo don Julio de repetir la otra frase que la pronunciaba cada vez que intervenía en el parlamento, cual es:

– ¡Pido la palabra para oponerme!

De todos modos le hubieran caído los azotes en aquella esquina de la plaza aldeana.


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