miércoles, 21 de enero de 2009

A 3 BANDAS

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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Te cuento::
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Mientras saboreaba un papa cashqui recordé los años sesentas, cuando de incógnito escuchaba en el billar de don Cali Durand, los comentarios de Antuco Bravo, Pogoncho Padilla, Milo Barrenechea, Cancho Ramos y Pepe Lavado, sobre los triunfos del pecoso Jhony Bello.
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Antuco decía que Jhony nadaba todos los estilos, desplazándose por la piscina como trucha, de punta a punta, llevándose todas las medallas olímpicas. Y mientras ellos comentaban, don Cali, recostado con sus codos en el mostrador, afilaba su lengua con los ribetes del cuello de su poncho. Luego de unos segundos, don Cali se les acerca, y dice: “esas son coj... cholos; en mis tiempos nadaba contra la corriente como salmón, de un solo tranco desde Obraje hasta Tallenga, sino pregúntenles a los viejos carcacinos y aquinos que al verme nadando a pelo, me aplaudían desde sus chacras. Jhony Bello es un ultu a mi lado”.
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Otro día, cuando comentaban sobre los goles de cabeza de Toto Terry, don Cali ingresó de lleno a la conversación: “Para rechazar de mocha un centro del Olaya, saltaba tan alto, que aprovechaba para ver si los burros de “papaseca” estaban haciendo daño en mi chacra de Pacra”.
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Estos “angelitos” un poco picones arremetían con todo y provocaban a don Cali preguntándole: ¿y su hijo Panchito juega el fútbol tan bien como UD.?. Él, sin inmutarse contestaba: “como ustedes saben, el hijo del bailarín siempre resulta rengo; y mi heredero no ha roto la regla, con decirles que cree que la pelota es cuadrada”, y se reían a carcajadas dejando el taco junto a las bolas. Qué inocentes fueron esos tiempos de vaqueros.
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Una mañana arribaron al 'taco' cuatro jóvenes truchadores con la noticia, de que el flaco Nica Fuentes, había cogido una trucha de 47 centímetros en Conay; don Cali, abriendo una vieja libreta de apuntes le pidió a Cancho que leyera:

- 87 centímetros don Cali.
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- Este alevín es el que malogra mi colección de pesca en el Aynín -retrucó don Cali

Una noche mientras don Cali cosía un paño roto por la impericia de Lalo Dextre en el taqueo con efecto, nos comentó, que durante la fiesta patronal de un pueblo de Huanuco envolvió con una verónica al toro más bravo de la tarde y lo desapareció sin necesidad de sombrero ni varita mágica ante el asombro de los tendidos, y para no ser linchado tuvo que salir escondido bajo su poncho usando sus clavículas como percha.
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Otra noche, cuando mirándose a los ojos Lipat de Jircán y Genaro de Jupash jugaban: 'el que pestañea pierde', don Cali se les acercó diciéndoles: 'en mis tiempos, todos tenían terror de jugar conmigo "el que pestañea pierde", no porque los dejaba virolos, sino porque con los ojos cerrados hacía derretir los adoquines de hielo de los raspadilleros'.
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Cierto día, Antuco y su patas sacaban cuentas para la pachamanca del 7 de Junio en Jaracoto: 20 kilos de papas de roca, 3 manojos de chinchu y uno de muña, 77 ocas, 24 choclos, 173 habas, 2 brazuelos de cordero de la carnicería de Moshongo, 2 moldes de queso de Cutacarcas, una gallina del corral de Uchucu Pedro, 5 cuyes y 2 conejos paseanderos del escribano Crisólogo, un chanchito polanchín del “Coso”, etc. etc.; es decir, todo fiado y “prestado” de algún dueño descuidado. Don Cali que estaba atento a estos cálculos de arte culinario, les dijo: “en mis tiempos metíamos al horno las papas, habas, choclos, quesos y cuyes por camionadas, más 5 reses y media manada de borregas, pastor y todo”.
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También registra mi 'disco duro', episodios donde estos “llameros cholitarios” entrenaban para jinetes montando becerros en el corral de don Aurelio Garro y amansando caballos y burros en un potrero de Unsucocha, con la complicidad del papá de los hermanos Churchil de Cochapata, muy afecto a ellos. De allí se desplazaban al Pesebre donde esperaban impacientes que la camioneta de Landauro arranque su motor de medio pony de fuerza y empiece a trepar sin oxígeno la planta eléctrica. En esos momentos: Antuco, Pogoncho, Milo y Cancho, montaban al vuelo al brioso “alemán” y salían al galope. Pasaban Chicchó, Caranca y finalmente llegaba el caballo resoplando a Matarrajra, y saludaban al chofer de la camioneta con una sonrisa cachacienta.
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Que recuerde, Landauro nunca los alcanzó, menos la tortuga roja de don Benja. El único carro que una vez logró pasarlos antes de llegar a Caranca, fue el camión “fantasma” del 'amigo' de los eucaliptos Domingo Morales, sólo que cien metros después se fue al abismo, retornando a su aserradero junto a Picush, en tiempo record.
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Ya por las noches estos traviesos legionarios iban al “Coso”, de donde sacaban a hurtadillas un par de burros dañeros y se ponían a buscar entierros por Racrán hasta la medianoche, emulando a Juan Sánchez Dulanto, y de paso hacían su mercado nocturno “de la chacra a la olla” llenando sus alforjas con habas, choclos y dos atados de alfalfa para el brioso “alemán”.
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Una mañana que Antuco, Pogoncho, Cancho y Milo, caminaban hondilla en mano por Lirioguencha, observaron a un gallo carioco que se paseaba orondo por el tejado de la familia Durand Espejo. Milo sin pensarlo dos veces aguzó su puntería y de un certero tiro de guijarro derribó al “cuello rojo” que cayó fulminado al camino, con la cabeza y cresta partida como purojsha reventada. Luego presa en mano se fueron caminando de puntillas al Baratillo, donde la cocinera de Cleofé García les preparó escabeche y caldo.
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No pasaron ni dos horas de este atentado ecológico, cuando Milo llegó a su casa con la barriga llena. Para su sorpresa, su papá Jorge lo recibió en medio del patio con las manos en la cintura, invitándolo a pasar a su despacho de abogado, y sin que se reponga de su sorpresa le dio este café cargado de leyes y reflexión fraternal:
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“Hijo mío, no hay modo de justificar como provechosa tu existencia, pues solamente te estás dedicando a matar cariocos y a montar becerros. Don Calixto Durand ha presentado una queja en papel sellado, expondiendo que tú y tres malhechores han asesinado a uno de sus picudos que se paseaba por sus aposentos. Ha presentado como testigo a un vecino notable de Lirioguencha quien los observó durante el carioquicidio. Como este hecho atenta contra la fauna chiquiana, y viendo que un escándalo podría manchar el buen nombre de la familia, acabo de pedirle a tu mamá que haga efectiva la reparación civil con dos ponedoras y un par de cuyes de Pancal. Por tu parte, alista tus cosas que dentro de dos horas te vas a Lima con el camión de mi amigo Chuqui, a expiar tus culpas sin propinas ni encomiendas”.
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Está grabada en la memoria colectiva un mediodía soleado de fines de junio, cuando la plaza de Jircán fue escenario de una “carrera de burros”, organizada por la Escuela Normal en su aniversario de creación. De todos los expertos “burro cross” lograron su inscripción: Cachicho de Umpay, Ichic de Quihuillán, 'Oso júnior' de Matara, Goyo de Cochapata, Luchu de Jircán y Antuco de Agocalle. Este último, preocupado por la casta de los demás competidores, se puso a organizar su participación. Es así que, buscando datos escuchó por ahí, que uno de los burros de Clarita, era el más veloz del pueblo, pero que estaba purgando condena en el Coso. Sin pensarlo dos veces pagó la fianza y durante 3 días seguidos practicó en el centro de entrenamiento de Unsucocha.
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Momentos previos a la carrera los jinetes se ubicaron junto al arco de la parte baja del estadio, espacio fijado como partidor, y ni bien el amauta Nicanor dio la señal de partida, el burro dañero montado por Antuco salió embalado hacia el Coso, ganando por veinte cuerpos y una pértiga de yapa...
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2do. piso: billar de don Cali
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Pero don Cali no solamente contaba sucesos increíbles de su juventud, sino también sobre su estrategia para ganar juicios sumarios con dos chatas de ron, un papel sellado y media jeringa de tinta; sin embargo, como al mejor tirador se le va la paloma, una vez tuvo un traspié con sabor a urea.
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Don Cali Durand
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Resulta, que en un juicio por paternidad, envió a Barranca la muestra de orina de su patrocinada, muestra que en uno de los baches de Huacacorral se derramó; el ayudante, para evitarse problemas con el dueño del vehículo, llenó la botellita con su pichi y el análisis dio 'NEGATIVO'.
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Aunque la criatura nació igualito al demandado; éste, amparándose en el resultado, no reconoció al sietemesino, aduciendo que los bebes no sobreviven si nacen antes de los cinco meses de procreados.
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Con los años, don Cali se enteró por una carta anónima sobre la orina derramada que fue cambiada por el ayudante del camión; lamentablemente, el caso ya estaba oleado y sacramentado, por lo que trató por todos los medios de persuadir al padre para que proceda a su reconocimiento, pero éste, por temor a que su warmi lo expulse de su lecho de paja, no quiso firmarlo, quizá lo haga para tranquilizar su conciencia horas antes de estirar la pata o por temor al escándalo, porque en corto tiempo la prueba de ADN será más fácil que teñirse el pelo.
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Fuente:
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Conversando con Antuco.
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