domingo, 8 de mayo de 2022

EL AMOR DE UNA MADRE - POR FILOMENO ZUBIETA NÚÑEZ

 

 


E L  A M O R  D E   U N A  M A D R E
 
En el DÍA DE LA MADRE comparto este cuento aleccionador recogido en el Centro Poblado de Cuspón.
 
En una humilde casa de Cuspón (Chiquián, Bolognesi) habitaba una señora entrada en años y sus dos jóvenes hijos. La pobreza reinaba por todos los rincones, ella hacía muchos años que había quedado viuda y como tal se desvelaba por mantener sanos y salvos a sus críos. Producto de largos años de lucha y sacrificio tenía la salud quebrantada. Lo que no ocurría con sus mozalbetes, robustos y bien alimentados, dedicándose a jugar, vagabundear, comer y dormir, sin mostrar la mínima preocupación por saber cómo la pobre madre conseguía el yantar de cada día.
 
Sintiéndose ya inútil para las faenas del campo, un día pidió a sus hijos que fueran a Quino, donde la comunidad iba a distribuir las parcelas destinadas al sembrío de papas. Con sumo desgano se dirigieron a este lugar y recibieron la suya. En el mes de mayo fueron nuevamente enviados con dos buenas barretas y una talega de fiambre, para realizar el “chacmeado”. Éstos, lejos de realizar la faena, se dedicaron a jugar y molestar a las personas de los alrededores, regresando a casa en la tarde “muy cansados y hambrientos”. La cariñosa madre los recibió alegremente, dedicándose a frotar y sobar los miembros y las espaldas “adoloridas por el fuerte trabajo”. Igual ocurrió en los tres subsiguientes días.
 
Pasaron los días y los meses y llegó noviembre. Había que realizar el sembrío de papas. La atribulada madre se vio en apuros para conseguir las dos arrobas de semillas necesarias, lo que se concretizó, no sin mil y un esfuerzos. Nuevamente envió a sus hijos a “sembrar la papa”, a regañadientes estos se dirigieron a Quino. Ya en el terreno baldío se dedicaron a preparar “cuayes” (cocer la papa en la brasa del fuego) y a comerlas, operación gastronómica que repiten por dos días más, regresando a casa con más “hambre” que la atribulada madre procuraba mitigar al instante. Como es de suponer, en los días del aporqueo, estos malos hijos sólo se dedicaron a jugar hasta cansarse al máximo y volver agotados a casa.
 
La madre sacando cuenta del tiempo transcurrido y calculando que las papas ya estaban maduras, pidió a sus hijos que fueran a sacarlas, pues todas sus provisiones se habían agotado y no tenía con qué llenar la olla. Mas, éstos se negaron, aduciendo que estaban cansados de tanto trabajar y cumplir los mandatos de ella. Ante este contratiempo, pidió que le dieran las señas de la chacra para que pudiera localizarla, ya que no le quedaba sino realizar la faena ella misma. Los hijos para quedar a salvo del engaño, señalaron los datos de una parcela vecina.
 
Con mucho esfuerzo y agotada, dada la distancia y sus males, llegó al terreno indicado. Encontró un potrerito de hermosas matas de papa. Emocionada, alegre y llorando, inició la tarea de sacarlas. A poco fue interrumpida bruscamente por las palabras agrias y fuertes de un señor que, a la sazón, era el dueño del terreno. Luego de la aclaración, la señora fue informada con lujo de detalle de la forma cómo sus hijos se la pasaron entre juegos. Y de resultas no había papas qué cosechar y menos qué comer. Sumamente afectada, triste y llorosa retornó a su hogar con las manos vacías, pensando en sus hijos y en lo que les daría para mitigar su hambre.
 
Ya en casa, se puso a meditar largamente. No tenía qué cocinar y amaba tanto a sus hijos que no estaba dispuesta a permitir que se quedaran sin cena. No encontrando solución y sin vacilar mucho, agarró un cuchillo filudo y cortó la parte más carnosa de su enjuta pierna, con lo que preparó un delicioso caldo para sus hijos. Estos se sirvieron con voracidad sin mediar pregunta de cómo había conseguido la carne y se acostaron satisfechos.
 
La madre envuelta entre sus polleras junto al fogón, arrumada, quedóse llorando tristemente. A la mañana siguiente fue encontrada en un charco de sangre… ¡¡muerta!! Mientras en el fogón hervía otro caldo con las carnes de la amorosa madre.
 
Con mi mayor afecto,
 
Filomeno Zubieta Núñez