domingo, 10 de abril de 2022

SEMANA SANTA EN EL RECUERDO - POR WALTER VIDAL TARAZONA (LLAMELLÍN)


  SEMANA SANTA EN EL RECUERDO

 

Walter A. Vidal.

 

Semana especial del calendario cristiano.

 

          Del Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección, que termina con la Vigilia Pascual. Semana de profunda meditación; también para mí, por cierto. Cristo no tiene sentido en mi vida si está ausente una reflexión en torno a lo que hizo y a sus huellas. Más aun teniendo en cuenta que, entre los más grandes historiadores, pocos son los que se han ocupado de Él; y, si lo han hecho, ha sido en cuatro líneas. Dicho esto, y en del recuerdo, quiero ir a mi niñez, y a una de aquellas semanas santas, en mi santa tierra. Basta con traer al presente solamente dos fechas sagradas (recordar también es una forma de vivir): Domingo de Ramos y Viernes Santo.

          Taita Ramos en burrito, desde la quebrada de Paqcharaqra hasta la    plaza.

            El Domingo de Ramos, el pueblo escenifica la entrada de Jesús a Jerusalén: ceremonial y multitudinaria caminata desde la quebrada de Paqcharaqra hasta la iglesia, que está en la parte más visible de la plaza (hoy parque), con su vistoso atrio con gradientes de piedra.

            Grandes y chicos, varones y mujeres, batiendo frescas y hermosas palmas, enteritas, acompañan a Taita Ramos, que hace su ingreso a la plaza sentado en uno de sus dos rollizos burritos. El asno se libera del peso antes de las gradas que acceden al atrio de la Iglesia; de aquí, el Señor Jesús, sube en hombros, e ingresa a la Iglesia Matriz, para ser puesto en su respectivo alter hasta el próximo año.

            El “personaje” típico, pintoresco, sin embargo, es uno de los dos burritos, que camina a las justas por su extremada gordura. Estos dos pollinos nacieron afortunados para vivir libres, haciendo “daños” en las chacras de los vecinos, sin que ellos pudieran botarlos, so pena de ser castigados con una mala cosecha; pero, quienes permiten alimentarse sin molestarlos, tendrán buenas cosechas.

            Días antes del Domingo de Ramos, el Tesorero y los Mayorales, salen en busca de los rechonchos pollinos por los alrededores, por la parte baja principalmente, porque a las partes altas no podían subir por el peso corporal. Ubicados, el par de mostrencos, son conducidos a la casa de los responsables de la festividad, para ser bañados. El Domingo de Ramos, temprano, al mostrenco elegido para que cargue al Señor –el menos pesado- lo adornan con flores silvestres y cintas de colores. Este acto, lo hacen ya en la quebrada de Paqcharaqra, donde la gente se concentra para emprender la marcha con dirección a la plaza, acompañando a Taita Ramos, con el liderazgo del sacerdote (si hay).

            El Señor se encamina a la plaza, encima del burrito, sujetado con cintas por dos feligreses que van a ambos costados, entre cánticos y oraciones, entre inciensos y flores, con bastante fe y mucha alegría, y por un alfombrado de pétalos de rosa blanca en el camino. La misión del burrito finaliza en las escalinatas que suben al atrio de la iglesia; a partir de allí, Taita Ramos, entra al Templo en su anda, en hombros de los cargadores y con vítores del pueblo, con cohetes y avellanas que retumban en el cielo de Pahuacoto, cuyo eco reproducen los otros dos apus: Manrish al sur y Mallallín  al norte.

          Desclavación del Señor Crucificado por cuatro santo-varones la   noche del Viernes Santo.

            ¡Grande y conmovedor cuadro! Ver con los ojos desclavar el cuerpo de Jesús, y trasladarlo al Santo Sepulcro, es grandioso; y te conmueve hasta las profundidades del alma. Asombroso.

            Recuerdo que, aun siendo niño, con la carita entre cirios, iba en procesión acompañando a mi madre, al costado de la Virgen Dolorosa, entre matracas y agudísimos gritos de las devotas, que retumbaban en el cielo de Pahuacoto, antes de silenciarse en la oscuridad de la noche. La noche era noche; pero la del Viernes Santo era una noche blanca, por el rosario de velas, ceras y cirios llorones que alumbraban el pueblo, su plaza y sus principales calles. Sin embargo, me entristecían las lágrimas rodando por las mejillas de las piadosas damas; pues, el suave viento, al mover las mantillas de luto, me dejaba ver, por ratos, las caritas de cera heladas por el frío, por cuyas mejillas bajaban gotitas de lágrimas. No solo las caritas de cera lloraban; también los cirios y las velas en las manos de los acompañantes. Lo mismo pasaba en mis manitos.

            Desde el Miércoles Santo, los Alumbrantes o priostes de la celebración del Viernes Santo, repartían, entre las familias del lugar, la preciada miel de Semana Santa, preparada con caña de azúcar y melocotones, para comprometerlos a acompañar la procesión del Señor, después de la Desclavación que se realizaba en la iglesia, precisamente la noche del Viernes Santo.  

            En aquel acto, cuatro “Santos Varones”, vestidos de blanco, eran los encargados de desclavar el cuerpo de Cristo de su cruz. Dos de ellos, uno a cada lado de la cruz, subían por su respectiva escalera, con sus martillos y tenazas; luego, bajaban, uno por uno, la corona de espinas, la túnica, otras prendas, finalmente los clavos. Debajo de la cruz, los otros dos “Santos Varones”, recibían las preciadas prendas del Señor para dárselas a los “angelitos”, niñitos y niñitas, vestidos de blanco, que recibían para sacarlos en la procesión.

Finalizada la Des clavación, el cuerpo de Jesús era llevado por los cuatro “Santos Varones” a su sepulcro de madera que pesaba más de una tonelada, con los cirios y las flores encima.  El Santo Sepulcro salía primero de la Iglesia para la procesión. Y a la distancia de una cuadra recién salía el anda de la Virgen Dolorosa.

            Estoy dejando involuntariamente dos actos muy notables de la noche del Viernes Santo: el primero, las “Tinieblas”; que se producía cuando todo el mundo apagaba su cirio, vela, cera, chiuchi, etc., dentro de la iglesia, y todo quedaba en oscuridad absoluta; el segundo, venía en seguida: aparecían  entre los feligreses, la mayoría mujeres, unos chicos blandiendo sus cerotes.

            El “cerote” consistía en una pelotita de cera hecha en una de las puntas de un hilo más o menos de un metro de largo. Esta pelota caía, como arte de magia, en las cabezas descubiertas o apenas cubiertas por el velo; en muchos casos, el golpe era tan fuerte, al punto de sacarles sangre de la cabeza. Aún recuerdo el cerotazo hecho por un amigo a la cabeza de una pobre mujercita, que el dolor la hizo gritar: “Ananauu diabluu”, en plena canción del emblemático himno de Viernes Santo.

            La procesión del Señor, en su Santo Sepulcro, seguida por el anda de la Virgen Dolorosa, se realizaba por las principales calles del pueblo. La imagen más acompañada era la del Santo Sepulcro, cargado por doce personas, que iban por delante de nosotros, en ambas filas. Entre los acompañantes del Señor se notaba también la presencia de algunos caballeros. Las luces de los cirios en el desfile procesional se podían ver desde Mallallín al norte y Manrish al sur; y, con mayor nitidez, desde el Pahuacoto por el oeste.

           

Breve reflexión al borde de la Semana Santa con pandemia, con guerra y con crisis política.

 

¿Pero quién es Jesús, cuya muerte es recordada, cada Viernes Santo, desde hace dos mil años?

 

Sin conocerlo, muchos, nos solidarizamos con su pasión y muerte; pero conociéndolo, es imposible no sentimos también agradecidos por su entrega voluntaria, como un cordero noble y manso, al sacrificio, no en el altar, sino en la cruz.

 

 ¿Por qué lo hizo?

             

Papa Francisco dice que no hay otra razón que el amor.  Sí pues, qué otra razón pudiera haber tenido para tal extrema decisión voluntaria.     La liberación del pecado y perdón del mal cometido a diario, costó la vida del Hijo de Dios. Así como la Navidad nos lleva a sentir [a muchos] un estupor cristiano (P. Francisco), también la muerte de Jesús en la cruz nos conduce a ese estupor al que se refiere el Papa.  

            

 Vivimos tiempos post modernos, de cambios generados por las ciencias y sus tecnologías. Y estos últimos años, además, con pandemia, con guerra; y, como si eso fuera poco, nosotros los peruanos, con crisis de toda laya. Particularmente con crisis política generada básicamente por ambiciones de poder.

             

¿Qué está sucediendo?

 

Pues, también, estamos viviendo tiempos de desentendimiento del mensaje de amor, tiempos de desentendimiento de valores humanos que hemos ido perdiendo o hemos dejado trastocados en el camino.

             

Ojalá que la mal nacida peste pandémica, que aún nos tiene preocupados, temerosos, cansados y afligidos, nos haya dado oportunidad de adquirir sabiduría para repensar y cambiar también nosotros. Hay quienes han construido o han robustecido sus sentimientos de solidaridad; pero no todos (que sería lo ideal); otros -como afirma Francisco- han puesto en evidencia ese accionar de “sálvese quien pueda”.

             

¿Qué hace falta?

 

Faltó/falta una pisca de amor para que, por ejemplo, aquel sentimiento que nació o se robusteció en algunos fuera, realmente, solidaridad humana.

¿Qué otra cosa, que luchar por destruir el mal, nos queda? ...

 

Pensemos que, tal vez, la única cosa que nos queda es agarrarnos de la tabla salvadora de la Educación. Educarnos, todos, para disminuir el mal.

 

            La generación que vivimos el último tramo de nuestra existencia, jamás pensó que terminaría siendo testigo de esta pandemia jamás esperada; de esta guerra amenazadora; y -a nivel de país, además- de esta crisis sanitaria, por descuido y corruptelas de gobiernos pasados; de esta crisis política generada por ambiciones de poder, básicamente por instituciones, como el Congreso, encargada de dar leyes sabias para solucionar problemas que venimos arrastrando desde atrás, encargada de evaluar o designar miembros de otras instituciones  claves como la TC, Contraloría, BCRP, no ejercitan eficiencia, al no estar calificados ni académicamente ni moralmente (con honrosas  excepciones) para esa labor.

 

            Creo que no nos queda otra cosa –insistimos- que revalorar la Educación, como tabla salvadora de la humanidad; pero, pues, sacrifiquemos un poco nuestras preferencias o prioridades egoístas.

 

            La vida es corta. No merece desperdiciarla haciendo daño al prójimo. Hay que vivir en paz. Al fin y al cabo, somos hermanos de un mismo Padre, que murió en la cruz, queriendo, también, legarnos el amor como símbolo humano.