martes, 27 de julio de 2021

LOS DESFILES ESCOLARES - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

 
LOS DESFILES ESCOLARES

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

"Los recuerdos gratos hacen renacer,
los malos recuerdos hacen languidecer".
                                                                               Shapra
 
En la década del sesenta, como las décadas anteriores, cada 27 de julio, víspera del DÍA PATRIÓTICO, Chiquián amanecía de atuendo BICOLOR. Nadie era ajeno al más bello sentimiento llamado PERÚ. El albino Yerupajá y los techos carmesí se juntaban bajo el cielo azul, para forjar nuestra gloriosa enseña nacional.

Los maestros y alumnos del Jardín de la Infancia, de la Primaria, Secundaria y de la Escuela Normal, preparaban con antelación los uniformes para el Gran Desfile en la Plaza de Armas del pueblo.

Las calles, plazas y locales escolares bullían de fiesta patriótica con cadenetas rojiblancas, banderitas y escarapelas, hasta parecía que las pupilas de Francisco Bolognesi, Miguel Grau y Alfonso Ugarte, tuvieran brillo humano en los cuadros de las aulas del saber.

Los sastres, mercachifles, costureras, fotógrafos, peluqueros y zapateros eran los más requeridos por los alumnos, padres de familia y maestros.
 

Los integrantes de la bizarra escolta del colegio nacional "Coronel Bolognesi" retocaban con "Griffin" blanco los escarpines y correajes, y ponían relucientes los longevos fusiles "Máuser" sin cartuchos ni cerrojo, proporcionados por don Antonio Franco, de la Circunscripción Territorial de Bolognesi. También se fabricaban a la medida de la cabeza: cascos militares con papel periódico remojado y amasado a mano con engrudo hecho con harina y agua.

Los brigadieres y policías escolares abrillantaban con pulidor "Brasso"' o limón jugoso sus distintivos de bronce, ajustaban los cordones y dejaban impecables los bastones de mando con sus borlas rojas. Se apadrinaban y bendecían los instrumentos musicales nuevos (cornetas y tarolas).

Los alumnos varones almidonaban su uniforme comando (caqui) y los más pequeñines, con el apoyo de sus padres, alistaban los botiquines de la Cruz Roja. Años después, exactamente el jueves 1 de abril de 1971, se estrenó a nivel nacional el uniforme gris ratón para hombres y mujeres, y se pusieron de moda los olorosos "Teddy" que duraban medio ensayo en el empedrado y un desfile escolar, a diferencia de los inmortales  "zapatos aquinos" que formaban parte de la masa hereditaria familiar.

Las alumnas del colegio Santa Rosa, cuidaban que las boinas, boleros y faldas azules (hasta la altura reglamentaria), hagan juego con los guantes y las blusas blancas.

Los ensayos para el desfile, cual bandadas de palomas caquis y azules, se incrementaban al son de las bandas de guerra a partir del 15 de julio en Quihuillán, Umpay, la Plaza de Armas, la carretera a Huarampatay, el estadio de Jircán y en los patios de los centros educativos, siempre buscando la mejor presentación. Los instructores pre militares y los profesores jugaban un rol de primer orden, con los ya usuales: "saque pecho, meta la barriga, no doble la rodilla, mire al frente, pegue la mano, descanso, atención, a la derecha, media vuelta a la izquierda, firmes, de frente, paso redoblado al compás del tambor.... paso de ganso al son de la corneta, paso de desfile... !MARCHEN!". Los instructores que brillaron en dichas jornadas patrióticas fueron: Cesareo Zarazú, Luis Chiri, 'Angelito' y Fausto Chirinos.

La noche de la víspera los luminosos ninacurus dejaban los potreros y se convertían en faroles para iluminar las calles chiquianas. Los alumnos del 351 desfilaban con submarinos, ballenas, barcos y aviones de gran tamaño, gracias a los talleres artesanales con que contaban; en cambio los chiuchis del 378 nos contentábamos elevando al cielo pequeñas casas de cartón, forradas con papel cometa (puertas y ventanas de papel celofán), también estrellitas y peces con estructura de tallos de sacuara o listones de carrizo. Una que otra lánguida luna, un diminuto sol o una pelota con armazón de alambre, fulguraban a las justas en la oscuridad. No faltaban los faroles que se incendiaban por una vela mal ubicada, mientras algunos caían al suelo ante el artero ataque de un avión a chorro de prominente ñata. Mi tío Oti Balarezo, siempre recuerda la vez que 3 profesores de matemáticas y 2 auxiliares del colegio "Coronel Bolognesi", plano y cinta métrica en mano, construyeron bajo la dirección del amauta Jesús Ayala Ruiz, un enorme acorazado, blindado y artillado por los cuatro costados, emulando el poder naval del Huáscar de Grau, para lucirlo sobre el río humano del desfile de faroles y ganar fácilmente el concurso; lástima que no fue así, pues tuvieron que desarmarlo y después sacarlo por partes, pues por la única puerta del aula ni el ancla salía completo, "por un simple error de cálculo llegamos a la plaza cuando el desfile de faroles había terminado", repite con añoranza mi tío Oti en cada aniversario patrio.
 

El 28 de julio Chiquián lucía vistosos colores, con adornos por doquier. Los gallos cantaban más temprano haciendo que los relojes despertadores suenen por gusto. A partir de las cinco de la mañana se daban los últimos toques. Los peluqueros madrugaban para dejar rapados a los amigos "del último momento". Algunos pasaban sudorosos por los puestos de los mercachifles y las tiendas comerciales buscando un par de zapatos de oferta, una corbata, una cristina o medio metro de chutás (sutaches) para renovar los descoloridos galones rojos o azules; otros, desde las 07:30, esperaban serenos en las esquinas, pero sin reírse, tampoco encorvarse para no ajar los pliegues de los uniformes planchados al rojo carbón. El desayuno en las casas era más sostenido que de costumbre: un buen pari (sopa turquesa), dos cemitas y un pocillo de quaquer con membrillo y canela; algunos con menos suerte tomaban su refectorio: leche en polvo hidratada con agua caliente y pan con soledad. Viene a mi memoria la imagen de mamá, paradita en la puerta de la cocina apretando su delantal, llamando preocupada: "Mirtha, Nalo, Felipe, se enfría el pari". Media hora después, a las ocho en punto, los rulos, los peinados "bombé" y las trenzas de las chicocas ya estaban brillando con su barnizado de laca. Ni un solo cabello quedaba fuera de su lugar.

Cuando el reloj del Concejo Provincial marcaba las 10:00 a.m. se daba inicio a la Ceremonia Patriótica en la Plaza de Armas. Todos entonaban el HIMNO NACIONAL a puro pecho y pulmón bien oxigenado: Shaprita, el Mudito de Huasta, Totó y el Indio Peruano lucían enormes escarapelas de papel en el pecho henchido de orgullo, idem las autoridades, funcionarios, maestros, alumnos, trabajadores estatales y nuestros artesanos, músicos, chacareros, comerciantes y crianderos. Cierro los ojos y en el recuerdo escucho cantar a viva voz a Benito el Comunero, a Lorenzo el Zapatero, Perico el Albañil, Factor el Picapedrero, Juanita la Lavandera, Julia Dora la Cocinera, Honocha la Maestra de las pallas, Lolito el Hojalatero, Leonardo el Peluquero, Maurelio el Panadero, Ernesto el Farmacéutico, Abraham el Relojero, Aurelio el Notario, Antonio el Pregonero, Bartola la Partera, Valerio el Curandero, Bayona el Mercachifle, Florentino el Músico, Icha el Sastre, Pedro el Policía, Sabás el Municipal, Urbana la Curandera, David el Herrero, Abilio el Cerrajero, Daniel el Gañán, Alberto el Jornalero, Jorge el Domador, Cesareo el Tejedor, Accepio el fabricante de velas, Venancio el Talabartero, Eulogio el Bordador, Manuel el Minero, Bernardo el Cantante, Martín el Cura, Guillermo el Cantinero, Cosme el Trenzador, Goya la Costurera, Camilo el Heladero, Rómulo el Sombrerero, Filomeno el Quesero, Teodoro el Adobero, Eliseo el Techador, Manzueto el Camionero, Bolívar el Pintor, Peli el Transportista, Cuca Doctor el Dentista, Alejandro el Fiscal, Roga Cóndor el Escribano, Chimpu el Amanuense...

Recuerdo bien el último 28 de julio que pasé en Chiquián: Ni bien concluyó la Ceremonia Oficial, nerviosos murmullos treparon el señero Capillapunta desde el disloque de emplazamiento. Había llegado el momento esperado: el soñado Desfile Escolar a paso marcial en homenaje al Perú. Los bajitos y bajitas del Jardín de la Infancia desfilaron con sus coloridos mandiles escoltados de cerca por la "madrinita" Carmen Arévalo Olave y las diligentes maestras, luego pasaron las escuelas primarias, los colegios secundarios, la Escuela Normal luciendo sus gallardetes y emblemas, y cerrando con broche de oro los gallardos maestros chiquianos, arrancando aplausos y vítores de júbilo. Muchos alumnos desfilaron pálidos frente al estrado oficial, transpirando frío, algunos del interior de la provincia marchando rojos como el tomate ante la presencia de su damisela de sombrero florido, lliclla y faldellín, uno que otro suertudo estrenó zapatos chillanditos, pero rengueando por las ampollas, y más de un famélico a punto de desmayarse por no haber tomado su cucharada de "Emulsión de Scott". Los más pequeños, a los flancos, escoltaron como venados a las compañías donde marchan sus hermanos mayores y los cuñados de turno.
 
***

Finalizado el desfile entregaban las libretas de notas del Segundo Bimestre. Los "taqueros" mostraban orondos sus altos calificativos; la mayoría prefería no hacer comentarios, y los desdichados andaban como alma en pena, pegaditos a la pared: abatidos, meditabundos y con los ojos brillosos, ocultando los rojos patrióticos entre la camisa y la piel humedecida de sudor helado. Recuerdo que fui un alumno promedio en las aulas del 378, pero sin lugar a dudas tuve los zapatos más "destacados" del salón de clases de tanto correr en el patio durante los recreos. La toma de fotografías en la Plaza de Armas, junto a un caballito de pellejo, lana y cartón, no se dejaba esperar en el mediodía jubilar del Perú.

En horas de la tarde del 28 de julio o al día siguiente de madrugada, muchos alumnos viajaban a sus lares añorados para pasar unos días de vacaciones con sus padres y hermanos menores, otros se quedaban en Chiquián esperando la llegada de los paisanos que estudiaban en Huaraz, Trujillo, Barranca, Huacho y Lima. Algunos enrumbábamos hacia las manadas o las haciendas familiares. Si se postergaba el viaje quedaba asegurada nuestra presencia en las fiestas patronales de los poblados vecinos, sobre todo en las corridas de toros de Carcas y Huasta en los primeros días de agosto, ya con las sombras besando los cerros que protegen el valle del Aynín, retornábamos a Chiquián, sin dejar de pensar en el baile de la shinua sobre el cuero pelado, que aguardaba en casa.

Los descendientes de crianderos, maestros rurales y hacendados, recordarán el canto del pichuichanca y sus alegres paseos por el tejado en el amanecer del 27 de julio, anunciándonos la llegada de nuestros padres y abuelitos trayéndonos requesón y queso, ocas, paltas, mashuas, olluco y papas, también manojos de escorzonera y huamanripa para el chinguirito, vellones de lana para las frazadas multicolores  y los ponchos habanos, cueros para reatas y los reformadores "shilpis", cuyes, carne y mondongo para degustar el 28 en homenaje a la Patria amada.




 
Fuente:

Un trocito de la obra en forma de libro: "DEL MISMO TRIGO" , de Nalo.

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