Querida Nieve:
Han pasado 11 años desde tu partida, y el reloj del tiempo se detiene cuando las tintas vespertinas tiñen de gris el cielo que cubre tu sepultura. No sé en qué nube se esconde tu alma buena, mas el eco lejano de tu alegre ladrido al llegar a casa sigue siendo dulce melodía para el corazón. Esa alegría que nos regalabas con ternura, vive aliviando el dolor que dejó aquella despedida.
Como todos tus congéneres tuviste vida breve y te marchaste dejando la casa vacía. Sólo 13 años nos acompañaste, y sólo la muerte pudo desatar nuestras vidas terrenales, porque fueron azules nuestros días cuando vivías, tan hermosas como las rosas que este 31 mayo acarician el lugar donde reposas tu fatiga.
No sabes la falta de me hace tu compañía en las madrugadas de lápiz y papel. Muchas veces cuando el silencio cierra mis ojos siento tu respiración, entonces mi alma vaga en la soledad de las montañas, donde tus ojos mansos iluminan la noche oscura; de pronto el tañido de una campana me dice que no es cierto, que ya no estás con nosotros, que te fuiste para nunca más volver, pero las palabras de fe y esperanza de Juan Pablo II mitigan las aflicciones: “Los animales poseen un alma y los seres humanos deben amar y sentirse solidarios con nuestros hermanos menores.”
¿Recuerdas? cuando la tarde caía herida sobre Lima abandonaste el camino de la vida, pero jamás te perderás en la sombra del olvido, porque nuestra familia y las palomas de EL Olivar esperaremos tu retorno cada tarde, cada noche, cada madrugada...
Te extrañamos querida Nieve,
Tu amigo Nalo