domingo, 21 de junio de 2020

PAPÁ - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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EL PEQUEÑO ARRIERO
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 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
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'Padre mío, no habrá distancia que nos pueda separar, ni otras prioridades que logren evitar, que este día como ayer, nos volvamos a encontrar…. NAB 15 SET 2005.' 

De niño no advertí la verdadera dimensión de la ternura de papá hacia mi persona, pues mi condición de varón me impulsaba a negar todo lo que pudiese denotar flaqueza de espíritu, lo que muchos llaman: sentimiento paternalista; es decir, sentimiento que suponìa patrimonio de mi mamá. Hasta me preguntaba: ¿acaso un paisano de Luis Pardo tiene derecho a ser sentimental?, !Nooo manan imaipis!, "ese derecho es de las mujeres", susurraba en tono machista. De pronto tuve en mis brazos a mi primera hija, tan frágil que parecía que se me iba a escurrir de las manos. Ahí experimenté por primera vez el valor de ese noble sentimiento paterno: ¡me había convertido en papá!. Cuando mis hijos crecieron vi en sus ojos las mismas preguntas que me hice de niño, y seguramente las mismas preguntas que mi papá se hizo frente a mi abuelo Felipe, quién partió al llamado de Dios, joven aún.

Hoy, varios años después, creo sin dudar, que cuando uno tiene hijos recién comprende a su padre. Los consejos, la mano firme y la mirada severa, que en algún momento de mi juventud me causaron inquietud, empezaron a tener sentido; pero como en aquellos años dichos arqueripos no se ajustaban a mi manera acelerada de vivir, recién con el nacimiento de mis hijos los valoré y tomé como propios, porque de ese amor puro, oculto tras el gesto adusto de mi viejo, surgió el ejemplo en toda su grandeza, mostrándome el otro perfil del sentimiento: el amor que alerta, que modera, que protege, que corrige, que enseña, que quizá calla las demostraciones más sutiles, pero que está allí, como un ángel guardián, compañero inseparable dispuesto a todo por mitigar el sufrimiento del hijo. 

Y así vienen nuevos eslabones en la gran cadena de amor paterno, los hijos nos convertimos en padres, abuelos y con el tiempo en bisabuelos y tatarabuelos, si Dios nos alarga la vida. La misma vacilación en cada eslabón, el mismo temor al no saber con precisión si lo que estamos dando a nuestros descendientes es lo más adecuado para ellos. Sólo sé que les estoy brindando el sentimiento más puro, aquel que aún trastabilla camino hacia sus corazones, y que todos conocemos como: AMOR.

También sé que tu amor es igual o quizás mayor del que narro de mi propio existir, porque el ser humano nace con la Bendición Divina para ser un buen padre.

A estas alturas de mi vida pensar en Chiquián, en sus hijos y en los hijos de sus hijos, es retrotraer el tiempo y sonreír recordando a los amigos y amigas de mi generación que avanza de puntillas el sendero de la tarde; pero también para agradecer con cariño y veneración a todos y cada uno de los viejos chiquianos que con su ejemplo moldearon mi personalidad y me guiaron por el empedrado camino de la vida.
 
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Cajacay
 
Mi papá Armando nació la madrugada del sábado 15 de septiembre de 1923, en un dulce hogar forjado con harina de Huaraz y levadura de Huacho, en el apacible pueblo de CAJACAY, un acogedor rincón andino a 2,600 metros sobre el nivel del mar, al que los lugareños han bautizado con orgullo: “Atenas de Ancash” , por la geografía en que reposa su estructura urbana y la reconocida inteligencia de sus hijos predilectos, quienes año tras año corren presurosos al llamado del Santo Patrón San Agustín y a orar al milagroso Señor de Chaucayán.
 
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A los ocho días de nacido fue bautizado en la Capilla de Cajacay, siendo su padrino don Antonio Sotelo. La ceremonia se llevó a cabo de manera anticipada, como una forma de adelantarse al Mandato Supremo del sueño eterno, pues nació delicado de salud y con peso pluma. Unos días después se trasladó a Chiquián con mi abuelo Felipe Alvarado Garro, mi abuelita Victoria Montoro Ramírez y mi tío Rómulo Alvarado Montoro de dos añitos de edad en aquel entonces.
 
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En Chiquián les fue difícil integrarse al pueblo que venía atravesando una soterrada crisis de convivencia. El germen de la prepotencia azotaba a los núcleos familiares, que para subsistir se agrupaban en componendas que culminaban en escaramuzas con contusos y heridos. Ante la imposibilidad de pertenecer a un bando político sin generar malos entendidos con los otros, este pacífico grupo conformado por papá, mamá y los dos pequeños, optó por retornar a Cajacay, donde durante diez años se dedicaron a las labores de zapatería y panadería.
 

Barrio Cinco Esquinas (actual) 
 
En sus pocos ratos libres de niños trabajadores y estudiantes de Primaria en Cajacay, Rómulo y Armando hilvanaban sus sueños en las veredas de lajas y las calles polvorientas de su modesto barrio de Cinco Esquinas, jugando calachaquis al fútbol con balones de pucash de chancho o a los vaqueros con caballos de madera y riendas de elástico, "matagente" con pelota de trapo, trompo de eucalipto, bolero de huarango, canga de aliso, chuncando con pushpus bayos y pintos o fabricando carritos de madera y hojalata o cazando con hondilla: torcazas y shulacos  en las chacras del lugar.
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Con el paso de los años Cajacay resultó un mercado pequeño para los sueños de la familia, por lo que retornaron a Chiquián, iniciando una modesta, pero pujante empresa panificadora en el barrio de Alqococha, donde los hermanitos Rómulo y Armando inauguraron el primer negocio ambulatorio de la zona, ofreciendo de puerta en puerta sus semitas, jaratantas y bizcochos, que en poco tiempo fueron los preferidos de los amigos chiquianos, huastinos, aquinos, carcacinos, llaminos, corpanquinos y roqueños. Pero esos sueños de pequeños vendedores de ilusiones, a veces era despertado con sobresalto por el chasquido del fuete que algún hacendado hacía resonar sobre sus cabezas, cayendo al piso sus canastas con panes. Gracias a Dios, estos abusos no los amilanaron y siguieron labrando su futuro con la frente en alto. 
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De 1933 a 1937, con dos hondillas en el cuello y los bolsillos repletos de esperanza, el todavía pequeño Armando, a quien ya sus amiguitos habían bautizado con el sobrenombre de Chuqui, por su habitual uso del sombrero de paño huarino, ayudó a su papá Felipe en el transporte de productos alimenticios de Barranca a Chiquián a lomo de burro y de mula. Estos viajes duraban entre cuatro y cinco días de ida y siete los de retorno. Dichas expediciones lo hacían con 25 animales de carga y cuatro arrieros como mínimo, entre los que destacaban los chiquianos Marcos Ñato y Mauro Ramírez, algunas veces por las rutas de Ocros y otras tantas por las de Cajacay, ruta del bandolero romántico.
 
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Cada viaje era una odisea interminable; un día en el solitario Chonta, otro en Raquia, otro en Chasquitambo, luego en Huaricanga y por fin la planicie costeña, última pascana del periplo, lugar donde aguardaban pequeños camiones rumbo a Barranca.
 
Los días de lluvia el lodo les llegaba hasta las rodillas, patinaban sus pies y los llanques impregnados de barro pesaban kilos; muchos ponchos de agua raídos y rotos por las espinas y las filudas piedras, amén de las luxaciones de tobillos donde el joven “Muchqui Valerio” hizo sus primeras prácticas con emplastos de pollo tierno, llantén, achupalla y ron alcanforado.
 
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Iniciaban su viaje contemplando los potreros chiquianos y las chacras de dorados trigales cual ponchos que el viento cardaba a su paso. A estas alturas del  trayecto el clima todavía es templado. Luego viene la inmensa Pampa de Lampas Alto, ya hace frío, el ichu silba huaynos tristes y el viento baila con los pajonales; después cerros con abundante vegetación perfumada de flores silvestres escoltan el paso de los arrieros, mientras los riachuelos Macocha, Vado, Cajacay y Marca se van ensanchando sirviéndoles de guía en la dura travesía. 
 
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Durante el recorrido Armando iba cazando tortolitas, torcazas, tupuc chiquitos, chacuas y vizcachas que cocinaban en improvisados fogones y consumían con sabor a gloria en el lento y difícil viaje, que más de las veces era interrumpido por malos imitadores de bandoleros, amigos de lo ajeno, quienes con la cómplice sorpresa de un zarpazo les arrebataban sus pertenencias, cubriéndose el rostro con pañuelos empapados de sudor cobarde.
 
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Siguiendo la senda de herradura van apareciendo bosques de moles pétreas donde el viento gira de un momento a otro. Para cortar camino descienden por angostas cornisas de granito; luego vienen cerros escarpados en cuyas bajadas peligrosas los burros pierden el control y golpean sus cuerpos contra las rocas de los desfiladeros. Muchos cuadrúpedos quedan patas arriba, aptos para el festín de los zorros y las aves de rapiña. 
 
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Horas más tarde aparece el río Fortaleza. Allí se multiplican las columnas de cactus con brazos cortos y espinas que punzan el cielo quieto de la quebrada. En el lugar el clima es cálido y abrigador, la modorra hace presa del sufrido caminante y el sueño parece que se va y retorna en un vaivén que enerva la resistencia física. También asoma el miedo a la culebra coralillo y a los mosquitos, y la cabeza afiebrada martilla: ¡paludismo!, entonces la mente apura, aunque los ojos se cierren... Y así van pasando Colquioc, entre arbustos, sauces,pacaes, papayas, paltos, yucas y algarrobos
 
De pronto asoman los cañaverales en el amplio valle. A la distancia la chimenea de Paramonga les da la bienvenida arrojando humo. De ahí para adelante, si no encuentran un camión que los transporte, siguen caminando hasta Tunán o  Cerro Blanco, lugares de aseo, últimas paradas antes de arribar a Barranca en vehículo motorizado. En Barranca, “Capital de la Solidaridad”, permanecen un par de días repartiendo encargos a los paisanos residentes y adquiriendo productos, y retornan a Chiquián que los ve llegar después de 17 días de penitencia.
 
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Hoy, cuando contemplo desde el balcón del recuerdo los abruptos desfiladeros por donde mi abuelo, mi padre y sus amigos arrieros surcaron a pie para llevar un pedacito de la costa a Chiquián, en aquel entonces: 'puerto' de los pueblos aledaños, ahora, 'lugar de paso', elevo mis plegarias por los viejos caminos perdidos en el tiempo, pero que en la mente se levantan como señales perpetuas de fatiga y lágrimas, conservando por siempre las energías de tantos viajeros que palmo a palmo cubrieron largas distancias con pesadas cargas a cuestas, dialogando a su paso con humildad con la Madre Naturaleza que nos brinda el abrigo de sus entrañas...
 

 
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En sus vacaciones escolares Armando fue testigo de cómo, pieza a pieza, armaron el primer vehículo automotor en Chiquián, un camión que llegó por partes a lomo de mula y músculo humano, desde Barranca, como regalo navideño de 1929. Esta hazaña sin precedentes en la zona fue realizada por la Municipalidad Provincial de Bolognesi, con el apoyo mecánico de don Benjamín Robles Valverde, quien desde hacía unos años venía trabajando como chofer profesional en Cerro de Pasco y las haciendas “Rontoy” y “Alpas” del norte chico. La caseta  y la carrocería fueron hechas por carpinteros chiquianos con clavo, madera de eucalipto y pintura al duco. Fue también don Benjamín, el que con dedicación y cariño enseñó a manejar sin cobrarles ni un puñado de cancha a muchos chiquianos, entre ellos a Armando, con clases de reparación y mantenimiento. Con los años llegaron los camiones de la familias Roque, Moncada, Alvarado y Aranda, entre otros comerciantes chiquianos, estrechándose el tiempo de viaje a un solo día, con servicio adicional de pasajeros y encomiendas a domicilio, pues en ese entonces no circulaban por la ruta omnibuses, camionetas ni automóviles. En la actualidad, el viaje de Barranca a Chiquián, dura cinco horas en promedio, dependiendo del vehículo y del estado de la vía.
 
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En enero de 1939, Armando viajó a Huaraz, tierra de sus abuelos maternos, donde estudió del primero al tercero de Secundaria en el Colegio Nacional 'La Libertad'. A fines del 40 el aluvión que cubrió de piedra, lodo y árboles caídos dicha ciudad, lo arrastró hasta Lima siendo matriculado en el Colegio Nacional 'Nuestra Señora de Guadalupe', en cuyas aulas estudió el cuarto y quinto de Secundaria, junto a sus compañeros con quienes atravesó momentos de angustia en aquella fatídica noche donde la furia de la naturaleza enlutó a miles de hogares huarasinos. 
 
Al culminar sus estudios y en momentos que se encontraba inscribiendo para postular a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, su amigo chiquiano José Bolarte Pardavé, le comunicó la noticia de que su papá Felipe se encontraba mal de salud en Chiquián y solicitaba su presencia; quedando truncos sus sueños de convertirse en abogado. En esas penosas circunstancias su hermano Rómulo, quien había ocupado un lugar privilegiado en su aula del Guadalupe, postulaba a la Escuela Militar de Chorrillos, donde luego de estar a la vanguardia en los exámenes, como por arte de magia ocupó el puesto 51 de 50 que lograron su ingreso.
 
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Como no todo es felicidad en la vida, su papá Felipe, quien pocos años atrás había sido Inca en la Fiesta de Santa Rosa, falleció el 5 de agosto de 1945, y Armando tuvo que radicar en Chiquián para ayudar a su mamá Victoria en la empresa panificadora y el transporte de camiones; mientras Rómulo, apenado por la muerte de su papá y por su frustrado deseo de convertirse en militar, se internó en el valle del Fortaleza donde arrendó el fundo Hornillos dedicándose a la producción de cereales y a la caza de camarones; años después abrazaría la profesión de ingeniero agrónomo.
 
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Mamamita Victoria, abuelita heroica, nos diste como legado un padre sencillo y ejemplar; nuestro mejor alimento fue el pan bendito que nos obsequiabas cada mañana. Dedicaste toda tu vida al trabajo honrado, olvidándote de la alegría de las fiestas. El cine y otras diversiones no existieron para ti; nunca te vimos llevar joyas ni maquillaje. Ni un día de reposo en la noble tarea de amasijo, ni siquiera el que te obligaba tu religión evangélica, siempre laborando infatigable, bello signo de tu paso por Chiquián que anidó tus grandes sueños de paloma. Recuerdo tu horno impecable, con palas de madera y tus estantes repletos de latas lustrosas donde dormían las semitas y los ricos bizcochuelos. También recuerdo a tus risueños panaderos Honocho, Policarpo, Pepel y Rococho, a quienes poco a poco vi envejecer con sus rostros tallados por el tiempo y el sudor del trabajo honesto. La práctica piadosa fue el bálsamo para tu alma y cuerpo; fue un sublime ejemplo de entrega que nos enseñaste desde niños: ¡dar, siempre dar, fue tu consigna siguiendo el ejemplo de Jesús¡; hoy tus oraciones y tus cánticos con trompetas que resuenan en el cielo nos arrullan como poemas celestiales. Por todo ello, nunca podré agradecerte por el gran padre que nos diste y porque en tu casa estudié mis cinco años de educación secundaria.
 
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Así continuó Armando su vida en los cuarentas: fiestero, chupacaña, futbolista y camionero, entre Chiquián, Huaraz, Barranca, Huacho y Lima, siempre procurando el bienestar, no solamente de sus numerosos hermanos, sino también de los chiquianos y los amigos de los pueblos vecinos, con quienes siempre fue solidario y leal compañero a cambio de una linda amistad y cariño sincero que mantuvo, mantiene y mantendrá. Una vez le pregunté si sus compañeros de viaje pagaban pasaje. Él, risueño como siempre, me dijo: 'el servicio de pasajeros de panagra (baranda) no, pero el transporte de carga sí, sino me iba a la quiebra'. ¡Y qué hay de los pasajeros de caseta!, le retruqué. 'También gratis, porque ahí sólo viajaban mujeres y chiuchis', me dijo contemplando el horizonte con sus ojos brillantes...
 
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En 1948 contrajo matrimonio con Teresa Jesús Balarezo Calderón, con quien tuvo siete hijos: Mirtha Victoria, Arnaldo Armando (fallecido), Armando Arnaldo, Felipe Segundo, Catalina Teresa, Elizabeth Victoria (fallecida) y Edith Victoria. 
 
 
 
 
Desde los cincuentas a los setentas se dedicó en cuerpo y alma a supervisar los negocios de su mamá Victoria, a administrar una tienda comercial y al transporte de ganado, productos de pan llevar y minerales hacia Lima, y de retorno a Chiquián, productos manufacturados de la costa para abastecer las tiendas de la localidad y las poblaciones cercanas; todo ello, atravesando la difícil geografía ancashina, que para ese entonces sólo contaba con una vía de penetración afirmada y encalaminada, donde las ruedas traseras del camión, de vista a los precipicios, salían sobrando.
 
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También se dedicó a compartir con sus compañeros del Tarapacá la responsabilidad de organizar la fiesta de Santa Rosa en la década de 1950, participando como Capitán, Abanderado y Acompañante, con un chinguirito en una mano, con una cerveza en la otra y una palla en cada brazo durante las pinquichidas y las huaylisheadas que se desarrollaban de Umpay a Quihuillán y de Jircán a Shulu; aunque no faltaban las serenatas con arpa y violín, techas de casas con huarastucoj, pinkullo y roncadora, así como los felices encuentros nocturnos en el “Video Pub” de Penco donde Bellota, Jacinto Palacios y Cañita cantaban tangos gauchos, boleros cantineros y huaynos llorones con guitarra y cucharas.
 
Asimismo fue Gobernador, Subprefecto, Comunero y uno de los más entusiastas fundadores del ecológico Tarapacá de sus amores, equipo de fútbol donde militó por muchos años con su zurda prodigiosa, ganando trofeos a lo largo y ancho de Ancash y los pueblos colindantes de Huánuco, junto a sus compadres de la verde, el chinguirito y la cerveza al polo; solo que de las copas ganadas nadie sabe dónde están, seguramente algunas sirvieron de tiestos, otras de ollas y tal vez una que otra de bacinica o tal vez un buen samaritano las donó a algún equipo anémico de triunfos, todo es posible en la “Incontrastable Villa”. En una oportunidad le pregunté si su equipo ganaba todos los partidos. 'Es una ofensa que preguntes eso hijo, pregúntame por cuánto era la goleada', me dijo y lanzó una carcajada a la brisa del recuerdo.
 
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Como experimentado lazador de toros para transportarlos a la costa, ingresó muchas veces a los ruedos de los pueblos de la provincia, saliendo victorioso, hasta que una tibia tarde taurina de Santa Rosa (3 SET 63) fue gravemente herido en el cuadrilátero de las mil palincas de Chiquián, y elevado al cielo eternos segundos por los chuecos pitones de una vaca machorra de Jahuacocha que lo encontró en su loca carrera mirando distraído a una palla de Obraje. Lo curioso de aquella tarde de vacas locas, no de arena, ni de cal, sino de tierra que raspaba como lija, estuvo más sobrio que nunca, pues desde el primero de enero de 1960 para adelante nunca más se metió un trago a excepción de un caramelo de licor y otro de menta para endulzar los sentidos. Desde aquel entonces colgó el poncho y la bufanda en la plaza de toros de Jircán. Hoy torea a los bravos en el plato, bien condimentado, encebollado, con abundantes papas fritas y dos huevos montados sin sus yemas, para evitar el colesterol elevado.
 
En agosto del 64, después de una semana de cólicos estomacales fue internado de emergencia en la clínica Good Hope. Allí los médicos lo desahuciaron debido a una severa septicemia producto de una apendicitis que lo consumió segundo a segundo hasta llegar a pesar 39 kilos pijama y todo; pero para asombro de los galenos, cuando ya elucubraban con una inminente necropsia, se levantó como el Ave Fénix y a los dos días reapareció en Chiquián manejando su carro azul. Sus amigos al verlo no lo reconocieron, porque parecía una calavera parlante al volante. Un año después, en ese mismo vehículo, fue hallado inconsciente lejos de la carretera en Pampas Chico cerca de Conococha (4,100 m.s.n.m), sentado con la cabeza pegada al timón, al lado de su amigo Turco. El lento envenenamiento subiendo Raquia, Vinuc, la curva de Huambo, Incahuaganga y Chojlla, fue ocasionado por la rotura de la matriz del tubo de escape del motor, de donde salió monóxido de carbono e ingresó a la caseta dejándolos morados con aroma a panteón... al cabo de unas horas de cuidados intensivos, asistidos por las manos generosas de Víctor Tadeo Palacios, reaccionaron ambos y continuaron el viaje vivitos y coleando. Lo anecdótico fue que no se acordaron de nada y esa misma noche retornó a Lima con cien sacos de mineral del profesor Manuel Roque Dextre y veinte chipas con quesos de Tallenga de la familia Ramos Ibarra.
 
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A mediados de los setentas se trasladó a la ciudad de los reyes, donde impulsó la formación de empresas de transportes de pasajeros en Lima, Callao y Ancón, con su hermano Santiago y su primo Pancho Alva, actividad que cumplió hasta 1995 en que fue atraído por el aroma a tierra mojada por la lluvia y a musgo verde de la cascada de Putu, retornó a Chiquián para cumplir uno de sus más bellos sueños, reconstruir con ayuda de su esposa Jesús y su hijo Felipe, la casa materna que mamamita Victoria construyó con mucho sudor y prestó de todo corazón por más de 30 años y que fue casi devastada por los tinyacos del Coronel Bolognesi y los shulacos del Instituto Agropecuario, así como por los detenidos del Puesto de la Guardia Civil y los internos de la Cárcel de Chiquián, que habitaron la casona. 
 
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Desde el viaje eterno de su esposa Jesús el 20 de febrero del 2002, radica entre Lima y Chiquián. En Lima como consejero espiritual de sus hijos, nietos y bisnietos, también como lector de la sección modas y pasarela de los diarios matutinos, y en las noches como comentarista familiar de reportajes televisivos de la política chicha y la farándula chola. En Chiquián administra media docena de chacras con muros de piedras y hualancas y un próspero hospedaje popular estrellado, que más que ganancias le da satisfacciones por los servicios prestados a los sufridos viajeros que hacen escala en 'Espejito del Cielo'.
 
'Don Arman', como te llamamos de cariño, en este bello día cumples 83 setiembres primaverales, eres el segundo hijo del matrimonio chiquiano Alvarado Montoro, de cuyo sólido tronco también nacieron los finaditos Rómulo, Ela, Telmo el crespo, Hilda, Medardo, Telmo el lacio, Adolfo y Betty. Hoy nos acompañas en este amado mundo con tus queridos hermanos: Chela, Abel, Edivia, Chanti e Imicha. Un fuerte abrazo papá, te queremos mucho.
 
A NOMBRE DE TUS AMIGOS, HIJOS, NIETOS Y BISNIETOS. MUCHAS GRACIAS POR TU EJEMPLO Y TU CALOR COTIDIDANO, CUAJADO DE DATOS SOBRE TU LARGO ANDAR BOLOGNESINO CON LOS QUE ALIMENTO MI AUTODIDACTA PLUMA. QUE DIOS TE COLME DE BENDICIONES'.
 
Nalo
 
15 SET 2005
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Cajacay
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AEPA: ENCUENTRO EN RAQUIA
 
 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

 
Como todos sabemos, la innovación es el factor de cambio que toda actividad humana necesita para alcanzar la competitividad. En este marco, desde el 2008, fresco viento sopla a favor de AEPA, permitiéndole un rápido posicionamiento en el escenario nacional. Pero dicho logro no se ha producido de la noche a la mañana, sino de peldaño en peldaño, de encuentro en encuentro, actividad tras actividad, cada vez con mayores bríos, esperanzas y experiencias, de la mano con  las autoridades locales, sobre todo ediles, tanto en Áncash como en Lima, en esta última habita la mayoría de sus asociados y amigos: literatos, pintores y escultores.

A la luz de las últimas actividades de planeamiento y de lanzamiento del evento que ha desarrollado AEPA, el panorama para la realización del XXI Encuentro en Raquia, capital del distrito bolognesino de Antonio Raimondi, es muy gratificante, pues no solamente se están sumando con entusiasmo el Gobierno Municipal, la Comunidad Campesina y el Congreso de la República, con su Primer Vicepresidente Modesto Julca a la cabeza, también se aprecia nutrida asistencia de niños, adolescentes y jóvenes raimondinos, a diferencia de los encuentros de AEPA en el último quinquenio, que por equis razones no  tuvieron sustancial acogida de parte del alumnado; de ahí que Raquia, a mi modesto entender, se viene constituyendo en el crisol purificador de este proceso innovador, donde el pueblo, de simple convidado de piedra se va convirtiendo en piedra angular de los encuentros literarios. No está demás precisar, que el literato se debe a su pueblo, y viceversa, ambos como un solo puño forjador de crecimiento colectivo.


Su ubérrimo suelo de variada topografía, más por la tarea del riego que por la lluvia, es la mejor carta de presentación de Antonio Raimondi. Basta aguzar la vista en su Fiesta del Agua, su Festival del Melocotón, su modo de vida, sus costumbres y tradiciones ancestrales a lo largo y ancho de sus 118,7 km2 de superficie, para comprobarlo, haciendo de este lugar edénico, tierra de ganaderos y agricultores venturosos. Aquí la naturaleza nos regala todas las notas del pentagrama y los más diversos matices que sólo la paleta del Altísimo es capaz de crear.

Raquia es un mirador natural para deleitar el alma contemplando los farallones rocosos que coronan los cerros camino al bicéfalo Huascarán,  al mágico Conchucos del dios Guari, y al Yerupajá que se yergue indómito con su tucumán blanco. También para contemplar el feraz valle de Colquioc, puerta de acceso al ande ancashino donde nace el agua y florece la retama.

En los albores del siglo XX, este pueblo generoso, orlado de flores silvestres, recibió por natural herencia el último aliento de Luis Pardo, camino a la gloria eterna. Aquí, el 5 de enero de 1909 se unió la vida con la muerte en un rayo da luz dando paso a la leyenda, por esto y  mucho más, Raquia es un santuario espiritual para los viajeros, desde la época de los arrieros.

Un pueblo campesino como Raquia, que adopta como su principal objetivo la defensa irrestricta del medio natural, en un escenario de crisis mundial de modelos rurales, merece la atención de todos los seres humanos, si queremos ayudar a frenar la contaminación ambiental que aflige a la Tierra, y por ende, mejorar la calidad de vida de la población y su entorno.

Por su ubicación estratégica, su cercanía y su clima benigno a 2, 162 m.s.n.m., el distrito de Antonio Raimondi está llamado a convertirse en un formidable polo de turismo vivencial. Sólo se tiene que observar las imágenes que acompañan a la presente nota, para solazarse con sus brazos de anfitrión generoso extendidos hacia los poblados vecinos, además de ser poseedor de caminitos rústicos preñados de aromas de tierra fecunda, gracias a las aguas del río Fortaleza que la abreva los 365 días del año, ingredientes muy apetecibles en modelos de turismo receptivo de esta naturaleza.

Los campesinos de Antonio Raimondi, no lucirán relojes ni celulares para estar al tanto de la hora como se estila en el mundo urbano; sin embargo, ellos tienen el tiempo como leal amigo que los cobija con ternura, ese valor existencial que millones de citadinos muchas veces decimos matar, espantando moscas y zancudos para aliviar la modorra, pero que realmente es al revés, porque el tiempo es el que finalmente nos mata y sigue su curso inexorable.

Mi padre, como arriero en sus primeros años de vida, luego como transportista motorizado, y después como gobernador de Chiquián  y subprefecto de la provincia de bolognesi, recorrió palmo a palmo los pueblos de la cuenca del río Fortaleza (provincias ancashinas de Bolognesi y Recuay). Las veces que de niño tuve la oportunidad de surcar  a su lado estos acogedores lugares con destino a la Costa, pude apreciar el inmenso cariño que le tenían, y él a los probladores de cada lugar afincado en la ruta, por lo que me sentía feliz, como en Chiquián y Tupucancha, viendo a mi papá amado por todos, por eso la nostalgia por mis amigos chiquianos y familiares recién empezaba cuando el vehículo ingresaba a la carretera Panamericana Norte (Km. 206). Mi padre los transportaba sonriendo de dicha, a cambio recibía afectos, cereales, mashuitas y olorosas frutas, sobre todo a su paso por Chasquitambo, Hornillos, Chaucayán, Raquia, Colca y la curva de Capellanía. De esta última pascana, hasta el paraje de Chojla, cercano al poblado de Conococha, el camión trepaba la cordillera, roncando y resoplando a punto de perder las bielas al filo del abismo, en su lucha sin cuartel contra las gradientes de un solo carril y las curvas cerradas, pegaditas al cerro. En aquel entonces, el asfalto todavía no había llegado a estos lares. Como una manera de enfriar el motor del camión, nos deteníamos en algún restaurante de la ruta, donde compartíamos un menú franciscano con nuestros coterráneos que subían o bajaban en las empresas de transportes: Valdivia, Cóndor de Chavín (con sus trompetas en el techo), Cribillero, Andino, El Trome, Expreso Ancash, San Judas Tadeo, así como camiones ruteros. En contadas ocasiones circulaban automóviles y camionetas. Hoy la cosa es diferente, los vehículos ligeros hacen de las suyas en la pista, y hasta se dan el lujo de transitar enormes vehículos llevando maquinaria pesada al emporio minero de Antamina, son tan anchos que ocupan los dos sentidos de la vía, cosa que sólo pasa en el Perú profundo, poniendo en vilo a propios y extraños durante el recorrido. El viaje de retorno a Chiquián en horas de la madrugada era fascinante, máxime pasando Raquia, pues la vía láctea parecía ponerse al alcance de las manos. Mi padre aprovechaba este mágico momento de contemplación cósmica y me pedía que cuente las estrellas una a una, para evitar que me duerma y lo contagie. En cada curva tenía que decirle la cantidad que iba acumulando, lápiz en mano. Fue así cómo aprendí a contar en voz alta, casi cantando, de cara al Cosmos. En cambio en la Panamericana Norte, tenía que pasarle la voz cada vez que tenía cerca la señal anunciando el kilómetro que estábamos pasando; es decir, aprendí de memoria en qué kilómetro estaba cada poblado, restaurante, paradero o grifo, desde Paramonga hasta Lima, y viceversa. Las noches sin estrellas viajaba narrándole mis experiencias en la Puna, vivencias que nutre parte de mi novela "DEL MISMO TRIGO". Viene del fondo del tiempo la primera vez que comí un sabroso mishikanka. Fue febrero, recuerdo, el río Fortaleza bajaba al tope. Varios vehículos apagaron sus motores por un derrumbe cerca de Raquia, hasta donde llegó procedente de Huari mi primo Alcides Alvarado. Me regaló una estampita de Mama Huarina, y la mitad de su fiambre, que saboreé hasta chuparme los dedos. El intercambio gastronómico iba viento en popa. Claro, dos años después (1962), recién me enteré que la carne fue de gato negro cuando vino a estudiar a la Escuela Normal de Chiquián.

A estas alturas de mi existencia ya duermen para siempre los amigos de mi padre que habitaron Raquia y alrededores, sólo a uno vi en pie la última vez que visité el Perú, él es chiquiano de nacimiento, a quien mi papá amó en vida como a un hermano, fue maestro rural en estas tierras benditas: CÉSAR LÓPEZ PADILLA, que Dios le brinde muchos años más para felicidad de nuestro pueblo.

Hermanos de AEPA:
 

 
Es reconfortante arribar al lugar del Encuentro y recibir la bienvenida del pueblo con niños, adolescentes y jóvenes, danzando, cantando y declamando en calles y parques, luciendo coloridas banderolas y vestimentas al son del bombo, pero los escritores, poetas, pintores y escultores ¿qué hacemos por ellos?, generalmente allí termina todo; de ahí que el Encuentro de AEPA en Chiquián, en octubre de 2014 fue el inicio de un gran impulso de unión, confraternidad y de ayuda mutua entre el creador de belleza escrita y en lienzo con su pueblo, gracias a los talleres que se desarrollaron para los alumnos. 
 
Los alumnos asimilan con facilidad y alegría todo lo que ven y oyen de sus hermanos mayores, por eso tenemos que garantizar en Raquia la presencia de los niños, adolescentes y jóvenes del lugar en las exposiciones de ponencias, lectura de poemas y declamaciones, pero sobre todo su masiva concurrencia a los talleres de poesía, narrativa, pintura, escultura, periodismo escolar, etc., que se han programado con cariño, actividades que no solamente son pasos firmes que van tras las huellas de nuestra identidad y nos permiten llevar el poncho ancashino bien puesto; sino que también ayudan a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, a canalizar su ingenio creador, tan vasto en el mundo andino, lo que decantará por efecto multiplicador en semilleros de talentos orientados al desarrollo local, y será un hermoso homenaje a nuestros hermanos: EUGENIO GARRO, LIVIO GÓMEZ y a los FUNDADORES DEL DISTRITO DE ANTONIO RAIMONDI. 
 
Vivir la realidad del lugar donde se desarrolla un encuentro, teniendo al pueblo y al medio geográfico como los mejores aliados, es sentirse  en casa,  además de constituirnos en miembros activos de la comunidad y su entorno natural. Es darle al encuentro un sentido más social, más humano. Es hacer cultura viva, lejos de los cenáculos literarios urbanos.
Es recordar nuestras excursiones escolares, durmiendo sobre pellejos fraternos y bañándonos en pajcha con jabón pepita. Sin duda, un vínculo enriquecedor por partida doble donde todos salimos ganando; y en este aspecto, Raquia, pueblo donde todavía se vive en armonía con la Naturaleza, con ese aire bucólico puro, cada vez más enrarecido en las grandes urbes, es una plataforma de lanzamiento hacia nuevos retos, de unión y confraternidad regional.
 
En cada casa que visiten, sientan el aroma de la cancha saltando al son del cashpi en el tiesto de barro, acérquense al batán y aspiren la fragancia de los condimentos naturales, que han hecho del Perú, ícono de la cocina mundial. Empuñen el arado, el caishi y la racuana, dejen su huella en el surco  profundo y esparzan la semilla santa que será fruto saludable para las generaciones futuras. Bailen las danzas de nuestra tierra y zapateen levantando polvareda al compás del corazón, a la vera del kilómetro 80. El huso, la rueca y los telares los esperan, para tejer con optimismo el futuro de nuestro pueblo.

Deléitense con el despertar de los chacareros y déjense acariciar por la brisa del amanecer, llenen sus pulmones de aire limpio; y si la inspiración los asalta siguiendo el vuelo de los ponchos y los faldellines durante la danza, siéntanse poeta de tierra adentro, y escriban los versos que puedan; y si por ahí se topan con un viejo arriero de rostro cetrino, anímenlo a que les relate sus peripecias a campo traviesa, y el espíritu telúrico de Guido Vidal, los abrigará con ternura. No se olviden de llevar siempre una máquina fotográfica y un cuaderno no tan rayado.

Al pie encontrarán a flor de línea los  mensajes que les envié con ocasión de los encuentros en Aucallama y Huacho. Cotejen ambos con todo lo que ahora están experimentando en Raquia, y midan cuánto hemos avanzado en nuestros nobles propósitos, de cara al próximo Encuentro.

Finalmente hermanos míos, en este hermoso 53 Aniversario de Creación Política del distrito bolognesino de Antonio Raimondi, brinden con nuestros hermanos de Raquia, Yamor, Mallao, San José de Apac, Chamana, Pomay, Pampomas, Paraíso y Jarachacra, pero brinden con chicha de jora, gritando a pecho pelado ¡SALUD!!! por César Vallejo y sentirán el aroma del "rebozo habano", que tanto nos recuerda al poeta chuco.

 
Un fuerte abrazo virtual al  pueblo de Antonio Raimondi y a los hermanos de AEPA, en las personas del señor Alcalde Jorge Vicente Nina Solano, y nuestra linda Presidenta María del Pilar Cárdenas Máquez.

Brentwood, 24 de abril de 2015
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  RECUERDOS
 
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RECORDANDO A PAPÁ
 
Lima, 21 de junio de 2015

HOLA SHAY:

El 25 de octubre del 2010, mi amigo, mi hermano, mi amado papá Armando Alvarado Montoro, emprendió el gran vuelo cuando clareaba el alba. Desde aquel aciago amanecer, extraño sus palabras de aliento, sus relatos de tierra adentro, su chispa contagiante, su jovialidad, su mirada cristalina, sus ilusiones, su amor por la vida, su ilimitada reverencia a la Naturaleza, siempre planificando e impulsando el mañana de los seres que amaba: paisanos, vecinos, amigos y familiares. Siempre soñando con un Bolognesi próspero y unido, con un Áncash pletórico de vitalidad, con un Perú de ensueño, con una Pachamama amada por todos sus hijos.

Aquel ser humano que no se cruzaba de brazos, ni siquiera los fines de semana, aquel esforzado empresario del volante que mantenía los ojos bien abiertos cuando nosotros dormíamos, aquel navegante andino que calmaba su sed con el agua de los glaciares, aquel ferviente lector que amaba a los libros y cuadernos con la misma fuerza telúrica que amaba a los niños y jóvenes, aquel padre amoroso que bullía de alegría cada vez que nos sostenía en brazos, pero que sangraba por dentro cuando tropezábamos de niños y también de adultos, se marchó en silencio, sin un gemido, dejándonos el mejor legado del mundo: su ejemplo de vida. Aquel día sentí con mayor intensidad la fragilidad de la existencia terrena, tan corta como la vida de aquel pichuichanca herido, que con papá, mamá y mis hermanitos curamos en el patio de la casa, y que de gratitud alegraba nuestros días cantando en los tejados, hasta que un aleve disparo de un cazador extinguió su latido.

Cómo olvidar sus caricias cuando llegaba de madrugada, sus labios en mi frente, sus manos alisando mis cabellos. Yo me hacía el dormido, al igual que mis hermanos, pues lo estábamos esperando, leyendo o contándonos historias de pioneros. Recuerdo aquellos domingos cuando las calles chiquianas se llenaban de niños, padres y abuelitos, todos íbamos a la iglesia tomados de la mano, con los zapados bien lustrados, peinados y risueños a orar y pedir bendiciones para nuestro pueblo.

Muchas veces, sin que lo notara, lo vi orar y llorar a solas al fallecer un amigo, un familiar o un paisano querido. Recuerdo su congoja cuando partieron sus entrañables amigos y guías: Lucho, Félix, Bernardo, Lolito, Florentino, Abraham, Isidro, Andrés, Maurelio, Eulogio, Braulio, Policarpo, Ignacio, Pascual, Benigno, Honorio, Juan, Teodoro, Accepio, Fidel, Arcadio, Filomeno, Leonardo, Jacobo, Teófilo, Jorge, Segundo, Benjamín, Carlos, Bonifacio, Alejandro, Alberto, Panchito, Factor, Pedro, Perfecto, Icha, Mateo, Teobaldo, Aparicio, Glorioso, Virgilio, Calixto, Crisólogo, Mario, Antonio, Juan, Marcos, Cesareo, Agripino, Mauricio, Ambrosio, Abilio, Matías, Hermenegildo, Casimiro, Julio, Toribio, Elías, Amancio, Anaya, Juan Eugenio, Armando, Bartolomé, Teodomiro, Zenobio, Miguel, Tolomeo, Claudio, David, Baldomero, Danielito. Gregorio, Melchor, Germán, José, Hernán, Valerio, Cástulo, Víctor, César, Ernesto, Eusebio, Alfredo, Arturo, Guillermo, Rubén, Manuel...

Su obra titánica, aun en ciernes, de brindar amor y sólo amor sincero a todas las personas. Su humanidad y sencillez son para nosotros, sus hijos, nietos y bisnietos, dos grandes espejos donde mirarnos, bruñidos espejos que forjan la incoercible fuerza del amor.

Su mirada dulce y serena, aquella ternura que vivía y dejaba vivir en paz a los demás. Ternura que hoy está en el sol que abriga la tarde y en el aire que mece el trigo de nuestros campos. Nunca una mirada de rencor, un verdadero constructor de afectos, un visionario que reía de felicidad con el éxito de todos.

Aquel lugar ventilado de la sala, junto a la ventana, donde solía leer y compartir con suma dicha sus experiencias de vida con todos los que lo visitaban, está inmensamente vacío desde su partida, lugar sagrado donde ahora se concentra el reino infinito de Dios.

Aquí, desde la ventana de la habitación escucho cantar al viento, amigo inseparable que me trae los aromas y los sones chiquianos del ayer;  elevo la mirada y entre las nubes está al volante de su camión azul, surcando los caminos del Edén.
 
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A nombre de mis queridos hermanos y familiares, nuestro eterno agradecimiento a todos los seres humanos que le brindaron cariño a papá Armando durante su existencia.

Nalo

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Jircán, nuestro amado barrio